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25

Elliot

[Thais está en el ascensor asegúrate de que llegue a casa.]

Al instante le pido a los guardias que la hagan llegar al coche, en ese momento llega otro mensaje.

[Antes llévala de paseo a algunas tiendas. O lo que sea que le quite el mal genio que trae encima.]

Al salir del coche, espero con la mano en la espalda. Unos segundos después, la puerta del edificio se abre y sale Thais.

Abro la puerta del asiento de la limusina, ella entra sin decir ni una palabra, ya no tiene esa sonrisa que tenía cuando entró. La miro por unos segundos mientras ella mira a través del cristal de la ventana divisoria.

—¿Quieres que te ponga algo de música? —pregunto y ella niega con la cabeza.

Bueno, no quiero hablar.

Sin querer incomodarla, no digo nada más. Quizás un día de compras le reviva los ánimos.

Cuando voy a encender el auto escucho la puerta ser abierta. Me mantengo atento por si va a salir corriendo, pero para mi sorpresa, Thais viene a sentarse conmigo, de copiloto y me explica que se siente sola atrás.

—No te importa, ¿verdad? —me pregunta, mirándome y le muestro una sonrisa tranquilizadora.

—No —enciendo el motor. —¿Quieres ir de compras?

—No, quiero un paseo por París —su voz suena tranquila y firme—. Siempre he querido estar aquí, pero lo he estado aquí por un tiempo y no he podido ver la ciudad —Conduzco en un cómodo silencio durante un rato.

Tomo la dirección de Ile de la cité y Ile Saint-Louis, conocida por ser "cuna de París". Entrego la llave del auto al vatel de un estacionamiento privado y atravesamos el Pont-Neuf, la plaza Douphine, descubrimos Notre-Dame, el Hôtel-Dieu. Thais quiere una crepa y termino por correr detrás de ella hasta el puente Marie para admirar los barcos pasar lentamente por el río Sena.

Las imágenes en mi mente son las de una adolescente testaruda de veinte años, con el cuerpo delgado, con aquella sonrisa y esos ojos azules tan insolentes. Puedo ver su desaprobación y la traición en el rostro de Thalia, si viera que fui cómplices del secuestro de su hermana. Estaría tan lastimada.

Se me revuelven las tripas. Conduzco a Thais dentro del coche y hago lo posible para no pensar en eso.

Ella no sabe y jamás debe enterarse del pasado de su hermana.

—Gracias por el paseo... —comienza a decir Thais, pero en ese momento vislumbro un movimiento en el espejo lateral y se me acelera el pulso.

—Abróchate el cinturón —le ordeno al ver que en la estrecha carretera detrás de nuestro coche hay un coche que nos está alcanzando a toda velocidad.

—Nos están siguiendo, ¿verdad? —percibo el pánico en su voz.

Piso el acelerador impulsado por una oleada de adrenalina. La limusina se mueve hacia delante, acelerando a un ritmo de locura, compruebo mis armas, llamo por el radio a los guardias y ordeno que se dirijan a nuestro encuentro.

En el momento en que comienza el tiroteo, miro por el espejo retrovisor y veo a uno disparar nuestro vehículo. Una bala roza un lateral de nuestro coche y giro con brusquedad.

Joder.

Aprieto el volante con las manos. Esto no debería estar pasando, ¿por qué tanta insistencia en Thais? ¿Hay algo que nos esconde?

Piso más fuerte el acelerador, pasando el velocímetro a 160 kilómetros por hora.

Puedo manejar eso y desde luego he sido entrenado para eso, pero Thais no. Si algo le pasa, Aang no me lo perdonará y ella...

Más disparos.

Por el espejo retrovisor, veo el coche acelerar y chocar con nosotros, intentando sacarnos de la carretera.

Aprieto el acelerador otra vez y el velocímetro sube a 180 km. Necesitamos ir más rápido, pero la carrocería de la limusina es demasiado pesado. Fue hecho para proteger no para correr.

—Elliot —Thais está presa del pánico. —Elliot, nos están alcanzando.

Oigo el golpeteo de las balas en el lateral de nuestro coche. Maldiciendo, sujeto con fuerza el volante y empieza a zigzaguear de lado a lado. Los nudillos se me vuelven blancos sobre el volante.

—Mierda, eso es...

—Un bloqueo —termino la frase por ella, levantando la voz para que pueda oírle sobre el ruido del tiroteo.

Hay cuatro coches bloqueándonos el camino.

—Vamos a pasar a través de ellos —le grito a Thais, manteniendo el pie en el acelerador.

Estamos a segundos de distancia. Dirijo la limusina a un espacio estrecho entre dos coches. Chocando con los coches antes de que el impacto de la colisión me lance hacia delante.

Siento que se me incrusta el cinturón. La limusina se apresura hacia delante, junto a mí, Thais parece perder el color.

Thalia en un momento así tendría un subidón de adrenalina. El peligro para ella era algo adictivo. Quizás porque en su estado ya había perdido el miedo, después de todo lo que vivió. El peligro se convierte en un juego, una carrera de supervivencia como ninguna otra.

¡Bum!

Me zumban los oídos por la explosión y giro bruscamente antes de enderezar el coche y presionar el acelerador otra vez.

—¡Nos han dado!

El humo detrás de nosotros saliendo de la parte trasera del coche oscurece mi visión y me da vueltas la cabeza.

Nos aventurarnos por las calles estrechas hasta que nos acercamos a un edificio antiguo con un garaje subterráneo.

—¿Sabes disparar? —levanto el pie del acelerador, sin quitar los ojos del frente.

—N... no.

—Bueno... —piso de golpe los frenos, haciendo que la limusina se pare en seco. —Dispara a todo lo que se mueve.

Le tiendo una Glock 18.

—Sales y corres hasta esa esquina, ¿me oyes?

—Est... está bien.

—¡Corre, Thais! —grito, desabrochándome el cinturón, mientras ella se arrastra fuera del coche, salto por mi lado cogiendo mi arma.

El auto derrapa dentro del edificio y abro fuego.

El parabrisas de la furgoneta se rompe cuando se detiene frente a mí y sale cuatro hombres armados de él.

Sigo disparando mientras me retiro para cubrirme detrás de la limusina. Me asomo por un lado y suelto una descarga de disparos antes de agacharme.

Gateo alrededor del vehículo, viendo una oportunidad para abrir fuego contra uno de los hombres. Las balas le dan en el cuello, creando una abertura de sangre.

El agudo crepitar atraviesa el aire. Un disparo me roza el brazo. Respirando con fuerza, me pongo de pie. Siento el cerebro como si estuviera nadando. Con un gemido ignoro el zumbido en mi cabeza y empiezo a disparar.

Más disparos.

Otro disparo vuela por el fuerte viento punzante detrás de mi oreja y por poco me roza: el sonido a mi alrededor, ese tipido en mi oído; luego un llanto de dolor.

Por el rabillo del ojo veo a una pequeña figura asomarse por una esquina y descubro que fue quien disparo.

La suerte es que le dio por accidente a uno de los hombres.

Y la mala suerte es que casi me deja sin oreja.

—¿Qué estás haciendo? ¿No te dije que te escondieras?

—Calla —parece muy centrada. —Estoy tratando de concentrarme. Le he dado, Elliot. ¡Le he dado! —sigue disparando. Dios, ¿por qué le di un arma? —Así que no te preocupes por mí.

Me preocupo de que me des un tiro a mí, si hasta pareces un peligro público.

Dos hombres salen de la nada y corren detrás de ella. Mientras observo con incredulidad, Thais se gira y dispara contra sus perseguidores antes de meterse rápidamente detrás de un coche.

El miedo se vuelve adrenalina.

Tengo que ayudar a Thais.

Aang

—¡Mierda!

Nunca había estado tan furioso. Ni una sola vez en toda mi vida sentí tal enojo. Suerte para el mundo que no tengo un arma nuclear en ese momento.

La voy a recuperar no porque me importe, sino para demostrar que nadie se mete conmigo y sale bien parado.

Meto hasta el último de mis armas en el asiento de atrás para tenerlas a mano. Me pongo un chaleco antibalas para que ninguna bala perdida me impida recuperar a Thais.

Mi coche derrapa en el camino de la entrada a ciento veinte por hora, siguiendo los resultados de rastreo por satélite. Yo supongo que Elliot está haciendo todo lo posible para protegerla, pero aún así, tengo que llegar ahí y evitar que la lleven.

Me asalta el pulso. El corazón me late a un ritmo enfermizo y errático.

Unos minutos más tarde, llego al edificio abandonado y parqueo el coche en la calle de enfrente, sorprendido de no escuchar ningún tiroteo.

El edificio está prácticamente en ruina.

Me llega casi un minuto en descubrir la sangre y los cuerpos a mi paso.

Hay escombros quemados a mi alrededor y un carro está ardiendo, en la pared del edificio hay agujeros a través del cual puedo ver.

El silencio es demasiado ensordedor.

—Buen trabajo —dice Elliot, saliendo detrás de la limusina.

Veo a Thais con una Glock 18 en la mano. Parece normal.

¿Qué carajos pasó?

La sinapsis finalmente se conecta y empiezo a acercarme con alivio al ver que están bien y parecen no estar heridos.

—¿Están bien?

—Sí —responde Elliot, tomando la pistola de la mano de Thais.

—He disparado. Maté a dos hombres y le disparé a otros —dice Thais visiblemente temblando. Debe de estar viniéndose abajo después del subidón de adrenalina.

Sin permiso se recuesta sobre mi pecho. Mantengo el brazo alrededor de su espalda, le lanzo una mirada de preocupación al ver su cara pálida.

—Ya pasó todo. Hiciste bien.

Cuando termino de tranquilizarla, la meto en el asiento trasero de mi Mercedes y Elliot nos acompaña de vuelta a mi casa. Llevaba todo el día pensando en sexo y ahora que la jornada laboral había terminado oficialmente por todo lo ocurrido no me veo en condiciones de presionarla.

Su silencio es la confirmación de que está dormida, quizás es el efecto del shock.

Miro fijamente por el parabrisas, pero no veo los edificios ni a los peatones. Lo único que veo es a Thais durmiendo. De vez en cuando la miro por el espejo retrovisor.

Cuando llego a casa, abro la puerta para llevarla a su habitación, pero ella ya se ha despertado, entra de inmediato a la casa, subiendo hasta su dormitorio. Le sigo los pasos.

El corazón no me late ni rápido ni despacio. Sencillamente parece no latir. La puerta se abre gradualmente, dejándola a la vista a ella, que esta de pie cerca de la ventana.

Nos separa un metro y medio, y ella está de pie con los brazos cruzados sobre el pecho. Pasa los ojos entre los míos con una mirada inestable, pero severa al mismo tiempo. Por fin deja caer los brazos a los costados y camina hacia la cama, cubriendo la distancia y sustituyéndola con una proximidad acalorada.

No le doy tiempo a sentarse. Le hundo las manos en el pelo y la beso con una pasión impactante. Sé que la deseo, ya estoy empalmado en el coche antes incluso de que las puertas se abrieran, pero la desesperación que emane mi piel sigue sorprendiéndome. Mis dedos palpan los suaves mechones de su cabello y le acuno la cabeza con las manos. Paso la boca por la suya, me separo y vuelvo a unirme a ella, esta vez introduciéndole la lengua.

Ella me pone las manos en las muñecas y se aferra a ellas con fuerza, dejándolas inmóviles con su firme agarre.

―No te enamores de mí, Thais.

―Lo mismo te digo a ti, Aang.

En lugar de sentirme molesto por eso, siento una punzada de excitación. Aquella poderosa mujer quería usarme, complacerse de mí como yo deseo hacerlo con ella. Es tan consciente de su propia sexualidad que no teme decirme exactamente lo que quiero o que piensa.

A diferencia de la mayoría de las mujeres.

Se baja la cremallera del vestido y se desviste, despojándose de todo hasta que queda desnuda.

―Voy a tomar una ducha, si me lo permites.

¿Me está echando o solo es mi impresión?

Se da la vuelta y se aleja pavoneándose; su cuerpo desnudo le hace ver el culo más increíble. Se balancea de lado a lado de un modo increíblemente erótico mientras entra a la ducha.

Joder, ¿por qué tiene que provocarme? La odio a muerte, pero también me encanta.

Me desvisto automáticamente, dispuesto a acompañarla sin su consentimiento.

Entro en la amplia ducha y dejo que el agua caliente me empape todo el cuerpo junto con ella. Su hermoso cuerpo queda empapado de inmediato por las salpicaduras de agua. Se le forman riachuelos que le bajan por el cuerpo, llegando hasta el desagüe que hay entre nosotros.

Le rodeo la cintura con los brazos, estrechándola suavemente. Mis manos exploran su cuerpo, sintiendo sus pechos firmes y su vientre tonificado. He venido al baño para asearme, pero parece que estoy a punto de ensuciarme. Ella es la primera en interrumpir el contacto. Coge la pastilla de jabón y me la frota por el pecho, lavándome con sus delicados dedos.

Veo cómo me frota, pasándome las uñas rojas por la piel como si deseara cortarlo.

―¿De verdad me dejaras ir en un año?

Entiendo sus dudas. Pero yo no busco nada más que buen sexo. Lo que tenemos es lo bastante bueno para mí y, como con todas las cosas, acabaré cansándome de ello. Pero Thais me ha cambiado la vida de muchas formas... para mejor. Me gusta dominar, pero con ella me doy cuenta que a mí también me gusta que me dominen solo que no había encontrado alguien igual que yo hasta que la conocí. Pero eso no significa que no pueda olvidarla y pasar a la siguiente sin parpadear.

―No te preocupes, tu suposición no es acertada. Apenas termine el trato puedes irte ―Thais sonríe, visiblemente relajada. ―Al menos que no me sacie de ti nunca ―bromeo.

Vacila por un instante antes de seguir pasándome el jabón por la piel.

―Estarías frustrado porque si no cumples tu palabra no te dejaría tocarme de nuevo ―levanta la vista, mirándome a través de las pestañas.

Deja de lavarme el pecho para lavarse ella.

―Tienes razón. Estaría muy frustrado si no disfrutará de ti además, siempre cumplo mis palabras. No te trato tan mal, ¿verdad?

―Porque me estoy acostando contigo ―dice. ―Conmigo disfrutas de un sexo fantástico de forma regular. Más te vale que le gustase ―no puedo evitar soltar una sonrisa. Ella vacila un poco antes de volver a hablar. ―¿Podré hacer algunas llamadas durante ese año?

―No.

Levanta las cejas hasta que casi se le salen de la cara.

―¿Por qué no puedo llamar y decir que voy a regresar en un año?

―Porque no confío en ellos.

―¿Y por qué debería confiar en ti?

―Porque no tienes otra opción.

Me lanza una mirada de irritación y se aclara el jabón del cuerpo muy enojada.

―Tienes que...

―He dicho que no.

―Eres un maldito mentiroso. En realidad no piensas dejarme ir, ¿verdad?

―Thais...

―Déjame en paz, Briand.

Todo el cuerpo se me tensa por el enfado. Miro a aquella atractiva mujer y quiero estrangularla en vez de besarla o follarla. Aquello es una novedad.

―Calma...

―No quiero hablar contigo.

—Thais...

—¡Vete al infierno, puto mentiroso!

―Joder, no me interrumpas ―la acorralo en la ducha, pegando la cara a la suya, poniéndome a la defensiva de forma natural. Cuando retrocede ligeramente, sé que está sintiendo mi ira. ―¿Me entiendes? ―hablo en voz baja, pero mi voz sigue siendo más fuerte que el agua que cae de la ducha.

Asiente brevemente.

Entrecierra los ojos enfadada. ―Francés idiota.

Cierra el agua y sale de la ducha. Cogiendo la toalla en el toallero antes de volver a entrar en la habitación.

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