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Thais

Llegamos al restaurante en taxi. Está cerrado el día de hoy, ¡excepto para nosotros! Aang parece ser el señor todopoderoso, le hace una seña con la cabeza al guardia quien visiblemente nos espera.

Atravesamos el vestíbulo en silencio interrumpido únicamente por los ruidos de los tacones de Anjoly y las mías.

La decoración del lugar es minimalista. Nos instalamos en una mesa para tres que ha sido puesta en medio de una sala reservada.

La imagen de la salsa roja emborrada en carne adornada elegantemente y rodeada de verduras brillosas es casi erótica y abre mi apetito de una vez.

Hasta ahora nuestras conversaciones han estado perfecta con un tono habitual. Anjoly bromea ligeramente haciendo mil preguntas, sin dificultad ni complicaciones le respondo. Pero cuido la retaguardia pues no sé si sabe o no que Aang me secuestró y no quiero que un desliz arruine mis planes.

La comida llega a su fin, las bromas dejan de pasar de un lado a otro de la mesa.

Anjoly me da un beso en cada mejilla antes de abrazarme, lo cual me deja desconcertada.

—Sé que llegaste justo cuando besé a Aang y me sorprende que aún así me sigas tratando tan bien —me susurra en mi oído. —Gracias por la comida y cuida de Aang por mí.

Este último comentario me deja perpleja. A continuación se separa, le da un beso a Aang en la mejilla antes de abrazarlo. Le susurra algo, pasando sus manos en su espeso y sedoso cabello negro.

—Buen viaje —comenta antes de retroceder.

—Gracias.

Anjoly se despide con la mano antes de subir a la parte trasera de su limusina. El chofer se aleja sumergiéndose en el tráfico de Londres. Estoy agotada y sé que me voy a dormir en el avión de regreso a Francia.

A la entrada en The Dorchester donde nos hospedamos, llegamos por nuestras cosas, ya no sé porque siento esa nueva sensación en mi cuerpo es como si ese viaje hubiera reforzado algo entre los dos. Existe una conexión. Aang saca la llave magnética que abre nuestra habitación. Le sonrío.

El viaje de regreso a Francia en jet es como lo había previsto. Me la paso dormida encima de Aang la mayor parte del vuelo, cuando quiso levantarse la falta de su calor me despertó. Intentó hacerme dormir de nuevo, pero ya no tengo sueño y desde aquel momento lo observo en silencio hasta ahora.

Se encuentra encerrado en un silencio absoluto, por alguna razón que se niega a compartir conmigo. Me hundo en un libro para ocupar mi mente, para ignorar el hecho de que vuelve a ser un hombre frío, distante y callado. Mejor dicho como una pared, de reojo me doy cuenta que me mira con una expresión glacial.

De regreso a casa se encierra en la biblioteca. Anton me brinda una sonrisa cálida de bienvenida antes de subir las escaleras y encerrarme también en mi habitación.

Después de una hora reúno el valor e intento romper el hielo. Salgo de la habitación y veo a Aang subiendo la escalera con una carpeta en la mano. Lo sigo pensando en que irá a su habitación, pero él entra en la puerta de al lado. Frunzo el ceño intrigada. Me acerco a la puerta entreabierta, fascinada lo observo abrir una caja fuerte, entra los documentos, luego lo vuelve a cerrar.

Aterrorizada abandono precipitadamente el lugar para esconderme atrás de una columna de la casa.

Con el corazón desbocado, me quedo en mi escondite unos largos minutos hasta que ya no escucho sus pasos. Mientras me dirijo de nuevo a la habitación observo que no hay nadie en el pasillo.

Tomo la perilla y la giro; esta es su oficina privada. Tiene un escritorio, sillas y una docena de archivos apilados. Maquinalmente entro y cierro la puerta a mi espalda.

Me acerco hasta la caja y marco los números que lo vi hacer antes.

¡No puedo creer que haya puesto la fecha en la cual nos conocimos!

Dentro de la caja fuerte hay dinero, carpetas y pasaportes. Tomo el primer pasaporte y descubro que es de él, al revisar la segunda sorprendida descubro mi rostro en ella, ¿cómo? ¿Y cuándo lo consiguió?

En el instante mi mirada se fija en otro detalle; una carpeta en el escritorio lleva mi nombre. Sin pensarlo dejo todo lo de la caja en su lugar, cerrándola de nuevo. Sé que esa información me servirá en el futuro. Pero ahora mi curiosidad respecto a la carpeta con mi nombre es grande. Lo tomo con una mano temblorosa, abro el fólder acartonado. En el interior se encuentran unas fotografías y comienzo a examinarlas. Son tomadas infraganti, yo en la facultad, yo saliendo de mi departamento con Verónica, con David. Una molestia familiar invade mi cuerpo y todo en mí se estremece. Continúo viendo las imágenes en donde aparecen Ian, Carla e incluso el repartidor de pizzas que intentó coquetear conmigo antes de mi secuestro.

Me siento a punto de flaquear, pero abandono la carpeta para tomar otra que es de una clínica, ¡oh por Dios! ¿Cuándo pasó eso? Son unos papeles que aseguran que estoy limpia y no tengo ningún ETS. Sin embargo, lo que más me deja impactada es que me haya implantado un anticonceptivo en mi brazo.

Automáticamente llevo mi mano al lugar, debería estar horrorizado de pensar que me hizo eso, pero me siento aliviada de que no me haya dejado embarazada. Su decisión fue egoísta. Está claro que lo hizo solamente para hacerlo conmigo sin protección, pero ahora mismo se lo agradezco mucho.

Su decisión ha sido más sensata que la mía. Cuando lo tengo dentro no tengo ningún pensamiento lógico y eso en el futuro traería consecuencias si él no hubiera hecho lo que hizo.

Conmocionada, molesta, aterrorizada regreso los documentos a su lugar y pongo el fólder ahí donde lo encontré. Salgo de su oficina cuidando de que todo esté como estaba y me encuentro de nuevo en el pasillo. Me quedo un momento tratando de tranquilizarme para que Aang no sospeche nada y después bajo al comedor.

Me siento frente a él en la mesa del comedor. Toma un sorbo de vino y después empieza a comer. No entra en conversación conmigo, yo tampoco lo hago, mientras como observo sus movimientos, me gusta verlo cuando él no se da cuenta. Ser cautiva durante más de un mes no es suficiente para averiguar todo sobre él, pero si he descubierto cosas que nadie más sabe de él, incluso puedo decir que lo comprendo.

Sigue comiendo con modales impecables.

Guardamos un silencio incómodo, pero necesario mientras terminamos de cenar. Hoy es uno de esos días en el cual no tiene ánimo comunicativo. En parte se lo agradezco mentalmente porque no quiero responder de mal manera y se dará cuenta que hurgue en sus cosas. Si hay algo que odio más después de la mentira es que toquen sus cosas.

—He terminado —dejo la servilleta en la mesa y me levanto. —Voy a dar un paseo.

—Siéntate —no levanta la voz, pero sus ojos oscuros demuestran el poder que irradia su orden. —Aún no he terminado.

Por mucho que me importe eso.

Quiero quedarme ahí de pie desafiante o simplemente dar la vuelta e irme, pero eso solo traerá consecuencias.

Es posible que sea una digna oponente, pero él no es menos y debo pensar bien mis acciones cuando se trata de él además, no soy una chiquilla de cinco años para estar haciendo berrinches todo el tiempo.

Tomo asiento y le dedico la mirada más fría posible, uno lleno de odio y deseo. Lo odio por tenerme como su prisionera, por hacerme desear cosas que me hace sentir una enferma, pero no puedo negar que adoro como me toma con tanta pasión y deseo como si no existiera nadie más en el mundo que pudiera despertar ese instinto salvaje en él. Como si todo de mí le perteneciera, como si nuestros cuerpos hubieran sido creado el uno para el otro.

—¿Un último paseo antes de ir a dormir? —propone Aang, tendiéndome la mano una vez que ha terminado. —Es para recompensar mi humor de está tarde.

Me sorprendo por su actitud, pero en fin sea lo que sea no me resisto a la perspectiva de un paseo bajo el claro de la luna, con el viento parisino acariciándome el rostro para despejar la mente y con él tomado de la mano lo hace aún más emocionante.

Salimos de la casa. Deambulamos por los viñedos y empieza a contarme la historia de como surgió todo. Intento concentrarme en lo que dice, pero mi mirada se desvía hacia sus labios. Se agacha ligeramente para mostrarme una vid y toma una uva introduciéndolo en mi boca, sin dejar de tocarme los labios. De repente, el potente cuerpo musculoso de Aang se encuentra pegado contra el mío, mi nuca está aprisionada entre sus manos.

Busco exaltada su boca, el sabor del vino en sus labios me sube a la cabeza, siento la necesidad y las ganas de devorarlo. Es como si no pudiera evitarlo, como una adicción demasiado fuerte. Su lengua busca la mía y la invito a una danza lenta y sensual. Me pierdo cada vez que me besa.

Le quito la camisa negra para acariciarle los músculos de su pecho y lo recorro con el dedo. Deslizo mi mano por su espalda y lo acaricio suavemente los glúteos. Saboreo su redondez y su dureza.

Desliza sus manos bajo mi vestido, tomando mis senos. Sin poder más tira su camisa al suelo y me recuesta en ella.

Sus dedos rozan mis bragas. Me siento húmeda, olvido todo lo que me rodea.

Sus dedos separan mis bragas y van acariciando mi sexo lleno de deseo, tomando su tiempo sobre mi clítoris antes de penetrarme con una facilidad, sin dejar de mirarme.

Contengo la respiración cuando mi sexo se contrae contra sus dedos. Justo en ese instante su teléfono celular comienza a sonar. Los destellos de placer van creciendo en mi interior, empujo mis caderas hacia él, el vigor de sus dedos que van y vienen dentro de mí me están volviendo loca. Levanto los ojos al cielo cuando el molesto sonido vuelve, Aang empuja sus dedos tan profundo que empiezo a gritar como una gata en celo.

Me retuerzo bajo su dominante contacto. Sacudo las caderas contra el suelo, gritando más fuerte, a punto de llegar al orgasmo, y de repente, retira sus dedos y se pone de pie.

—Aang... —le ruego, mirándolo a los ojos al verlo sacar el móvil de su bolsillo.

—¿Sí? —su mirada está clavada en su móvil.

—Estoy a punto de...

—Nos vemos en tu habitación en media hora.

Me lanza un guiño malicioso, levanta los hombros y se da la vuelta, dejándome ahí sola. Yo estoy en un estado de shock, acongojada. Su frialdad me deja helada, humillada, me entran ganas de llorar.

«Nos vemos en tu habitación en media hora». Qué siga esperando, no pienso volver a esa casa hasta dentro de una hora. Si lo que quiere es una chica buena y dócil que lo siga buscando en otra parte.

Ahora es fácil decirlo, pero cuando estás frente a él y lo tienes entre las piernas no piensas así. Me recuerda mi consciencia.

Me levanto deslizando la palma de mis manos en el vestido y comienzo a caminar adentrándome en la oscuridad.

Siento unos pasos detrás de mí, me doy cuenta que no es buena idea estar aquí sola, desvío por una de las viñas para regresar a casa. Comienzo a correr al sentir unas pisadas más cerca, pero unos brazos me atrapan.

Los brazos me rodean por la espalda y me aprieta tan fuerte que no puedo respirar durante unos minutos. En el momento en el que voy a soltar un grito, intento controlarme el guardaespaldas de Lou, Carl me dice.

—No se preocupe, señorita Thais no le voy a hacer daño solo le voy a enseñar algo.

¡Seguro que sí!

Un terror indescriptible se instala en mi pecho. Quito su mano de mi boca. Tengo los brazos totalmente atrapados y no puedo enfrentarme a él. Me levanta y yo empiezo a dar patadas hacia atrás.

Sin importar mis esfuerzos me lleva de vuelta hacia la casa. Mis niveles de alerta se relajan. Pienso y pienso cómo hacer para que me suelte, pero él lo hace apenas llegamos a la puerta de la entrada. No permite que entre sólo lo deja entreabierta, oigo las voces de Aang y Lou en la sala. Carl pega su cuerpo al mío y me cubre la boca. Sin saber muy bien por qué, no le quito la mano. Miro por la abertura de la puerta y mis ojos se abren grandes, me quedo sin habla al ver a Aang besando a Lou. Cierro los ojos, no quiero ver aquello.

Tengo ganas de llorar.

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