23
Pasado
Aang
Empiezo mi rutina diaria. Hacer una llamada a mi prometida para saludarla mientras voy de camino a su casa. Le daré la sorpresa, porque he estado de viaje últimamente y me ha lanzado indirectas durante toda la semana de que la tengo abandonada.
Llevo días pensando en cómo reaccionará cuando me vea.
—¿Cuándo vas a volver? —la voz de Anjoly me atrae de nuevo a la conversación.
—En unos meses —miento. Ella suelta un gran suspiro de frustración.
—Ya entiendo —se esfuerza por hacer que su voz suene alegre.
—Te dejo. Tengo una reunión —digo. Ella tuerce los labios. —Sabes que te quiero, ¿verdad?
Anjoly asiente con la cabeza no muy convencida.
—Hablamos mañana —dice con frialdad y cuelga.
—Señor Briand, hemos llegado —me dice Elliot unos minutos más tarde.
Se detiene y yo observo desde el auto la casa de mi prometida. En cuanto bajo del auto hacia la puerta, saco la llave que me había dado hace un año. El ruido de la llave girando en la cerradura parece ensordecedor en el silencio de la casa, entro al salón pensando qué tal vez está en su habitación. El camino de ropa en el suelo me lleva hasta la habitación, parece que tenían prisa por desnudarse. Los gemidos que escucho al acercarme al dormitorio me detienen en seco, mi corazón late frenéticamente. Decido caminar sigilosamente al reconocer los gemidos de ella.
Abro la puerta. Lo que veo no solamente me produce asco, sino unas ganas de matar a ambos por traidores. Respiro con calma y aflojo mi corbata.
Me apoyo en el marco de la puerta, dejo caer el ramo de flores con el collar de diamantes. Luego miro la cama de mi novia por segunda vez mientras veo como se folla a otro tipo, quien es supuestamente mi mejor amigo.
Anjoly está apoyada con los codos en la cama mientras Theodore la embiste implacablemente.
Y pensar que había utilizado esa misma cama conmigo por tres años. Dios, que asco.
Siempre le ha gustado la posición de cuatro patas, pero ahora me doy cuenta porque le gusta tanto.
La representa totalmente.
─Si no le tuerces los pezones no va a llegar al orgasmo ─mi voz los congela.
Él se queda quieto al instante.
─¡Oh, Dios, Aang! ─Anjoly se pone lívida, empujando a Theodore para separarse.
No tengo la intención de vomitar, pero siento esa sensación asquerosa y ese olor putrefacto de su acto flotando en el aire, inundando mis fosas nasales.
Theodore me mira fijamente durante varios segundos con una sonrisa de suficiencia antes de tomar su ropa e ir hasta el baño.
Cruzo ambos brazos sobre mi pecho. Anjoly comienza a vestirse mientras llora.
─Aang, no es lo que piensas ─dice finalmente la muy descarada después de vestirse. ─Te lo puedo explicar.
No me muevo. No digo nada; contemplo su agonía mientras trata de averiguar que estoy pensando.
Theodore sale del baño. Nos mira a ambos y se encoge de hombros, sentándose en la cama.
─¿Desde cuándo se revuelcan a mis espaldas?
─Lo siento mucho ─dice Anjoly acercándose hacia mí, poniendo cara de póquer.
Le hago un gesto con la mano para que no se acerque más y se detiene casi a dos metros de mí.
─Ha sido una estupidez, es un gran error que no va a suceder más... me sentí sola y supongo que me deje llevar.
Que trate de justificar su error con excusas se vuelve más patético que el error en sí. Al menos puede aceptar que se lo cogió porque lo deseaba, la soledad no hace eso.
─Desde hace cinco años ─escucho la voz de Theodore decir y se me congela la sangre.
Los mismos cinco años que llevamos juntos desde que nos conocimos en aquella fiesta de fin de año. No puedo creer que estuviera tan ciego todo ese tiempo. Pero la verdad es que no me siento tan mal como pensé que iba a estar, solamente me siento enfadado y como un completo idiota cuernudo.
Miro a Anjoly por encima del hombro durante unos segundos. Tiro la llave encima de la cama y doy la media vuelta.
Empiezo a irme.
Ambos merecen que los torturen, pero ensuciarme las manos es demasiado bueno para ellos.
─¡Aang, podemos superar esto con un poco de comunicación! ─grita, siguiéndome. ─Esto no tiene porque ser el final de lo nuestro.
Lo nuestro.
Me dan ganas de reírme en su cara.
Me pongo mis lentes de sol y continúo mi camino.
─No te vayas así —grita en medio de un sollozo.
Me siento en el auto, en el asiento de pasajero. Cierro la puerta en su cara.
─Nos vamos de viaje ─le digo a Elliot, quien enciende el motor y arranca.
─¿Adónde?
─A cualquier parte de Latinoamérica.
Thais
El día avanza a una velocidad increíble, todo el mundo se activa sin bajar la marcha hasta que llega la tarde. Un sentimiento de exasperación y de irritación comienza a subir mi columna vertebral.
Aaaghhh... con el flujo de clientes, siento mis piernas cansadas. Llevo el último pedido de este día y es entregar a una pareja su café.
─¡Hey! ¿Piensas llegar así al club? ─me pregunta Verónica mientras llega hasta mí.
─No, traje la ropa en mi mochila ─le anuncio. Según los señores Castro, mis tutores y padres de David, está noche estaré haciendo tarea en casa de Vero. Y mi tarea es ir a una discoteca.
Me seco las manos con mi delantal manchado de café, como siempre y señalo con la mano una mesa para que se siente.
─Dame unos minutos.
Ella me sonríe comprensiva.
Corro hacia el baño del personal para refrescarme: afortunadamente, traje conmigo todo lo necesario para embellecerse.
Me deshaga de la camisa y pantalón. Meto ambos objetos en mi mochila. Me cambio de ropa interior, deslizo el vestido azul por la cabeza con rapidez.
Apoyada contra la puerta, me quito las zapatillas rosas y me pongo un par de tacones negros.
Me suelto el pelo y me lo peino con los dedos unas cuantas veces antes de salir disparada. Vero y yo salimos de la cafetería para encontrarnos con su novio, Adam, quien se ha ofrecido a llevarnos.
Aprovecho todo el camino para hablar con David, con preguntas casuales de amigos. Excepto, que no le revelo que estoy a punto de llegar a un bar con Verónica porque él estará en desacuerdo, más al saber que nuestras edades por hoy estarán en omisión y además, sus padres piensan que estoy haciendo tarea en casa de Vero.
Frunzo el ceño cuando llegamos. No puedo confiar en Adam, aunque al mismo tiempo sé que no permitirá que nada suceda... al menos mientras él esté consciente.
Lo cuál no durará mucho.
Sin comprender cómo llegamos a la entrada del bar y saltamos la fila. El gorila de la entrada estrecha la mano de Adam, saluda de beso a Verónica y nos deja entrar.
Pido un whisky al camarero. El cual va dirigido directamente a la cuenta de Adam. No me cae bien, sin embargo, da muy buen sobornos a las personas. Lo cual jamás funciona conmigo, pero no puedo negar que disfruto de sus intentos.
─Thais, voy al cuarto de baño ─me informa Vero.
Asiento.
Minutos después de irse, Adam se pierde en la pista de baile. Las luces me ciega y la música de moda es tan alta que retumba mis oídos. Hay muchas personas alrededor, lo que vuelve el calor agobiante.
─Hola ─escucho una voz a mi lado, ni siquiera me molesto en mirarlo. Seguramente es el típico ligoncito del bar que busca a quien llevar a su cama está noche.
─Hola ─bufo en tono seco, llevando el vaso a mis labios.
─Guapa, ¿de qué juguetería saliste? ─pregunta.
─Una que se llama alerta, peligro de cárcel ─suelto con una sonrisa mirando en su dirección.
Es un hombre de unos veinte y algo, cabello castaño y medio largo.
─Con una preciosidad como tú me sentiré afortunado de ser condenado ─dice con una sonrisa mientras se acerca demasiado a mí y empiezo a sentirme incómoda. ─Más si fueras mi carcelera.
─Hazme un favor ─murmuro sin ganas.
—Lo que quieras hermosura.
─¡Piérdete, imbécil!
El tipo ese, suelta un bufido mientras se aleja.
─Y después tendrás el descaro de preguntarme por qué estás soltera ─dice Vero, bebiendo de mi vaso. ─Eres demasiado seca, Thais.
─Vine a divertirme, no a buscar novio ─me defiendo, observando la conmoción en la puerta.
Los gorilas se apartan del camino para que un tipo pueda entrar. Dos hombres guapos en trajes, entran al bar, con todas las cabezas girando hacia ellos como si fueran hermosas mujeres con tacones y vestidos cortos mostrando sus cuerpos generosos. Las mujeres no son las únicas que miran, sino que también los hombres, probablemente envidian a un hombre tan rico y guapo que puede tener a cualquier mujer que quisiera con tan solo chasquear los dedos.
─¿Te gusta? ─me sorprende Vero.
─No, además, es muy viejo para mí ─se les despeja un área especial de asientos solo para ellos, y antes de que sus musculosos culos se presionaran contra los asientos de cuero, una camarera con un vestido que apenas cubre algo de su cuerpo, aparece de la nada para esperarlos. Yo me concentro en el de pelo oscuro, ignorando al rubio. Incluso en la oscuridad del lugar puedo asegurar que es muy guapo. Extranjero, seguramente.
─Tienes razón, es muy viejo ─comenta ella, mirando lo mismo que yo.
─¿Tú crees? ─error número uno.
Ella suelta una carcajada.
─Es broma.
Justo cuando la camarera regresa con sus bebidas, un grupo de mujeres se les une. Todas bonitas y vestidas para la ocasión, mostrando sus sonrisas y sus largas piernas, sabiendo exactamente quién es él, menos yo. Asumo que un hombre guapo como él es un playboy, pero no estoy preparada para lo extremadamente mujeriego que es al ver que agarra a la mujer más cercana por la muñeca y la acerca suavemente. Sus manos guían las caderas sobre sus muslos hasta que ella se sienta a horcajadas en su regazo. Luego la agarra por la parte baja de la espalda y la atrae para besarla, su vestido sube y muestra su tanga blanca a todos. El hombre rubio no parece sorprendido en absoluto mientras que él sigue devorando a aquella mujer.
─Que cerdo. Definitivamente no es mi tipo ─pido otro trago sin dejar de mirar cómo termina el beso y luego la guía suavemente hacia el asiento a su lado para tomar a una segunda y hacer lo mismo mientras que a mí se me cae la mandíbula.
Aunque es un cerdo total, todavía es muy caliente ver como la otra mujer lo devora, intentado borrar las huellas de la otra, como si fuera una competencia por ver quien es la mejor.
─Jesús... ─llevo el vaso a mis labios. ─Es la definición de cerdo en persona. Es repugnante.
Si un hombre necesita a dos mujeres en su cama todas las noches, entonces obviamente no ha conocido a ninguna mujer que pueda defenderse correctamente.
Mi mandíbula cae al suelo al ver una tercera subirse encima de él. Esa sí lo besa con ganas, llamando su atención y borrando las otras dos. Pero estoy seguro que para mañana no quedarán huellas de ninguna de las tres.
Creo que he visto suficiente porno por hoy.
─Vamos a hacer una cosa ─me levanta de mi asiento para dirigirme a la pista de baile. ─Te dejarás llevar por el ritmo de la música, si alguien pregunta por tu edad...
─Miento ─termino la frase por ella e intento olvidar aquella escena de hace rato.
Nos instalamos en el centro de la pista, ya llena. Bailo con Vero. Adam y un amigo suyo no tardan en unirse a nosotras con copas de champán en las manos, nos ofrecen y aceptamos sin dudarlo.
Pasa una hora –o más—, y siento que la cabeza me da vueltas. El club está lleno de luces parpadeantes y música estridente, me abro camino entre la multitud, sintiendo el calor y el sudor de los cuerpos que me rodean. He perdido la noción del tiempo, tambaleando dejo de inmediato la pista de baile y me dirijo hacia la salida en busca de aire fresco. Pierdo el equilibrio al pasar la puerta. Tomo apoyo en la pared.
─¿Estás bien? ─escucho una voz profunda con un acento hechizante.
Pertenece a un hombre, y viene detrás de mí.
─Yo no... creo...
Me siento tan mal que soy incapaz de terminar una frase. El ruido de la calle parece intensificarse, golpeando mi cerebro una y otra vez.
─En este estado eres una presa fácil para cualquier depredador ─Su voz profunda y su acento exótico me hipnotizan. Cada palabra que sale de sus labios parecen un hechizo, y siento cómo mis defensas se desmoronan. En este momento no me importa ser su presa y ni siquiera sé quién es. Levanto los ojos hacia el rostro del desconocido, por un segundo me pierdo en sus ojos y hasta puedo olvidarme de mi nombre. ─¿Cuántos años tienes?
─Dieciocho ─digo, incapaz de apartar la mirada de él.
La oscuridad no me deja ver el color de sus ojos, pero estoy segura que tiene una mirada hermosa.
Me mira instintivamente, con los ojos entrecerrados. Luego me envuelve con su chaqueta y me ayuda a desplazarme a lo largo del muro. Siento el calor que emana su cuerpo.
Apenas puedo mantenerme de pie y no comprendo lo que sucede. Ahora las yemas de sus dedos acarician mis labios, en un acto insensato presiono nuestros labios, los cuales se acarician y se demandan. Me toma del cuello para hacer el beso más apasionado y yo le sigo torpemente, tratando de seguir su ritmo, pero es en vano. Él termina ganando la batalla. Mis manos agarran su cabeza, sosteniéndolo cerca, profundizando el beso, sus manos se deslizan por mi cintura hacia mi culo y me recoge. Mis piernas rodean sus caderas.
Camina cinco pasos para aplastarme en la pared. Su mano va a mi pelo y cubre su puño con él, tirando mi cabeza hacia un lado para besarlo con más fuerza.
Mi cuerpo está en llamas y mi ropa interior está empapada. Aprieto mis piernas alrededor de él, tratando de obtener algo de fricción para aliviar el dolor que creó. Gruñe y saca su parte inferior del cuerpo un poco lejos de mí. Lloriqueo, mi cabeza cayendo hacia atrás contra la pared. Sus labios bajan por mi cuello, respirando con dificultad. Mis muslos empiezan a temblar mientras besa mi cuello, por encima de mi clavícula, hasta el borde de mi sujetador de encaje por encima de mi vestido. Entonces su boca está chupando mi pezón a través del encaje. La fricción es intensa.
—Oh, Dios —gimo.
─¿Cuántas copas has tomado? ─pregunta, dejando de chupar mis senos. Parpadeo atónita sin dejar de mirarlo.
—¿Por qué quieres saber?
─No me acuesto con borrachas.
De pronto, siento un dolor atroz en la cabeza, arqueadas y me doblo. Me baja y luego me observa vomitar mis tripas.
Cuando termino, dos brazos poderosos me levantan y me guían hasta una limusina. El desconocido sostiene mi cabeza para que no me golpee y me acuesta sobre el asiento. Todo da vueltas a mi alrededor. Él me sujeta y me duermo.
¡Maldición!
Un resplandor de luz me traspasa el cráneo cuando intento abrir los ojos.
¡Ay, Dios!
¡Me duele mucho!
Maldición, ¿qué hice anoche?
No tengo ni idea donde estoy.
Intento nuevamente abrir los párpados para constatar que estoy acostada en la cama de un desconocido, con nada más que una camisa y mi ropa interior.
Desorientada, me levanto dándole la espalda al hombre que amaneció a mi lado. Toco mi entrepierna aliviada al no sentir ninguna incomodidad ni humedad. Soy virgen, si hubiera sucedido algo, me daría cuenta ¿verdad?
Ni siquiera me molesto en ver su rostro cuando dejo la cama. Si lo veo se que no saldrá de mi mente y no quiero nada que me haga recordar ese día.
Me acerco de puntillas a mis zapatos, que están en el suelo. No encuentro mi ropa por ninguna parte, es la primera vez que me encuentro en una situación así, y deseo con todas mis fuerzas ver su rostro. Sin embargo, no debe importarme eso porque estoy segura que no nos volveremos a ver de nuevo.
Dios, no quiero esa tortura.
Abro la puerta y me apoyo en el marco, dedicándole una última mirada a su cuerpo. Luego salgo corriendo descalza sin mirar atrás, con su camisa como única prenda.
Ay, Diosito, los padres de David seguro me matan si llego así a casa.
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