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28

Pasado

Elliot

Me siento en la mesa de la cocina de mi casa, la información y las fotografías de Thalia están extendidas por todas partes. Hay una taza de café al lado. Estoy sentado allí, sin más ideas y trato de pensar en un plan.

No tengo nada.

El vacío de ideas me abruma. Thalia, con su aire de superioridad, parece inmune a cualquier intento de seducción. No puedo negar su atractivo; hay algo en ella que me intriga profundamente. Pero es demasiado engreída para ser seducida aunque nunca he tenido que usar eso para completar mi misión.

No soy guardaespaldas por vocación, sino por desesperación. Aún era un niño cuando me entrenaron duramente para enfrentarme a la vida.

Mi trabajo no es cuidar a ricos empresarios de familia o a sus hijos. A mí me mandan como refuerzo a países conflictivos donde envían a los más preparados; mi misión es descubrir quién es Escorpión y para llegar a él usaremos a Cane, su fiel y servicial mano derecha.

Pero él es impenetrable.

Todas nuestras estrategias han sido en vano.

Hasta hace dos semanas cuando vimos que por fin una mujer había llamado su atención.

Thalia.

Cojo foto de Thalia que he estado haciendo estas dos semanas de investigación. No parece débil, en todas parece fría y recta.

Aún no entiendo como logro en tan poco tiempo convertirse en la secretaria de Cane, lo extraño es que hay muy poca información de ella, es como si ella hubiera nacido un paso por encima del resto de los mortales.

Guardo las fotos y me levanto de la silla.

Tengo que saber más información de Thalia.

Salgo y me meto en el asiento de mi coche, conduciendo hasta la empresa de Cane, quien gracias a Escorpión se volvió intocable e influyente.

Hay una cafetería al otro lado de la calle de uno de las empresas en Francia, me detengo ahí y me siento en una de las mesas afuera con un café y un libro mientras acecho a mi objetivo.

Observo de reojo la puerta de la entrada desde mi posición, esperando ver salir a Thalia o a Cane.

No soy ciego: es hermosa. No puedo apartar la vista de ella cada vez que la veo: su pelo negro ondulado cae sobre su espalda como una cascada oscura, enmarcando unos ojos azules tan profundos como un cielo despejado. Es una rareza en una morena, y eso la hace aún más fascinante.

No sé cómo consiguió aquel trabajo, pero de seguro su belleza fue lo que más debió impactar a Cane en ese bar. Además, de su carácter.

Lo mejor sería buscar otra manera de atrapar a Escorpión, el problema es que siento curiosidad por cómo es ella y he de admitir que hasta ahora es todo un crucigrama.

―Hola ―una mujer alta se acerca a mi mesa y se sienta, tomándome por sorpresa, con los ojos profundos, llena de incitación y olor a perfume de vainilla y frambuesa, Thalia está ante mí, espléndida con una camisa semitransparente que invita a la imaginación.

Su presencia me toma por sorpresa, y al instante me pongo en guardia al encontrarnos con la mirada.

―Hola, Diosa —respondo.

Thalia no aparta los ojos de mí mientras sus manos se deslizan por la mesa hasta mi taza medio llena, se lo lleva a la boca y se acaba el resto del café sin apartar los ojos de mí. Es un gesto cargado de desafío y dominio que me descoloca.

Joder, cierra la boca Elliot o te va a entrar una mosca.

Cuando se termina, deja la taza sobre la mesa y se pasa la lengua por los labios. Todo sin dejar de verme.

Se lame los labios para mí.

Unas imágenes eróticas llegan a mi mente. Ella en mi cama, los labios hinchados por mis besos. Sus uñas clavándose en mi trasero mientras la tiro hacia mí.

Maldita sea.

Elliot, para. No eres un adolescente cachondo.

Abro un poco las piernas porque mi entrepierna se inquieta dentro de mis pantalones.

―Mis acosadores no suelen ser hombres tan guapos. Es una sorpresa bastante agradable, Elliot. Lo cual solo significa una cosa... ―se inclina, obteniendo una vista mejor de mí. ―¿Acaso quieres acostarte conmigo?

No parpadeo. Su expresión es sexy. Me mira, como si no hubiera nada más importante en el mundo que mirarme.

Y eso me hace sentir bien.

Mantengo los ojos en ella y no puedo negar que esa idea me fascina, para qué negarlo.

―Sí.

La comisura de su boca tiembla ligeramente, como si quisiera sonreír, pero se detiene para no hacerlo. Sus ojos están sobre mí, más sé que dentro de su cabeza está maquinando algo, lo cual no me hace gracia.

―Es muy halagador. Ningún hombre ha tomado tanta molestia de seguir mis pasos por dos semanas solo para llevarme a su cama ―sus ojos azules me penetran agresivamente. ―Pero si yo fuera tú me alejaría. No podrías manejar a alguien como yo sin entrar en peligro.

―Quizás me gusta el peligro ―veo que se aferra a la mesa como yo.

―Mira rubito, hazte un favor y sigue con tu vida. Estoy segura de que tienes cosas más importantes que acosar a una persona ―aquel tono condescendiente sola logra aumentar mi excitación. ―No me interesas como hombre.

―Y yo creo que mientes.

Una sonrisa se extiende por sus labios. ―Que ego el tuyo, pero te mandaré a la mierda y que tus ojos azules te hagan compañía ―mira su reloj y frunce el ceño. ―Adiós acosador, debo volver al trabajo.

Se pone de pie y empuja la silla hacia atrás al mismo tiempo. Se aleja, dándome la espalda y camina por la acera, mis ojos ven lo bien que se le ve el trasero en aquella falda de tubo. bamboleando su delicioso trasero al caminar. No es que haya dirigido mi mirada ahí intencionalmente.

Bueno, la verdad es que sí, lo admito. La he observado muchas veces, tiene un trasero hermoso. Soy hombre y sería un pecado no admirar esa espectacular escultura.

Thalia se gira y me atrapa con la mano en la masa, me dedica una mirada cínica y sigue su camino. La contemplo hasta que desaparece de la vista por completo... y yo me quedo con una erección oculta en mis pantalones.

Lo primero que haré cuando llegue a casa es tocarme pensando en ella.

Thalia

―¿Puedo preguntar a dónde vamos? ―digo finalmente después de media hora de camino en el auto de Cane.

Cane me lleva a su "cita" de trabajo. No hemos hablado en la limusina, pero eso no ha evitado que él me mire lascivamente, hay una distancia de un brazo a otro. Quizás desea tocarme, pero estoy segura que no lo hará con su chófer ahí. Al menos eso quiero creer.

―A mi reunión.

Lo miro de soslayo, preguntándome si está siendo obtuso o intencionalmente vago.

Durante está semana he recopilado suficiente para que su empresa quiebre, pero no hay ningún indicio de Escorpión.

Se rumora que ha de ser un viejo verde, pero yo pienso que se equivocan más al tener datos de que puede ser que haya ocupado el puesto un hijo ilegítimo del antiguo jefe.

―¿Puedo saber por qué yo tengo que ir?

Cane me lanza una mirada.

―Según tu currículum hablas cuatro idiomas o al menos que hayas mentido.

―Así que quieres mi servicio de traductora.

―Exacto.

―¿De dónde es este cliente potencial? —Me lanza una mirada de desaprobación. ―Solo quiero saber si voy a hablar ruso, francés, italiano o español.

―Español a él y francés o italiano a mí, señorita Van Gogt.

Obtuso.

Finalmente, nuestra limusina llega a un bar. Nos estacionamos frente y bajo. Cane camina dos pasos adelante de mí, abriendo la puerta para él mismo sin molestarse en sostenerla para mí.

Qué idiota.

Dentro encontramos un asiento en el bar y Cane ordena dos whisky escoses.

Escucho pasos pesados a mi izquierda y ahí es cuando vuelvo para ver al enorme hombre. Tiene una apariencia aterradora, especialmente cuando aprieta los dientes.

Los hombres que hay frente de mí encarnan el peligro. Rafael Molina, se especializa en matar objetivos de alto perfil y hacer que parezca un accidente.

El colombiano tiene una carrera ilustre que vale un gran respeto dentro de su mundo.

Es el famoso asesino Huesos. Lo sé por el archivo que he repasado está mañana y no querrás saber por qué le dicen huesos.

Una sensación me congela por dentro.

Huele a cigarros carros mezclados con perfume de mujer. Cuando nos dirigimos a la mesa inmediatamente entramos en conversación.

Es una conversación extraña, por lo que se dice, a pesar de estar traduciendo siento que hablan en clave. Cane elige cuidadosamente sus palabras, dice que es un asunto delicado que lleva tiempo retrasando y que Rafael sabría quién es el objetivo.

Mi interpretación es fluida. Soy una buena intérprete, aunque no sea mi verdadero trabajo.

Herede mi amor por la lengua rusa por mi madre, Alina y comparto mi pasión por el español con mi padre Theo. Crecer en una familia bilingüe tiene las ventajas de hablar dos idiomas y viajar frecuentemente a ambos países. Amo estar en el continente Europeo como ir a América latina. Pero mis viajes felices duraron hasta los diez. Desde entonces vivo en Rusia hasta que tuve esa misión y me tocó aprender a hablar francés e italiano.

Cane habla de una embarcación de vino de Francia a América, quizás es así que transporta sus armas. La marca Russo es uno de los vinos más importantes en toda Italia como en el resto del mundo. Con certeza Cane huyó de Italia, su ciudad natal, por algún problema con sus negocios ilegales.

Traduzco sus palabras haciendo posible por ocultar mi creciente emoción por descubrir cómo transportan sus cargamentos.

Cane Russo Marino es un hombre increíblemente atractivo, de ojos grises y penetrantes, con un rostro muy bronceado. No sería difícil fingir que me atrae, sino fuera porque aquel rubito de ojos azules me produce esa sensación de deliciosos escalofríos.

Es verdaderamente insistente.

Si no fuera porque me confesó que solamente me quiere llevar a la cama me hubiera puesto paranoica y lo investigaría a fondo. O quizás le hubiera pegado un tiro por acosador y pervertido.

Me encargo de interpretar durante el resto de la reunión.

Cuando termina la reunión, Rafael sale del bar, y yo me quedo con Cane, quien rápidamente se pierde.

Cuando no veo a ninguno de los guardaespaldas de Cane cerca impidiéndome ir al segundo piso unos minutos más tarde, voy hacia la escalera y subo hasta la habitación de él con rapidez, tratando de no llamar la atención, pues sé que tiene un lugar reservado aquí totalmente exclusivo gracias a nuestra investigación, ya que desde la calle hemos podido hacerle fotos mirando por la ventana del club.

Abro la puerta con cuidado, y luego se cierra tras de mí, está oscura. Mis ojos necesitan un momento para acostumbrarse a la luz tenue que viene de la esquina.

¿Por qué diablos ilumina una habitación de sexo con una luz tan tenue?

Luego de parpadear para acostumbrarme a la semi-oscuridad al girar veo el por qué. Una chica está sentada en una silla que parece un trono y ella una reina con esa postura, excepto que está totalmente desnuda, y sus piernas están abiertas de par en par, atada y pegada a la silla. Entre ella está Cane de rodillas, admirándola y comiéndola. Después del repentino orgasmo que la sacude a ella, coloco mi mano sobre mi boca al ver un castaño sobre la cama totalmente desnudo viendo el espectáculo.

De repente, Cane se aleja de ella. Ruego a Dios que no me puedan ver ahí parada en las sombras de la puerta porque sino estoy muerta.

Cane se acerca al castaño y lo besa, los tres están tan concentrados en lo que hacen que no se dan cuenta que salgo de la habitación con pasos sigilosos.

Tras dejar el club contacto a mi jefe para darle la nueva información. Solo espero que en la intercepción del cargamento no lo relacionen conmigo. Mi tapadera es fuerte, pero Cane no es tonto y puede darse cuenta que la filtración viene de uno de los presentes y la única que va a parecer sospechosa seré yo, además, si tienen algún contacto en el gobierno Ruso que me delataran sin ningún problema.

Mientras enciendo mi carro por el espejo retrovisor veo un auto a la distancia. Así que al rubito le gusta jugar, busco mi celular en la guantera, obviamente no es mi teléfono personal. Solo mis mejores amigos y mi jefe pueden contactarme directamente. El resto del mundo tiene que conformarse con mis dos otros celulares de prepago, e incluso así es difícil contactar conmigo.

―Elliot ―responde al segundo timbrazo.

―Oye, rubito, voy a fingir que no te he visto. Si no desapareces en quince minutos, te patearé el trasero.

Ríe con suavidad. ―Me encantaría verlo, mi Diosa.

―Gracias por elevar mi ego llamándome Diosa, pero prefiero que me digas Thalia además, ―digo con prepotencia. ―No eres mi tipo.

―Mentirosa.

Entrecierro los ojos al oír su acusación. Pero como si hubiera visto mi expresión dice. ―¿Qué? ―pregunta con una sonrisa en la voz. ―Me gusta regañar a la gente cuando mienten.

―Qué coincidencia. A mí también y más cuando tienen aquella retaguardia.

Aquella sonrisa encantadora retumba a través del teléfono.

―¿Te gusta mi culo, mi Diosa de ojos azules?

Me ha vuelto a llamar Diosa. Y, una vez más, no me molesta. Al contrario siento un pequeño brinco en mi interior.

―Quise hincarle el diente la primera vez que lo vi. Así que, aléjalo de mí si no quieres correr ese peligro.

―Todavía puedes hacerlo. Ya te he dicho que me gusta el peligro.

―Ten cuidado con lo que deseas; porque se podría hacer realidad.

Permanece en silencio, pero puedo sentir su respiración agitada a través del teléfono. Probablemente estará agarrando con fuerza el volante y tendrá una erección furiosa en los pantalones.

―Tienes suerte de que los dos no estamos cerca el uno del otro...

―¿Por qué? ―estoy empezando a jugar sucio. Tiro el dado sin importarme si ganaba o pierdo. ―¿Qué harías ahora mismo si estuvieras junto a mí?

Otro silencio cargado de significado. Lo más seguro es que estuviese apretando la mandíbula en ese mismo instante, rechinando los dientes.

―Te obligaría a callar tus gemidos en mi boca y después te lanzaría sobre la cama con el culo, justo al borde. Te comería la entrepierna como un hombre sediento, te metería los dedos en ella y te clavaría mi sexo en la garganta. Deseo devorarte, sentir tu piel contra la mía, y llevarte al límite. Te haría sentir tanto placer que no podrías soportarlo más. Y entonces te daría por detrás hasta que gritaras mi nombre. Me correría dentro de ti dos veces, llenándote de tanto semen que apenas pudieras retenerlo todo... Thalia, eso es lo que estaríamos haciendo en este momento.

Ahora soy yo la que se ha quedado sin habla; mi voz se ha esfumado y solo ha quedado una respiración agitada. Toda mi confianza se ha evaporado en cuanto su dominio ha entrado en colisión con el mío.

Ese francés es tan caliente como el infierno.

―Tengo... Tengo que dejarte.

―Está bien y para que lo sepas no te estoy siguiendo.

Miro el auto por el retrovisor. ―Sí, cómo no.

―Estás tan obsesionada conmigo que inventas excusas para llamarme. No necesitas pretextos, siempre puedes llamarme ―dice él, y de repente, noto el sonido del agua corriendo a través del teléfono.

Mierda. No es él.

―Adiós, Elliot.

Tengo que patear un trasero... o varios.

Y eso significa, que los dos tipos que me estaban siguiendo terminan siendo pateados, y torturados, confesando que quien los envió fue un amigo de rubito para saber si yo realmente era "alguien de fiar".

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