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21

Thais

Tal vez, para las personas normales yo necesito ser encerrada en un loquero. Y él debería ser enviado a la cárcel, pero ese es el mundo que a ambos nos tocó vivir. Y será así hasta que alguno de los dos termine con lo que el otro comenzó.

Suelto un sonido de frustración y dejo la sala, subiendo a mi habitación e intento tranquilizarme.

Cuando me siento relajada, me pongo un bikini marrón y salgo para ir a la piscina.

Me siento y saco el libro de Marketing que tomé prestado de la biblioteca de Aang. Una hora más tarde sigo igual de confusa, necesito sacar el estrés, liberar la mente. Tomo un bolígrafo, una libreta, y comienzo a escribir.

He estado durante horas escribiendo sin parar. Anton se ha encargado de darme todo lo que necesito: comida y bebidas. Francamente en otras circunstancias vivir aquí sería un paraíso ideal.

Ya son las cinco de la tarde. Un millón de pensamientos pasan por mi mente a una velocidad de luz.

Siento que voy a desmayar. Los dedos me duelen.

Me acuesto en la tumbona y cierro los ojos. Sin darme cuenta termino dormida.

Una caricia en mis piernas me despierta precipitadamente. No sé cuánto tiempo he estado así.

Theodore está sentado frente a mí. Sus ojos están cubiertos por unos grandes lentes de sol a pesar de que la oscuridad ya hizo su presencia.

─Buenas noches, Thais ─me dice con una encantadora sonrisa.

─Buenas noches, Theodore. ¿Cómo estás?

Se quita los lentes y me mira fijamente con sus ojos color cielo.

─Ahora que te veo tengo unas inmensas ganas de comer carne cruda.

─¿Sushi? ─le pregunto haciendo caso omiso a su insinuación.

─No, a ti ─agrega con sus ojos clavados en los míos.

Trago saliva un poco incómoda. No esperaba que fuera tan directo.

─¿Buscas a Aang? ─decido no prestar atención a sus palabras porque luego quien terminará castigada y azotada seré yo.

─No deberías estar aquí ─dice él con cuidado.

─¿Por qué? ─mis ojos buscan una respuesta en su rostro.

─Porque este lugar no es tu lugar ─comenta, yo estoy de acuerdo con él en esa parte. ─Aang no es para ti.

─¿Tú sí? ─suelto la pregunta.

─Tampoco, pero no creo que sepas dónde te estás metiendo. No conoces la dimensión de sus gustos y te arrastrará al igual que ella ─me mira serio. ─Éramos amigos y por eso te lo digo. Aléjate de él antes de que sea tarde.

─¿Quién es ella?

─Anjoly.

Suelto un suspiro al ver que no tiene intención de hablar más.

¿Para qué cuenta si no va a decir el chisme completo?

Miro a mis alrededores con cautela. Anton no se encuentra por ningún lado, punto a mi favor.

Y sin pensarlo pregunto.

─¿Me puedes prestar tu teléfono para hacer una llamada? ─me justifico rápidamente al ver su cara. ─Dejé el mío en la habitación, porque cuando estoy leyendo no me gusta ser interrumpida y ahora no quiero subir a buscarlo.

Hago morritos, esperando que eso funcione.

Él asiente, entregándome el teléfono.

Me alejo un poco, escribo en el teléfono frenéticamente el número de Verónica.

Casi enseguida creo escuchar la voz de Aang en el interior de la casa. La angustia me corre.

Que responda... Por favor, Vero, coge la llamada.

Los segundos se escurren y acecho obstinadamente el teléfono, que solo se dedica a sonar. Miro de reojo para ver si Aang sale.

─¿Diga?

─Vero...

─¿Thais?, oh por Dios, ¿estás bien?

─¡Thais! ─Las voces de Aang y Vero se introducen en mi cerebro.

─¡¿Dónde diablos estás?! ─se escucha la voz de Vero.

─Estoy en París ─cuelgo rápidamente, devolviéndole el celular a Theodore, balbuceando un breve agradecimiento.

Lo distingo inquieto mientras me mira.

¡Puff!

Impactada veo como él se apodera de mi mano rápidamente para elevarlo a sus labios. De pronto, Aang hace su acto de presencia. Retiro mi mano, el ambiente se tensa, Aang y Theodore se miran fijamente, más bien, se retan el uno al otro.

Me apresuro a abandonar el lugar, casi queriendo salir corriendo, pero Aang no me lo permite.

─Vine a dejarte los documentos ─dice Theodore, mirando a Aang de reojo.

─No era necesario que lo trajeras personalmente ─le responde Aang, con el mismo gesto seco e indiferente de Theodore.

Theodore se pone las gafas de sol, se voltea hacia mí y me dedica la mirada más extraña que haya visto, aún con los ojos ocultos se siente ese malestar.

Cuando Theodore se va y vuelvo a quedarme a solas con Aang, la tensión es palpable en el ambiente. Por no saber qué decir y por su mirada que desprende fuego.

─¿Qué hacías hablando con él?, ¡¿qué diablos hacía aquí solos?!

Está frente a mí, con los puños cerrados. Aang no es más que furia y enojo.

─Es tu casa, eres quien decide quien entra y quién no. Además, ni siquiera lo conozco ─él se acerca más a mí ante mi respuesta, sus ojos incluso parecen cortantes y la cobarde en mí sale a flote, dando un paso atrás. ─No he hablado con él.

─Anton me dijo que tiene unos diez minutos hablando contigo. Así que no me trates de estúpido ─su ira arde iluminando sus ojos. ─¡Te dije que no te acercarás a él!

─Él se acercó a mí ─respondo lo más serena posible.

Aang me toma del brazo y aproxima su cara hacia la mía. Yo dejo que lo haga.

─¿Qué dijo exactamente?

─Que eran amigos.

─Cualquier cosa que te haya dicho ese hombre, no es más que una mentira para obtener algo de ti. Todavía eres joven y no ves sus intenciones.

─¿Por qué soy joven es que me has secuestrado y me tratas como tu puta doméstica? ¿También es una mentira lo de Anjoly? ¿Qué mierda le hiciste? ¿La mataste cuando ya no te sirvi...?

Mis palabras se quedan en el aire cuando me cruza la cara de un bofetón. No es demasiado fuerte, pero me conmociono por la sorpresa, llevando mi mano a la mejilla. No me duele porque me lo ha dado con el único objetivo de hacerme callar, pero se atrevió a pegarme. Se me gira la cara y lo siento enrojecer.

─Thais... yo ─le cruzo la cara de una bofetada. Más fuerte que la suya, lo suficiente para que se trague sus estúpidas disculpas.

─Si me vuelves a tocar, te vas enterar de lo que soy capaz, Aang ─se gira al recibir el golpe. ─Antes de dejar que me destruyas como lo hiciste con ella, te voy a destruir a ti primero.

Con la garganta apretada, me apresuro a abandonar el sitio, salgo precipitada casi empujando a Anton al subir por las escaleras. Experimento una ira, rabia que me hace cerrar de golpe la puerta de mi habitación mucho más fuerte de lo que me hubiera gustado. Me parece que el golpe resuena largos segundos después en el pasillo.

¿Por qué reaccionó así? Ni siquiera me dejó terminar la oración. ¿Tan grave fue lo que dije? ¿Mató a alguien en uno de sus salas?

Las fuerzas se me van con cada suspiro mocoso que largo y, aún así, no puedo dejar de llorar.

Me abrazo a mis rodillas, deslizando mi espalda en la puerta que acabo de cerrar.

Sabía que solamente era cuestión de tiempo para que comenzará a mostrarme, quién es realmente. Toda su dulzura era una maldita máscara.

─Thais. Necesito hablar contigo, ábreme ─llama a la puerta.

No quiero responder. Quiero estar enfadada con él. No quiero escuchar lo que me tiene que decir.

─No quería golpearte, al menos no de esa manera ─comenta con la voz llena de arrepentimiento.

Una sensación inexplicable me atraviesa el cuerpo, al rememorar el látigo en mi piel. Es una mezcla de emoción y miedo. Emoción por aquel placer que me había proporcionado y miedo por saber que me gustó el ardor provocado.

─¿Podemos hablar? ─intenta ser dócil.

─Estoy durmiendo, Aang.

─Por favor, pequeña.

─¿Pequeña? ─mis ojos se llenan de lágrimas. ─¿Qué era hoy? ¿Qué veías en mí para que me golpearas? ¿En qué me he convertido ahora? ¿Qué sentiste cuando me golpeaste? ¿Te hizo más hombre? ¿O te alegras del poder que tienes sobre mí, Aang?

No responde por unos segundos. ─No te merezco, lo sé. Hice mal en golpearte, fue un error.

─¿Eras tú ese hombre violento? ─pregunto en susurro. ─¿Eso veías?

─No ─susurra con fuerza, pero aún con duda en su tono.

─Esa es la persona que hay detrás de esa máscara, Aang. Esa es la persona que eres.

Mi voz suena rota. Mis palabras lo alcanzan y, sin embargo, me siento desesperada.

─Me das asco. No soy una puta. No soy tu puta ─concluyo, sin querer escucharlo más.

No responde.

Me siento más agotada aún después de descargar todo lo que llevaba dentro.

—Sé que no te merezco —dice después de un breve silencio.

─¿Merecerme? Eso es tan trivial, Aang. Lo correcto sería si yo merezco lo que haces, cometí un error, pensé que una vez que me llevarás a tu cama te ibas a cansar. Sin embargo, lo disfruté a pesar de tu carácter. Pensaba que eras horrible y yo mucho peor, pero solo lo pensé, tú lo llevaste a cabo, tú me lastimaste y me estás convirtiendo en alguien que no reconozco.

─Thais... ─vuelve a golpear, ahora más fuerte, así que yo abro molesta.

─Déjame en paz ─digo. ─Eres un maldito... Yo no soy una bolsa de boxeo, Aang. Incluso aunque esté retenida aquí no tienes derecho a pegarme ─agacha la cabeza, avergonzado.

Toma mi cara y me da un beso rápido. Sus ojos militares están clavados en los míos con un fuego intenso, hace que me quede sin aliento y me excito de golpe.

Trata de acariciarme la mejilla y yo trato de cerrar la puerta en sus narices, pero él la mantiene abierta y me empuja al interior, cerrándola a su espalda.

─¡Vete!

─No quiero que menciones ese nombre de nuevo en está casa ─me rodea la cintura con un brazo y me estrecha con fuerza. ─Te prometo que no volverá a pasar.

Usa la otra mano para sacarme las lágrimas con la punta de los dedos. Me acaricia la espalda y me besa la comisura de los labios.

─Déjame en paz, por favor ─lo empujo en el pecho, tratando de escapar, pero él sigue reteniéndome. ─Aang, no quiero hablar contigo ahora. ¡Vete, te odio!

─No ─susurra contra mi boca antes de morderme el labio inferior. ─Joder, me puse muy mal al verte con él. Pero nunca fue mi intención golpearte.

─¡Pero lo has hecho! Tengo miedo ─sollozo. ─Tengo miedo de ti, de mí y de que eso se vuelva a repetir.

─Lo siento, pequeña. No lo haré de nuevo. No volveré a abofetearte.

—No te creo, eres un vil mentiroso.

Lo empujo y él captura mi boca. Me coge de la mano y la presiona contra la parte delantera de su pantalón, haciéndome sentir lo duro que está. Yo también soy débil, pero hoy me doy cuenta que él me necesita más que yo a él y no lo sabía. Le di sentido a su vida al convertirme en su obsesión y esa es mi maldición.

─Eres mía.

—Te odio —sollozo. —Odio desearte, pero eso no evita que te desee y no sé cómo romper este maldito círculo.

—Me deseas porque logro satisfacer tus necesidades sexuales y hago que tu corazón también cante, y ahora mismo... —se interrumpe—, tu corazón se siente en casa y yo te deseo porque eres mía ─trato de resistirme a sus palabras, de alejarlo de mí, pero no puedo.

Había pensado que solo podía sentir lujuria y deseos sexuales, pero empiezo a cuestionarlo porque cada palabra que dice suena a verdad. Esto se siente tan malditamente bien que tengo miedo de caer en él con los brazos abiertos, esperando que él estuviera allí para atraparme cuando sé que nunca lo haría. Ya sé que ningún hombre podría hacerme sentir lo que esté monstruo han inspirado dentro de mí. Entonces, ¿quién podría ocupar su lugar cuando se va al final de todo esto?

─¿Y quién te dio ese derecho? ─cedo a poco a poco, sus manos me torturan apretándome las nalgas para reaccionar nuestros cuerpos, me hace estremecer.

─Yo ─murmura con la voz ronca por la excitación. ─Desde que puse los ojos en ti.

─No ha pasado ni un mes desde ese día ─me abraza contra su pecho.

─No, han pasado dos años ─confiesa.

No es cierto.

¿El hombre del bar con quien amanecí en el hotel? ¡Fue él!

Mi cabeza intenta procesar la información. Sus palabras me dejan desconcertada ya que no estoy segura de haberlas escuchado bien. Lo miro a los ojos, con los labios entreabiertos.

─¿De verdad eras tú?

—Sí, fui yo esa noche. Huiste con mi camisa.

—¿Por qué no recuerdo tu rostro?

─Estabas muy borracha y tal vez drogada, pero yo desde ese momento supe que ibas a ser mía. Esta noche haremos un viaje al pasado y te recordaré a quien perteneces ─sus palabras crudas interrumpen mis pensamientos.

─No soy tuya. En todo caso, si perteneciera a alguien sería a mis padres. Pero como no soy un objeto no soy de nadie. Sí estar a tu lado es sentirme así, no quiero ser tuya, no deseo ser adicta a ti.

Después de deslizar el bikini hacia abajo, me agarra la cintura y me obliga a girar sobre mí misma para empujarme contra la puerta.

─Eres mía, Thais ─él aprieta la boca contra mi nuca, manteniendo las manos en mis caderas mientras me separa las piernas.

Su erección se desliza hasta el fondo, sin previo aviso, golpeándome y haciéndome gritar. Él la tiene dura y yo soy maleable. Él gime y yo estoy mojada. Encajamos a la perfección. La compatibilidad biológica de la que hablan los libros.

—Perfecta —murmura al llegar al fondo, y se agarra a mi cintura como si intentara recobrar la compostura. Y sé por qué: la sensación es exquisita, aunque de un modo intenso y cruel. Doloroso y placentero a la vez—. No te muevas o me correré. —Me da un lametón en la nuca—. Mierda, igual me corro de todas formas. Tu aroma y esa vagina tuya son demasiado.

Puede que yo también me corra. Dentro de nada. Sobre todo si se mueve de esa forma, con embestidas suaves y experimentales que me llegan a todas partes. Noto que me contraigo poco a poco a su alrededor y él empieza moverse con más ímpetus.

―Me encanta tu pene, Aang. Duele muchísimo... pero es maravillosa.

Sé que ahora estoy perdida porque cada vez que lo tengo dentro me olvido de que me tiene en contra de mi voluntad, incluso olvido mi nombre y el odio que siento por él.

Solo deseo una sola cosa: que jamás termine esa sensación de plenitud y satisfacción que desgarra mi ser.

Justo en ese instante al darme cuenta de todo lo que me provoca, decido drogarme de sus palabras para no drogarme de él.

«Solo eres una esclava, Thais». Me susurro, tratando de no pensar en sus deliciosas embestidas. «Todo lo que haces es para sobrevivir. Él te usa como su bolsa de semen y tú lo usas a él como un pene con piernas. Solo es un trueque, recuérdalo. Solo aguanta hasta que se canse de ti. Hasta que se canse de coger, una semana, tal vez meses, o en un año, se va a cansar y tú serás libre».

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