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9

Thais

Maldito infeliz.

No solamente me dejó esposada toda la desgraciada noche, sino que pasé dos o más horas escuchando los gritos de placer de esa tipa. Hubo un tiempo que pensé que el techo me caería encima, con tantas habitaciones que hay en la casa tuvo la grandiosa idea de usar la que justamente está encima de la mía. Además, por su culpa terminé lastimándome la muñeca cuando intenté liberarme en vano.

Estúpido egoísta de mierda.

El agua caliente circula sobre mi rostro. Paso la lengua sobre mis labios y el deseo crece en mí mientras me pierdo en mis pensamientos por enésima vez hoy. Vuelvo a imaginar el aroma de su perfume intenso flotar a mi alrededor mientras estábamos encerrados en el baño, sus ojos militares oscuros por el deseo. Su deseo por mí, su sexo duro, con un buen grosor empalmado con orgullo frente a mis ojitos que parecían los de un consejo cuando ven la luz de un faro. Estuve a punto de probarlo, el simple hecho de haberlo imaginado es atroz, ni siquiera quise hacérselo a mi ex, varias veces me negué a hacérselo porque quería que la primera vez fuera con David, ya que había perdido la virginidad tontamente por culpa del alcohol, pero al menos había sido una experiencia linda, no fue algo extraordinario, pero tampoco me puedo quejar porque disfrute todo el proceso aunque no tuve ningún orgasmo.

Pero ayer cuando dejó su erección al descubierto, ¡Dios!, casi pierdo la cabeza cuando lo vi así y por poco terminó haciendo mi primera felación al hombre que me secuestro. Me sonrojo ante la idea y ese pensamiento me hace sentir sucia.

No puedo permitirme sentir nada por él.

Ni siquiera atracción.

Lo digo aunque sé que estoy mintiendo.

No va a ser tan simple y debería saberlo ya. Me impactó desde el primer día que lo conocí en el club. Mi cuerpo parece tener mente propia cuando estoy cerca de él. Logra despertarme además, tiene la herramienta perfecta para reparar mi motor en cualquier momento.

Él podría hacer lo que quisiera con mi cuerpo y sé que al final terminaré por ceder ante el deseo.

Al cabo de unos segundos me volteo inquieta al sentir una mirada sobre mí, con las palmas deslizo mis manos en el vidrio de la ducha y me encuentro con un extraño, sus ojos están fijos en mí, por su aspecto es alguien de seguridad, tomo rápidamente la toalla y me cubro.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —pregunto enojada, sin atreverme a abrir la puerta de la ducha.

El guardia no me responde. Comienzo a preocuparme.

—¡Vete ahora, si no quieres que comience a gritar!

Se da la vuelta, sin decir nada sale del cuarto de baño. Cierro rápidamente el grifo aún desconcertada por lo que acaba de suceder, la idea de que me haya visto desnuda no me agrada para nada. ¿Aang lo había enviado para vigilarme? De todos modos, no tendría porque entrar al baño e invadir mi privacidad.

Estupido.

Sin que Aang tuviera que venir a decirme nada sé que me está esperando abajo para desayunar. Lo leí en su mirada está mañana cuando vino a darme los 'Buenos días' y quitarme las esposas. Es mejor obedecer por el momento, hay que saber retirarse para luego prepararse para una nueva batalla.

Me siento frente a él en la mesa puesta en el jardín, me puse un vestido que encontré en el armario. El silencio entre nosotros forma una especie de incomodidad en la atmósfera.

—¿No comerás? —me pregunta, dándole un sorbo a su café negro.

Como su corazón.

—No tengo mucha hambre —digo lacónicamente, sacudiendo la cabeza.

—Come —me ordena. Niego. —Ahora.

Infeliz. Desgraciado. Maldito.

Los huevos humeantes con el delicioso aroma en mi plato baila cerca de mi naríz, el café oliendo maravillosamente bien, pero mi estómago parece estar de huelga. No puedo dejar de pensar en el guardia, ¿cuánto tiempo me estuvo observando?, ¿por qué no escuché sus pasos? ¿Aang lo sabe?, ¿o él entró sin permiso?

Saca una uva de la copa de frutas, sonríe mientras lo dirige a su boca y le da una mordida. Se me detiene el corazón cuando intenta meter la uva a mi boca, ordenándome sin palabras que separe los labios.

Saco la lengua para aceptarla, se conforma con entrarlo a mi boca. Su mirada llena de severidad me indica claramente que tiene algo más en mente.

—No la mastiques —susurra, pero ya es tarde porque lo he mordido.

—Oops —clavo los ojos en los suyos sin dejar de masticar.

—Intentemos de nuevo. Quiero ver cómo te la tragas entera —acerca otra uva a mis labios, su voz tiene una amenaza oculta. —Si no lo haces, haré que te arrepientes.

Afortunadamente aparece la pelirroja de golpe, mi sangre se congela. Trago saliva antes de darle una mordida a la uva, pienso que se enojará y que me va a abofetear, pero sus ojos brillan mientras lleva el resto de la fruta a su boca.

La chica toma asiento tranquilamente y se sirve una ensalada de pulpa y tomates a la albahaca, me cuesta trabajo disimular mi cara de desconcierto al verla tan normal entre nosotros como si yo no existiera ni siquiera me mira.

Comienzo a comer en silencio, pasando mi mirada de él a ella, Aang frunce el ceño al ver que los miro mucho, aparto la mirada de él, no es que fuera tan interesante mirarlo.

Mientras terminamos de comer, los observo de reojo ahora más discretamente. Me tenso, ella no me inspira confianza y por algún motivo siento ese sentimiento atroz por ver cómo se come a Aang con la mirada.

¿Acaso no tuvo suficiente con lo de anoche?

—He terminado —dejo la servilleta en la mesa y me levanto.

—No me provoques dolores de cabeza —sus palabras surgen desde el fondo de su garganta.

Camino con diligencia hacia la casa y abro la puerta de entrada para meterme a la sala. Trepo las escaleras de dos en dos y entro a mi habitación.

Ahí, sentada sola en medio de una vista espectacular, frente a la ventana que transmite sonidos de tranquilidad, que se ahogan rápidamente entre las voces de Aang y la fulana, la soledad me parece insoportable. Me siento aprisionada en está enorme casa. Pienso en Verónica que sabría exactamente qué palabra decir para hacerme sonreír o como cometer alguna locura juntas, en David quién siempre sabe hacer que mi soledad pase porque estaría a mi lado. La beca que tanto esfuerzo me costó se irá a pique, el crédito prestado para mí otra carrera. Cuando me vengo a dar cuenta las lágrimas ya me nublan la vista, me echo a llorar en la cama y ahogo mis sollozos en la almohada. Entre llantos y mis tristes pensamientos me abandono hacia el sueño.

Me despierto con los ojos hinchados en una habitación que aún no me familiarizo con ella. ¿Por cuánto tiempo piensa tenerme aquí?, ¿por qué a mí?, ¿cuánto tiempo voy a aguantar este encierro? ¿Me va a obligar a estar con él en el futuro?

Jamás el silencio había sido tanto.

Voy hasta el cuarto de baño para echarme agua en los ojos enrojecidos.

Decido matar mi aburrimiento paseando en la casa. Llego primero a un largo corredor blanco, decorado con grandes cuadros contemporáneos. Descubro una habitación bañada de Luz, lo que más me llama la atención es el inmenso espejo, no hay cama, pero si se encuentra un sillón de cuero inmaculado. Es como una sala de baile y eso me emociona.

Mi hermana era muy buena bailarina, aunque no puede decir lo mismo de mí. Pero sé mover muy bien mis caderas, al menos eso decían mis compañeros de clase.

No puedo evitar terminar de adentrarme al lugar, me recuerda las veces que espiaba a escondidas a mi hermana bailando, yo había aprendido los movimientos básicos además, cualquier persona puede hacer unos movimientos sensuales de caderas sin ser bailarina y eso jamás se olvida, solo sé sigue el compás de la música. Comienzo a tararear una canción en mi mente al mismo tiempo que bailo. Elijo el estilo libre. Creo que el movimiento natural me hará lucir más sexy que algo demasiado elaborado. Finjo no darme cuenta de que el mismo guardia que entró está mañana al cuarto de baño me está observando a escondidas. Quiero saber qué quiere exactamente. Sin detener mis ondulaciones me fundo en un estado de inconsistencia, en está ocasión olvido de mi encierro.

Hago la rutina habitual meneando las caderas, caminando muy despacio, el golpe de pelo.

Cierro los ojos, estoy en mi habitación, David está sentado en la cama observándome y bailo solo para él para gustarle. Las imágenes cambian, y el que me observa ahora es Aang, no el guardia ni David, sino él. Con deseo, exactamente igual como me miró el día que nos conocimos. Sonrío y comienzo a poner mi mayor esfuerzo a mis movimientos y excitarlo aún más; una corriente continua circula entre nosotros. Algo se produce en mí. Algo inmenso e inimaginable.

Inclinándome hacia adelante para mantener el equilibrio, me curvo en mis rodillas para descansar en la parte posterior de mis brazos.

Postura del cuervo.

Es una simple postura. Un proceso de dos pasos, partiendo en el más básico de los movimientos del brazo. Y sin embargo me tomó tiempo perfeccionarla. Si yo fuera del tipo que mentalmente diseccionan y examinan las razones detrás de esto—que no lo hago— no sería demasiado difícil de averiguar. El cuervo simboliza muchas cosas en diferentes culturas. La magia, la trascendencia, el destino, el despertar intelectual. Una representación física del espacio entre el cielo y la tierra. Las interpretaciones son enormes y de gran alcance. Pero cuando la magia y la sabiduría se han despojado de todo, lo único que queda es la realidad. Al menos eso decía Thalia. Para mí, solo es una interpretación que viene a la mente. En su forma más básica, y especialmente para mí, el cuervo simboliza la muerte. Y yo siempre pienso en ella.

Me muerdo el labio inferior, siento mis pezones endurecerse por el deseo y su mirada se inflama. Cada una de mis movimientos están destinados a atraparlo, hechizarlo. Las notas dejan de resonar en mi cabeza y de golpe me doy cuenta que sigo ''sola" en la habitación.

De pronto, una voz familiar se alza desde la puerta con un tono grave, abrasador, el calor me envuelve lascivamente: —Podría pasar horas mirando detalladamente los movimientos de tu cuerpo.

¿Desde hace cuánto está ahí, observándome? Sin saber por qué me volteo para encontrarme con su mirada y descubro que sus ojos colman mi cuerpo de una deliciosa tensión.

—¿Podemos hablar? —me acerco a él, no estoy segura si debería decírselo, pero no tengo otra opción. Mi boca se ha abierto por sí misma.

—Ya lo estás haciendo.

—¿Hasta cuándo piensas tenerme como tu prisionera?, ¿qué es lo que quieres de mí?

—Pensé que te había quedado claro.

—¡No! No lo entiendo. Quiero regresarme a mi vida, hago lo que quieras, pero por favor déjame ir.

—Lo único que quiero es a ti —me quedo en silencio.

Quiere sexo, tonta.

—No todos obtienen lo que quieren.

—La única forma que te dejaré ir es estando muerta.

—¿Cómo te hago entender qué no quiero estar aquí? No te soporto. Te odio y te odiaré el resto de mi vida —le clavo el dedo por encima de su fuerte brazo, encontrándome con la sólida pared de su pecho.

—¿Cómo te hago entender que ahora me perteneces? —replica él, con los ojos todavía chispeantes por una sonrisa.

—Si no me dejas ir, me voy a escapar —lo amenazo, acentuando cada una de mis palabras, dándole un golpecito con el dedo.

El rostro de Aang se transforma de pronto en una dura y fría pared de piedra, sus ojos habían sido capaz de congelar el verano y no hay ningún rastro de sonrisa en sus labios. El atrae mi cara hacia la suya con brusquedad.

—No te equivoques, Thais. Haces una tontería de esa aunque tenga que buscarte al mismo infierno, tenga que arrastrarte de vuelta a mí. Lo haré. Quizás crees que porque estoy siendo clemente contigo puedes hacer lo que quieras, pero te aseguro que si me provocas... solo ponme a prueba.

Me suelta de golpe. Las lágrimas de rabia descienden por mis mejillas. Odio llorar delante de él porque demuestra lo débil que me siento y sé que él puede aprovechar de esa situación, pero no sé que más hacer. Me da una última mirada antes de salir de la habitación.

El guardaespaldas sale de su escondite y se acerca hasta mí, con las manos detrás de la espalda. No confío en él, pero quizás pueda llegar a manipularlo para ayudarme a escapar. Puedo leer el deseo en sus ojos y el hecho de que se haya escondido es porque Aang no sabe nada de lo de la ducha. Quizás puedo persuadirlo, sacarle todo el partido posible, con lo posesivo que es Aang si sabe que me vio desnuda sería capaz de torturarlo y él parece no tener miedo a eso. Tengo que hacer mi movimiento para que piense que yo soy algo que merece la pena salvar, ¿qué hombre no le gusta ser el héroe?

Bajo la cabeza fingiendo no notar su presencia y comienzo a llorar desconsolada.

Está demostrando que las lágrimas femeninas son capaces de traspasar hasta el corazón más duro y a qué hombre no le gusta ofrecerle un hombro para llorar a una chica frágil.

—¿La puedo ayudar en algo? —escucho su voz grave.

—¡No! Nadie puede... Necesito salir de aquí, pero sé que él no me dejará ir —balbuceo centrada en mi guión. Al tiempo que limpio las lágrimas falsas.

Debí estudiar actuación.

El juego ha iniciado de forma oficial, solo espero que la suerte esté de mi lado y no salga mal parada.

—Permíteme ayudarla —me ofrece de inmediato.

—Es muy amable —comento con tono acongojada. —Pero Aang es tu jefe y no quiero que te metas en problemas por mi culpa.

—¿El Sr. Briand? —Yo no sabía su apellido ni siquiera se había dignado en darme su nombre, una sonrisa se dibuja en los labios del guardaespaldas como si supiera algo y yo no. —No es mi jefe, solo me ocupo de la seguridad de la señorita Green y nos vamos mañana.

—¿Quién es ella? —Los empleados siempre están al tanto de todo lo que pasa con sus jefes, cualquier información me serviría.

—Lou Green, la pelirroja, mimada y caprichosa —comenta sin reacción.

Sus manos me atrapan de la cadera, llevando mi cabeza a su pecho mientras finge consolarme, pero yo estoy segura de que solo quiere manosearme. Tal vez piensa que soy una chiquilla atolondrada, que haría lo que quisiera.

Pobre tonto. Siempre he sabido que el hombre es mentiroso y no lo digo yo, sino la Biblia.

Siento que tiene un arma.

Subo ligeramente la cabeza solo para observarlo.

Aprovecho la situación para quitarle el arma, al haber crecido en un barrio peligroso me ayudó a aprender a defenderme.

—¿Qué crees que haces? —gruñe entre dientes.

No tengo ni una puta idea de cómo se usa una pistola, pero en está distancia no fallaré, solo me tengo que aseguro que el arma no esté bloqueado.

—No es nada personal —me tiemblan las manos. —Solo quítate de mi camino y no sucederá nada grave.

Levanta las manos en son de paz, retrocediendo para darme paso. De verdad no se resiste, es como si no le importará lo que suceda con los demás en la casa, no desaprovecho la oportunidad y salgo corriendo.

Tengo un plan.

Es demasiado arriesgado, una casa así no tiene poca seguridad. Necesito un rehén que valga la pena y que me asegure que no me van a disparar. Solo dos personas de está casa son importantes: Lou y Aang. Lo más probable es que Aang terminará por quitarme la pistola y luego darme la paliza de mi vida. No, gracias.

Puedo ser impulsiva, pero sé que meterme con él es un suicidio. Tengo que apostar a algo seguro, ella estará asustada, en shock e incapaz de defenderse.

Por un golpe de suerte no encuentro a nadie en el camino. Subo el piso de arriba, esperando encontrarla en la habitación que pasó la noche con Aang, el cual está sobre la habitación que duermo.

Atravieso la casa con grandes pasos, a la búsqueda de Lou, abro la puerta, doy vuelta, giro, la puerta se cierra, pero parece que no está aquí. Muy bien, entonces iremos a la habitación de Aang.

Es justamente en ese momento mientras corro tan rápido como puedo en dirección a la habitación, escucho la voz de Aang por detrás, quién se acerca rápidamente. Me detengo bruscamente y doy media vuelta, apuntándole para que no se acerque más.

—¡Thais, devuélvele la pistola a su dueño! —hay una amenaza oculta en sus ojos mientras se acerca a mí.

—Voy a disparar si das otro paso.

Aang se encoge de los hombros, sin dejar de avanzar.

—¿Quieres que te dé un consejo? Devuelve la pistola al dueño y procura regresar a tu habitación para no despertar mi enojo, y yo voy a fingir que no ha pasado nada.

—¿Qué te da derecho a decirme lo que tengo que hacer o no? —le espeto. —No olvides que tengo un arma en la mano. No soy una de las cabezas huecas que se dedican a cumplir tus caprichos.

Aang sonríe, estando a dos metros de mí.

—Thais, no me pongas a prueba —murmura, con una voz sombría y mirada severa.

El pánico tensa hasta la última de mis entrañas como hace para estar tan tranquilo con una pistola apuntándole mientras yo que lo sostengo me siento indefensa.

—Juro que voy a disparar —mi voz tiembla. Ya no sujeto el arma con firmeza.

—Hazlo —su mirada desprende calma.

—¡Jesús! ¿Hablas en serio? —susurro, horrorizada.

—Puedes apostar tu lindo trasero —repone él, con los ojos entrecerrados.

Aang se acerca, intentando desarmarme y por reflejo mi mano temblorosa aprieta el gatillo. La sangre se forma instantáneamente. Yo me sobresalto, tirando un grito cuando el sonido del disparo retumba en las paredes.

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