37
Aang
Thais y yo estamos de camino a casa. No me mira desde está mañana, durante el desayuno que compartimos ceremonialmente todos juntos estuve sentado frente a ella, pero rehuyó de mi mirada a propósito. Está ardida porque anoche la dejé con ganas y se vengó de mí cerrando la habitación de invitados con llave y me ignoró cuando pase media hora tocando la puerta.
Tiene suerte que estábamos en casa de mis padres.
Les ha caído bien a mis ellos y eso me agrada aunque con quien se llevó mejor es con Pauline, con quien fue a dar una caminata en el jardín con Elliot siguiéndole los pasos de lejos para no levantar sospechas.
Deposito mi manos en los muslos de Thais y ella ni siquiera se inmuta, sigue mirando al frente con los ojos acontecidos.
—Thais, mírame.
El silencio es lo único que parece hacerme caso. Suspiro, intentando mantener la calma mientras mi paciencia se va agotando.
—No pongas a prueba mi paciencia —le advierto en un tono bajo y firme—. Me harás cabrear y terminaré castigándote.
—Siempre estás cabreado. Solo debo ignorarte y ya.
Un rastro de una sonrisa fría se dibuja en mis labios. Estoy intentando mostrar cierta consideración, pero tal vez a ella no le guste. El cristal delantero que separa el cómodo asiento trasero del conductor está levantado, dándonos privacidad.
La paciencia es una virtud, pero a veces, la acción es inevitable. Actuar demasiado pronto o demasiado tarde puede llevar al desastre. No actuar, sin embargo, es una receta para la auto-aniquilación.
Es hora de actuar antes de dejar que Thais me aniquile.
—Thais, ponte sobre mi regazo y mírame a la cara.
Ella me observa por un segundo, frunciendo los labios, consciente de que quiero imponer mi voluntad.
—No quiero —se revela. —Déjame en paz.
—Son cuatro, pequeña.
Sus ojos se abren de par en par, encontrándose con los míos.
—No he hecho nada malo. Así que, no voy a dejar que pongas una mano en mi trasero.
—¿Qué no has hecho nada malo? Me has ignorado todo el santo día y acabas de rechazar una orden directa. Son cuatro y por contestar son seis.
—Eres imposible y un maldito sádico.
—Oh, te mostraré lo sádico que puedo llegar a ser si no subes aquí... —digo mientras doy una palmada en mi regazo— ...en el próximo minuto, Thais. Ten por seguro que no vas a sentarte por al menos un mes.
Thais me mira, su temperamento encendiéndose con cada segundo que pasa.
—Te odio. Necesitas ayuda, urgentemente.
—Y son siete.
Me desafía con la mirada, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Jódete, Aang.
—Sé que te encanta joderme, pero igual son diez.
—Qué miedo —se burla.
—Veo que los azotes ya no tienen efecto en ti. ¿Te has acostumbrado a tus castigos, pequeña? ¿Deseas otro tipo? ¿Te gusta la idea de que decida castigar tu insolente con mi pene? ¿Qué joda tu culo con mi pene? ¿Gritarás mientras te la destrozo?
—Eres un pervertido retorcido —el rubor enciende su rostro. —No pienso dejarte entrar nada en mi culo, enfermo.
—Once. Y tú también, porque puedo ver esa anticipación en tus bonitos ojos. Anhelas sentir mis manos en tu trasero —la provoco. —Estoy seguro que te has mojado con la idea de mi pene en tu culo.
—Lo que ves se llama odio. Algo muy diferente de deseo o anhelo. Y para tu información tener la vagina mojada es tan natural como respirar, no quiere decir que te desea.
—Doce por mentirosa —hago una pausa para darle tiempo a reconsiderar, pero me mira sin inmutarse. —Trece por seguir negándote —me reta con la mirada. —Catorce por poner a prueba mi paciencia..
—¿Eso es todo?
—Quince, no —niego con la cabeza. —Ahora son veinte porque me da la gana.
Su rostro se enrojece aún más y veo cómo lucha contra su orgullo para salvarse. Sabe que no me echaré atrás y que todo acabará mal para ella si sigue con su actitud retadora.
Finalmente, se echa un poco más hacia mí, con los ojos encendidos de rabia contenida.
—Bien. Haz lo de los azotes y déjame en paz.
—Oh, no —me desabrocho el cinturón, dejándolo deslizarse lentamente. —Estoy subiendo mis métodos. Tendrás que chupármelo después de tu castigo. No vas a parar hasta que haya derramado mi semen en tu garganta al menos tres veces.
—OK. Déjalo para la noche.
—¿De verdad? —no creo en su afirmación.
—De verdad.
Le pongo un brazo sobre los hombros y la atraigo hacia mi lado para que ambos podamos sentir el calor del otro, me he vuelto un esclavo de su presencia.
Ella apoya la mejilla contra mi hombro. Yo le tengo una gran estima en muchos sentidos, como amiga y como mujer. Aunque de pronto se comporta así de dócil sé que tiene un fuego creciendo en su interior. Me gusta ver como lucha conmigo, aún sabiendo que puedo aplastarla, todavía sabiendo que puedo hacer lo que quiero con ella no me tiene miedo.
Cuando trata de ella me vuelvo irracional.
Cuando se trata de Thais, no veo las cosas con claridad. Me pongo diferente... soy otro.
Ella se monta a horcajadas sobre mis caderas y se sienta sobre mi regazo de forma que mi sexo le frota las nalgas. Con las manos cerradas sobre mis hombros no aparta la mirada de mí. Últimamente le gusta estar encima de mí todo el tiempo y aunque suene egoísta me gusta saber que me prefiere a mí que cualquier otro lugar.
—Eres muy cómodo —su voz transmite una ternura perceptible.
—Gracias —me gusta tenerla encima de mí hasta cuando mi sexo no saca provecho de la situación, pero ahora mi erección es tan visible como un cartel de publicidad.
—Subiré ahí más a menudo —me avisa.
—Lo tengo problemas.
—¿Señor Briand? —La voz de Elliot llega del altavoz. Todavía no entiendo por qué me llama así.
Bueno, sí lo sé. Es porque me negué a dejar ir a Thais después del primer ataque.
—¿Sí?
—Hemos llegado.
El coche se detiene y Thais baja de mi regazo.
Cuando Elliot abre la puerta le ofrece una mano para ayudarla a salir. Al ingresar a la casa Thais se dirige a su habitación para sus clases de Francés on-line que comienzan en unos minutos. Me había insistido tanto que no me quedó más opción que aceptar.
Me acerco a la biblioteca y me siento en mi elegante escritorio.
Contesto algunos correos, repaso los informes que había dejado en el escritorio el día de ayer y reorganizo mi agenda.
Mi mano se mueve sobre el documento que estoy corrigiendo. A veces me apetece disfrutar del silencio sepulcral y centrarme en el trabajo. Y otras veces, me apetece escuchar música tranquila, pero hoy en especial necesito un silencio para centrarme en el trabajo con tal disciplina que se podría cortar el silencio solo con mi respiración.
El sol se oculta en el horizonte cuando salgo de la biblioteca. Paso al gimnasio siempre le dedico unas horas para mantenerme en forma.
Salgo de la ducha una hora después y luego camino hasta la habitación de Thais y toco la puerta; su voz lejana me responde, paso al umbral y Thais cierra bruscamente su computadora mientras está sentada en la cama.
—Pensé que eras Anton —parece sorprendida de verme.
—¿Qué estás viendo? —esa manera de cerrarlo tan precipitadamente es como si tuviera algo que cuidar.
—Porno. Nada interesante —pone los ojos en blanco.
Me acerco a la cama, subiendo la pantalla. Lo educado sería esperar que me lo dijera. Pero me importa una mierda ser educado.
Ninguna idea que pasa por esa cabecita se puede dejar pasar por alto, Thais es inteligente, una computadora en su mano la vuelve más peligrosa. Si me llego a enterar que ha traicionado mi confianza, se acabarán los privilegios.
Sin embargo, mi gran sorpresa es enorme cuando comienzo a leer:
Sus ojos son dos brasas candentes en mi piel, mi respiración se vuelve intensa al estar cerca de él y, cuanto más tiempo paso sin besarlo más intenso se vuelve el momento al encontrarnos.
No hay palabras para describir lo que siento con él.
Simplemente es esa emoción abrasadora que te desgarra la piel.
Es la fogosidad mezclada con el deseo y el peligro que hace tu corazón latir fuertemente, estés consciente o no. Es una locura, sin razón que por un instante odias, sin embargo, adoras al mismo tiempo.
La conexión que existe es más fuerte que con cualquier otra persona, con él es como si ni siquiera existiera un mundo fuera.
Solo estamos nosotros dos.
Simplemente disfruto eso.
Pero en la soledad el odio surge de las cenizas, el fuego agoniza entre la oscuridad aún conservando el calor y tal vez es cuando un suave chasquido inunda la mente de agonía.
Mis fuerzas empiezan a difumarse, estoy perdiendo el control. Toda mi premeditación se evapora. Lo único que puedo pensar en esos momentos es lo irracional de mis sentimientos difusos.
No sé si él también siente contradicciones en sus sentimientos o si sus intenciones es volverme loca con esas sensaciones que me queman tanto la piel. Él es la peor debilidad que haya tenido antes, es el hombre más fuerte que he conocido nunca. Al estar a su lado, siento su presencia protegiéndome. Nunca he necesitado a un hombre para darme seguridad, pero disfruto de la que él me da.
Me siento atrapada en mi propia trampa. Quiero no sentir, tan solo no estar confundida, importa poco si es amor o odio, tan sólo definir algo real, y sobre todo, no volverme loca. A veces me pregunto cuánto tiempo nos podemos sostener de esto. ¿Cuánto tiempo podemos usar nuestros cuerpos para adormecer la mierda que nos rodea? La única cosa que sé con certeza, es que nada dura para siempre. No el dolor, no el placer, no la violencia.
Todo tiene que terminar en algún momento. Muchas más cuando es producto de la lujuria.
Mi mano y mi consciencia se han manchado por él. Me siento culpable por no sentirme mal. Definitivamente necesito alejarme de él.
Pero, ¿cuál me desgarraría más el alma? ¿La libertad sin él o el encierro en él?
La libertad nunca ha significado estar sola, pero él no parece entenderlo y no es el tipo de hombre que da las dos cosas.
Y mi mente anhela la libertad más que nada.
Pero mi corazón... mi corazón...
—Es hermoso —mira hacia la puerta cuando digo la frase, pero una pequeña sonrisa se extiende discretamente por su rostro.
—Solo lo dices por cortesía —contiene las ganas de echarse a reír, pero se le escapa algunas risitas y sus mejillas se sonrojan. —Pero no hace falta que digas eso.
—¿Desde cuándo he sido cortés contigo?
Se pasa la mano por el cabello, su vergüenza va menguando poco a poco, pero aún tiene las mejillas sonrojadas por mis palabras.
—¿Desde cuándo te da vergüenza escuchar un cumplido?
—Desde nunca —dice ella y le doy un apretón en el muslo. —Es solo que para mí significa mucho que te haya gustado.
Le pongo la palma de la mano en la parte posterior de la cabeza y la atraigo hacia mí.
—Eres una mujer inteligente y hermosa —me rodea el cuello con un brazo mientras se aferra a mí. —Todo lo que haces queda perfecto porque tú eres perfecta. Eres una mujer dura que sabe luchar por sí misma. Eres increíble desde tu belleza hasta tu cerebro. Eres resiliente Thais.
Escucha cada una de las palabras que digo, pero no parece surtir ningún efecto y eso me agrada.
—Siempre tienes las palabras correctas.
Soy incapaz de contener mis impulsos, me inclino y le doy un suave beso en los labios.
Ella me devuelve el beso y sus manos se desplazan de inmediato hasta mi pecho. Respira en mi boca con un suave gemido.
Me agrada mucho. Thais no necesita las opiniones de los demás para hacer algo, simplemente lo hace teniendo los pies en la Tierra y eso lo hace aún más espectacular.
La monto a horcajadas sobre mí. Mis manos le agarran el trasero por encima del vestido y le estrujo aquellas deliciosas nalgas. Mis dedos pasan distraídamente por aquel orificio y ella se estremece.
Algún día será mía.
Su confusión acerca de lo que siente por mí, está desnudo en aquella pantalla. Me encargaré de despejar sus dudas haciéndola rendir ante sus sentimientos.
Ese es su instinto; luchar contra cualquier cosa que cree ilógico o absurdo.
Nunca la dejaré ir aunque suene egoísta. Me excita ser el que toma las decisiones y el que dé las órdenes, como también ver obedecer a una mujer fuerte.
Su expresión desafiante me pone como una piedra y mi única motivación en esos instantes es dominarla por completo tanto en cuerpo como en mente.
Ya tengo su cuerpo solo me falta conquistar su mente. Thais siempre me lleva a un nivel de excitación superior a todas las demás. Tener su mente me hará sentir como el rey del mundo.
Cada vez que la veo, no veo una mujer sino a la mujer que quiero en mi vida; mi mujer y la tendré que tener en cuerpo y alma, incluso si eso no es amor.
—Gracias —susurra, de pronto, contra mi boca.
—¿Por qué?
Vacila un poco antes de responder y aparta sus ojos de los míos. —Por lo de la universidad.
—Era lo justo.
Mi única motivación era hacerlo porque es justo. No espero nada a cambio de ayudarla. La he secuestrado y por eso perdió la beca. Fue mi culpa y por esa razón lo solucione. Era lo mínimo que podía hacer por ella.
De nuevo la siento distante por lo cual decido buscar de nuevo el vínculo haciéndola hablar.
—¿Por qué aceptaste acostarte conmigo? —tengo un par de teorías, pero escucharla de sus labios sería más perfecto.
—Siempre me ha parecido que eres guapo incluso en el bar cuando te ibas me dio ganas de gritar que la belleza de tu trasero es nada más superado por tu ego —una sonrisa burbujeante brota de sus labios. —Pero nada compara con la noche de la fiesta en los
»Estados Unidos; los gritos de placer de Lou retumbaron en la habitación, algunas se sentirían celosas, pero a mí me pareció sensual y perturbador. Y me pregunté aquella noche cómo sería estar en brazos de un hombre así y qué si daría tanto placer como uno se lo imagina.
Sus palabras son peligrosas para mi ego.
—Entonces, ¿por qué resististe tanto?
—Porque no confiaba en ti y por eso te puse a prueba con los azotes. Quería saber qué tan dispuesto estabas con ceder el mando, si eras capaz de ceder el control a pesar de ser una persona que le gusta dar órdenes —no deja de mirarme ni por un segundo. —La obediencia y yo nunca habíamos estado en la misma oración, pero la idea de dominar a un hombre con tanto poder como tú era demasiado excitante y contigo he aprendido que el poder se puede compartir; porque ser dominante lo podría ser cualquiera, pero ser uno y ser capaz de deja que otros te dominen son pocos los que lo hacen.
»Siempre he considerado que esas personas deben de valer la pena por el simple hecho de abandonar su zona de confort para adentrarse a lo desconocido. No solamente buscan dominar para estar seguro que son seguros de sí mismos y saben que son capaz de dar el mismo placer que recibir. Aquel que no es capaz de confiar su cuerpo a otro no puede exigir que otros se lo entreguen y confíen.
—¿Tú crees que te he confiado mi cuerpo?
—Sí, tú y yo tenemos el tipo de relación más extraña del mundo, me has enseñado cosas maravillosas y abrumadoras que terminaron por gustarme. Sobre todo me demostraste que a pesar de ser tu prisionera soy importante para ti... y bueno, el sexo es fenomenal, contigo tengo la clase de placer que no podría comparar con ningún otro hombre que haya estado antes.
Claro que no y seguirá siendo así, pero no quiero que se ilusione, así que, digo esto para alejar ese brillo en sus ojos. —Ahora voy a reclamar los castigos.
Ella tiembla. —Está bien, hazlo.
—Pon el trasero en pompa —le ordeno.
Me mira entrecerrando los ojos. —¿Aang, te he dicho que te odio?
—Sí, pequeña, ya me lo has dicho.
—Ah, solo quería que supieras que aún lo hago.
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