38
Thais
Cuando me despierto a la mañana siguiente casi a las 6, obviamente seguimos con nuestra rutina diaria; salimos a correr juntos, hoy es un día magnífico, el aire es suave, algunos mechones negros me golpean durante el proceso y el cielo encima de nosotros es azul, y está salpicadas por unas cuantas nubes dando una tranquila sensación de plenitud, el desayunar con Aang es igual de tranquilo. Luego que se va a trabajar vuelvo a la cama, pero antes me acerco a la ventana para observarlo mientras se va.
Aang alza la cabeza en mi dirección y me lanza una sonrisa radiante que me derrite de inmediato antes de subirse al auto y perderse.
¡Este día comienza muy bien!
Una extrañeza me invade al instante en que abro los ojos después de haber descansado un rato. Tomo mi teléfono para llamar a Vero por Skype.
Por suerte mi amiga responde a la primera.
―¿Aún te sientes confundida? ―me pregunta con una sonrisa.
―Sí ―le digo. ―Necesito tu opinión.
Algunos minutos más tarde, después de haberle contado a Vero nuestra velada en casa de los padres de Aang, su trato conmigo, sobre todo comento como me siento en su presencia y cuando no está. Analizamos profundamente la situación.
―Para mí es más que obvio que ambos sienten algo por el otro y se niegan a aceptarlo ―asegura mi amiga.
―¿Tú... crees que él... sienta algo más por mí que no sea deseo? ―digo en un tono de interés que me da un poco de vergüenza al saber que esa idea me acelera el corazón.
Ella se ríe. ―Estoy consciente de que su manera de llevarte no fue la correcta y que no es una persona normal, pero no puedes seguir castigándote por siempre. Solo tienes que aceptar que estas perdidamente enamorada de él ―dice seria. Yo desearía ver la vida de una forma tan simple, pero no soy ella.
Eso que siento está mal, no debería sentirlo. No es correcto. Pero no puedo evitarlo.
―No estoy enamorada ―digo con un tono que incluso a mí no me parece convincente.
Vero y yo hablamos todavía un rato de mis sentimientos difusos y cuando cuelgo, tengo una sonrisa en los labios. Me siento un poco menos tensa.
Aún en la comida, las cosas parecen familiarizarse, ya estoy acostumbrada a la presencia de Anton. Podría adorar esa casa y vivir para siempre en ella. El problema es que aún estoy secuestrada.
A las 7 de la noche como habíamos convenido, estoy lista para la cena en la casa de los padres de Aang de nuevo, excepto que hoy no vamos a dormir ahí.
Ya estoy logrando grandes cosas y espero que en poco tiempo pueda lograr eso que tanto anhelo incluso si con eso tengo que dejar cada gota de mi piel en ello, Aang será como mi juguete, mi entretenimiento y lo tendré comiendo de la palma de mi mano para hacer con él lo que quiera, sin duda es un reto fascinante y excita de mil y una manera posible.
Dominar a un débil lo hace cualquiera. Dominar un líder, no a un seguidor es un lujo poco alcanzable para muchos, pero para los pocos que lo hacen es poder. El sexo es poder.
Y nada más sensual que eso.
Cuando él llega, sonrío en su dirección en el momento que me ve, Aang se detiene y mi corazón también. Él está vestido magníficamente como siempre, doy un paso hacia él.
―Thais, estás magnífica ―su voz es sensual, pura masculinidad.
Me toma las manos, ese gesto me hace sentir segura. Tomándome dulcemente del mentón, pone un beso en mi boca, pasea sus dedos mágicamente a lo largo de mi cuello, luego hasta el nacimiento de mi pecho, produciéndome escalofríos. Después me dirige hasta el auto. Elliot conduce prudentemente y no pasa el límite de velocidad sobre la carretera que nos lleva a la casa de los padres de Aang.
Ellos nos reciben cálidamente. A lo largo de la comida Aang habla a su padre sobre negocios. Pauline se distrae hablando conmigo, aprecio su compañía y su sincera amabilidad.
―Así que, te estás viendo con Aang, ¿eh? ―pregunta Pauline.
Levanto las cejas. ―¿Cómo?
―Oh, cariño. No tienes que avergonzarte de ello. Todos lo sospechamos. He visto que pasan mucho tiempo juntos y te trajo a casa.
Aang por su parte me sigue acariciando discretamente el muslo bajo la mesa, se aventura hacia mi entrepierna y me hace perder el hilo de la conversación, le lanzo una mirada furtiva, pero él con una calma impresionante sigue conversación.
Maldigo por dentro.
Aang mete la mano bajo mi vestido y la desliza por las caderas, y el abdomen.
Se inclina hacia mi lado y me susurra antes de volver a su conversación. ―No hagas ruido, pequeña.
Su madrastra me guiña un ojo convencida de que Aang me está diciendo palabras de tortolitos enamorados y que fingen ser amigos.
La mano de él baja por el costado hasta mi entrepierna para comprobar lo mojada que estoy.
Me resulta muy difícil concentrarme en Pauline que tengo delante, pero sigo tratando de entender lo que dice. Aang aparta las manos, pero eso solo me aclara la cabeza un momento, porque al instante vuelve a atacarme. Apenas puedo procesar las palabras que dice Pauline, ya que solo estoy pendiente de lo que ocurre al lado de mí.
¿Puedo seguir con aquello?
No estamos en su casa; tampoco en su auto donde puede meterme mano sin problemas. Estamos en casa de sus padres, quienes están delante de nosotros, ¿cómo vamos a practicar sexo bajo la mesa?
Una cosa es imaginarlo y otra bien distinta estar allí a punto de hacerlo.
Estoy nerviosa, pero logro decirle a Pauline. ―Bueno, no somos nada, pero creo que me gusta. Me gusta mucho.
―Me da gusto que tenga alguien a su lado y sea tan dulce como tú.
Finjo una sonrisa. Pero mierda, estoy aterrorizada. Pero también excitada.
Todas mis neuronas están activas, la sangre corre a toda velocidad por mis venas. Empiezan a fallarme las palabras mientras trato de hablar con Pauline.
Aang me penetra con un dedo. Estoy tan mojada que no le ha hecho falta muchas caricias para excitarme. Me muerdo el labio para evitar soltar un gemido y deseo que encuentre una manera de hundirse hasta el fondo dentro de mí. Estoy convencida que me partirá en dos, y de que eso me proporcionará el mayor placer de mi vida. Comienza a acariciar mi clítoris despacio con el dedo pulgar.
―Sigue hablando.
Abro los ojos muy grande.
¿Habla en serio?
Si le doy permiso a mi garganta para emitir algún sonido, no seré responsable de lo que surja.
―No puedo ―le susurro con voz ahogada.
―Claro que puedes ―asegura, como si solo me hubiera pedido que respirara hondo. Desliza los dedos por mi clítoris una vez más para provocarme. ―¿O quieres que paremos?
Lo fulmino con la mirada y decido ignorar su risita entre dientes. No tengo ni idea de que habla Pauline o de lo que sucede a mi alrededor. Apenas puedo respirar, pero empiezo escucharla de nuevo con una cadencia tensa y balbuceante que parece volver loco a Aang.
Noto su aliento cálido sobre la piel, pero no sé si concentrarme en sus caricias o sentirme aterrorizada por sus padres. La combinación de sus caricias y el miedo a que nos vean está a punto de hacerme estallar.
―Nadie sabe que estás a punto de correrte en mi mano ―susurra Aang, como si lo supiera.
Supongo que va a parar, que pondrá las manos encima de la mesa, pero se limita a dejar de mover el pulgar cuando su padre detiene la conversación para rellenar su vaso de agua. El hielo tintinea contra el cristal, y una gota de condensación se desliza hasta el borde del mantel, creando una mancha que se extiende más y más a medida que cae el agua. A simple vista, parece que Aang ha metido la mano bajo la mesa para acariciarme la pierna. Desliza el pulgar sobre mi clítoris una vez más, y ahogo una exclamación.
Aang aprieta el pulgar con fuerza sobre mi clítoris, y tengo que morderme los labios para no gritar. Le dedica una sonrisa a su madrastra.
Frota con la palma e introduce un tercer dedo dentro de mí. Ese gesto basta para llevarme hasta un placer rayando en el dolor, y me siento indecente, como si hubiera hecho algo increíblemente sucio, pero él se limita a mirarme mientras lo disfruta.
Clavo las uñas en el cojín sobre el que estoy sentada, y Aang se arriesga a que nos vean cuando empieza a meter y sacar los dedos y, por tanto, a mover también los hombros. Apoyo la cabeza en la silla y dejo escapar un leve gemido, insignificantemente pequeño en comparación con el orgasmo estremecedor que sacude mi cuerpo.
¡Que el dios del orgasmo, me ampare en este momento!
Cuando por fin dejo de temblar Aang avisa que nos tenemos que ir.
―Gracias Pauline por la cena, fue muy grata para mí.
―Para nosotros también, querida ―la madrastra de Aang me da un beso en cada mejilla antes de abrazarme, estrechándome como si fuera mi propia madre.
―Ha sido maravilloso poder verte de nuevo, Thais ―me dice Calvin Briand, padre de Aang.
Aang se despide de su madrastra, quien le besa la mejilla. Luego abraza a su papá quien le da dos palmaditas en la espalda. Por fin nos subimos al auto.
El viaje de regreso a casa es menos tenso, la despedida de nosotros hacia sus padres fue jovialmente lo que ahora me da una sensación de desconcierto. Me siento parte de una familia que ni siquiera soy nada para su hijo, es más, ambos sospechan que entre Aang y yo existe algo más que "amistad", pero lo que ignoran verdaderamente es tenemos sexo a cambio de mi libertad.
Una vez llegamos entramos a la sala de juegos de inmediato porque hoy le toca a Aang hacer lo que quiere conmigo. Se acerca a mí por la espalda y me baja la cremallera del ajustado vestido. Luego lo deja caer al suelo. Se le escapa un gruñido profundo de la garganta, devora mi cuello mientras me estruja los senos con sus grandes manos encima del sujetador.
Gimo viendo una caja blanca sobre la cama. ―¿Qué hay ahí?
Me gira sobre mi misma para quedar frente a él.
Sus ojos se clavan en los míos más oscuros que de costumbre. Me succiona el labio inferior y después empieza a mordisquearlo para luego acercarme a la cama. Abre la caja y descubro una tela blanca; las misma que usan para la danza aérea, me siento en la cama viendo la delicadeza con lo cual lo saca y mira mi cuello.
Guardamos un silencio incómodo mientras él aparta mi pelo para rodearme el cuello con la tela.
―¿Qué crees que haces?
Termina de enrollarmelo en el cuello y me alarmo. Sé que tiene fetiches extraños, pero no conocía la extensión de su oscura obsesión.
Ya he aceptado que me azote antes, pero no permitiré que me asfixie con eso.
―Te gustará ―aleja mis manos cuando intento quitar la tela de mi cuello.
―No lo hará ―mantengo la mirada para comunicarle que no permitiré que me trate como su muñeca. ¿Acaso no sabe que las personas necesitan respirar? ―Si tan seguro estás de eso, ¿por qué no me dejas asfixiarte?
―No te voy a asfixiar ―me levanta de la cama, aplaca la boca contra la mía, pero sin besarme de verdad. Mete la mano por debajo de mi pelo hasta que es capaz de encerrar la mayor parte en un puño. ―Bueno, te voy a asfixiar un poco, pero te daré tanto placer que ni siquiera pensarás en ella.
―No ―digo obstinada con la tela colgando de mi cuello.
Tira de mi pelo y me besa con fuerza, atrayéndome hacia su duro pecho y mueve la lengua en mi boca. Está consiguiendo que me excite.
―Lo disfrutarás ―asegura.
Su mano desabrocha el sujetador con naturalidad. Me quita los tirantes de los hombros y los desliza por mi brazo. Lo miro sin pestañear.
―Ni hablar.
―Sabes que puedes tenerme, pero haz el intento. Estoy seguro que te gustará.
La idea me aterra, aún no conozco sus límites y él no ha dejado en claro si le importo o no. Sí, a veces es muy dulce cuando me siento indefensa, pero luego su humor cambia y pierde los estribos.
Si lo pierde en este momento me va a asfixiar, sin dudarlo. Además, no es lo mismo que use la mano que tela.
Solo en bragas me alejo de él y me siento en la cama con la mente confundida.
Se quita la camisa, tiene un cuerpo sólido y definido, con los músculos sobresalientes. Adoro sentir sus grandes manos y duras estrujarme el cuerpo. En cierto modo, Aang es la mayor debilidad que tendré en toda mi vida.
Toma asiento junto a mí sobre la cama, me quita los tacones y miro mis pies tocar el suelo. Aang descansa los brazos sobre mis rodillas cuando le echo un breve vistazo.
―Hoy estás bajo mi merced y para eso tienes que confiar en mí, ¿confías en mí?
Confiar, ¿podría confiar en ti hasta este punto?
Estoy asustada y los miedos envuelven mi mente. Me esfuerzo por respirar superficialmente.
―Aún no lo haces ―es más una afirmación que una pregunta, su voz es firme, pero su mandíbula está tensa.
Mi corazón se rompe. Quiero decirle la verdad, pero él necesita de está mentira. Ambos los necesitamos. Incapaz de soportar más distancia entre ambos me arrastro hasta su regazo y paso las piernas por su cintura.
―Confío en ti.
Él se inclina para adaptarse, con la mirada triunfante. Sus largos brazos me rodean, sujetándome. Tomo su rostro entre mis manos y lo beso en los labios. Mi boca se mueve lentamente sobre la suya y él me abraza con más fuerza profundizando el beso.
Sus labios se alejan y aquella oscuridad invade su mirada. Me aparta de su regazo y me pone en la cama. Luego se pone de pie, inclino la cabeza hacia arriba para mirarlo y él baja los ojos hacia mis llenos de deseos.
Con el cuerpo temblando y la tela rodeando en mi cuello trato de regularizar mi respiración. Aang aprieta la mandíbula y desabrocha los pantalones, se baja la cremallera y tira los pantalones a los tobillos de una vez. Sin dejar de disfrutar la vista se baja los bóxers que dejan expuestos su erección. Lamo los labios.
Aang me quita las bragas antes de obligarme a sentarme derecha, mirando el cabezal de la cama. Escucho sus pasos alejarse, unos segundos después de acercarse, la tela comienza a apretar mi garganta. Contento el aliento, aterrorizada veo la punta de la tela en sus manos lo que significa que lo pasó a algo para retenerlo y así evitar que haga algún movimiento.
Su mirada desprende calma mientras se recuesta en la cama. Automáticamente llevo mi mano al cuello, tratando de liberarme. Mis vías respiratorias están bloqueadas.
Aang me rodea la cintura con un brazo y me coloca sobre él, con el trozo de tela a cada lado de mi cabeza.
Me introduce la punta de su glande si parar hasta metérmelo del todo, hundiéndose en mí sin piedad como si no me hubiera tomado hace años. Gimo, me estira de la manera más deliciosa del mundo.
Ojalá todo doliera así.
Entonces él comienza a moverse.
Despacio.
—Sigues siendo demasiado —jadeo, el ángulo es profundo, la penetración intensa.
Aang aprieta un poco.
—Practicaremos hasta que te acostumbres a ello —es una ronca promesa mientras se desliza dentro de mí.
—¿Cuánta práctica se necesita? —muevo mis caderas a su encuentro a pesar de todo.
Él gime, sale un poco y luego empuja, como si no pudiera evitarlo. —Mucha.
Me estremezco. —Más.
Él hace lo que le pido.
―Dime cuánto te gusta ―exige Aang sin dejar de embestirme de un modo implacable.
―Mucho ―confieso ya sin pudor ante el calor que se intensifica en mi interior.
No puedo pensar con claridad porque su penetración y la sensación de asfixia me roban la concentración. No puedo pensar en nada más que su sexo en mí, su rostro contraerse mientras jala más la tela. No puedo inhalar ni exhalar bien, pero la sensación es increíble. Cada envite me proporciona más placer que el anterior mientras busco desesperada oxígeno, arañando la tela en mi cuello.
Es un dolor rico. Las sensaciones se multiplican y llevan a uno a sentir con mayor intensidad todo.
Es maravilloso.
Muerte y deseo.
Dolor y placer.
Vida o muerte. Con él siempre existen ambos extremos. Y ya me di cuenta que me encanta el peligro que representa.
Aang
Me hundo en su humedad, disfrutando de cada empujón y de cada grito que le arranco. Jalo un poco más la tela, en vez de asustarse, se le iluminan los ojos como respuesta.
Mi obsesión se multiplica. Ninguna mujer había estado en aquella condición y había disfrutado de esa manera. Todas y cada una de ellas se expantaban y se le llenaban los ojos de lágrimas, pero ninguna era capaz de ponerle fin a su tortura porque ellas me pedían que se los hiciera solo porque pensaban que era lo que yo quería y tenían el concepto equivocado. Pensaban que cuánto más pervertidas fueran tenían la posibilidad de que yo me quedará con ellas. Nunca sucedió, al contrario, me daban las ganas de jamás volver a verlas y por esa razón había hecho el trato con Lou, ella es la única que es igual de perversa que yo. Sin embargo, no me gusta igual que ahora. A Thais no le hace falta ser así, su reacción es natural.
Le gusta.
Y yo lo disfruto con ganas.
Es toda una diosa de la lujuria, pero al mismo tiempo hay un tono inocente. Todo lo un hombre busca.
A los hombres nos gustan las mujeres de cuerpos vírgenes y mentes pervertidas.
―Aang... ―mi nombre se escapa de sus labios carnosos.
Se balancea de arriba hacia abajo sobre mí como una profesional, introduciéndose hasta el último centímetro de mi enorme erección, queriendo más de mí con cada galopeo. Sus senos se balancean en mi cara, y su gesto de morder los labios es de lo más sensual.
No puedo contenerme más ante aquella lujuria, Thais da un gusto tremendo, si con eso piensa que me voy a aburrir de ella se ha equivocado. Su entrepierna es el mismísimo paraíso, su estrechez ha sido creado para mí y no la voy a dejarla ir tan fácilmente de mi lado.
―¡Dios, Thais! ―gimo, soltando la tela. ―Qué bueno... me das más placer del que yo pueda aguantar, me exprimes por completo hasta el punto de estrangularme.
Agarro su cadera con brusquedad para inmovilizarla mientras ella se retuerce por su orgasmo gritando tres veces mi nombre antes de caer encima de mí. Aquello es un récord. Y mi clímax estalla y hace que arquee las caderas dejándome llevar por él, haciéndome sentir cosas que normalmente evito.
En el momento que Thais levanta la cabeza hay una sonrisa de satisfacción en su rostro.
―Tenías razón ―ella se ríe con la respiración agitada y se recuesta de nuevo en mi pecho.
Todavía estoy duro en su interior, le quito la tela y la arrojo al suelo. Disfruto la sensación de nuestra piel mientras le paso las manos por la espalda.
―¿Algún día te aburrirás de mí? ―me pregunta con la cabeza entre mi pecho y reparte besos en ella.
La tomo del pelo con una mano y con la otra su mandíbula, la obligo a mirarme a los ojos.
―No se te ocurra pensar en eso ―mi mirada se oscurece. ―Te prohíbo pensar... Te prohibo dejarme.
Ella se aparta de golpe, acostándose a mi lado y me da la espalda.
Sé lo que ronda por aquella cabecita testaruda, le voy a borrar con polvos esa idea tonta suya de que con hacer que me aburra de ella me voy a deshacer de ella más rápido de lo acordado y así se librará de mí.
Solo muerto la dejo ir.
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