3
Thais
Pasa una semana y no puedo quitar su imagen de mi mente. Lo que me deja una sensación extraña de miedo y excitación a la vez. Lo peor es que aquella noche fue un total fiasco. David me regaño como un padre celoso a quién su hija le presenta el novio que él desaprueba totalmente mientras que tuvo que cargarme hasta mi habitación por mi estado de ebriedad, luego salió corriendo según Vero porque me había desnudado enfrente de él. Al día siguiente traté de evitarlo muerta de la vergüenza, pero David super lindo, haciéndose de cuenta que nada pasó, me buscó y el problema quedó resuelto.
Juro no volver a beber. Bueno tampoco a tal extremo, con no volver a emborracharme es suficiente, ¿no?
No le gusto y esa idea me rompe el corazón, pero hay que superarlo. Los lutos de amores solo duran once días, pero el mundo sigue girando igual. Así que, hoy en la universidad he actuado con total madurez, nada de imaginar sus labios ni nada impropio.
—¿De qué hablan? —pregunto, llegando en plena conversación de David y Verónica mientras tomo asiento en el césped del parque del campus, quedando enfrente de él.
—Tu vestuario —dice David viéndome, sus ojos grises se abren y me siento atrapada en él.
—¿Qué tiene de malo? —me defiendo tímidamente y le doy un codazo a Vero en busca de su apoyo, pero ella se encoge de hombros y teclea su celular.
—Tú nunca has usado falda en la universidad —comenta, declarándome la guerra con su mirada de represalia.
—Siempre hay una primera vez para todo —giro, dejando mi cabeza caer en su regazo.
—Espero que no sea por Ian y que no quedes como las millones de idiotas que están detrás de él.
—Un hombre jamás va a tener ese poder sobre mí. Además —lo miro y él me sonríe, acariciándome las mejillas. —Él no es mi tipo.
—¿Y quién si es tu tipo? —se interesa Vero por la conversación.
Hace un rato no pudo ayudarme, pero ahora está lista para lanzarme fuego, vaya amiga la que tengo ¿para qué quiero enemigas?
En este momento el móvil de David suena e interrumpe la conversación como si fuera un llamado del cielo que no quiere que mi respuesta sea escuchada, al menos es así como lo interpreto yo, él responde de inmediato mientras me levanto, alisando mi falda para tomar la salida urgentemente.
—No seguirás escapándote para siempre —Vero me toma del brazo.
Mi corazón late con fuerza, al salir del taxi me dirijo hacia mi casa corriendo, al llegar después de subir el cuarto piso frente a la puerta encuentro la misma rosa que me llega todos los días y una tarjeta con mi nombre. Están las mismas dos frases que llegan desde la mañana del club.
"Pequeña traviesa, nos vemos pronto. Espero que tengas el valor de decirme cretino en la cara."
Es una letra muy hermosa, no está firmada, pero me recuerda a él. Alguien tan bello debería tener una letra igual.
Pero es imposible, ¿no?
Tiene que ser una broma de algún vecino, ¿pero quién podría ser? Y lo más importante ¿por qué?
—¿No crees que deberíamos ir a la policía? —me dice Vero mientras nos dirigimos a la cocina.
—¿Qué le voy a decir? Seguramente me tomarán de loca, ni siquiera tengo un nombre que dar además, no hay delito al enviar notas.
Ella suspira. —¿Quieres lasaña? —cambia de tema.
—Sí —le respondo sin ánimo.
—¿No tendrás algún admirador loco por ahí? —bromea.
Trago saliva con fuerza.
Ahora que lo pienso bien últimamente he sentido esa extraña sensación de ser observada. Espero que sea mi imaginación porque de verdad me está entrando miedo.
Me alejo de Vero y me acerco a la ventana mirando por todas partes, hay un tipo que alza la mirada en mi dirección y me mira extrañamente. Se distingue entre las demás personas de la calle, tiene un traje impecable, pienso que tiene unos 28 a 32 años y detrás de sus gafas oscuras, me imagino que es apuesto, su mirada me huye, es extraño, ¿está hablando por teléfono? ¿O sólo finge hacerlo?
«Thais deja de inventar películas en tu cabeza solo está hablando. Solo respira y deja tu miedo».
Suspiro aliviada al verlo irse. Tengo que dejar de ser tan paranoica. No puede ser él, no se atrevería a buscarme y acosarme, ¿o sí? Además, para eso se necesita estar loco.
Más calmada decido cambiarme para ir a trabajar, trabajo en una librería. El puesto es de becario para estudiantes, no es un sueldo maravilloso, pero suele ser el necesario para cubrir los gastos mínimos que puede causar la universidad. Además, el ambiente es increíble. El olor a papel, tanto nuevo como viejo, impregna mis fosas nasales, es impresionante. Y puedo asegurar que conseguir el trabajo en un lugar así es el sueño de cualquier apasionado de los libros como soy yo. Y lo más importante es que la librería tiene una sección de préstamos de libros con un pequeño salón de lectura y máquinas dispensadoras de bebidas y comidas, esta todo muy bien pensado.
Duro más de una hora ordenando la zona de libros de ciencia ficción.
Ahora estoy en la sección de préstamos, con un ejemplar de Los crímenes del amor de Marqués de Sade en mis manos y, de repente, me quedo paralizada. Tengo una sensación rara, como si alguien me observa.
Miro a todos los lados, pero no hay nadie. Dejo el libro en su sitio y salgo todo lo rápido que puedo de allí.
Sí, lo confieso, soy algo miedosa. Pero también evito que las personas vean lo que leo ya que se quedan mirándome como si fuera de otro planeta. O me juzgan con la mirada como si fuera una vil criminal solo por mis gustos literarios.
Camino hasta el mostrador para preguntarle a Olivia, —otra becaria como yo que también asiste a la misma universidad, no compartimos ninguna clase, no somos amigas, nos saludamos y hablamos solo cuando es necesario—, qué más podría hacer y otra vez esa sensación desagradable se apodera de mí. Un cosquilleo que me recorre desde la nuca hasta lo largo de mi columna, consiguiendo ponerme el vello de punta. Me giro y detrás de mí hay un chico con pantalones vaqueros negros, zapatillas deportivas y una sudadera con la capucha del mismo color echada sobre su cabeza. Mira al suelo, solo puedo verle un mechón azul que cae por su frente y una perilla bien perfilada. Minutos después llega una chica, se besa y ambos se pierden en la estantería.
—Thais, chica, ¿aún sigues aquí? —La voz de Olivia me hace girarme nerviosa—. Cuando quieras, puedes irte y mañana volver a la misma hora.
La escucho hablar, aunque mi mente sigue en la persona que me mira y no logro descifrar. Miro despacio, cualquier rincón donde pueda haber un alma, pero nada. Es como si la sensación fuera psicológica.
—Gracias, Oli. Nos vemos mañana.
Al salir del trabajo voy a aliviarme y eso consiste en ir a un bar cerca de donde vivo con Verónica ya entrada la noche.
Estamos hablando de las clases que parecen multiplicarse de la nada y los trabajos sin entregar cuando miro por la ventana cerca donde estoy y veo al tipo del bar, mi reacción es esconderme debajo de la mesa para que no me vea.
Verónica inclina la cabeza, me mira con una expresión idiota en su cara, y después de un rato estalla en risa. —¿Qué estás haciendo ahí abajo, idiota?
Ella frunce el ceño mientras yo estoy sentada en el piso apoyándome en la pata de la mesa para esconderme detrás de ella.
—¿Ya se ha ido el tipo en la acera? —levanta la cabeza, mira y vuelve a inclinar su cabeza.
—No hay nadie —mira unas cuantas veces. —Y ahora tampoco.
—Oh, Dios mío, estoy jodidamente borracha... Estoy teniendo alucinaciones —estoy murmurando, incapaz de moverme.
Verónica me obliga a ponerme de pie.
Entonces suena una bocina, el coche se detiene. Y luego, detrás de la ventana veo al tipo del bar, y mi mundo se detiene. Me muerdo los labios y lo veo acercarse a su coche. Se inclina y saca el teléfono de su bolsillo. Mira algo durante un rato y luego, interesado en el argumento, levanta los ojos. Nuestros ojos se encuentran, y me convierto en un tronco. Se queda allí de pie y parece como si no pudiera creer lo que ve. Su pecho empieza a agitarse más rápido. ¿Y yo? No puedo girar la cabeza y me quedo mirándolo. Veo como sube al coche. Con los labios ligeramente abiertos, lo miro y cuando desaparece, vuelvo la mirada hacia Verónica.
—Era él. Me vio... —yo susurro totalmente acalorada.
—¿El tipo que está cerca del coche?
—Ajá...
—Es un tipo bien parecido.
—Y tal vez está loco si es quien envía las notas.
—Bueno —dice Verónica cuando el camarero pone una botella de champán en nuestra mesa. —Vamos a beber, y luego quiero oír toda la historia, no solo la mierda lacónica.
—Bueno, en realidad vamos a beber y olvidarnos de él —extiendo mi mano para tomar un vaso.
Después de dos horas y dos hectolitros de alcohol, le digo todo en detalle sobre el tipo del bar. Que no dejo de soñar con él y sus labios.
—Diré esto —balbucea, dándome una palmadita en el hombro. —Estoy jodida, pero tú estás más jodida, Thais. Nadie en su sano juicio sueña con un tipo que le cae mal y puede ser un acosador.
Me está doliendo la cabeza, y el alcohol le dobla la cara. No sé cómo tomar en serio sus palabras cuando su rostro se ve así.
—Ya lo sé —solo estoy resoplando en el vaso, meciendo un poco la silla. —Eso es jodido.
—Necesitas un pene —dice, agitando la mano. —Uno urgente, si tienes sexo tal vez tus hormonas se calma y descubras que todo era una calentura... pero si aún no has conseguido uno te voy a regalar un vibrador como muestra de mi amistad —esta farfullando, y una risa estúpida me abruma.
—Qué buena amiga eres —no puedo respirar por diversión.
—Thais... —dice. —Tenemos un importante banquete mañana en la noche en casa de mi tía, pero hoy puedo decirte que nos veremos cómo mierda hinchada.
Yo me rio como una loca, y ella levanta su dedo índice. —Eso es lo primero. La segunda es que soy fácil después de beber, así que no se me ocurre nada más inteligente que follar, por lo que sería mejor ir a casa ahora antes de que cometa una locura.
Me rio ante su comentario porque cualquiera que la escuchara hablar no pensaría que habla una chica virgen, Verónica es de esas chicas que tiene una mente súper abierta, dice lo primero que se le viene a la mente, pero tiene las piernas muy cerradas.
Cae sobre la mesa, y el vaso sobre ella salta con un golpe.
Miro a mi alrededor en una conspiración y descubro que todo el mundo nos está mirando. No me sorprende especialmente porque estamos haciendo una buena escena. Intento sentarme derecha, pero cuanto más me aprieta en el sillón, más me deslizo en ella.
—Tenemos que ir a casa —susurro, inclinándome hacia ella.
—Pero no puedo caminar. ¿Me llevarás?
—Sí.
—¡Eres genial! —grita alegremente. —Por eso te amo.
Después de muchos minutos de vergüenza y lucha con el espacio de las escaleras, ya que el ascensor está dañado, finalmente llegamos a mi piso. A pesar de la fuerte intoxicación alcohólica en el destello de la conciencia que me alcanza, cuánto sufrimiento me espera mañana. Me quedo recostada contra la puerta silenciosamente para pensar en ello.
Luego entramos en el apartamento, o más bien caemos, cayendo sobre la alfombra que esta en el pasillo. Cristo, todavía estoy borracha, así que me pego en la cabeza, paso golpeando la mesa de flores en medio de la sala con mi mano. Hasta encontrar la puerta del dormitorio de Verónica. Se arrastra dentro y se balancea felizmente, retorciéndose como un gusano. La miro con un ojo, mientras se tira a su cama. Cierro la puerta y me voy.
Camino como si estuviera arrastrando mis pies. Me quito los zapatos en el camino. Luego me deshago de mi blusa, una vez en la habitación.
Me caigo en la cama y me arrastro bajo el edredón.
Ronroneo satisfecha cuando finalmente pongo mis manos en una ropa que hay sobre la cama.
Escucho unos pasos y giro la cabeza hacia la puerta.
—Vero, por favor, apaga la luz —digo, mirando la silueta sentada en la silla.
—Hola, pequeña —se levanta y se va a apagar la luz.
—Pero estoy teniendo unas alucinaciones alcohólicas increíbles —digo, divertida. —Aunque estoy bastante dormida y soñando, y eso significa que estamos a punto de tener el mejor sexo de mi vida. Siempre sueño teniendo sexo contigo, pero ni siquiera sé tu nombre, ¿eso me hace estar loca?
Lo saludo alegremente a través de la cama, y él se para sobre mí y me sonríe con sus dientes blancos.
—Sí. Definitivamente estás loca, ma petite.
—Hasta en mi sueño eres idiota. Si fueras real te pegaría, pero te perdonaré si vuelves a ser el tipo de mi sueño.
—¿El tipo que tiene sexo contigo?
—Sí.
—¿Quieres tener sexo conmigo? —pregunta, tumbándose a mi lado.
Hago espacio para él.
—Ajá... —ronroneo sin abrir los ojos. —He estado soñando con ello y he estado follando contigo mientras dormía desde que te vi en el bar... y siempre son tan salvajes.
Intento quitarme los pantalones, pero no funciona. Los delgados dedos del tipo de ojos pistola me quitan el edredón. Agarra el botón con el que yo estoy luchando. Luego las desliza suavemente a lo largo de mis piernas y las dobla en un pulcro tobillo. Levanto mis manos, señalándole que ahora es el momento de mi sujetador. Encuentra el gancho, pero no lo quita, solo acaricia mi espalda. Yo estoy dando vueltas y frotando mi trasero contra el colchón, invitándolo a jugar, y él está poniendo mi ropa en la cómoda, ¿es sueño o pesadilla?
—Sé como siempre —susurro. —En los sueños no necesito tu delicadeza, en la vida real tengo mucho.
Sus labios tocan primero mi hombro y luego mi clavícula. Es solo una sensación de hormigueo, pero el calor del toque de él me hace sentir un hormigueo en todo mi cuerpo. Agarra el edredón y lo desliza sobre mí.
—Hoy no, pequeña diosa. No así —dice. —Pero pronto serás mía y cuando lo seas, te prometo que vas a recordar cada segundo en el que estoy enterrado profundamente dentro de ti.
Suspiro decepcionada y aprieto mi cabeza entre las suaves almohadas. Me encantan esos sueños.
Y creo que es por eso que necesito un psicólogo.
La resaca de la mañana me abre la cabeza, y en cuanto abro los ojos, vomito al menos cuatro veces. A juzgar por los ruidos que vienen del baño del otro lado del apartamento, Verónica hace lo mismo. Me ducho y, esperando sentirme aliviada, tomo las pastillas de Ibuprofeno que encuentro en la cocina y luego le llevo una a Vero. Me paro frente al espejo y me quejo, viendo mi reflejo que dice: "Te ves muy mal, ¿acaso te atropellaron?" será un gran cumplido hoy. Parece como si alguien me hubiera pasado un tren encima. Decido maquillar mis ojeras y luego ir a la universidad.
Al menos llego a tiempo y no paso ninguna vergüenza.
Cuando entro al salón. La clase aún no ha comenzado.
El profesor entra al salón minutos después.
Es una lección hipnótica que me fuerza a poner atención. Hasta que mi mente se rinde y se pierde en la nada con las arrulladoras palabras. Escribo inconscientemente las notas de la clase. No dejo de pensar en ese sueño que tuve.
Siempre tenemos sexo.
Pero ayer me dijo que pronto sería suya, ¿qué rayos? Si va a entrar en mi sueño, al menos que sea para algo interesante.
Si podía hablar con Morfeo al menos le diría que no juegue así con los sueños eróticos de alguien desesperada por sexo caliente.
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