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5

Thais

El sol baila ya sobre las ventanas cuando me despierto. Me estiro y me doy cuenta por lo enorme de la cama que no estoy en mi habitación. ¡Me siento precipitadamente y constato que estoy en pijama, alguien me cambió y, en un instante los recuerdos me llegan!

Esto tiene que ser una maldita pesadilla.

Realmente no lo soñé.

David, ¿dónde estás? ¿Estarás bien?

Incluso cuando había dicho que solo se había desmayado no le creo, ¿quién podría confiar en alguien así? ¿Qué quiere ese hombre de mí? No tengo dinero, así que no es por el dinero y tampoco tengo una familia para pagar un rescate. Solo tengo a David y Vero. David pertenece a una familia de empresarios y Vero es de clase media.

Entonces no es por mí, ¡claro! Seguramente quieren algo de los padres de David, no tendrían porque secuestrarme, sino conseguirán nada. Eso es, yo solamente estuve en el momento equivocado, ¿estará David en el mismo lugar que yo?

Me acerco hacia la ventana, descubriendo que estamos en un hotel. Seguramente esa es una suite. El ruido de mi cabeza es abrumador. Me convenzo de que solo es un error y que en cualquier momento me dejarán ir.

Entonces sus palabras llegan a mi mente: 'Mejor hazlo por ti, por haber dejado que te tocará.'

Solo la idea de haber pensado por un instante que quería a David y no a mí me hace sentir un nudo en el estómago.

Soy una terrible persona por querer que secuestren a mi mejor amigo en mi lugar.

Siento que mis piernas se debilitan en el momento en que en el pasillo los ruidos de voces aumentan, los pasos resuenan igual que mi corazón que golpea en mi pecho, miro a mi alrededor. Rebusco por la habitación, pero no encuentro ningún cuchillo o algo parecido para usar como arma. De pronto, veo una lámpara de cristal en la mesa de noche. Lo desconecto, los pasos se escuchan más cerca y me escondo detrás de la puerta al instante en el que se abre, no pregunto y se lo estrello en la cabeza a esa persona. Salgo corriendo, y no doy ni dos pasos cuando siento que choco con algo duro, tropiezo, estoy a punto de caer cuando dos brazos me levantan. Estoy aquí pegada a un hombre vestido de blanco, firmemente sujetada y que contiene una sonrisa divertida en los labios.

—Aang se quedó corto con respecto a ti —dice con su marcado acento inglés.

¿Aang?, yo no conozco a ningún Aang.

Su mano se coloca en la hendidura de mi espalda mientras me lanza a su hombro como un saco de papa y sin preguntar mi opinión comienza a caminar de regreso al lugar del que me escapé.

¿Acaso en su país no existe la libertad de expresión?

—¡Bájame enseguida! —le grito.

—Ni hablar.

—Bájame ahora.

—No puedo.

—No tienes derecho a secuestrarme.

—Yo no te secuestre.

—¡Juro que los denunciaré si no me dejas ir! —Con todo esté estrés, mi voz es chillona. Es un nuevo descubrimiento.

Ojalá le haya lastimado los tímpanos.

—Sí, claro —ironiza. —Lo que digas.

Golpeo su cadera con todas mis fuerzas, pateo furiosa, pero no logro nada. Él me retiene sin esfuerzo, y luego me lanza sin ningún miramiento sobre la cama... de pronto, unos ojos verdes a dos centímetros de los míos impactantemente fríos y siento que me dará un paro cardíaco.

¡Oh, no!

Está molesto porque lo golpeé y ahora me va a matar.

Me tiemblan las piernas y se me ha acelerado la respiración, ¿qué quiere de mí? Además, de querer estrangularme claro.

Veo que se agarra la cabeza con una mueca.

El otro individuo nos mira con diversión.

—Terrence, puedes dejarnos solos —escucho a esa voz ronca y cálida que me da miedo abrazar todas mis terminaciones nerviosas.

—¡No! ¡No te atrevas a dejarme a solas con él! —en esté momento quizá los dos son de la misma clase, sin embargo, el de los ojos azules, Terrence es más simpático además, de que no me mira como si quisiera matarme. —Parece un animal salvaje a punto de devorar a su presa.

Lo miro y Terrence estalla en risa. El hombre de hielo me muestra una sonrisa maléfica y le dice algo al simpático en francés, quién me guiña un ojo y se va alejando lentamente.

¿Cómo? ¡¿Piensa dejarme sola con él?!

Sus ojos se hunden en los míos cuando al fin desaparece Terrence, después de mirarme una última vez.

—Lo siento —le murmuro, retrocediendo hasta el cabecero de la cama—. No sabía que eras tú, lo siento de verdad.

En verdad no lo hago, pero tengo miedo a su furia.

—Te aseguro que lo sentirás.

De repente, de un gesto rápido y casi brutal me agarra por las piernas derrumbándome en la cama y me arrastra a través del colchón para subirse encima de mí. Ejerce una presión sobre mis brazos para inmovilizarme completamente.

—¡Te lo advierto, ni se te ocurra ponerme una mano encima!

—Le voy a dar a esa boquita insolente que tienes una razón para gritar —él murmura con su voz neutra.

Me remuevo, tratando de estirar el brazo, es en vano. Su peso me hará papilla.

Se levanta con brusquedad y me acuesta sobre el vientre, mi pecho sube y baja en agitación, mete sus piernas entre las mías. Me agarra los pantalones cortos del pijama y me los quita de un tirón al igual que las bragas.

—No, para, por favor —suplico entre sollozos—. No me hagas daño.

Intento girarme para abofetearlo o arañarlo, pero él me lo impide.

—Esto es solo una corrección.

—¡Maldición! —le grito. —No sé quién mierda se ha creído para hacer eso, pero llega a tocarme y juro que te mato en la primera oportunidad que encuentre.

—Una maldición y una palabrota en la misma oración, chica mala —parece divertido por la situación. —Acabas de multiplicar tu castigo.

¿Qué quiere decir con eso?

No llego a procesar bien cuando sus palmas resuenan en mi piel, provocando un ruido sordo. Una pizca de inquietud viene a perturbarme. Grito de sorpresa por el dolor agudo. Él se balancea de nuevo y la golpea contra mi piel, el sonido haciendo eco en la habitación. Aprieto mis dientes, mordiendo la sábana. No voy a mentir, me duele y mucho. Pero lo tomo. No he sido azotada desde que era una niña. No me gustó en ese entonces... pero tal vez no sea tan malo ahora. No sé qué pensar. Los golpes se hacen más fuertes, la piel me empieza a quemar, a dolerme. Me estrella la palma contra la nalga izquierda. Dejo escapar otro grito involuntario, azota la derecha y la confusión me invade mientras los golpes son menos espaciados. Comienza a friccionar, golpearme, masajearme, acariciarme para mi espanto se me moja la entrepierna. ¡Estoy mojada!

—Sabía que eras una masoquista —afirma, orgulloso, dándome más nalgadas

¿Qué pasa con este hombre que me hace anhelar el dolor?

Me ha dado toda su oscuridad y perversión, y me he empapado como una esponja.

—¡Eres un bárbaro! ¡Un... un sádico! —siseo con furia—. ¡Haces esto por tu propio placer, no porque sea una masoquista! ¡Jamás te lo perdonaré, imbécil!

Me azota de nuevo y tengo que reprimir un gemido. Se balancea una y otra vez, hasta que las lágrimas corren por mi cara y tengo que presionar mi cara en el colchón para amortiguar mis gritos que salen sin control.

—Para, no te quería golpear a ti. Por favor, detente —el trasero me duele mucho, no sé si voy a poder sentarme después de esto, pero mi súplica viene al saber que puede descubrir que sus azotes me han mojado. No puede darse cuenta lo que provocó ahí abajo o me voy a morir de la vergüenza. —No te golpearé de nuevo, detente, por favor.

Él no me hace caso a mis ruegos y sigue azotándome.

—¡Lo siento! —exclamo, tratando de girarme y evitar que me siga azotando—. Lo siento.

Él debe de pensar que su castigo es suficiente porque se detiene y me voltea sobre mí misma, sus dedos se deslizan hacia el vértice de mis muslos, su respiración permanece uniforme, pero sus ojos arden de deseo como llamas de fuegos. Yo estoy congelada, en shock, pasmada. Me me ha azotado las nalgas, me pica un poco y esa sensación me ha gustado.

Estoy enferma. ¡¿Necesito ayuda?! ¿Qué clase de persona piensa en sexo en momentos así?

Él me roza los labios con los suyos.

—Lo siento —murmura sin expresión.

—¿Crees que con un "lo siento" me dejará de doler maldito, degenerado? —digo con rabia y avergonzada al mismo tiempo.

—No, pero odio a las personas que se disculpan a cada momento cuando en realidad no lo sienten —me comenta mientras me mantiene prisionera. —Además, por más que lo digas no va a cambiar nada y espero que hayas aprendido la lección. Y hazme un favor, nunca me pidas disculpas.

Su mirada cambia repentinamente y mi rabia aumenta. —Quítate, maldito animal.

Debería de darme una bofetada o dársela a él por tratarme así, pero no puedo, estoy demasiada noqueada por las reacciones de mi cuerpo ante él.

—Báñate, un jet privado nos espera en menos de una hora —dice levantándose.

—No iré a ninguna parte contigo —declaro enardecida.

—No te estoy preguntando.

No tengo tiempo para replicarlo antes de que él llegue a la puerta y salga.

Unos segundos más tarde, me dedico a cepillarme los dientes y luego me encuentro bajo la ducha, no dejo de pensar en el desconocido misterioso que me ha cautivado completamente. Algo se produjo en mí, sigo mojada, terriblemente mojada y necesitada. La corriente sigue circulando alrededor de mí. No conozco su nombre, sin embargo, eso no deja de provocarme.

Cuando estoy cerca de él tengo la impresión de estar iniciando una partida de ruleta rusa; me asusta, pero me excita.

Minutos después el agua caliente recorre mi piel, sobre mi rostro y cierro los ojos.

—No pienso ir a ninguna parte. No soy su esclava —murmuro para mí misma.

Sin embargo, una ardiente oleada me atraviesa al pensar en cómo me miraba, Dios, lo detesto.

Cierro el grifo y salgo de la ducha. Me envuelvo en una toalla, el de los ojos militar está sentado al borde de la cama, lleva puesto un traje del cual no me había dado cuenta cuando entró por primera vez hace unos minutos.

Sobre la cama reposa una bandeja de desayuno con huevos revueltos, tomates, pan y lonchas de beicon. En un jarroncito hay un lirio blanco. Me quedo en el marco de la puerta viéndolo.

—Ven aquí —da unas palmaditas en el edredón sobre el que está sentado.

A mí no me gusta que me den órdenes además, cualquier cosa para llevarle la contraria es gratificante y regocijante más a ver cómo su rostro se transforma por contradecirlo. Okay, no es muy buena idea provocar a tu secuestrador, pero sí es muy regocijante. Aún no le perdono por lo que me hizo, sí, soy muy vengativa y un poco tonta.

—Habrá consecuencias si desobedeces.

—Mira cuánto miedo tengo —aquello suena como si fuera la respuesta que él estaba esperando de mí.

Se acerca a mí, con las manos en los bolsillos del traje. Sin decir ni una palabra, mis dedos se aferran a la toalla por instinto. Intento retroceder, pero me agarra por el cuello y me inmoviliza contra la pared. Se inclina sobre mí, con la cara presionada contra la mía.

—¿Tengo que volver a pedirlo? —aprieta mi garganta, casi impidiendo que pase el aire.

Intento hablar, pero no puedo y niego con la cabeza. Bajo la mirada al suelo, conteniendo los brotes de insultos que siento que salen de mi garganta por esa mirada de victoria en sus ojos.

Me acerco a la cama. Echando pestes y maldiciones a sus ancestros, por haberlo encontrado en el club, mi secuestro, a todos los hombres, en general a los creídos que se creen dioses y particularmente a él.

Me siento con un bufido y termino soltando un gemido de dolor.

—Mañana te sentirás mejor —comenta él con aire desenfadado. —Aunque no podrás sentarte normalmente hasta pasado.

—¿Y por qué eres tan experto? —le espeto. —¿Azotas a la gente con frecuencia?

—Bueno, sí —replica, inmutable ante mi actitud.

—Demente.

—Come —ordena.

—Deja de darme órdenes —jadeo enojada.

—Entonces, deja de mirarme con ojos de niña asustada que espera instrucciones.

—¡Entonces, no debiste secuestrarme!

—Cuida esa boca y como me hablas —amenaza.

Me quedo mirándolo con cara de pocos amigos, mordisqueando un pedazo de pan mientras mi mente divaga, ¿cómo haré para saber de David?

Él no parece alguien que quiere hablar, además, no quiero enfadarlo de nuevo. Debo usar mi fuerza para salir de aquí, no para provocaciones sin sentido que me gustan. En algún momento tendremos que salir del hotel y puedo aprovechar para correr y pedir ayuda. Tomo un sorbo de café y mastico lentamente un trozo de pan, exhala al ver los movimientos de mis labios, yo lo excito. Miro el tenedor, luego a él, lo aprieto entre mis dedos y quiero clavárselo en los ojos. Él me ofrece una sonrisa, con solo la mirada me desafía a hacerlo y me dice las consecuencias horribles que me producirá esa acción.

—Hazlo y te romperé la muñeca antes de que pueda llegar a tu objetivo.

Relajo la mano y decido ignorarlo, escondiéndome en mi mente.

—¿Qué estás pensando? —pregunta.

—¿Por qué estoy aquí? —su mirada no pierde la concentración en mis labios.

—Porque quiero que lo estés.

—¿Por qué querrías eso?

—Porque estoy aburrido y te quiero conmigo.

—Tu diversión es extraña y perversa.

—Tu mente es extraña, pervertida y perversa, y no te estoy juzgando.

Ese hombre puede llegar a ser exasperante.

—¿Qué le hiciste a David?

Él se tensa, claramente irritado por mi pregunta.

—No le hice nada. Olvídate de él, ahora eres mía.

—No soy tuya ni de nadie. ¡No soy un maldito objeto!

Aprieta la mandíbula, de pie ante mí y la irritación le arde en los ojos. Pienso que me dará una bofetada, pero al parecer se contiene porque sus fosas nasales se están dilatando al ritmo de su respiración.

—Vístete porque nos vamos —me señala un vestido blanco sobre la cama. Asiento con la cabeza, tomo la ropa y me encierro en el baño.

Quizás debí haberme resistido un poco más antes de aceptar cambiarme, sí llega a sospechar todo estará arruinado porque seguramente me va a drogar de nuevo sin pensar. Necesito unos minutos para un plan B.

Él llama a la puerta del cuarto de baño.

—Si no sales ahora te sacaré yo mismo —dice y puedo notar la amenaza en su voz.

Abro la puerta. Los dos permanecemos en silencio mientras me mira las piernas, le cojo la mano, lo mira desconfiado antes de soltarla y alejarse. Luego lo sigo fuera de la habitación.

Cuando nos subimos en el ascensor se dispone a cerrarse cuando escuchamos: —Por favor, detenga el ascensor.

Él gruñe, puedo verlo estirar su mano para presionar el botón y hace que las puertas vuelvan a abrirse. Una pelirroja le sonríe al entrar.

Empezamos a bajar, nos miramos el uno al otro, uno de él tiene una advertencia y me dicen que no cometa ninguna locura. Terrence me sonríe apenas me aparece una mueca de cortesía en los labios.

El ascensor se detiene y empieza a vaciarse. Aprovecho que la pelirroja le sonríe con una expresión coqueta al desgraciado de los ojos militar de mi secuestrador mientras doy un paso adelante y corro hacia la puerta abierta, pero como si él lo hubiera previsto o tal vez fue por intuición me agarra por las caderas regresándome adentro.

Comienzo a gritar pidiendo ayuda. —¡Ayuda, por favor! Me quieren secuestrar.

—No te preocupes señorita —explica él a la mujer que me ve con preocupación. —Es uno de sus ataques. Tiene problemas psicológicos, para ser más exacto mi novia es bipolar... —saca su teléfono y le enseña algo a la mujer. No sé qué es, pero por la forma que lo ve la mujer debe ser una mentira creíble. —... y cuando comienza a delirar suele inventar historias. Es hora de irnos para que pueda tomar sus medicamentos. Que tenga un buen día y disculpa por ese mal rato.

La muy estúpida le termina por creer cuando él le guiña un ojo. Seducida por la apariencia de mi captor ella se va y las puertas del ascensor vuelven a cerrar.

—Una estupidez más y te enterarás de lo que es bueno para ti —me advierte como si no lo supiera.

Y me suelta bruscamente.

Ojalá la estúpida se rompa la pierna bajando las escaleras por haberle creído a él en vez de a mí.

—¿Qué fue lo que le enseñaste?

—Un documento que afirma tu enfermedad y una foto mía y tuya.

Mis ojos se abren grandes por la sorpresa.

¿Lo tenía todo planeado?, alteró una foto mía e incluso me ha declarado como alguien inestable.

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