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40

Pasado

Elliot

Me su­enan los oídos mientras abro los oj­os mis ojos lentamente en medio de una negrura densa y sofocante que obstruye mi vista y mi respiración.

Lo pri­me­ro que veo es una mujer hermosa. Su cabello cae en cascadas a ambos lados de su rostro, los mechones negros camuflan su exp­re­si­ón. La diosa del Olimpo que vi­no a vi­si­tar­me en mis últimos momentos... solo, fueron esos mis últimos momentos, ¿no?

Thalia tiene una belleza etérea, sí, pero bajo esa máscara de guerrera griega sé qué hay ternura y un gran corazón. Lo que la hace ser aún más bella, por eso la miro, cuando cree que nadie la ve es cuando más ella es y es cuando es más hermosa.

En ese mo­men­to en el que pen­sé que to­do iba a terminar, lo que pen­sé no fue en mi mi­si­ón o en las per­so­nas cuyos corazones no podía arrancar con mis pro­pi­as ma­nos ni que no volvería a GAMMA con Escorpión en prisión. Lo úni­co que me vi­no a la men­te fue es­ta her­mo­sa mu­j­er ar­di­en­te y fuerte que fi­nal­men­te se es­ta­ba ab­ri­en­do con­mi­go, o tal vez me di­je a mí mis­mo que el­la se estaba abriendo cuando no le importó que forzara su casa para entrar ni le molesta que yo durmiera en su cama. Solo pensé en cómo se iba a cerrar de nuevo y que las personas e su círculo íntimo —que son poco—, se iban a reducir más. Y eso no me gus­tó.

No me gus­ta eso. No me gusta para nada.

El­la es­ta­ría so­la en el mun­do sin mí, sin na­die a quien agar­rar­se salvo sus misiones. En el fon­do, prometí ­que la voy a proteger. Y hice ese voto diciendo que el­la será con la única persona con quien haré una ex­cep­ci­ón. La persona que será mía, mía de verdad.

Se ne­ce­si­ta una ener­gía sobrehumana pa­ra mo­ver mi bra­zo.

Mi ma­no agar­ra sus mec­ho­nes y los to­mo ent­re mis de­dos, aca­ri­ci­an­do el ca­bel­lo. Thalia le­van­ta la cabeza y me mi­ra con esos oj­os azu­les que nun­ca olvidaré, esos oj­os que a ve­ces me vi­si­tan mi­ent­ras duer­mo y me ob­li­ga­n a des­per­tar­me con un su­dor frío.

Sus la­bi­os se ab­ren, y pron­to, me mi­ra con esa expresión miserable. Lu­ego, len­ta­men­te, demasiado lento, ab­re la bo­ca y me son­ríe co­mo si me vi­era por pri­me­ra vez.

Supongo que es­te es el ti­po de re­ac­ci­ón que qu­ería cu­an­do vol­vi­era.

Ella quería que me alejara de su vida. Aho­ra es­tá son­ri­en­do por­que me des­per­té. Esta mu­j­er es una pa­ra­do­ja.

―Estás des­pi­er­to.

Asiento y el simp­le movimiento me re­ti­ene. El do­lor explota en mi pec­ho y se extiende por to­do mi cuerpo. No creía que dolería tanto.

―¿Cómo te si­en­tes? ¿Debería llamar al médico?— pregunta con preocupación.

―No, estoy bien ―di­go con una voz tan ron­ca que du­do que ha­ya es­cuc­ha­do la pa­lab­ra. ―Sob­re­vi­vi­ré.

―¡Nunca, y qu­i­ero de­cir nun­ca, vu­el­vas a ha­cer eso! ¿Me entiendes? ―las emo­ci­ones en­cont­ra­das son evi­den­tes en su voz: ali­vio, de­ses­pe­ra­ci­ón, pe­ro sob­re to­do, pa­re­ce es­tar al bor­de del co­lap­so.

―¿Hacer qué?

―¿Por qué diablos corriste fren­te a mí de esa manera?

―Porque ibas a recibir la bala.

―Ese es mi de­ber co­mo par­te del programa.

―No es tu de­ber que te ma­ten.

―Y tam­po­co es tu de­ber. ¿Des­de cu­án­do te importa un carajo ser un escudo humano para alguien?

―No lo ha­go. La úni­ca per­so­na que me ha im­por­ta­do eres tú. Así que, no me importa ser tu escudo humano.

Sus la­bi­os se ab­ren y es­pe­ro que di­ga al­go, que me res­pon­da co­mo de costumbre, pe­ro con­ti­núa secándome el pecho . Su expresión es so­lem­ne y puedo ver las lágrimas que se acu­mu­lan en sus oj­os.

―Creí que te ha­bí­as ido ―su ma­no con­ti­núa limpiando mis bra­zos, mis ma­nos e inc­lu­so mis bíceps. Si bi­en su to­que es su­ave, la exp­re­si­ón de su rost­ro es to­do lo cont­ra­rio. ―Pen­sé que te ha­bía perdido y que nun­ca vol­ve­rí­as. Me has dado un susto de muerte.

―¿De ver­dad pen­sas­te que se­ría tan fá­cil pa­ra mí irme? ¿Qué ibas a deshacerte de mí tan fácilmente? Des­pu­és de to­do, to­da­vía no te he tenido suficiente de ti. Oficialmente, no te he probado por completo.

―Cállate, idi­ota.

―Veo que tu len­gua no ha cam­bi­ado, ni siquiera si es­toy he­ri­do.

―¡Deja de bro­me­ar! ―le ti­emb­la la bar­bil­la. ―No tienes idea de lo que he pa­sa­do. Anoc­he tu­vis­te fiebre y no pu­de pe­gar un ojo evi­tan­do que te subiera la tem­pe­ra­tu­ra. Creo perderte en cualquier momento.

―Lo si­en­to.

Se lim­pia la ca­ra con el dor­so de las ma­nos. ―No lo hagas. Solo concéntrate en me­j­orar y te perdonaré.

Permanecemos en si­len­cio por un mo­men­to mientras be­bo su pre­sen­cia. ¿Qu­i­én iba a ima­gi­nar que te­ner­la a mi la­do de es­ta ma­ne­ra se sen­ti­ría tan gra­ti­fi­can­te?

Thalia con­ti­núa lim­pi­an­do mi pi­el mi­ent­ras me mira.

―Tengo do­lor ―murmuro serio.

Su ca­be­za se le­van­ta de su ta­rea y re­vi­sa mi he­ri­da, lu­ego mi ca­ra. ―¿Qué? ¿Qué es? ¿Hay al­go que pueda hacer?

Extiendo mi bra­zo sob­re mi la­do no le­si­ona­do y lo se­ña­lo con la ca­be­za.

―Ven aquí.

―No. Es­tás he­ri­do.

―Ven aquí, Thalia.

―¿Por qué?

―Porque te qu­i­ero cer­ca.

―¿Por qué me qu­i­eres cer­ca? ―su voz es pe­qu­eña, co­mo si no su­pi­era có­mo ha­cer esa pre­gun­ta.

―Porque en el mo­men­to en que pen­sé que era el final, eso es lo úni­co que qu­ería: estar cerca de ti.

No su­el­ta el pa­ño hú­me­do mi­ent­ras se su­be lentamente mi cos­ta­do, tra­tan­do con cu­ida­do de no al­te­rar mi he­ri­da. Su ca­be­za des­can­sa sob­re mi bíceps mi­ra mi ca­ra con su ma­no al­re­de­dor de mi ab­do­men.

Por un mo­men­to, me mi­ra fi­j­amen­te y yo le de­vu­el­vo la mi­ra­da. Las lág­ri­mas rom­pen las ca­pas de su maquillaje , y to­da­vía ti­ene el ves­ti­do de ayer.

Re­al­men­te no tu­vo ti­em­po de de­j­ar­me si lle­va ro­pa de anoc­he.

―¿Me has es­ta­do to­can­do inapropiadamente? ¿Quieres aprovecharte de mí mientras estoy herido? ―bro­meo. —¿No quieres tocar más abajo para ver si aún funciona?

Sus me­j­il­las ad­qu­i­eren un to­no ro­jo, pe­ro se mantiene firme. ―Deja de ser un idiota y concéntrate en recuperarte, rubito.

―Te dije que tengo dolor y si me montas se pasará ―le recuerdo, apretando su cuerpo contra el mío.

―Estás de­ses­pe­ra­do, no dolorido.

―¿Por querer te­ner se­xo con­ti­go? To­ma­ré esa insignia con honor; porque me muero por verte encima de mí y montar mi pene como una amazona.

―¿Por qué tienes que ser así de des­ca­ra­do en to­do?

―¿Me vas a montar o no?

Ella me mi­ra fi­j­amen­te por un mo­men­to, lu­ego suspira.

―No, estás herido.

―Por eso mismo debes cabalgarme tú. Sé buena conmigo y móntame.

Rozo mis la­bi­os sob­re su fren­te co­mo una for­ma de res­pu­es­ta. Cuando de pronto se detiene en seco.

―Siempre supiste quien era el Escorpión —se aparta de mí como si mi tacto le quemara. ―Lo estás protegiendo, que idiota.

―No sé de lo que me hablas ―digo lo más relajado posible.

—He caído en una trampa de nuevo, pero esa debe ser psicológica —está vez saca una pistola que parece haber tenido guardada en los muslos y me apunta. ―Por eso Aang me trajo aquí...

―¿Thalia de qué hablas?

―¿Se conocen? ¿Ustedes son amigos? ―me pregunta señalando una foto.

No me molesto en dar la vuelta para ver la foto, ya que sólo tengo fotos de amigos y conocidos. ―Sí, todos los de la foto son amigos y compañeros.

Intento levantarme, pero ella niega con la cabeza. ―Eres un maldito.

Sale corriendo hacia la puerta antes de poder preguntar de que diablos habla.

Me volteo y veo una foto de Theodore, Aang y yo juntos en la escuela de guardaespaldas. Me levanto rápidamente para vestirme y salir corriendo detrás de ella mientras le grito que no es verdad. Que no sé de lo que está hablando.

Pero no la alcanzo.

Thais

—маленький цветок.

Unas manos tiernas me acarician el hombro y el perfume a miel se filtra por mis fosas nasales mientras escucho una voz familiar.

El olor es agradable. Como el verano y el olor a hogar.

Mis ojos se abren lentamente y, por un momento, creo ver un ángel con su halo blanco y su tacto suave. Pero no es un ángel cualquiera. Es mi ángel, hecho especialmente para mí para que los otros niños no puedan verla.

Mi hermana.

Mis labios se estiran en una sonrisa, pero por primera vez desde que se convirtió en mi ángel, ella no me devuelve la sonrisa. Sus cejas se fruncen sobre los ojos oscurecidos y sus pálidos labios se afinan en una línea.

―Tenemos que irnos, Thais —susurra en ruso.

―Pero es de noche. Dijiste que no podía salir contigo porque es peligroso que nos vean juntas.

―Sí, pero esta vez no hay peligro ―me acaricia el cabello largo detrás de la oreja. ―Sígueme.

Su ropa no está como siempre porque no lleva uno de sus hermosos vestidos o faldas. Esta vez lleva un pantalón negro y una chaqueta. Incluso tiene un arma.

―¿A dónde vamos?

―No hace falta que lo sepas ―mete parte de mi ropa en una bolsa que ha traído. ―Arriba, Thais.

―¿Thali...? ―pregunto, con la voz asustada al escuchar sonidos raros por todo el lugar.

Arrebata el abrigo de atrás de la puerta de mi habitación y me obliga a ponérmelo, luego me agarra y me sujeta.

Es la primera vez que no es suave y acogedora. Es como si se volviera igual que la mujer que me cuida. No es divertido aquí pasó todo el día encerrada y apenas puedo ver a mi hermana. Emaline me vigila porque Thalia lo quiere. Ella no me gusta, me azota cada vez que hago algo mal, dice que tengo una maldición y por eso todas las personas que quiero se van de mi lado o se mueren. La odio.

Los libros han sido mi único escape desde que papá se fue y Thalia me dejó aquí.

Creo que tiene razón tal vez debí morir en lugar de papá así Thalia no estaría tan alejada de mí por culpa de mi maldición.

―Thalia... tengo miedo.

―No lo tengas, cariño. Todo va a estar bien. Yo estoy contigo.

―¿De verdad? ¿Estás conmigo?

―De verdad. Solo vamos a dar un pequeño paseo, ¿no te gusta la idea?

―Tengo mucho sueño, pero sí, quiero estar contigo.

Cualquier lugar es mejor que estar aquí.

―Puedes dormir en el coche. Así que no te preocupes.

―¿Volveremos por la mañana?

―No, te quedarás conmigo ―su respuesta me gusta.

Después de meter los pies en unos zapatos calentitos, Thalia me pone la mochila y me toma de la mano.

―Nunca me dejes ir, Thais. ¿De acuerdo?

―De acuerdo.

Sale de mi habitación y me pone una mano en la cabeza.

Nuestra casa está en una colina y tiene tanta agua alrededor que las olas golpean las rocas todo el tiempo.

Caminamos durante mucho tiempo por pasillos por los que nunca he pasado, porque todavía soy una niña pequeña y a Emaline no le gusta que pase por ahí.

―¡Deprisa, Thais! ―me hace correr hacia delante, con sus uñas rojas clavadas en mi muñeca y su expresión es pálida bajo la suave luz que llega de la calle.

Su mirada se desvía hacia los lados, luego se precipita hacia su Jeep y me hace subir al asiento del copiloto

―Abróchate el cinturón de seguridad.

Antes de que pueda volver a preguntar, se apresura a ir al lado del conductor y se sube. Los neumáticos chirrían y el auto corre en dirección a la salida.

Mis manos son inestables cuando me pongo el cinturón de seguridad. Thalia no se preocupa por el suyo mientras conduce por la calle vacía a una velocidad que me hace retroceder físicamente y me roba el aliento.

Me aferro al asiento con las dos manos mientras estudio mi entorno. Está oscuro, salvo por un semáforo de vez en cuando. No hay más personas ni vehículos a la vista. Levanto la cabeza y veo "1:25 a.m." en rojo neón en el tablero enfrente de Thalia, que sigue pisando el acelerador con más fuerza cada segundo que pasa mientras intenta contactarse con alguien.

―Sacha, maldita sea ―maldice. ―¡Contesta el maldito teléfono!

Siempre ha sido una conductora cuidadosa. Y sin embargo, es la primera vez que veo sus nudillos blancos y temblorosos sobre el volante.

―¿Thali? ¿A dónde vamos?

Su cabeza se inclina en mi dirección y tiene una expresión extraña, como si acabara de darse cuenta de que estoy aquí. Luego vuelve a centrarse en la carretera.

―A Rusia ―se interrumpe mientras mira el espejo retrovisor y luego golpea el volante, maldiciendo en ruso. Palabras malas.

Miro detrás de mí y encuentro varios autos pisándonos los talones.

Acelera cuando se escuchan fuertes golpes detrás de nosotros.

Pum. Pum. Pum.

Me estremezco en mi posición y Thalia, mira hacia la carretera mientras habla con el hombre malo del teléfono.

―Confié en ti Gian, se supone que éramos compañeros, ¿cómo puedes hacerme esto? Dejaste que me secuestraran y me hiciste pensar que quizás estabas muerto. Siempre has sabido la verdad sobre Elliot y querías que ambos nos mataramos entre los dos. Haré que te pudras en la cárcel al igual que tu jefe.

No espera una respuesta e intenta comunicarse de nuevo con Sacha al no poder hacerlo lanza el teléfono por la ventanilla, saca otro en el bolsillo y pisa el acelerador.

Los estallidos se acercan, como en las películas que veía a escondidas de Emaline.

Thalia se pasa la mano por el cuello. ―Agárrate fuerte y no te sueltes, Thais.

―Bien.

Toma una curva a gran velocidad y me golpeo contra la puerta, lastimándome el costado. Mi agarre se aprieta en el cinturón de seguridad.

Cuando el celular de Thalia suena de nuevo.

—¿Me estás siguiendo?... Lo siento, tenías razón, rubito... tienes que salvar a Thais, Gian me ha traicionado y he perdido todo contacto con Sacha... El huevo... la información de Escorpión... está en él —dice.

Aprieta el volante y lleva la vista un segundo al celular con tristeza. Esta vez se dirige a mí. —Thais tienes que darle el huevo Laine, no confíes en nadie más, ¿entiendes?

Asiento. —Sí.

Ella vuelve a dirigirse al teléfono. —Rubito, eres lo mejor que me ha pasado en toda la vida.

Un golpe en el lateral del coche hace que ella pierda el control.

Pisa el freno con todas sus fuerzas, me duelen varias partes del cuerpo. Por instinto llevo ambas manos a la barriga. El dolor aumenta y grito en alto. Comienzo a hiperventilar descontroladamente. Otro pinchazo vuelve al rato más intenso que el anterior.

―¡Ayuda! ―pido auxilio al ver que no soy capaz de desenganchar el cinturón ni abrir la puerta para salir.

Thalia está inconsciente, la veo borrosa. Sangre, mucha sangre me tapa la vista. Es por mi culpa, es culpa de mi maldición.

―¡No, no, no! ―grito sintiéndome impotente.

Las lágrimas caen por mis mejillas y escucho como varias personas se acercan para ayudarnos a salir. Un hombre corpulento rodea el coche, no lo veo bien, pero abre la puerta del copiloto. Saca una navaja multiusos y rompe la tela del cinturón sin dudarlo. Tira de mí arrastrándome y me sujeta antes de que caiga contra el suelo. La cabeza me davueltas. Me doblo al notar de nuevo como una especie de látigo me parte en dos la cabeza.

Escucho la sirena de una ambulancia a lo lejos. La vista se me nubla y siento como mi cuerpo pierde fuerza dejándose llevar solo logro ver unos mechones dorados.

―Estarás bien.

¿Se puede alcanzar el sol sin quemarse?

Abro los ojos y el dolor sigue ahí. Creí que iba a morir. Nunca pensé que no iba a ver nada al despertar.

Estoy siendo trasladada por lo que creo que son los pasillos de un hospital. Me retuerzo encima de la camilla y grito.

―Accidente de tráfico, pierde y recupera el conocimiento por momentos, presenta síntomas de desorientación. No hay traumatismo torácico... ―informa un chico a alguien, el sonido de su voz me congela la respiración.

Percibo a alguien correr el pelo para despejar mi cara, y se bien que me está viendo directamente con atención, lo que me lleva a estar demasiado consciente de mi misma. Sin embargo solo habla en susurro, esa voz, la del hombre que me rodeó con sus brazos antes de desmayarme, me reconfortó de varias maneras. Con solo oírlo supe que no debía tener miedo de él.

Y ahora no he querido que escuche su voz por mucho rato desde que desperté, me desconcierta que aun así siento su presencia envolverme, tanto que resulta como si lo estuviese tocando con mis propias manos. Me sorprende el fuerte deseo de oírlo hablar.

―Métela en mi quirófano lo antes posible ―le dice la voz de una mujer.

―¿Por qué no puedo ver?

El pánico me invade

―Shh, tranquila ―me dice con un tono de voz suave. ―No te preocupes intentaré hacer todo lo posible. ¿Cómo te llamas?

Asiento sin creerme demasiado sus palabras y le digo a duras penas mi nombre con un solo pensamiento.

Yo debí morir. Yo debí haber muerto.

No merezco respirar cuando lo único que hago es causar la muerte.

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