35
Pasado
Thalia
—Esto no servirá —gruñe Gian, revisando su arma con manos temblorosas. La desesperación tiñe su voz mientras maldice en ruso, consciente de que solo le quedan unas pocas balas. Las luces parpadeantes del tiroteo resaltan su expresión de pánico en la penumbra.
Yo no estoy mejor.
Los dos estamos detrás del vehículo, atrapados en medio de un tiroteo que ha durado sólo unos minutos, pero que parece más largo.
Pensé que serían los hombres de Cane, pero no, es peor. Su jefe el Escorpión se ha unido a la guerra. Cuando lo veo, su figura imponente y su mirada gélida, sé que estamos en problemas. Su reputación de no conocer el miedo se materializa ante nosotros, y el pánico se instala en mi pecho. Se meterían de buena gana en los disparos directos con tal de matar a sus objetivos.
Sacha me había informado que nuestro objetivo rondaba los treinta o cuarenta años. Pero al ver al Escorpión, un joven de apenas veintiún años, supe que habíamos sido engañados. ¿Cómo alguien tan joven podía liderar una organización criminal tan poderosa?
La emboscada fue inteligente. No solo nos tienen a Gian y a mí juntos, sino que también nos tienen sin apoyo. Ya que nos superan en número, es más fácil para ellos eliminarnos ahora. Hemos estado tratando de retrasar todo lo posible antes de que lleguen los refuerzos.
—¿Cuánto te queda? —le pregunto a Gian.
—Cinco —dispara una bala y le da a un matón en el pecho. —Cuatro. Tres. Tengo otra arma, pero no creo que sea suficiente.
—¡Se reproducen como cucarachas! —Concuerdo. Gian abate a dos enemigos más, pero otros siguen avanzando, escudándose detrás de los coches.
Probablemente saben que pronto nos quedaremos sin munición, así que no les importa sacrificar unos cuantos soldados para vaciar todas nuestras armas. No sé porqué me sorprende.
A este ritmo, nuestra muerte es una cuestión de segundos, no de minutos.
—Deja de disparar —le digo en ruso. —Trata de esconderte más, idiota.
—Cuando necesite tu ayuda para decirme cómo disparar, te la pediré, gracias —dice Gian sin mirarme.
Está distraído, la mirada se desvía hacia el Escorpión y hacia mí.
—Nos quieren sin balas —murmuro, colocándome instintivamente frente a Gian. Mi corazón latía con fuerza, pero mantuve la calma mientras me agachaba y observaba la escena a través de la ventana del coche, tratando de idear una estrategia para salir de esta trampa mortal.
Todavía son muchos, y lo más probable es que me quede sin balas en cuestión de segundos.
Uno de los hombres del Escorpión se acercaba rápidamente, su arma levantada y lista para disparar.
—¡Cuidado, Gian! —grito, el pánico apretando mi garganta mientras él gira y dispara en un solo movimiento, creando un agujero sangriento, y me agarra por el brazo.
—Joder. Estoy fuera —tira su arma. —Y quédate quieta. Vas a conseguir que te maten.
—¿Estás seguro que van a llegar a tiempo...? —no tengo la oportunidad de mirarlo cuando otro guardia se precipita hacia nosotros.
—Deja que me encargue de este imbécil —Gian se pone delante de mí.
—No seas idiota, tiene un arma.
Me guiña un ojo por encima del hombro. —No me detuvo antes.
—No eres invencible, idiota.
—Me encanta tu amor duro, Thalia —sonríe.
Va directo hacia el guardia, y yo intento disparar a su favor, pero no tengo la oportunidad.
Otros dos se me echan encima. Le disparo al primero, pero antes de que pueda hacer lo mismo con el otro, me quita el arma de una patada y casi me rompe la muñeca con ella.
¡Qué imbécil!
En lugar de dispararme, como esperaba, se acerca a mí. Le agarro por el brazo y le doy un rodillazo en la entrepierna. Mi vestido se desgarra por la parte inferior, pero es un pequeño precio a pagar.
Él aúlla de dolor y yo aprovecho para intentar arrebatarle el rifle. Una bolsa negra es empujada sobre mi cabeza por detrás. Mis uñas se clavan en la tela, pero está tan apretada que no entra aire. Peor aún, respiro una especie de olor extraño.
Levanto la pierna y lanzo una patada desesperada, pero fallo. Antes de que pueda recuperar el equilibrio, siento cómo otros dos hombres me sujetan, inmovilizándome. Sus manos son como tenazas de hierro, cortando cualquier intento de escape.
No. No voy a morir. No hoy.
Todavía tengo mucho que hacer y... Thais, Elliot y yo ni siquiera hemos empezado bien.
No puedo morir ahora.
Doy un codazo al cuerpo que está detrás de mí, pero su agarre en la bolsa no se afloja.
Me siento mareada y mis movimientos se ralentizan. Mi respiración agitada se marchita y caigo rendida contra los brazos carnosos.
No.
No...
Intento patear, pero mis miembros no se mueven.
Muy pronto, la oscuridad me traga por completo.
No sé dónde estoy, pero hay un sabor extraño persiste en el fondo de mi garganta que me obliga a abrir lentamente los ojos. Mi entorno se va enfocando poco a poco. Estoy tumbada en un asiento mientras va en marcha.
Estamos en medio de una guerra, puedo escuchar los disparos.
Suelto un gemido, notando que hay alguien al lado de mí.
Cane se gira hacia mí, observándome de una manera tan fría que parece haber fragmentos de hielo en su mirada. Su mandíbula se aprieta con la misma rigidez que sus puños, y se ve tan furioso, como si no supiera qué hacer consigo mismo. No puede decidir cómo quiere matarme, si quiere estrangularme o dispararme.
—No eres tan lista como crees que eres —sale del auto.
El pulso en mi cuello explota en un pánico furioso. Mi pecho no puede mantener el ritmo con mi necesidad de aire, y la adrenalina es tan fuerte, que pienso que puedo desmayarme ahí mismo.
Cane supo que era una espía todo el tiempo. Pensé que lo había engañado, pero él me engañó a mí. Alguien me delató, alguien ya lo había puesto sobre aviso.
Abre la puerta y desabrocha mi cinturón de seguridad.
—Fuera.
Me toma por el cabello y me arrastra fuera del auto. Grito mientras jala el cabello de mi cuero cabelludo y soy sacada del auto como un animal.
Mi cuerpo golpea el asfalto caliente, y mis rodillas se raspan contra la áspera superficie. Me agarra por el cuello y me pone de pie antes de guiarme a través de la milicia hasta su auto privado. La puerta de atrás ya está abierta, y me empuja dentro, haciéndome caer en los asientos de cuero mientras cierra la puerta detrás de mí con un golpe.
—Mierda.
Cuando abre la puerta del otro lado, es cuando más disparos resuenan. La guerra ha comenzado de verdad.
En el segundo que entra, el auto toma la dirección opuesta, alejándonos de la batalla que se desarrolla dónde habíamos estado sentados hace unos momentos. Como si no sucediera nada en lo absoluto, Cane mira por la ventanilla. No grita ni chilla. No pone su puño en mi cara. Estamos anormalmente tranquilo y callado, y eso lo hace más aterrador.
—Sigues el orden de alguien más joven que tú... que patético. Has caído muy bajo, Cane.
Con la velocidad de un rayo, me pega en la cara haciendo que mi cabeza golpee contra la ventana.
—Cállate de una puta vez —ruge, su mirada llena de un odio que hiela la sangre.
Su mirada ártica quema la mía, y ahora no es el imbécil que conocí hace un mes, sino uno peor. Es un monstruo, un demonio.
—¿Ese es tu mejor golpe; porque mi hermanita pega mejor que tú?
Se mueve para pegarme de nuevo.
Bloqueo su golpe y lo empujo hacia atrás.
Pone sus dedos alrededor de mi cuello y aprieta tan fuerte que no puedo respirar.
Trato de apartar su mano, pero la falta de oxígeno me hace débil. No puedo presentar pelea para igualarlo, incluso si estoy completamente preparada para hacerlo.
Justo cuando estoy por desmayarme, me suelta.
Mira hacia adelante. Indiferente. —Él te quiere viva.
El auto se detiene en la rotonda donde está hay fuente. Sus hombres permanecen ahí con sus armas en las caderas, y Theodore, alias el Escorpión está en el centro. Con sus brazos cruzados sobre el pecho, mira fijamente a mi ventana como si pudiera verme a través del vidrio negro. Theodore es la segunda persona que aparecía en mi lista porque también posee una empresa que exporta champaña a América después del amigo de Elliot que ocupa el primer lugar. Sin embargo, Sacha no quería que investigáramos con ellos porque no podían ser uno de ellos, que irónico, ¿no?
Sus fríos ojos azules traspasan el cristal.
Cuando Cane detiene el auto, los hombres abren la puerta y me sacan.
—¿Llegó a decirle a alguien más lo que descubrió? —Theodore está sobre mí con rapidez y luego me suelta.
Cane me agarra por el cuello y me da un fuerte puñetazo en la cara. Caigo al suelo instantáneamente. Mis labios sangran y empieza el mareo, sintiendo el sabor metálico en mi paladar y mi corazón que golpea con fuerza, lo que hace que me cuesta respirar.
El dolor no me derriba de inmediato.
—¿En dónde guardaste el Fabergé? —me quita la mano de la cara y vuelve a pegarme. Ni siquiera Gian sabe donde lo tengo. Así que pueden torturarme todo lo que quieran que para eso me entrenaron. —Maldita puta.
Mi cabeza da un latigazo hacia atrás por el impacto de su puño. Ahora el dolor me golpea, y es insoportable.
¿Cómo supieron tan rápido sobre la información? Apenas dos horas habían pasado desde que seguí a Cane y hackeé su sistema. La traición se había filtrado con una rapidez alarmante, dejando un rastro de desconfianza en mi mente. ¿Quién podría haber sido?
—Ella no va a hablar... —resopla Theodore. —Por cierto, me enteré que tienes una hermana pequeña. Thais, ¿verdad?
En cuanto me giro para buscar su mirada, siento un latigazo de dolor en la nuca.
Y todo se vuelve negro.
Lo primero que siento al despertar es dolor, un dolor penetrante en la cabeza, como si me hubieran partido el cráneo por la mitad.
Levanto una mano y me toco la parte de atrás con cuidado. Noto sangre pegajosa en las yemas de los dedos. Mi visión, un poco borrosa. Mi entorno se va enfocando poco a poco. Estoy tumbada en un suelo oscuro que parece un viejo asfalto abandonado. Un olor a podrido como el de un baño público en una gasolinera olvidada casi me provoca arcadas.
Me incorporo y el mundo empieza a girar como esta mañana. Las paredes de piedra gris tienen unos números rojos industrializados en ellos, pero están descoloridos, lavados por las manos despiadadas del tiempo.
Pocas grietas invaden la superficie sólida y una cama de metal en la esquina son las únicas cosas a la vista. Sus sábanas blancas están amarillentas y parecen no haber sido lavadas en una eternidad.
¿Cómo he acabado aquí?
Después de que me golpearan por la cabeza, no recuerdo nada. En ese momento, el único pensamiento que tenía era que me estaba muriendo y que no podía morirme. La sensación de alivio por estar viva no me golpea tan fuerte como debería. Puede que no esté muerta ahora, pero eso podría cambiar. Además, es peor si me cogen viva.
Podrían utilizarme para intentar descubrir el paradero de nuestra organización y los nombres verdaderos de los líderes. Me costó mucho llegar a donde estoy, así que no hay manera de que sea la debilidad de la organización.
Intento levantarme, pero vuelvo a caer de culo inmediatamente. Siento mi cuerpo caliente y algo entumecido, como si no pudiera controlar mis extremidades.
Trato ponerme de pie de nuevo, pero me caigo más rápido que la primera vez.
Todos mis esfuerzos son inútiles. Parece que me inyectaron algo que roba mi energía. Así que, decido quedarme acostada más tiempo y fingir inconsciencia hasta que me recupere.
Media hora después la puerta se abre de golpe y me pongo rígida contra la pared.
No trato de escabullirme porque no solo es inútil, teniendo en cuenta lo que me han inyectado, sino que también agotará mi energía más pronto que tarde. Al menos ya sé que ahora el efecto está por pasar en cualquier momento.
Cinco hombres entran, todos ellos altos y anchos, con rasgos malvados.
El calvo, que parece ser su líder, se acerca a mí con un brillo en sus ojos claros.
Cuando habla, lo hace con un acento de estadounidense.
—Qué linda muñequita. Gritarás por mí, ¿no es así, gatita?
Dos hombres cargan hacia mí, cada uno tratando de agarrarme por el brazo. Les doy patadas y empujones, pero no solo me superan en número, sino que mi cuerpo no se siente como el mío. Mis movimientos son lentos, y cada vez que los golpeo, se ríen.
—Ponla de rodillas —ordena el calvo. —Quiero esos labios alrededor de mi pene.
Los guardias me ponen en posición, con la lujuria brillando en sus ojos. A los enfermos imbéciles se les debe haber prometido una parte después de que su líder haya terminado.
El calvo saca su sexo corto, gordo y asqueroso y me la pone en la boca. No abro la boca y lo miro fijamente. Voy a luchar con uñas y dientes antes de dejar que me toquen. Soy una Delgado, y no caemos sin luchar.
—Será mejor que ahorre su energía. Por cada segundo que no me la chupes como una buena puta, tu castigo será doble.
El calvo pasa sus carnosos dedos por mi mejilla y ordena a dos de los tipos vigilar la puerta.
Entonces me trago el atasco en la garganta y abro la boca.
En cuanto el sexo del calvo está dentro de mi boca, la muerdo tan fuerte como puedo. Un sabor metálico explota en mi lengua. El guardia que está a mi lado me da una patada en el estómago para que suelte a su jefe.
Gruño mientras me alejo de él. El calvo grita y yo retrocedo, aprovechando la distracción para buscar con qué defenderme.
Están demasiado ocupados para fijarse en mí, uno intenta ayudar a su jefe y el otro está en pánico. Al parecer entraron aquí sin permiso. Utilizo toda mi energía para dar una patada al que está en el lado derecho y robarle el arma.
Al otro también le doy una patada y lo sujeto con una llave de cabeza. Mientras grita, le robo el arma, y luego le rompo el cuello, con un chasquido repugnante que resuena en el aire.
Disparo a uno de los dos secuaces del calvo en la pierna cuando aparece por la puerta, me vuelvo hacia el líder y le disparo en el pene, luego la cabeza. Una vez más en la frente, por si acaso.
Salgo corriendo de allí, espalda contra la pared por si alguien me sigue.
Corro hacia la salida más cercana, aunque. siento que estoy a punto de desmayarme. Mi respiración es agitada e irregular, y el más mínimo movimiento se siente como escalar una montaña. Estoy jadeando cuando oigo voces distorsionadas.
Me persiguen, y por el sonido de los pasos, parece que el número se ha duplicado desde que entraron por primera vez.
Me escondo detrás de una pared, una frente a la otra. Si tengo que luchar hasta la muerte, que así sea.
Disparo a los que me siguen y luego cambio de posición para que no me alcancen. Mis balas se están agotando. A este ritmo, me atraparán de nuevo y será peor que la primera vez.
¡Bang!
Me quedo helada al oír la explosión. Es una especie de bomba. Poco después, una multitud de disparos siguen.
Ya nadie me dispara ni me sigue, pero el sonido no cesa.
Pop. Pop. Pop.
Entonces, oigo voces francesas.
¿Aang? ¿El amigo de Elliot? ¿Qué hace aquí?
Salgo con cuidado de mi escondite y sigo el sonido de las armas. Efectivamente, Aang y un grupo de hombres están en el frente, eliminando a cualquiera en su camino. El corazón se me sale de la garganta cuando veo a Elliot empujando a un guardia al suelo. Tiene a tres de los italianos arrodillados frente a él cuando su mirada se encuentra con la mía. Siguen siendo tan hipnotizantes como siempre, pero son oscuros y enfurecidos, como si él hubiera sido empujado a un diferente estado del ser.
Uno en el que su principal objetivo es matar y mutilar. Pone una pistola en la nuca del primer guardia y dispara.
—¿Es Elliot tu verdadero nombre? —pregunto sin dejar de apuntar.
—Lo es. Es el nombre que me puso mi madre.
—¿Y tu apellido? ¿Es Martin?
—Agente Laine. ¿Y tú? —sus ojos se mantienen en los míos como rehenes, pareciendo más oscuros en la tarde noche. —¿Es Thalia tu nombre?
Podría mentirle, pero, ¿qué sentido tiene? Él ya debe conocer mi plan, y no estoy de humor para mantenerla en la oscuridad por más tiempo. Asiento lentamente la cabeza una vez.
—Entonces, ¿cuál es tu apellido?
—Delgado. Thalia Delgado.
—Eres la agente Delgado. La OINA, pero de la segunda generación.
—Sí.
—¿Cuál es la diferencia entre la primera y la segunda generación?
—La primera generación perdió la mayor parte del recuerdo de sus vidas anteriores. Nosotros no. Además, la primera pertenece a viejos y la segunda es más joven.
Todo sucede en fracción de segundos, Elliot cubre mi cuerpo y una sensación de quedar sin aire le hunda antes de caer al suelo.
—¡Elliot! —me arrodillo junto a su cuerpo inconsciente, mi corazón martillea tan fuerte que escucho el pulso en mis oídos. Saco mi arma y le pego un tiro al hombre que le disparo y mi mirada se encuentra con Aang quien sigue disparando.
El caos nos rodea, los disparos, los gemidos, los gritos en ruso y francés, todo se desvanece en el fondo. Lo único en lo que puedo concentrarme es en el hombre tendido en el suelo.
El hombre cuyos ojos están cerrados mientras la sangre le empapa la camisa, sale de él a una velocidad aterradora , como si la vida lo estuviera abandonando.
Pongo los dedos temblorosos en el agujero y presiono tan fuerte como puedo.
—No te vayas... no te atrevas a irte y dejarme... —mi voz se ahoga al final, pero resoplo concentrándome en mi tarea.
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