24
Aang
Cinco días pasaron y aún no me perdona la bofetada. Luego de habernos acostado me había echado de la habitación y me dijo que debo ser muy idiota por pensar que con buen sexo lograría arreglar las cosas. Y más tarde la había encontrado en mi oficina y por poco se mata, menudo susto me llevé.
Me irrita demasiado que no salga de su habitación, pero tengo la certeza de que tarde o temprano terminará siendo ella quien me busque, pero no lo ha hecho y hasta el día de hoy parece no tener intención de hacerlo.
Huye de mi como peste, come en la habitación solamente para no verme. La tensión parece aumentar cada día que pasa, más que aplacarse. La situación está empeorando.
Yo estoy cansado de que me ignore, está claro el abismo que hay entre nosotros. Thais está distante, hay un muro de hielo entre ambos, una línea invisible que ninguno de los dos cruza.
Elliot me lleva de vuelta a casa después del trabajo. Estoy sentado en el asiento trasero mientras permanecemos atascados en el tráfico de hora punta. Todo el mundo se dirige a sus casas o al gimnasio después de una larga jornada en la oficina. Aprovecho el momento para avanzar en el trabajo.
En el instante en que atravieso la puerta, la veo intentar subir corriendo las escaleras. Dejo el maletín en la mesa y la alcanzo evitando su huida, sus ojos se oscurecen visiblemente irritados.
Me arremango la camisa hasta los codos, subo un escalón más que ella, es pequeña y mi tamaño siempre la supera, pero ella no se deja intimidar.
─Di lo que vas a decir.
─Deja ya de portarte como una jodida niña.
─Dudo mucho que hayas pensado en lo niña que parezco cuando me tenías aprisionada contra la puerta hace cinco días ─cruza los brazos delante del pecho, negándose a permitir que la intimide.
—Parecías una cuando tomaste esa pistola.
—¿Y de quién es la culpa?
Ella me va a sacar canas verdes. ─¿Qué diablos quieres para que dejes de ser tan infantil?
─Una disculpa ─sus ojos se estrechan hasta emitir la mirada más agresiva que he visto. ─Me debes una disculpa.
Levanto una ceja.
─¿Qué te debo a ti una disculpa? ─inclino ligeramente la cabeza. ─¿Te has vuelto loca?
─Me abofeteaste.
Arqueo una ceja. ─¿Y?
─¿Y? ¿Cómo que y? ─Thais me mira como si estuviera a punto de sacarme los ojos con una cuchara. ─No debiste de haberme pegado, Aang.
─Thais eres peor que una niña, en mi opinión debí de darte otra porque no escuchas y casi te matas. Te hubiera dado unos buenos azotes para que aprendieras la lección, pero dado que a ti te gustan, no tuve otra alternativa.
Me mira fijamente con los ojos en llamas, agresivos, afilados como puñales, como si en cualquier momento me saltará al cuello. ─Déjame pasar, Aang. Ya no quiero hablar contigo.
─Los dos cenaremos en el comedor ─le dedico una mirada cargada de intención, como si la desafiara a contradecirme.
─Yo no he dicho que vaya a bajar.
─Si no quieres recibir una bofetada, es mejor que bajes el trasero al comedor.
─No me hables así ─ruge ella.
─Puedo hablarte como me dé la puta gana. Quédate en tu habitación y te azotaré.
Me fulmina con la mirada, sin darse cuenta de que cuando se enfada tiene un aspecto adorable.
─No tientes tu suerte, Aang.
Subo las escaleras ignorándola y me encierro en la ducha.
Soy capaz futigarla si se atreve a desobedecerme.
Cuando bajo las escaleras ya está sentada en la mesa. Yo llevo unos vaqueros y una camiseta; igual que ella. Su espeso y oscuro cabello está húmedo, lo cual me indica que no salió hace mucho del baño.
En cuanto me siento, Anton trae la cena y las copas de vino. Thais apenas bebe de su vino y empieza a comer sin mirarme.
Tiene la cabeza baja, sin entablar conversación. No debe estar acostumbrada a que le den orden, su lucha constante es lo que hace que me endulce más la victoria porque es una digna oponente.
No hay nada más sensual que una mujer indomable, que yo sea capaz de ejercer mi fuerza en ella es bastante erótico.
─Estoy dispuesto a dejarte ir ─llevo el vino a mis labios y le doy un sorbo.
Ella deja de comer al escuchar mis palabras. De hecho, deja caer el tenedor, emitiendo el tintineo característico.
─¿Dejarás que me vaya? ¿Permitirás que vaya a casa? ─la voz se quiebra por la emoción. ─¿A cambio de qué? Te daré lo que quieras.
Wow, siempre está consciente de que nada de este mundo es gratis. Me pregunto si eso tendría que ver con su crianza.
─Ese pensamiento me gusta, ya que tienes que ganarte tu libertad.
─Tengo algo de dinero.
─No quiero tu dinero.
─¿Entonces qué es lo que quieres?
─A ti, tu cuerpo. Quiero que seas mía. Cada centímetro tuyo debe pertenecerme. Desde esa boca dulce hasta tu vagina aún más dulce y cuando lo quiera, será mejor que me lo des ─saco el acuerdo de confidencialidad y un bolígrafo, y luego se los paso. ─Necesito que firmes esto.
Sé que no se va a negar, ya conoce algunos de mis gustos. Me he dado cuenta que le gusta y que desea experimentar. Es demasiado hermosa para ser de esas estúpidas mujeres obsesionadas que piensan que pueden cambiarme, que piensan que tienen algo especial que me hará sentar cabeza y casarme con ellas.
Nunca voy a comprometerme de nuevo.
No quiero promesas falsas que se lleva el viento. Las emociones solamente son un impulso de energía momentánea.
Las mujeres quieren estar en mi cama porque yo soy un buen amante. Pero Thais parece curiosa y sus ganas de ser libre será en lo único que piense. No habrá sentimientos de por medio.
─¿Un acuerdo de confidencialidad? ─aquella atractiva ceja se curva y una sonrisa sensual aparece en sus labios. ─¿Qué tiene que ver con tenerme a mí?
─Tengo relaciones específicas con las mujeres de mi vida, son simples acuerdos ─ella me mira sin parpadear. ─En estos acuerdos yo tengo el control absoluto. Hacemos lo que yo diga y cuando yo lo diga.
»No hay amor ni amistad solo lujuria y confianza. Sin embargo, en mi mundo no existen las palabras de seguridades. Tampoco tendrás voz ni voto; si te digo que abras la pierna, lo haces. Si te digo que me lo chupes, vas a hacerlo. Si sientes que he llegado a tu límite la única manera de hacer que me detenga es terminando con el acuerdo. Una vez que se termina no hay vuelta atrás, jamás firmó dos veces con la misma persona.
─Es decir que voy a ser tu juguete sexual ─dice con expresión de acero. ─No voy a poder opinar nada.
─Algo así.
─¿Por cuánto tiempo?
─Un año ─incluso es demasiado tiempo. De hecho, lo más que he durado con las demás sin llegar a aburrirme han sido dos meses. La monogamia no es mi especialidad. A veces tengo relaciones exclusivas con mujeres que hacen realidad mis fantasías, pero la mayoría del tiempo me he limitado a dejarme llevar.
Nuestra relación era estrictamente física. Venían a mi sala de juego y yo las azotaba hasta hacerlas llorar. Después me las follaba como un loco, Lou es la única que ha estado conmigo por más tiempo. Hasta ahora es la única que no parece estar obsesionada con la idea de amarrarme.
─Además, cuando termina el acuerdo te vas a llevar un millón de dólares en tu cuenta para comenzar una nueva vida, con quien tú quieras y el lugar que quieras. Yo no volveré a molestarte.
─Me vas a pagar para ser tu puta doméstica ─la desilusión le inunda los ojos.
Su voz no va a funcionar ni me hará sentir culpable. Nunca pongo el corazón en ello y todo tiene fecha de caducidad para mí.
─Bueno, entonces ¿qué dices?
─¿Qué pasa si digo que no?
─Vivirás por tiempo indefinido. Nunca te tomaré contra tu voluntad. Un no es un no, pero tampoco volverás a tu hogar. Serás mi esclava hasta que uno de los dos muera y si decides hacerme algo mientras duermo no vivirás para contarlo.
─Tendré que pensar en ello ─rompe el contacto conmigo y mira su copa de vino.
Yo no quiero que lo piense. Quiero que diga que sí, nunca antes había deseado tanto que una mujer me diga que sí.
─¿Qué tanto tienes que pensar?
─No puedo negar que la idea es bastante excitante, pero tener que obedecerte en todo momento es un reto para mí.
»Tengo mis propias fantasías, Aang. La idea de atarte a la cama suena tentador, futigarte o tomarte exactamente como quiero también lo es. No quiero esperar a que me digas cuándo y dónde tengo que correrme cuando no eres capaz de dar lo mismo. Y no puedes negar que te gustó aquella vez que te azote. Además, no deberíamos estar negociando mi libertad porque tengo derecho de estar libre.
Me pongo duro al escucharla. Dios, claro que me gustaría que me hiciera todo eso que dice y mucho más. Pero el problema es que eso no funciona así. Yo estoy al mando, no ella.
─Estoy acostumbrado a dar órdenes, no a recibirlas y tu derecho me importa una mierda.
─Precisamente por eso tengo que pensar en ello, ¿qué pasa si haces algo que no quiero...? ─vuelve a fijar la vista en mí.
─Todo lo que hago te va a gustar. Te lo puedo garantizar.
Ella pone los ojos en blanco. —No puedes asegurar eso.
—Claro que sí. Soy experto dando placer.
─¿Sabes lo que pasa cuándo dos polos iguales chocan, Aang? Explotan. ¿Tú quieres eso?
─¿Especifícate?
─Quiero negociar.
─¿Negociar? ─susurro. Si quiere más dinero no me negaré a dársela. ─¿Eso qué significa?
─Estoy dispuesta a aceptar tu oferta con algunas condiciones.
¿Qué parte de que estoy al mando no entiende? ¿Qué le voy a dar placer y ella solo tiene que disfrutar?
─¿Cómo cuáles?
─Tú estás al mando una noche, y luego estoy yo al mando la siguiente.
─No.
─Es algo justo y equitativo.
Y tentador.
─No ─no me interesa que me dominen, sino dominar. ─Yo estaré al mando todo el tiempo. Tú haces lo que yo diga, sin preguntas. Serás libre en un año, si eres obediente quizás antes y tendrás un millón, ¿qué más quieres?
─Puedes quedarte con tu millón a cambio de compartir el mando, a mí solo me interesa mi libertad ─y una sonrisa perversa ilumina su rostro. ─Además, con una manada y un acostón contigo conseguiría ese dinero en un solo día.
Estaba convencido de que lo había visto todo en la vida hasta Thais. Esta chica me ha sorprendido de un millón de maneras distintas. Desde su encuentro hace dos años, su secuestro, su imagen inocente y su explosión de seguridad y valentía a la hora de sacar a relucir su eficiencia. La arrogancia que sale despedida de su boca me descoloca, pero luego no me queda otra opción que reírme, orgulloso de sus agallas.
─Podría pagar a una puta para hacer el trabajo mucho mejor que tú y pagaría menos.
─Pero a quién deseas es a mí, ¿no? ─dice con arrogancia. ─Si quieres usarme como tu jueguito sexual, acepta lo que te pido.
─Acepta mi oferta tal cual o no la aceptes.
─No lo acepto.
─Perfecto... entonces eso es todo ─ella asiente.
─Es un no definitivo.
Ella se pone de pie, se aparta de la mesa y se dirige hacia la puerta. Se va dejándome solo, con el acuerdo encima de la mesa.
Me despierto en la mañana siguiente irritado, ya hemos follado y la he azotado. Está claro que le ha gustado, ¿por qué tiene que llevarme la contraria siempre?
Su negación me molesta más de lo que debo admitir, en otra circunstancia me hubiera dado la vuelta y busco a otra que si quiere, pero la quiero a ella. La quiero someter, quiero tenerla a mi merced.
Me ducho y empiezo a vestirme. Luego abro la puerta y bajo hasta el comedor. Thais aún no ha bajado lo cual es extraño porque ella es muy madrugadora.
Supongo que no quiero verme y acepto su decisión. Desayuno en silencio, sintiendo su ausencia. Le echo un vistazo al reloj en mis muñecas y me doy cuenta que tengo que ponerme en marcha. Le doy otro bocado al desayuno y dejo el periódico a un lado a pesar de que no tuve tiempo de leerlo.
Compruebo que mis gemelos están bien colocados, me ajusto las mangas y me abotono la chaqueta del traje antes de salir.
Me dirijo hacia la puerta del coche.
─Un momento ─le voz de Thais suena detrás de mí. ─Voy contigo.
─No ─me doy la vuelta y le lanzo una mirada sin compasión, molesto de que hiciera lo que le dé la gana.
─No quiero estar encerrada.
─Es una lástima.
Se acerca y baja la voz para que solo yo pueda oírla.
─Prometo no hacer ninguna locura y hacer todo lo que me digas.
Se me eriza el vello de la nuca, una erección palpitante grita por salir de mi pantalón. Thais se pone de puntillas y me besa, sabe que si juega bien sus cartas puede obtener beneficios de mí. Me envuelve el cuello con los brazos. Su lengua permanece detrás de sus dientes limitándose a masajearme los labios con los suyos, delante de Elliot. Se restriega despacio contra mi erección, mis brazos le envuelven la cintura y mi respiración se vuelve trabajosa dentro de su boca.
Sé lo que trama y por desgracia su trabajo da fruto.
─Vámonos ─termino con el beso y me aparto. La victoria resplandece en sus ojos. ─Pero no intentes nada.
─No lo haré.
Se mete en el auto contenta por haber cometido su plan. Elliot conduce atravesando los campos de camino al trabajo. Thais mira directamente la ventanilla, sin dedicarme más que algunas miradas de reojo.
Ahora que ha conseguido lo que quiere, me ignora.
Perfecto. Me usa al igual que yo hago con ella.
Estamos en mi despacho cuando miro hacia la estantería que hay a la derecha, donde se encuentra un armario de licores y un minibar completo de vasos, un cubo de hielo y frutas frescas cuando veo que Thais se levanta y abre una botella de champaña y sirve dos copas.
La miro a los ojos absorto en sus movimientos.
Thais Delgado es una diosa. Tiene belleza, deseo y todos los aspectos de la sexualidad. Puede provocar tanto a dioses como a hombres.. Hace lucir a las demás como simples mortales.
Tiene algo en la mente. Estoy seguro de eso.
Me parece increíblemente sensual sus pasos.
Fija sus ojos chocolates en los míos mientras cruza por la alfombra gris y pone la copa sobre mi escritorio. Veo cómo regresa al sofá sin apartar los ojos de aquel trasero. Tiene un vestido lo cual es una ventaja por si quisiera tomarla encima del escritorio.
Vuelve a tomar asiento.
Se lleva la copa a los labios y acaba con ella sin apartar los ojos de mí. Echa la cabeza hacia atrás, tomando hasta la última gota y se pasa la lengua por los labios al terminar. Casi salto encima de ella.
Thais, no me tientes.
Se descruza las piernas. Mis manos se aferran a los bordes de mi silla porque solo siento el impulso de ponerla de rodilla ante mí, sujetándole el cabello con una mano y ponerla a aliviar lo que provocó.
─¿Pensaste en lo que te dije?
─No ─miento.
De repente se pone de pie. Sus pasos resuenan hasta que llega donde mí.
─Puede que esto te haga reconsiderarlo.
Se lleva las manos a la cremallera de su vestido en la parte delantera y se lo baja.
Mis pelotas me duelen. Mi erección se levanta a tiempo récord. Thais siempre sabe cómo ponerme duro.
Joder. Joder. Joder.
Triple Joder. Triple erección. Triple lujuria.
Llevaba eso todo el tiempo y es ahora que me lo enseña. Le gusta hacerme sufrir.
Lleva un picardías de una pieza de encaje fino que le cubre parte del cuerpo y, no deja mucho a la imaginación. Hay un broche cerca de la entrepierna, lo cual indica que el picardías puede abrirse con solo dos dedos.
Rodea mi escritorio lentamente, agarra los dos reposabrazos de mi sillón y me echa hacia atrás hasta que quedo más cerca de la ventana. Inmediatamente se monta a horcajadas sobre mis caderas, me pone las palmas en la nuca y me besa.
Llevo las manos a sus muslos, apretándole los finos músculos. Luego la agarro de la cadera para moverla de adelante hacia atrás. Mi erección se aprieta contra mis pantalones, intentando deslizarse en su interior.
Ella sujeta la corbata y me la afloja en cuestión de segundos. Me la saca por el cuello, deslizándola por mi camisa hasta que queda enroscada en su puño. Me agarra las manos y las inmoviliza en la parte posterior de la silla.
Dejo que lo haga. Mi mente está en esa neblina al sentir placer con la fricción de nuestro cuerpo. Me une las muñecas con un nudo impresionante.
Tiro de ella, apenas puedo mover las manos.
─Te deseo y tú a mí. Ambos tenemos nuestros propios fetiches. Después de un año podré comenzar de nuevo, quizás, con el tiempo suficiente pueda olvidar todo lo que pasó entre los dos. Ahora mismo mi único billete hacia la libertad es la cantidad de sexo que voy a tener contigo. Así que lo que hago contigo es solo por un bien mayor.
Su boca se posa sobre la mía, devorándome la boca y la lengua, le mordisqueo el labio inferior. Con dos dedos Thais me desabrocha los botones de la camisa y me besa.
─Si me das la oportunidad, sé que te gustará. Te lo aseguro ─mis manos tiran de la corbata, ansiosas por liberarse y tomarla de inmediato. ─Solo piénsalo.
Me abre la camisa para revelar mi pecho desnudo y me desabrocha los pantalones. Tira mi cinturón para sacarlo y lo lanza al suelo antes de abrir el botón y la cremallera. Después me baja los boxers hasta los tobillos.
Mierda, es increíblemente erótico.
Puedo mentirle y decirle que no me gusta la idea ni siquiera lo que está haciendo ahora, pero es inútil. Mi erección es incapaz de hacerlo.
─Solo tienes que decir sí, Aang.
Me enfado por perder el control de la situación. Estoy acostumbrado a poner las normas, a llevar las riendas y siempre estar al mando, pero Thais me está poniendo todo patas arriba.
Eso me enoja mucho, pero me excita aún más saber que algo tan frágil como ella sea capaz de ser tan dominante.
Arrastra una silla hasta ponerla frente a mí, sentarse en ella y luego se inclina hacia mí. Tiene la cara cerca de mi cintura y su boca deliciosa tan próxima a mi erección.
Apenas puedo respirar, pero no me pasa desapercibido que no se arrodilló directamente. Algún día la tendré de rodilla, de eso estoy seguro.
Ella me mira con expresión en la que se mezcla el fuego y el hielo.
─¿Qué dices? ─se muerde agresivamente el labio, negándose a aceptar un "no" por respuesta.
Me besa desde el glande hasta los testículos. Arrastra la lengua por la enorme vena que palpita en la parte inferior. Entonces me los succiona, metiéndoselos en la boca y recorriendo con su lengüecita aquella sensible zona.
Tiemblo. Es una agonía, pero una agonía gloriosa y dulce.
─¿Quieres que te lo chupe? ─pregunta divertida.
─Thais, solo hazlo ─la única razón por las que aquellas palabras salen por mi boca es porque creo que voy a explotar en cualquier momento. ─Sin morder está vez.
─Si insistes tan amablemente...
Ella sonríe y echa el cabello a un lado antes de introducir mi erección a su boca.
Ella desliza la lengua hacia abajo por la tersa piel de mi miembro, tratando de entrar más adentro de su boca. Noto cómo se me contraen los músculos del abdomen. Me veo sorprendido por el entusiasmo de Thais.
Recuerdo su inicial torpeza las dos veces que me lo había hecho, los tirones que tuve que darle a su cabello cuando me llegó a morder, hasta que luego había adquirido una técnica aceptable por no decir burdos intentos que terminaron por hacerme sangrar. Pero ahora con ese placer que me está dando valió la pena.
Dios bendito, me hará perder la cabeza.
Me lame los testículos y el miembro durante cinco minutos, haciendo que el cuerpo se me retuerza de anhelo. Me encanta sentir el fondo de su garganta como da ligeras arcadas cuando mi grosor resulta demasiado para ella.
Mi entrepierna no puede más.
─Carajo, pequeña ─rechino los dientes.
Me clava las uñas en la parte de los abdominales mientras mueve el cuello para tomar mi miembro, mantiene un ritmo lento. Clava su mirada en mí mientras me complace. Luego se lame los labios.
Todos los músculos de mi cuerpo están tensos. Tiro con brusquedad de la corbata; mi sexo da un brinco en respuesta al ver como vuelve a introducirlo de nuevo en la boca.
Nunca he visto a una mujer tan sensual en mi vida, no lo está haciendo para complacerme está vez, lo hace porque quiere convencerme y porque en el fondo le está gustando. O tal vez solo quiere aprender como volverme loco. Y lo está logrando.
Me esfuerzo al máximo para permanecer en silencio y que mi secretaria no oiga nada.
─No te vas a correr hasta que yo diga.
Mis caderas se mueven hacia arriba, penetrándole la boca todo lo que puedo. E ignorando su insolencia.
─¿Lo entiendes, Aang? ─lo saca de nuevo.
¡Maldición quiere torturarme!
─¿No? ─no aparta la vista de mí. Sé que no me voy a correr, pero me niego a responder a su pregunta. No voy a recibir orden de una chiquilla. ─Entonces, haré que lo entiendas, Aang.
La felicidad en sus ojos arden.
Es una cazadora y yo su presa. Debo de decir que me encanta ser su presa en este momento.
Me clava sus filosas uñas en los muslos al tomarme de nuevo en su boca, incitando a mi monstruo interior para que salga a la superficie.
Me encanta que me trate con dureza, haciéndose con el control como si hubiera nacido en ella.
Él éxtasis me arrastra y me pierdo en ella, un gemido se le escapa. El pequeño rubor tiñe sus mejillas. La observo totalmente embelesado al verla.
Jamás me había costado tanto contenerme.
─Córrete ─me ordena. ─Lo quiero todo, Aang. Dame todo tu semen.
Aquella mujer es una diosa del sexo. La encarnación de Afrodita.
Ella continúa tragándome y exploto. No cualquier explosión.
Es una maldita explosión de otro nivel. Algo surreal y poderoso. Yo respiro con fuerza y mis manos tironean de la corbata hasta que al final empiezan a resbalar por el sudor.
Sus ojos están fijos en los míos. La pasión disminuye durante un segundo como si de pronto se acordara de que me odia, pero a la misma vez la satisfacción hace aparecer un brillo.
Se limpia la boca, regresa la silla a su lugar y toma su vestido para ponérselo. Luego se acerca a mí con un abrecartas y lo presiona contra mi cuello.
—¡Si alguna vez vuelves a abofetearme, Aang Briand —masculla con los dientes apretados—, te arrancaré el corazón sin anestesia y lo freiré para mi desayuno! ¿Entiendes?
—Lo entiendo.
—Ahora júralo, o no te voy a creer.
Hay un prolongado silencio. Por fin hablo: —Juro por la cruz de Nuestro Señor Jesucristo y por el abrecartas que sostienes en mi cuello que si mi mano llegara a levantarse contra tu cara en rebelión o enfado, ruego que tu puñal atraviese mi corazón. —Beso su mano—. No pronuncio amenazas inútiles, Ma brune —añado y enarco una ceja—. Y no hago votos frívolos. Ahora, ¿puedes quitar eso de mi cuello? —lo quita y se da la vuelta.
─¿Thais?
─¿Qué? ─su mal humor vuelve. ¿Acaso esa chica sufre de bipolaridad?
─¿No piensas desamarrarme?
Ella arquea una ceja y dice divertida. ─Hazlo tú mismo.
La desgraciada hija de Satán sale de mi oficina con una sonrisita.
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