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34

Thais

Me ato el cabello.

Después de su partida, me bañé y me vestí con unos pantalones cortos de mezclilla ligera, una camisa blanca suelta, unas sandalias y bajé a la piscina con el desayuno servido por Anton. Y desde la mañana estoy ahí tratando de matar el aburrimiento con libros de finanzas, novelas e incluso un diccionario para tratar de aprender francés.

Las groserías son más fáciles de aprender, ¿será el destino?

Pero a pesar de todo lo que hago, no he podido dejar de pensar en él y nuestra noche.

No puedo negar que me fascina escuchar cuando habla, ese acento es electrizante, su porte es imponente, junto con su físico de estatua griega hace una buena combinación.

Después de la comida, me dedico a escribir. El tiempo pasa, minuto tras minuto.

A eso de las cuatro de la tarde, holgazaneo recorriendo toda la casa y descubro una sala de cine que es de tamaño mediano, equipado de unos conjuntos de diez sillones, ofrece toda la comodidad que se puede desear.

Decido pasar el resto de la tarde frente a una película de acción que me permite no pensar demasiado. Anton se encarga de atenderme, trayendo palomitas y bebidas.

Trato de hacer conversación, pero descubro que es igual de mudo que Aang. Solo me responde con monosílabos o me ofrece una sonrisa educada, pero permanece distante.

Me abandona minutos después, dejándome sola, perdida en la película.

Estoy muy concentrada cuando siento una presencia a mi lado; lo que me obliga a girar. Es Aang. Una ráfaga de adrenalina recorre mis venas cuando me acaricia el rostro con el dedo pulgar.

En lugar del estricto traje que siempre le he visto poner hasta ahora de salir del trabajo, lleva puesto una camisa blanca, con mangas arremangadas y un pantalón cargo de tela blanca.

—Cámbiate, vamos a salir.

¿Vamos a salir? ¿Escuché bien?

Si he escuchado bien, significa que saldré de esas cuatro paredes para ver algo de humanidad. Sin embargo, lo más importante es que sé que la estrategia de jugar con sus emociones está funcionando.

Es un punto a mi favor.

—¿A dónde vamos? —mi curiosidad se ha despertado, al igual que mis emociones.

—Es una sorpresa —dice besándome lánguidamente, de esta manera que me deshace como sal en el agua.

Impaciente por salir, me apresuro hacia la habitación a cambiarme y alcanzo a Aang en el gran salón luego.

Cuando él me descubre, vestida con un vestido azul de tirantes delgados entallado y sandalias con broches de cuero natural. Mi cabello recogido en una cola de caballo me mira con cierta fascinación.

Me toma de la mano, me dejo llevar sin decir nada hacia el exterior de la casa.

Minutos más tarde circulamos a toda velocidad a través de las calles de París mientras yo estoy observando el camino por la ventanilla, miro el cielo sin estrellas, y luego muevo mis ojos hacia mi acompañante, quien mantiene el rostro serio mirando al frente. No tengo ni idea de a dónde vamos a ir, me parece que ha durado dos o tres horas. Lo que significa que sería casi imposible escapar a pie sin ser atrapada en el proceso. En todo el transcurso nadie dice nada, absolutamente nada hasta que terminamos deteniéndonos en un puerto, donde cientos de yates y veleros se tambalean suavemente al ritmo de la brisa y Aang por fin rompe el silencio.

—¿No te mareas? Espero.

—No.

Aang me abre la puerta y me ofrece su brazo. A veces me hace pensar que tiene doble personalidad; en ocasiones es un salvaje como si todos sus instintos fueran primitivos, luego es todo un caballero.

Me lleva a un barco, pasa delante de mí para subir el portón y atrapo la mano que me tiende para subir.

Ahora estoy en la cabina donde veo con sorpresa como él se pone al mando.

Mientras salimos del puerto, yo me instalo un poco apartada, sobre un banquillo para mirar el paisaje, bellos monumentos de París desfilan ante mis ojos y luego me olvido de ellos cuando mis ojos cruzan con su figura así tan imponente. Su camisa golpeado por el viento del trayecto, su cabello negro se mueve con el viento.

Luego estamos lo suficiente lejos de la orilla, Aang apaga el motor.

Él se gira hacia mí. —Ven, vamos a cenar.

Me toma de la mano y me guía sobre el puente inferior donde se encuentra una mesa rodeada de banquillos.

Aang

Estamos sentados uno frente al otro, ambos disfrutando de una copa de vino con la cena.

Ella bebe el vino entre bocado y bocado. Nunca me había tomado la molestia de mirar los detalles de una mujer, solo existía el sexo. Sin embargo, no me molesta en compañía de Thais y tampoco que su boca curiosa haga preguntas de más.

Me fijo en el modo en que algunos mechones de pelo caen por delante de su cara. Es hermosa sin intentarlo siquiera, sus preciosos labios pintados de rojos se mueven lentamente, de inmediato pienso en aquella lengüecita rosada que siempre me vuelve loco, ya este en mi boca explorando cada rincón oculto, en mi sexo mientras me hace temblar o arrastrándose por mi pecho desnudo, cubierto de cera de vela que ella misma pone.

Me está dando el tipo de placer que creo no encontrar en ninguna otra mujer y eso es peligroso mientras más me vuelvo adicto a ella menos posibilidad tendrá de que yo la deje ir.

—¿Ha pasado algo interesante hoy?

En realidad sé todo lo que ella hace durante mi ausencia, pero es más interesante si me lo cuenta por sí misma.

Thais decide dejar el tenedor a un lado y me mira con los ojos brillosos.—En realidad, sí.

—¿El qué?

Doy un bocado y mastico mientras la miro fijamente.

—Vivir la vida al máximo es una plenitud maravillosa —dice en un francés apenas comprensible.

Pero la manera en que ha dicho plenitud es perfecta, bonita y sensual. Ella no necesita esforzarse mucho para obtener mi aprobación porque todo en ella es perfecta y plena.

Plenitud siento yo al estar con ella.

La máxima felicidad es lo que ella trajo a mi vida. Thais es esa plenitud que tanto busqué y por fin he encontrado.

—¿Lo aprendiste tú sola?

Ella asiente, llevando la copa a sus labios.

Deja la copa a un lado para jugar con el tenedor. Su cuerpo tiembla levemente si no estuviera prestando atención no me daría cuenta que tiene frío. Ella me mira sabiendo lo que quiere y no le da miedo tomarlo... al igual que hago yo.

Se levanta de la mesa para sentarse en mis rodillas y me rodea el cuello con sus brazos.

La miro atentamente y deslizo el tirante de su vestido antes de darle un beso sobre el hombro. Ella vuelve a subir el tirante; su misión es conseguir mi calor y eso parece ser lo único que le importa en ese momento, estar en mis brazos y que yo la mime. Eso es comprensible.

Hundo mi mano en su cabello, pego mi boca a la suya, introduzco la lengua en su boca. Iguala la intensidad al instante y siento la forma de sus pechos a través de la tela suave de su vestido mientras aumento el beso.

—Me arruinarás para todos los hombres —bromea contra mis labios.

Siento que la irritación se abre paso en mi interior.

Enrosco mis manos en su cabello y la acerco más a mi boca. En sus ojos no hay miedo, está impasible.

—El día que un hombre se atreve a tocarte, sin pensar le meto un tiro en la cabeza y a ti te follare sobre su sangre antes de torturarte.

Thais ni siquiera se inmuta con mis palabras.

—Si llegas a tener otra mujer... te mato, Aang.

Mi erección vibra dolorosamente entre mis pantalones. Ella no parpadea y una oleada de calor hace que se me eriza todo el cuerpo.

Su voz no había flanqueado cuando pronunció aquellas palabras. Como si ya no quedará rastro de duda en su mente, en realidad será capaz de hacerlo. No lo ha dicho sólo por decir una amenaza tirada al viento. Simplemente es una advertencia cruda, sin filtro.

La agarro por la nuca y acerco su boca a la mía.

—Lo digo en serio —me empuja el pecho con la mano, echándome hacia atrás. —Lo quiero todo, a mí tampoco me gusta compartir.

Yo nunca comparto nada que sea mío. No hay duda, ni cambio de opciones. Estamos juntos en este momento y siempre lo estaremos mientras esa pasión cegadora nos siga consumiendo.

Le beso la comisura de la boca, ella adora mi faceta dulce al igual que la salvaje. Thais es esa clase de personas que le gustan las rosas no solamente por los pétalos sino también por sus espinas; porque sabe que sangrar es parte de la vida.

Le succiono el labio inferior hasta introducírmelo en la boca y le doy un suave mordisco. Ella gime despacio.

Muy satisfecha, se da la vuelta y recarga su espalda en mi pecho. Mira las colinas de la isla que comienzan a desaparecer en la oscuridad.

No es una postura que me guste, porque me parece demasiado íntima, pero ella ha roto todas mis reglas. Qué quiera estar todo el tiempo encima de mí en lugar de cualquier lugar es un gran avance.

Subo y bajo la mano por sus muslos.

Ella desliza la mano por mi brazo hasta entrelazarlo con mis dedos. Noto sus dedos fríos contra los míos. Siento la tentación de quitar la mano, pero hoy es su noche puede hacer lo que quiera conmigo.

—¿Aang? —su voz es un murmullo.

—Dime, Thais.

—¿Alguna vez pensaste en dejarme ir antes de proponer el acuerdo?

La pregunta me toma desprevenido. Es lo último que esperaba que me preguntará. Tardo un segundo en responder.

—Sí.

Gira la cabeza en mi dirección, buscando la confirmación en mis ojos. Su mirada se enternece de aquel modo especial portando ese fuego vivaz que refleja su interior.

—¿Qué te motivó a cambiar de idea?

—Tú.

—¿Yo?

—Sí, tú y tu fuego.

Mi respuesta no parece enfadarla. En su lugar se dibuja una ligera sonrisa y le doy un apretón en el muslo.

Ella entrecierra los ojos.

—Debería haber imaginado que eras un psicópata en potencia cuando me topé contigo en el bar.

Me echo a reír. —No tanto.

—¿Qué pensaste cuando me viste bailar?

¿Qué hay en su voz ¿Curiosidad? ¿Algo más?

Todavía esta tensa, pero se apoya contra mí y aprieta los puños a los costados.

—Justo en ese momento que tu mirada buscó la mía —digo contra su cuello. —Es cuando te preguntaste si había notado que estabas bailando para mí, ¿no es así? —aprieto las caderas contra su trasero para que no tenga ninguna duda de lo que me provoca. Le pongo la mano en la cintura para arrastrarla sobre mi erección. —Pero mi parte favorita, fue cuando lo hiciste cuando llegamos a París. La expresión de tu cara me dijo que bailabas solo para mí en tu mente pensaste que estaba ahí a pesar de no haberme visto. Adore ver esa oscuridad en tus ojos.

—Ay, Dios —susurra ella.

Espero que esté recordando lo que sintió mientras la miraba.

Y en ese momento, coge mi mano y la mueve muy despacio hasta el bajo de su vestido antes de subirlo hasta la cadera. Siento su piel suave bajo la palma y alzo la mano hasta su vientre, donde sus abdominales tiemblan bajo mi contacto.

—¿Estabas bailando para mí? —pregunto, ya que necesito ese recordatorio.

Ella asiente y empuja mi mano hacia abajo.

Por Dios, esa mujer es un cúmulo de contradicciones.

—¿En qué otra cosa pensabas? —quiero saber. —¿Imaginabas mi cara entre tus muslos, y mi boca en tu vagina?

Thais se muerde el labio.

—No, solo quería excitarte.

—Y yo deseaba tocarte —aseguro mientras meto la mano en sus bragas. —Justo así.

Su cuerpo se arquea contra el mío antes de inclinarse sobre la mesa.

—Quiero comprobar lo húmeda que estás —digo con la respiración entrecortada y una voz ronca y grave. —Cuánto te mojas al saber que aquella mañana me corrí mirándote.

Deslizo los dedos un poco más abajo. Ella jadea.

—¿Te gusta? —pregunto mientras introduzco un dedo en su interior.

Thais asiente. —Sí... Aaah, me gusta justo así.

Y, en ese momento, introduzco otro dedo en su interior cálido y empiezo a trazar círculos sobre su clítoris con el pulgar.

—Joder, estás empapada —digo a la vez que deslizo los dientes por su hombro.

—Es lo que me provocas —dice y aprieta mi mano contra su sexo.

Mientras muevo los dedos a un ritmo constante, noto que empieza a contraerse. Empieza a respirar con diminutos jadeos. Con una expresión culpable, retiro la mano y le doy la vuelta para que me mire. Parece drogada, con los párpados caídos y los labios entreabiertos.

—Deberíamos ir a dormir.

Le doy un beso en la mejilla, en la comisura de los labios y luego cuando cierra los ojos, también en los párpados. Acto seguido la levanto de sobre mí y me voy al camarote.

Thais entra detrás de mí.

Da un sorbo a la copa de vino mientras me contempla con atención con las largas pestañas cubiertas de rímel. Cuando retira el vaso, el carmín queda esparcido por la zona donde ha estado su boca un segundo antes.

Deja la copa antes de desabotonarme la camisa blanca, dejando descubierto mi pecho para su disfrute. Echa la camisa hacia atrás, hacia mis hombros. A continuación vuelve a coger la copa y la derrama a propósito sobre mi pecho.

Se inclina hacia abajo y limpia el vino con la boca, absorbiendo las gotas con la lengua.

―Aang, tienes el cuerpo más sensual del mundo...

Después me masajea los hombros, otra vez con los ojos clavados en mí.

Examina los míos y luego explora el resto de mi rostro.

Se baja las bragas. Mi sexo palpitante esta desesperado por entrar en ella desnudo. Aquella entrepierna prieta y húmeda no será más que piel erótica. Puedo derramar toda mi semilla en ella, llenándola hasta desbordarla.

Joder, a aquel ritmo no voy a durar mucho.

Thais se pone en la cama con la espalda sobre el edredón mientras sus piernas cuelgan.

―De rodillas ―ordena. ―Ahora.

Los ojos le brillan todavía más.

Se le relaja el cuerpo cuando obedezco y me pongo de rodillas.

Aquel brillo sádico y esa sonrisa lasciva aparecen cuando me toma del cabello y me acerca a su sexo bien depilado.

―Quiero que me hagas correr con tu lengua, Aang.

La miro y la haga saber que si estoy ahí es porque quiero no porque ella me lo ordena antes de depositar mi boca sobre su sexo y comerla hasta que su cuerpo no parece aguantar más orgasmos.

Con la voz adormilada me dice que quiere bañarse.

Me ofrezco a bañarla y, como no protesta, voy a abrir el grifo del baño y vuelvo para ayudarla a desvestirse. Estoy concentrado, no pienso en lo que estoy a punto de ver. Al instante me doy cuenta de que está acostada, desnuda delante de mí. Para mi sorpresa, no tengo ganas de follar sin control y todo al ver su cara de cansancio.

La cojo en brazos y me meto en el agua caliente. Cuando su espalda se apoya en mi pecho, acurruco mi cabeza en su cabello. Estoy desconcertado, pero... me siento muy agradecido de tenerla conmigo. No quiero conversaciones, peleas, ni mucho menos discusiones. Me embriaga con su presencia. Ella, ajena a todo, aprieta su mejilla contra mí. No se da cuenta de que todo lo que había sucedido hasta ese momento lo había provocado ella. Poco a poco, voy comprendiendo que toda mi vida ha cambiado por esa pequeña criatura que se acurruca en mis brazos. No estoy listo para eso.

Lavo cada parte de su cuerpo despacio y en silencio; para sorpresa de Thais, no tengo erección alguna ni intento tocarla de un modo mínimamente cercano al erotismo.

La seco, la acuesto, la beso en la frente con dulzura y luego en la boca. Antes de que yo pueda decir nada, se ha quedado dormida. Le tomo el pulso, temiendo que hubiera vuelto a desvanecerse, a veces hace eso; se desvanece. Por suerte, es regular. Me quedo observándola un rato, pensando en qué rayos me pasa con ella.

Y entonces me duermo.

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