29
Thais
A partir del día siguiente de nuestra discusión, nuestra relación mejoró. Aang se ausenta por menos tiempo. Pasa más tiempo conmigo, queriendo aprovechar al máximo nuestro acuerdo. Está más relajado, menos a la defensiva conmigo, es natural.
Sus atenciones son seguidas, me ofrece regalos muy seguido. Cosas simples, como ramos de flores hasta hermosas y lujosas joyas, y sé que con eso solo busca comprar mi obediencia. Además, sé que las flores en realidad no son de él sino de Elliot. Aang no es el tipo de persona que da flores. Pero al menos le agradezco el hecho de que haya comprado algunos libros del Marqués de Sade y de Diana Gabaldon como ofrenda de paz.
La luna está en lo alto del cielo, bailando entre la niebla, el viento susurra en la oscuridad cuando me apoyo en la barandilla del balcón. Los latidos de mi corazón retumba junto a mis lágrimas, en mi garganta un nudo se forma impidiéndome respirar. Siento el viento helado acariciarme bajo la tela fina de mi camiseta.
No soy débil, pero en mi soledad es cuando más me acuerdo de mi situación me dejo llevar por la amargura. Su compañía logra hacerme olvidar todo, me gusta hablar con él, me gusta cuando me toca. Me encanta sentirlo dentro de mí. El dolor y el placer mezclado de los látigos en mi piel cuando me azota, sus uñas hundiéndose en mi cadera con cada penetración. Su ligera barba arañándome. Dios, me gusta todo lo que me provoca. Todo lo que me hace sentir y sobretodo me gusta su compañía cuando salimos a correr juntos por la mañana. Me está encantado todo de él. Es mucho más de lo que esperaba de cualquier empresario, hombre y amante. Sabe cuando hacerlo con brusquedad y con lentitud, sin que yo se lo pida, conoce mejor mi cuerpo que yo mismo. No voy a negar que me encanta el sexo salvaje, pero cuando me lo hace con suavidad siento que estamos más conectados, siento cada centímetro de su sexo en mi interior. Me hace temblar con cada beso, repartido en mi cuerpo. Sin embargo, cuando estamos en tiempo libre me trata como una amiga y eso me gusta. Pero... sí, existe un pero. Deseo mi libertad. Deseo volver a ver a mis amigos. Quiero que al cruzar la calle no sienta que me están siguiendo, o me van a secuestrar en cualquier momento.
―Thais.
Limpio rápidamente mis mejillas al escuchar su voz ronca detrás de mí. Seguramente por estar tan centrada en mis pensamientos no lo he escuchado tocar la puerta ni siquiera cuando entró.
Su cuerpo se aplaca contra el mío y me empuja hacia el barandal. La respiración cálida de Aang me cosquilleo la oreja mientras que el viento frío parisino me acaricia la piel.
―¿Qué te sucede? ―percibo la tensión en su cuerpo pegado al mío.
―Nada ―susurro.
Respiro más deprisa y el corazón bombea como si supiera que sus latidos están así por la tristeza.
―Thais, te conozco lo suficiente como para saber que algo te sucede.
Me volteo hacia él. Nuestras bocas están a unos cuantos milímetros de distancia, su brazo rodea mis hombros y sus largas pestañas no esconden su mirada ardiente.
―Por favor, déjame hacer una llamada. Solo será por media hora ―su rostro se endurece. ―Prometo no decir nada que te involucre.
―¿A quién quieres llamar? ―suelta bruscamente. Sus fosas nasales están dilatadas. Aang se tensa, un brillo de disgusto roza por su mirada que se ensombrece hasta casi volverse violenta.
Eso lo vuelve más seductor.
¿Celos? ¿Posesividad?
¿Piensa que quiero llamar a David? Hace mucho que no me acuerdo de él en ese sentido, es un buen amigo y tengo muy buenos recuerdos con él. De hecho, creo que nunca estuve enamorada de él, sentía atracción por cómo era conmigo. Me hacía sentir menos sola.
―A Vero... ―digo esperando convencerlo. ―Puedes estar presente durante la conversación.
Mientras hablo observo como una sonrisa embaucadora aparece por sus labios.
¿Cree que voy a caer y desistir de hacer la llamada?
―¡No intentes distraerme con tus encantos! ―doy media, dándole la espalda.
Pone sus manos sobre mi hombro, su respiración roza mi cuello.
―¿Thais, qué me obligas a hacer? ―coloco mi mano sobre la suya, ese simple contacto solo me tranquilizara por media hora.
Sus dedos se deslizan sobre mis hombros, luego encierra mi cintura y sus dientes mordisquean mi oreja; yo adivino sus intenciones, está intentando persuadirme. Su tacto me encanta. Sí, ¿pero si está habilidad fuera, justamente, parte de su plan?, ¿su acto de ternura no sería para manipularme mentalmente? Aún esas dudas se insinúan entre los dos. Sus labios rozan mi nuca, pero me resisto con todas mis fuerzas.
―Hoy no, por favor, sigo dolorida... ¿me das tu celular?
―Evita meterte en problemas ―amenaza, ofreciéndolo.
Me doy cuenta que me siento demasiado agitada, emocionada por escuchar una voz conocida. Nerviosa marco el número de mi amiga y, después del quinto tono, siento tristeza al escuchar su voz pronunciar un mensaje en el contestador.
―Vero, soy yo... ―digo en voz baja. ―Quería avisarte que estoy bien... simplemente me tuve que ausentar por razones familiares; será por un año ―un gran nudo se forma en mi garganta. ―Tomé la decisión en un arranque de locura. Cualquier cosa que David cree haber visto el día que me fui, fue una equivocación, siento lo que le pasó, ese no estaba en el plan ―miento, apenada. ―Perdón por no haberte avisado... Tranquila. Te llamaré cuando pueda, los quiero.
Enseguida apago el móvil silenciosamente y sin atrever a mirar a Aang a los ojos para que no vea lo mal que me siento por mi mentira y sobretodo por la decepción porque ansiaba escuchar la voz de Vero, quien sin duda me hubiera dado ánimo.
Le regreso su teléfono celular a Aang. Después de un momento de silencio, me pregunta: ―¿Cómo te sientes? ―seguramente es una trampa y un truco para ganar mi confianza.
¡Una manipulación sentimental!
―Decepcionada, hubiera querido escuchar su voz.
Es absurdo, pero en el fondo, una voz interna me aconseja confiar en él. No sé por qué y sin embargo me tranquiliza. Me tranquiliza estar a su lado.
Su mirada se suaviza.
―Te entiendo ―deposita un beso en mis labios. ―Descansa.
Él se va. Decepcionada quiero pedirle que duerma conmigo, pero no lo hago. Una vez sola, mis pensamientos se disparan, ¿por qué es tan tierno conmigo en ocasiones? ¿Qué trata de conseguir? ¿Algún día se cansará de mí?
Me acuesto. Sin embargo, el sueño se escapa. Todavía con más preguntas que giran en el vacío, cambio de posición en la cama constantemente, con un sentimiento de impotencia hasta que termino rendida.
Cuando abro los ojos está mañana, un rayo de luz penetra las cortinas de mi habitación. Me estiro con pereza, justo en el momento que tocan la puerta.
―¡Adelante! ―exclamo.
Anton, se asoma con la bandeja de mi desayuno. Lo que significa que Aang ya se fue a trabajar y pidió que me trajeran el desayuno a la cama. Ese gesto se está volviendo tan familiar. ¿Acaso me he acostumbrado a mi situación?
Devoro con apetito el pan tostado con mantequilla y los huevos revueltos con tocino. Después de una ducha que me da bastante ánimo, las cosas me parecen menos ilógicas. Me voy a la piscina, al pasar por la sala, entro a la biblioteca, tomo dos libros de finanzas. Regresando al patio, descubro a Anton observándome antes de irse sigilosamente, él y Aang tienen eso en común. Ninguno se hace notar cuando hacen acto de presencia.
Después de dos horas y medio de natación, voy a la terraza y me derrumbo sobre un sillón cómodo para empezar a leer.
En la comida, todo es exquisito como siempre. Pero en mi perfecta soledad. Estoy comenzando a odiar el silencio, si él hubiera estado, tal vez habría podido hacerme compañía, hablar. Además, debo de confesar que su presencia disminuye mi angustia y me hace olvidar. Sin embargo, no puedo dejar de odiar estar encerrada, por su culpa todos mis sueños se frustraron y si la única que tengo de escapar es seduciéndolo, pues bien.
«Él te gusta, por lo que seducirlo no es tan difícil para ti». Dice esa vocecita.
Pero eso es bueno, ¿verdad? Es guapo, me gusta mucho, posee dulzura que a veces me sorprende, es divertido y me hace experimentar múltiples orgasmos alucinantes durante toda una noche. Así que eso debería ser una ventaja, disfrutar en el proceso y no tendré que fingir que soporto su compañía porque en realidad, me gusta mucho además, me estoy descubriendo a mí misma con él. Si no me gustará sería mucho peor para mí, no tiene nada de malo experimentar eso. Gracias a Aang descubrí el placer, y me gusta, ¿en qué me convierte eso?
Al darme cuenta que Aang llegará en cualquier momento me apresuro y voy corriendo hacia las escaleras.
Desesperada me preparo un baño de burbujas, el calor del agua me relaja, uso todos los productos que están a mi disposición para que me ayuden con mi plan.
Plan no falles.
Salgo de la bañera, me seco y me arreglo con esmero. Después de haber elegido un vestido azulado que resalta mis encantos decentemente. Se supone que tengo que seducirlo discretamente, no voy a ponerme un vestido que me ofrezca en bandeja de plata, él no es tonto se daría cuenta de inmediato. Me siento frente al tocador para maquillarme.
Siempre me ha gustado el maquillaje sencillo. A él parece que le gusta también mi aire juvenil y es otro punto a mi favor.
Estrictamente ceñido en un impecable traje azul, Aang se levanta en cuanto llego al comedor. Su mirada me dice que mi vestido tiene toda su aprobación.
Durante la cena, nadie dice nada. De hecho, estamos demasiado ocupados saboreando lo que Anton nos preparó. Además, Aang siempre evita toda conversación cuando estamos cenando... tal vez le gusta el silencio cuando come. Sin embargo, las palabras me queman los labios. No es sino hasta el momento en donde casi no le queda vino en la copa que tomo valor.
―¿Qué tal fue tu día?
Arquea una ceja. ―Bien. Un poco estresante.
Diciendo esto, pone una mano sobre la mía. Con ese simple contacto con su piel tiemblo.
―¿Cuántos años tienes?
Su sonrisa retorcida aparece.
―Treinta y uno ―escucho su voz ardiente, envolvente, mágica.
Jugueteo con el tenedor entre mis dedos.
—¿Tiene algún color favorito?
Me mira frío. —Gris.
Con razón.
―Dime que soy la primera prisionera que entra a está casa.
He aprendido a jugar tan sucio como él y me da mal sabor de boca saber que otras chicas pudieran pasar por lo mismo.
―Eres la primera, Thais. Eres la única que me ha jodido la cabeza de tal manera que no vi otra forma para traerte conmigo.
Se está abriendo. Solo dilo.
―¿Tienes alguna relación con Lou? ―se levanta y se acerca hasta mí.
―Shhh... ―me da un beso para tratar de hacer que me olvide de la pregunta. ―Es hora de descansar.
Parpadeo. ―¿Por qué me haces eso?
―Porque eres demasiada curiosa, Thais ―aprieta su boca contra la mía.
Nuestras miradas se cruzan.
Mi corazón deja de latir. Literalmente.
Tiene una expresión que dice «voy a saltarte encima y te devorare sin piedad si no te callas.» Es como si sintieras que una bestia salvaje te mira.
Un escalofrío delicioso de anticipación me recorre, sin embargo, me levanto para ponerme a salvo de él.
―Buenas noches ―digo nerviosa, sus pupilas se dilatan y no me permite dar más pasos.
No me deja poner una distancia entre los dos. Toma uno de los mechones negros de mi cabello, haciéndola deslizar entre sus dedos.
―Me voy a descansar... ―gimo cuando se pone a besarme el cuello al tiempo que me aprieta el trasero.
Aplasta su boca contra la mía, nuestros dientes chocan, su lengua traspasa la barrera de mis dientes para encontrarse con mi lengua. Yo suspiro en su boca, sintiendo como pierdo mi resistencia ante el deseo carnal.
Pero pronto, a pesar del bienestar producido por él, las alarmas que reinan en mi cabeza despiertan. Me alejo lo más rápido que puedo. Es puramente instinto, puesto que debo de reconocer que hasta ahora, él se ha portado muy bien conmigo.
Aang envuelve una mano alrededor de mi garganta, sus largos dedos cerrándose firmemente, pero no fuertemente, alrededor de mi cuello. Todavía puedo respirar, pero cada inhalación es tortuosa, como si estuviera tomando prestado el aire de mi esencia vital. La familiaridad del gesto me mantiene inmovilizada en el lugar, casi como si hubiera pulsado una especie de botón y no pudiera moverme aunque quisiera. Siempre ha habido algo especial en sus manos. Sus dedos parecen largos y masculinos, como los de un caballero, pero en realidad, son los mismos dedos que han apretado innumerables gatillos sin dudarlo. Las manos de un asesino, y uno muy despiadado. Su cabeza baja para que sus labios calientes se encuentren con mi oído.
―¿Crees que no sé qué estás jugando un juego ahora mismo? ―él sonríe, y esta vez, es travieso. ―Intenta seducirme de nuevo y te voy a joder de verdad.
Mierda, me ha descubierto.
―Déjame ir ―quiero chasquear, gritar, pero mi voz sale baja y casi herida.
Su cara se queda en blanco mientras me aprieta el cuello como si quisiera dejar claro el asunto. ―Entonces haznos un favor a todos y ve a quitarte este jodido vestido.
Enfrento sus ojos insensibles con los míos llenos de rencor. Trato de no enojarme porque la ira me hace hacer cosas estúpidas. La ira me saca de mi elemento y le da la ventaja a mi oponente.
―Bien. Déjeme ir.
―¿Significa esto que te lo vas a quitar? ¿Y no vas a intentar seducirme de nuevo?
―Sí, ya no lo haré ―logro decir con los dientes apretado, mintiendo, obviamente.
Me libera, pero no retrocede mientras susurra. —Para bien o para mal. Eres como un libro abierto para mí.
―Jódete.
―Ya te jodo a ti, Thais y es mucho mejor.
Se ríe, el sonido resuena a nuestro alrededor como una sonata. Intento no quedar atrapada en lo guapo que se ve cuando se ríe, cuando sus rasgos angulosos se relajan y aparece cada vez más como el modelo de la portada de una revista.
Me voy hasta mi habitación y me encierro en ella.
Voy a meterme en la piel de Aang Briand tan profundamente, explotar su poder, y luego usarlo contra él.
Cuando el huracán lo golpee de la nada, entenderá por qué la venganza tiene nombre de mujer.
Mientras sigo enojada veo como entra por mi puerta, abriendo su camisa.
Al percatarme de que aún sigo aquí sentada, sufriendo por la dolorosa desilusión, me levanto de la cama para hacer frente a Aang. La sensación de tener un nudo en la garganta sigue ahí, pero ahora también siento ira. Pura e intensa, se me propaga por el cuerpo y elimina la conmoción y el dolor.
―No ―digo, y me sorprende lo calmada y firme que suena mi voz―. No vas a tocarme hoy.
Aang arquea las cejas.
―¿Eh? ―sus ojos destellan ira y una pizca de diversión―. ¿Y cómo vas a impedirlo, pequeña mía?
Levanto la barbilla, el corazón se me acelera aún más. A pesar de todas las horas entrenándome en el gimnasio, aún no soy rival para Aang en una pelea. Puede vencerme en treinta segundos exactos; y eso sin mencionar que un montón de guardias hacen lo que les diga.
―Vete a la mierda ―digo, enunciando con claridad cada palabra―. Vete por ahí con tu pene de mierda ―y guiándome por un puro instinto de adrenalina, lanzo a Aang las cosas que tengo en la cómoda y decido huir hasta la puerta.
Las cosas chocan contra el suelo con un ruido estrepitoso y oigo a Aang maldecir al tiempo que se aparta para evitar que se estrellan contra él. Se distrae un momento, justo el tiempo que necesito para correr hasta la puerta. No sé a dónde voy ni tampoco tengo un plan. Lo que está claro es que no puedo quedarme aquí y aceptar de forma sumisa esta nueva violación.
No puedo ser la sumisa y pequeña víctima de Aang otra vez.
Oigo que me persigue mientras corro por toda la casa. Aang nunca se ha mostrado arrepentido de quitarme cualquier opción, nunca se ha disculpado por secuestrarme o forzarme a estar con él. Me trata bien porque quiere, no porque haya alguna consecuencia desfavorable si hace lo contrario. No hay nadie que le evite hacerme lo que sea, ninguna palabra de seguridad que pueda usar para imponer mis límites.
Soy su prisionera de cualquier manera.
Estoy en la puerta principal y giro el pomo para abrirla. Por el rabillo del ojo veo a Anton cerca de la pared, mirándome pasmado mientras corro por la puerta con Aang pisándome los talones. Corro tan rápido que solo siento un destello de vergüenza ante la idea de que nos vea así. Creo que el pobre de Anton sospecha de la naturaleza sadomasoquista de nuestra relación, ya que mi ropa no siempre oculta las marcas que Aang deja en mi piel, y espero que se tome esto solamente como un juego raro.
No tengo ni idea de a dónde voy mientras bajo corriendo las escaleras principales, pero no importa. Solo me importa eludir a Aang un momento, ganar algo de tiempo. No sé qué me costará, pero sé que lo necesito; necesito sentir que he hecho algo para desafiarlo, que no me he doblegado a lo inevitable sin luchar.
Estoy en mitad del jardín cuando siento a Aang alcanzarme. Oigo su respiración agitada; él también debe de ir a su máxima velocidad. Me agarra el brazo, me gira y me atrae hacia sí. El impacto me aturde un momento, expulsa el aire de los pulmones, pero mi cuerpo reacciona como un piloto automático y mi entrenamiento de autodefensa entra en acción. En vez de intentar empujarlo, me dejo caer para desequilibrarlo. Al mismo tiempo, elevo la rodilla y le apunto a los huevos y le propino un puñetazo con la mano derecha en la barbilla. Se anticipa a mi movimiento, me da la vuelta en el último momento de tal modo que no le alcanzo la cara con el puñetazo, pero lo golpeo con la rodilla en la cintura. Sin tener tiempo para reaccionar, me tira al césped de espaldas e inmediatamente me sujeta con toda su fuerza, usando las piernas para controlar las mías y me agarra las muñecas para estirarme los brazos por encima de la cabeza.
Sé que estoy completamente indefensa, más que nunca, y Aang lo sabe.
Se le escapa una risilla por la garganta al tiempo que se encuentra con mi mirada furiosa.
―Eres una pequeña muy peligrosa, ¿eh? ―murmura, poniéndose más cómodo encima de mí. Para mi fastidio, ya empieza a respirar con normalidad y le brillan esos ojos verdes de diversión y placer―. ¿Sabes? Si no hubiera sido yo el que te ha enseñado ese movimiento, mi querida Thais, podría haber funcionado.
Con el pecho jadeante, le fulmino con la mirada: me muero de ganas de machacarlo. Que esté disfrutando con esto solo aumenta mi furia; me muevo con toda mi fuerza, intentando quitarlo de encima de mí. Es inútil, por supuesto, mide más del doble que yo, cada centímetro de su cuerpo potente son músculos de acero. Al final, solo he conseguido divertirlo aún más.
Bueno, eso y excitarlo, como deja en evidencia el bulto duro contra mi pierna.
―Suéltame ―siseo con los dientes apretados, claramente consciente de la respuesta automática de mi cuerpo ante esa dureza, ante su cuerpo presionado contra mí de esa manera.
Ahora asocio la forma en que me ha sujetado con el sexo y odio que me esté poniendo ahora mismo, que mi interior lata de deseo a pesar de mi ira y resentimiento. Es otra cosa sobre la que no tengo el control; mi cuerpo está condicionado a responder a la dominación de Aang pase lo que pase.
Curva esos labios sensuales en una sonrisa ladeada: muestra satisfacción, el cabrón. Sabe perfectamente que me he excitado de forma involuntaria.
―¿O qué, pequeña? ―susurra, mirándome fijamente mientras separa mis piernas tensas con las rodillas. ―¿Qué me vas a hacer?
Lo miro desafiante y hago todo lo posible por pasar de la amenaza de su erección dura como una piedra que me presiona la entrada. Solo nos separan sus vaqueros y mi ligera ropa interior, y sé que Aang puede deshacerse de esas barreras en un santiamén. El único impedimento para que me folle ahora mismo es que estamos a plena vista de todos los guardias y de cualquier persona que pasee por la casa en este preciso momento. A Aang no le va el exhibicionismo, es demasiado posesivo para ello, y estoy casi segura de que no me follará así al aire libre.
Puede que me haga otras cosas, pero estoy a salvo del castigo sexual por ahora. Eso y la ira incitan mi respuesta imprudente.
―En realidad, la verdadera pregunta es: ¿qué vas a hacer tú, Aang? ―digo con voz baja y cortante―. ¿Vas a arrastrarme pateando y gritando para conseguir llevarme a tu cama? Porque es lo que tendrás que hacer, ¿sabes? No voy a seguir con esto como una prisionera dócil. Estoy harta de ese papel.
Deja de sonreír y me mira implacable y con convicción.
―Tenemos un maldito acuerdo y sabes que tienes que decir, pero recuerda lo que está en juego ―dice con dureza y se pone de pie, levantándome con él.
Forcejeo, pero no sirve de nada; en un segundo, me levanta en brazos, con una mano me sujeta las muñecas y con la otra me agarra firmemente bajo las rodillas para inmovilizarme las piernas.
Furiosa, arqueo la espalda, intentando que me suelte, pero me sujeta con demasiada fuerza para ello.
No hago más que cansarme y, tras un par de minutos, dejo de forcejear y jadeo de frustración y agotamiento mientras Aang comienza a caminar hacia la casa. Me lleva como a una niña indefensa.
―Grita todo lo que quieras ―me informa con voz tranquila y distante al tiempo que llegamos a los escalones del porche. Su cara no se inmuta al mirarme―. No va a cambiar nada, pero te invito a intentarlo.
Sé que probablemente esté usando psicología inversa conmigo, pero me quedo en silencio mientras abre la puerta principal con su espalda y entra en la casa. Se me pasa el enfado, ahora me resigno. Siempre he sabido que pelearme con Aang no tiene sentido y lo que ha pasado hoy lo confirma. Puedo resistirme todo lo que quiera, pero no me servirá de nada.
Mientras Aang me lleva al vestíbulo, veo a Anton de pie, mirándonos sorprendido. Debe de haberse quedado a mirar por la ventana cómo acababa la persecución y noto su mirada siguiéndonos al tiempo que Aang pasa delante de él sin decir nada.
Ahora que el chute de adrenalina se ha pasado, noto cómo me ruborizo. No quiero que la gente de esta casa sepa la verdad sobre mi relación con Aang; no quiero que me miren con compasión y lástima.
―Thais... ―Aang tiene el ceño fruncido―. No hagas esto más difícil de lo que es.
¿Más difícil de lo que es? ¿Está de coña?
Una ráfaga fresca de furia me vuelve a dar fuerzas cuando entramos a la habitación, le muerdo la barbilla y él me lanza sobre la cama sin inmutarse.
―Quédate aquí, no quieres cumplir bien, buscaré quien lo haga por ti ―vuelve hacia la puerta y veo como marca un número, sin dejar de mirarme. ―Lou, estaré en tu casa dentro de media hora... Ajá... espérame desnuda.
Va ir donde ella para tomar lo que me niego a darle.
―Te odio ―digo, dándole la espalda. ―Te advierto que, como te atrevas a ir a su casa y me faltes al respeto de nuevo, apuntaré mi rabia contra tu hombría.
―No tienes derecho a decidir cómo debo llevar mi vida.
Me giro y lo miro retadora.
―Ponme a prueba ―le digo desafiante.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro