39
Thais
Me estiro lánguidamente, fabulosamente feliz por el momento que acabamos de vivir y triste a la vez. Saboreo la sensación de su piel contra la mía, en contra de mi voluntad, Aang me importa más de lo que yo quiero y eso me molesta.
Él se aplica contra mí, en mi espalda y me rodea con sus brazos.
Puedo ver por su respiración que la noche aún no termina aquí. Baja la mano y pasa un dedo entre mis pliegues. Siento una electricidad que corre por mis venas con esa caricia, lanza escalofríos deliciosos entre mis piernas donde la húmedad surge de la nada.
―Estás mojada. ¿Es por mí? ¿Me deseas tanto como yo a ti, Thais? ―su voz es ronca y áspera.
Encuentra ese lugar tan sensible con el dedo en mi adolorido entrepierna y comienza a moverlo lentamente.
―Dímelo, Thais ―dice besándome el cuello.
Su voz grave con el acento francés actúa en mí como un maravilloso afrodisíaco (sabe como usarlo a su favor). Quiero ser yo quien tenga el control, pero está noche mi cuerpo solo puede temblar de placer, cobrando vida por sus mandatos. Quiero que me dé órdenes, quiero obedecer cualquier cosa que dice con tal de sentir esa maravillosa explosión.
―Sí ―suspiro. ―Es por ti, Aang.
―¿Por quién? ―hunde el dedo dentro de mí.
―Por ti, Aang, solo por ti ―jadeo. ―Es tan rico lo que haces con el dedo... por favor, no te detengas.
—No lo haré ―me pega más a él. ―Me pones duro como nadie, Thais, ¿lo sabías?
Escucharlo confesar sus deseos, que son tan parecidos a los míos me conmociona.
―Sí, lo sé, se lo ha dicho tu sexo al mío mientras se hundía en mí.
Baja su mano, luego toma el interior de mi pierna, la levanta y la jala para atrás, pasándola encima de la suya para abrirme para él. —Me da gusto que te lo haya dicho. Aunque planea recordártelo de nuevo.
En los momentos así, me olvido incluso de querer alejarlo de mí. De huir.
Él me mordisquea la nuca gimiendo y empieza a penetrarme desde atrás, en silencio, despacio y tan profundo.
Cierro los ojos y gimo por debajo cuando desliza una mano por mi estómago hasta mis pechos para pellizcarme con fuerza los pezones, con el rostro hundido en la almohada que muerdo con fuerza, acompaño su vaivén lento.
―Eres mía, Thais.
Mis piernas empiezan a convulsionarse y grito, corriendo con más fuerza.
Aang sigue penetrándome unas cuantas veces más, y gruñe cuando alcanza su propio éxtasis. ―¿Aang, te he dicho que te odio? —gimo cuando en realidad quiero decir: "¿Acaso te he dicho que me estoy enamorando de ti?"
Susurra algo que no entiendo, me da un beso en la nuca y me quedo dormida con su erección todavía en mi interior y su boca apretándose en mi cuello.
Sí, soy tuya y es la razón por la cual te odio.
Me despierto a la tenue luz de mi glorificada celda de prisión de oro, con un bajo golpeteo resonando en mi cráneo. Tardo unos segundos en notar el grueso brazo que me rodea la cintura y el caliente y fuerte peso de un cuerpo pegado a mi espalda.
Aang.
Los recuerdos de la noche anterior me asaltan y me aparto de él, casi cayendo de la cama antes de ponerme de pie.
Se sienta, con el pelo revuelto y las sábanas acumuladas en las caderas. Odio que parezca tan caliente, descansado y saciado por haberse masturbado conmigo. Mientras tanto, yo estoy aquí, desnuda, cubierta de su semen, agotada por las pesadillas y tan tensa como para romperme. Me folló, me asfixió y me abrazó mientras dormía. Y yo se lo permití. Lo dejé. En una noche, Aang me ha dejado más expuesta emocionalmente que nunca, pero por elección.
—Creí que no te gustaba que duerman contigo. Lárgate a tu cama.
Él enarca una ceja y yo quiero quitarle esa sonrisa sexy de la cara con una bofetada.
—No quieres que salga, Thais.
—Sí quiero —susurro, las palabras suenan mucho más rotas y ahogadas de lo que quiero.
—¿Por qué estás tan a la defensiva? ¿Por qué te follé como te gusta?, ¿por qué dije que eres mía? ¿O por qué quieres que vuelva a follarte hasta que grites mi nombre y todo el personal te escuche?
Me alejo de él a trompicones, en parte asqueada por la idea de volver a caer en sus redes y en parte curiosa. Esa maldita curiosidad me va a costar.
—Voy a la ducha.
Aang estaba sentado en el borde de la cama, pero se levanta cuando me escucha. Su erección sobresale.
Le doy una sonrisa burlona mientras él curva sus dedos sobre mi cadera para evitar que me vaya.
—¿Duro de nuevo?
Él gruñe.
—Siempre estoy duro por ti. Un día mis bolas van a explotar si no llego a entrar en ti.
Puedo oír movimiento en algún lugar de la casa, entonces una maldición.
—Debería ir a bañarme.
—Oh, no, no lo harás —dice Aang con voz áspera. Me besa posesivamente y me paro de puntillas para hacerlo más fácil para él. Un beso no puede lastimar mis sentimientos más de lo que está, pero por la forma en que Aang está frotándose contra mí sé que quiere más que un beso. Él me da la vuelta y tira de mí contra su pecho así su erección presiona en mi espalda.
Jadeo.
Estamos frente al espejo que llega hasta el piso al otro lado de la cama. Él besa mi garganta, los ojos puestos en mí a través del espejo. Sus fuertes manos viajan hasta mis costados y toma mis pechos.
Captura mis pezones entre su índice y pulgar, y los hace girar. Mis labios se abren y un suave gemido escapa.
Puedo escuchar a Anton subiendo las escaleras hacia mi piso.
Oh, Dios.
Aang pellizca mis pezones, luego tira de ellos. Cierro los ojos ante la deliciosa sensación que se extiende a través de mí. Salpica mi garganta y clavícula con besos y lamidas, mientras su mano se desliza hacia abajo por el valle entre mis pechos, por encima de mi estómago y entre mis muslos. Anton se detiene fuera de nuestra habitación. Aang mueve su pulgar sobre mi clítoris y yo muerdo mi labio para evitar gemir.
—¿Señorita Thais? ¿Está usted despierta?
—Es una jodida molestia cuando quiere —murmura Aang en mi oído, luego lame la piel debajo antes de chuparla. Su dedo índice se desliza entre mis pliegues, luego entra en mí. Exhalo—. Pero estás tan jodidamente mojada, pequeña. —Una nueva ola de humedad se acumula entre mis piernas—. Sí —gruñe Aang en mi oído. Sus ojos se clavan en mí en el espejo y no puedo apartar la mirada.
Su dedo se desliza dentro y fuera de mí, extendiendo la humedad por todos mis pliegues.
No puedo creer lo que está haciéndome, observarlo follarme con el dedo es definitivamente caliente. No puedo creer lo mucho que esto me excita. Sus dedos pellizcan mi pezón de nuevo, más duro esta vez y puedo sentirlo todo hasta mi clítoris.
Lloriqueo.
—Shh, o, te van a escuchar, pequeña —susurra, perversamente.
—¿Señorita? —Anton golpea la puerta.
Dios. Trato de apartarme. Esto está mal. No puedo hacer esto con alguien fuera de la puerta.
Aang sonríe, su agarre en mí apretándose más fuerte. Su segunda mano se mueve hacia abajo y frota mi clítoris mientras la otra sigue deslizándose dentro y fuera de mí. Estoy gritando fuera de control. Sus labios se aplastan contra los míos, tragando mis gemidos a medida que el placer me cubre. Mis piernas se contraen y me mezo contra las manos de Aang mientras me vengo con fuerza. Aang no deja de mover sus manos, incluso cuando trato de alejarme. En su lugar, empuja mis hombros hasta que me inclino hacia delante, mis manos levantándose para apoyarme contra el espejo.
Mis ojos se abren por la sorpresa cuando él se arrodilla detrás de mí, palmeando mi trasero y luego abriéndome. Y entonces su lengua está allí, deslizándose por mis pliegues. Lame toda mi longitud.
—No me he bañado —chillo.
—¿Y?
—¿No te da asco?
—¿Me ves asqueado? —niego. —Asco sería no poder saborearte. Estás tan húmeda, suave y apretada. No puedes imaginar lo jodidamente bien que sabes. Es como una droga que te hace perder la cabeza queriendo más. Eres una adicción, pequeña. Ahora, abre bien las piernas y déjame comer mi postre.
Y con eso, vuelve a lamerme.
Me tenso cuando la punta de su lengua se desliza a lo largo de mi entrada trasera y rápidamente vuelve su boca a mi clítoris... mierda, podría decirse que me besa la vagina a la francesa. Pierdo todo sentido de mí misma, incluso cuando escucho el insistente toque de Anton y sus llamadas ocasionales acerca de que trajo mi desayuno. Lo único que importa es la lengua de Aang, mientras me lleva más y más alto. Esto tiene que estar mal e indecente, pero se siente demasiado bien.
Muerdo el interior de mi mejilla y a medida que el dolor y el placer se mezclan, mi segundo orgasmo cae sobre mí. Mis piernas ceden y caigo de rodillas al lado de Aang, jadeando y resollando, con la esperanza de que nadie pueda oírlo. Miro a Aang, pero él sonríe, hay hambre en su rostro. Se pone de pie, y su erección se mueve. Veo cómo empieza a acariciarse frente a mi cara.
Sé lo que quiere.
Pero yo no quiero chupárselo como desesperada y darle la razón, así que, me levanto y lo abandono.
De repente, me siento entumecida, agotada, y mis pies parecen moverse solos. Cuando entro en el cuarto de baño, él me sigue, con sus pies descalzos pisando la baldosa.
—¿Qué estás...?
Abre la ducha y se pone delante de mí.
Aang me invita a entrar y yo me quedo mirando con la respiración contenida al ver que sigue desnudo. Siempre es un espectáculo para la vista, algo que no puedo dejar de mirar, incluso cuando mis instintos me dicen que es peligroso. Qué huya antes de caer más profundo en sus garras.
A pesar de ese peligro, o más bien a causa de él, he quedado atrapada en su órbita sin poder de escape.
Levanta una de mis piernas y la enrolla alrededor de su cintura. La mantengo ahí, incapaz de apartar la vista de su pene. Está duro, grueso y está tan listo que mis entrañas se agitan con un deseo de tipo carnal. Me abre, tomándome con fuerza mientras me obliga a estirarme a su alrededor. Lloro en su boca y él se aparta para mirarme. Empujo una mano entre nosotros para tocar su estómago y hacer que espere.
Espera solo un minuto antes de empujarse hacia adelante en un golpe duro que me hace ver estrellas.
—¡Mierda! ―grito.
―Lo siento ―murmura mientras se queda quieto. —A veces me olvido de lo pequeña que eres —Sus manos amasaron la carne de mi trasero mientras espera a que me adapte. Estoy demasiado llena. Besando el costado de mi garganta, reconstruye el calor dentro de mí hasta que mis caderas se mueve contra él por su propia voluntad.
Solo entonces se mueve, alejando sus caderas de mí en un deslizamiento que se siente como si durara una eternidad. Cuando vuelve a deslizarse dentro de mí, hace que eche la cabeza hacia atrás con un grito ahogado. Tiene que volver a salir de nuevo.
Aang vuelve a entra en mí lentamente, e incluso con mi núcleo resbaladizo, su pene se abre paso en mi cuerpo, llenándome sin llegar a entrar del todo. Mientras Aang se adentra en mí con una lentitud exasperante, siento que mi cuerpo se tensa y mi mente se nubla. El deseo me atenaza con una fuerza arrolladora, pero hay algo más en juego aquí. Algo morboso y siniestro, que me arrastra hacia él con una intensidad que me asusta. Quiero sentir cómo cada centímetro de su piel se desliza sobre la mía, cómo se adueña de mí y me convierte en suya. Y aunque sé que debería resistirme, que debería mantener el control, no puedo evitar gemir y entregarme a él por completo.
Un sonido gutural escapa de mis labios, reflejando la pasión y la intensidad del momento.
Aang hace una pausa y un gemido de satisfacción sale de sus labios. —Joder, pequeña... no alcanzó a escribir todo lo que me haces sentir cuando estoy en tu interior.
Su mirada es intensa, pero no dura. Es como estar atrapada en un sueño brillante y saber que pronto despertaré, así que debo disfrutar de cada segundo como si fuera el último.
—Eres tan hermosa cuando te despiertas —dice con voz ronca, haciendo rodar sus caderas hasta que su pene está completamente dentro de mí. —Eres mi puto lugar favorito. Mi fantasía hecha realidad. Eres la mujer más hermosa en todo el universo de mierda.
»Nunca había querido poseer a una mujer, nunca había querido reclamar a una, hasta tú. Hay algo en ti que me atrae como el canto de las sirenas... eres una diosa que me ha hechizado. Ver mi pene dentro de ti es más impresionante que París por la noche. Me atormentas. Me obsesionas. Me enloqueces. Yo estoy más que de acuerdo con eso, siempre y cuando te esclavice a mí a cambio.
Mis jadeos se mezclan con las palabras que Aang susurra en mi oído, y siento cómo mi cuerpo se tensa de placer.
Lo abrazo con fuerza, envolviéndolo en mis brazos mientras él me llena por completo. Mis piernas se aferran a su cintura, buscando una conexión más profunda con él. Y entonces, sus palabras hacen eco en mi mente, provocando una sensación extraña en mi interior. "Lugar favorito", "sirena", "diosa", "hechizo". Nunca antes había oído esas palabras, y sin embargo, siento que tienen un significado especial para mí. Como si Aang hubiera tocado una parte dormida de mi ser y la hubiera despertado. Me siento suya de una manera que nunca antes había sentido, y aunque sé que debería asustarme, en cambio me siento más viva que nunca. Es una lástima que las personas digan tonterías durante el sexo solo para olvidarlo después.
Eso no evita que una parte mí que también quiera ser su lugar y quiere que me demuestre lo mucho que soy su lugar. Qué no hay nada de malo en mis gustos cuando lo comparto con otra persona con los mismos gustos.
Aang me penetra lentamente, la nueva posición le da una profundidad que le permite golpearme en un punto sensible con cada embestida sin prisas.
—Estás muy apretada, pequeña. Vamos, ábrete a mí, que ayer no tuve suficiente de ti.
Entonces me doy cuenta de que solo se lo toma con calma para no hacerme daño. A pesar de su carácter controlador y desquiciado, en ocasiones y sus despiadados castigos, Aang a veces me trata como si fuera un vaso de cristal que se romperá si presiona lo suficiente.
Eso podría ser cierto, ya que es, de hecho, enorme. Es tan grande que siento un ardor cada vez que me penetra, aunque esté empapada. Pero es del tipo exquisito. Del tipo de fuego que no te importaría que te queme viva con tal de poder probarlo.
Clavo mis talones en su culo, instándole en silencio. Los labios de Aang capturan los míos mientras su ritmo aumenta. Su beso coincide con la ferocidad de sus embestidas. Primero son profundos y sin prisas. Luego, son rápidos y despiadados, robándome cualquier sentido de la razón.
Es imposible seguir su ritmo, aunque lo intente. Mi espalda choca con la pared de la ducha, deslizándose sobre ella y chocando con ella para igualar la aguda potencia de sus caderas, de su beso, de todo su cuerpo.
Soy una marioneta en sus manos, pero no me quita la lógica. Se está grabando bajo mi piel. Está robando mi sentido común y mi aliento. Está abriendo puertas dentro de mí que no sabía que existían.
Desde que empezó a besarme, no he anhelado el aire. Ahora él es mi oxígeno. La razón por la que lucho con uñas y dientes para aferrarme a la vida.
El orgasmo me golpea tan fuerte que no lo veo venir hasta que estalla en mi cara. Ruedo la cabeza hacia atrás, mis labios abandonan momentáneamente los suyos. —Aaaah... ¡Aang! Aang!
—Eres deliciosa.
Oírlo maldecir solo refuerza mi orgasmo. —Aang...
Me penetra con fuerza animal, follándome contra la puerta con golpes profundos y furiosos. —Repite eso.
—¿Qué cosa?
—Repite mi nombre.
—Aang —susurro, y luego grito—. ¡Aang!
Por un momento, me siento como si estuviera suspendida en el aire. Mi cabeza y mi corazón están mareados.
Soy libre para ser suya.
En los brazos de Aang, estoy libre de todo y de todos.
Solo soy yo. Tan igual y diferente a él.
Esos pensamientos expanden la ola de mi orgasmo mientras me traga por completo. Mis dedos se clavan en los hombros de Aang mientras un largo gemido, mezclado con otro, sale de mis labios.
Aang se corre entonces. Siento su semen calentando mis entrañas mientras sus hombros se tensan bajo mis dedos.
—Mierda —exhala contra el hueco de mi cuello.
Cierra la puerta de la ducha mientras sigue dentro de mí.
Luego me pone de pie, pero estoy un poco insegura, así que mantiene una mano en mi brazo mientras sale de mí. Me estremezco al perderlo y mis ojos bajan cuando su semen se desliza por mis piernas. Deslizo la mano por el muslo, recogiendo parte de su semilla en mis dedos y lo llevo a la boca para chuparlo, todo bajo la atenta mirada de Aang.
Dios mío. ¿Se supone que eso es excitante?
Aang observa la evidencia de su minuciosa follada mientras se encoge de hombros, revelando sus duros músculos y brazos.
Quiero tocarlos, abrazarlo, pero siempre siento que no me corresponde hacerlo. Como si no tuviera derecho a estudiarlo cuando no le dije lo que quería que le dijera; porque sé que él no es mío.
Aang pulsa el botón y el agua nos empapa en un segundo. Me frota lentamente las manos. Luego pasa a mi cara, mi cuello y mis brazos.
Estoy a punto de derretirme por la forma en que me toca. El cuidado en sus ojos. La suavidad que no se ajusta a su carácter y que solo me muestra a mí.
Cuando termina, me rodea la cintura con los brazos y me levanta, clavándome las yemas de los dedos en el culo. Luego me penetra de un solo golpe.
Grito.
No me molesto en amortiguar mis gemidos, mis gritos y mi absoluto gozo mientras me folla bajo la ducha. Me aferro a él con ambas manos, sin querer soltarlo.
No deja de follarme, de poseerme, de cambiar de posición de vez en cuando. Sus manos están por todas partes, me acaricia los pechos, me pellizca los pezones, me tira del cabello para mordisquear un punto sensible de mi garganta. Me besa y me muerde la lengua. Me chupa el pezón y luego tira de él. Me penetra lentamente, luego lo lleva a un nivel irregular y enloquecedor.
Es como si no se cansara de mí y quisiera profundizar nuestra conexión con cada toque. Folla como habla, con una aparente calma, pero sutil oscuridad.
Estoy tan estimulada que siento que un orgasmo sigue sangrando en el otro.
Mi frente está ahora contra la cabina de ducha transparente mientras él me penetra por detrás mientras sujeta mis dos muñecas con una mano en el cristal por encima mientras me da sus embestidas y cada punzada de dolor que viene con él.
—Aaah... Aang... ya me corro de nuevo... no creo aguantar otro.
—Sí puedes —mueve la cadera para tocar ese punto y yo sollozo. No sé si decirle que me dé otro orgasmo para desmayarme o qué pare. Solo sé que todo se siente bien.
Aumenta el ritmo y me pellizca los pezones con la otra mano hasta que me duelen y grito de dolor. —Tan sensible.
—¡Aang! —Caigo sin aterrizar. Sigo cayendo y rodando, encontrando una pausa solo para poder caer de nuevo.
Si hubiera sabido que así se sentiría, le habría dicho que sí desde el primer día solo para que me hubiera follado hace mucho tiempo.
Aang todavía no se ha corrido. En todo caso, mi orgasmo ha hecho que se ponga más duro dentro de mí. Sus labios se acercan a mi oído mientras susurra—: Aunque no lo admites, sé que eres mía.
Y entonces vuelve a correrse dentro de mí. Cierro los ojos para memorizar la sensación y sus palabras.
Después nos bañamos esta vez sin ensuciarnos de nuevo. Aang es el primero en salir y se seca antes de acercarse al lavabo.
Y se lava los dientes con mi cepillo.
Mi puto cepillo de dientes y lo hace solo para fastidiar.
Aang contempla su reflejo en el espejo y observa mi mirada de cabreo. Y entonces me guiña un ojo.
Idiota.
Yo también salgo y me seco el cuerpo antes de pasar al pelo. Luego me pongo unos vaqueros cortos, una blusa blanca y unas sandalias ya que voy pasar el día entero acostada en una tumbona cerca de la piscina. Al entrar al comedor tomo asiento. Aang se sienta en la silla que está frente a mí, con el periódico de la mañana junto a él. Nos ponen delante huevos, beicon y tostadas, además de tortitas de suero de leche. La comida allí es mucho mejor que lo que yo pudiera preparar.
En vez de leer el periódico como tiene por costumbre, se bebe el café y se come el desayuno lentamente. Disfruta del desayuno mientras revisa su correo en el teléfono. Entrecierra los ojos cada vez que lee algo que no le gusta y teclea una rápida respuesta con sus gruesos dedos.
Yo como intentando no mirarlo fijamente.
Él da lentos sorbos al café con cuidado de no derramar ni una gota en el traje.
Seguimos sin hablar.
Cuando Aang acaba de desayunar, se mete el teléfono en el bolsillo y se vuelve hasta mí, ahora ya preparado para marcharse. Tiene un aspecto pulcro y acicalado, como si no acabara de pasar la noche con una mujer, o haberlo follado estaba mañana en la ducha. El único indicio de que no es un día normal es su barba.
Me sorprende que no se haya afeitado hoy.
―Estaré de regreso a las ocho. Asegúrate de estar preparada para cuando llegue.
Siseo entre dientes, apenas capaz de procesar aquella orden. Siempre estoy a merced de aquel hombre y sus órdenes son la ley. Por más que me gusta tener sexo con él eso no hace que sea más fácil de soportar.
Se me queda mirando, como si se me estuviera olvidando algo.
Sé exactamente de qué se trata.
―Sí, señor idiota―aparto la mirada y doy un sorbo al café, ya sin disfrutarlo.
—Pequeña malcriada.
Me agarra el pelo por la nuca y me echa la cabeza hacia atrás para poder darme un beso en los labios. Me estropea los labios, y yo como venganza le muerdo el suyo, pero a ninguno de los dos nos importa la brusquedad del otro. Me besa con pasión, ofreciéndome su lengua con agresividad. Es como si no acabara de acostarse conmigo cuarenta y cinco minutos antes.
Se aparta y camina hasta las puertas.
―Que tengas buen día.
―Y tú... ―sigo obnubilada por aquel beso, por haber sido conquistada con un simple contacto.
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