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20

Thais

Nunca me he sentido tan humillada, barata y herida en toda mi vida.

¡Me ha pegado tan fuerte en el trasero!

Soy tan hipócrita y odio saber que es él quien se encargó de hacerme sentir así. No debe dolerme sus palabras, pero lo hacen. El corazón se me resquebraja. El suelo bajo mis pies se sacude mientras huyo. El dolor que me producen sus palabras es como un puño estrujándome el corazón.

Lo odio tanto.

Pero nunca en la vida habría pensado que estaría corriendo por la acera de París mientras tengo unos tacones y un guardaespaldas enviado por el estúpido desgraciado de mi secuestrador detrás de mí.
¿Quién demonios tuvo la genial idea de ponerse tacones porque creía que le haría ver más alta enfrente del maldito de Aang? Sí, yo.

«A ver, Thais, la única culpable de que estés en esta situación no es nadie más que tú. Te comportaste como una niña berrinchuda por más que el imbécil merecía unas cuantas bofetadas».

Mientras corro, me arriesgo a volver la vista atrás y veo que Elliot está cerca. Demasiado cerca. Doblo enseguida la esquina a la izquierda y me meto en una calle concurrida y llena de coches. Tomo la decisión de esconderme detrás de un auto. En cuanto bajo la cabeza, Elliot pasa junto al auto y sigue de largo. Suelto un suspiro de alivio.

Sin rastro de Elliot, salgo de mi escondite, tomando la dirección contraria. A esta hora, el tráfico es bastante pesado. Echo un vistazo a ambos lados. Elliot no está. Suerte para mí.

Camino por la banqueta, me alzo sobre la punta de los pies para buscar en el tráfico alguna patrulla, así poder llegar a la embajada. No hay nadie. ¿Qué hago? El viento sopla más fuerte. Las borrascas se cuelan entre los edificios. La lluvia amenaza. No puedo quedarme esperando indefinidamente que aparezca uno ni mucho menos volver donde Aang. Ni modo, tendré que seguir caminando.

De pronto, un auto negro frena justo al lado de mí. La portezuela se abre al vuelo y un hombre surge del interior. Intento apartarme, pero todo pasa tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de pensar en dar un paso hacia atrás. El hombre me toma por la cintura, antes de poder soltar un grito su mano se aprieta contra mi boca y su otra mano me lanza hacia el interior del vehículo. Y el pánico se apodera de mí. Me doy cuenta que las ventanas están tintadas.

─¡Déjame salir! ─grito con una voz enloquecida. ─¿Qué es lo que quieren?

─No puedo creer que nos hayan pagado por esto ─dice uno en español con acento italiano. ─Si nos divertimos con ella no creo que se den cuenta.

¿Divertirse? ¿Alguien pagó para que me secuestraran?

─Son unos putos enfermos. ─Tienes una boca muy sucia, me pregunto qué tan bien lo sabrás usar para hacer cosas sucias, como chupar nuestros penes. Si lo haces tan bien como lo dices, nos ganaremos el cielo.

En el instante en el que me meta el pene en la boca, se lo voy a arrancar a mordiscos. Me encargaré de hacer que no tenga más ganas de querer una chupada.

El idiota de al lado toma uno de mis senos y lo pellizca dolorosamente mientras trata de introducir su mano entre mis muslos. Lo empujo con fuerza. Agarra mi antebrazo y me besa. Me toca con brusquedad, me da miedo y asco. Su aliento huele horrible.

─¡Suéltame, cerdo! ─muerdo su brazo con fuerza.

─Maldita zorra ─se retuerce de dolor, apoyándose en la puerta.

Levanta la mano para darme una bofetada, pero el conductor lo detiene con una rápida orden en francés.

Sin importar que podemos estrellarnos, alzo la mano hacia el conductor, tratando de asfixiarlo. El copiloto intenta quitarme junto al tercero y yo en vez de ser inteligente, haciendo lo que me dicen, le doy un codazo en el estómago al que está a mi lado, haciéndolo gritar de dolor. El coche da un bandazo, haciendo que el conductor lance una maldición en francés y luego recupere el control.

─Puta ─el italiano me agarra por el cabello y me obliga a soltar al conductor.

─¿Te has vuelto loca? Vas a provocar que nos maten ─el tercero por su acento es obvio que es americano. Mis manos sudan y el miedo se apodera de mí. El italiano me inmoviliza contra el asiento de cuero. De un tirón, me pone las manos en la espalda. ─Muévete y te mato ─me amenaza el copiloto con un arma, pero sé que en realidad es una palabra vacía. Si su jefe no lo ordena no serán capaces de matarme solo porque quiere.

Sé que estaré perdida si dejo que me lleven donde sea que vamos y por más que desee luchar es imposible; son tres contra uno.

De repente, el auto se detiene de golpe y mi cuerpo se impulsa hacia delante por la sorpresa. Un coche les impide el paso y cuando intentan retroceder otro hace lo mismo.

¿Qué diablos está sucediendo?

Se abre la puerta del lado del conductor.

Y sale Aang. Sus ojos se encuentran con los míos, reconozco aquella mirada fría.

Ha venido por mí. De seguro quiere matarme él mismo.

Las mariposas alzan el vuelo en mi estómago, y mis pezones se ponen duros debajo del vestido.

Sé que no es el momento, pero díselo a mi cuerpo.

Mis ojos echan un vistazo al hombre que tengo al lado. Me apunta lentamente a medida que Aang y Elliot avanzan por detrás. Lo mira a él, en vez de mirarme a mí.

Tengo que intentarlo.

Pego un salto y derrumbo el arma al suelo como he visto muchas veces en la tele. Tiro de la manilla de la puerta y se abre de golpe, dejando ver el asfalto debajo y salto sin pensarlo.

─Maldita... —oigo.

Caigo en el pavimento. No grito, a pesar de caer de rodillas y sentir ardor en ellas.

─Señorita Delgado, ¿estás bien? ─me encuentro con el pelo rubio de Elliot y ojos penetrantes de color turquesa.

─Sí.

Me toma por un brazo y tira de mí para levantarme del suelo mientras los hombres de Aang salen del auto de enfrente preparados para disparar.

─¿Dónde está Aang?

─Vendrá con nosotros ahora ─me sigue conduciendo hacia no sé dónde.

Doy la vuelta y veo algo que me impide moverme, Aang abre de un tirón la puerta del conductor y saca al hombre detrás del volante. Tiene los hombros tensos, y su cuerpo clama por sangre.

Cuando el hombre está en el suelo, gime al intentar levantarse.

Aang estrella el pie contra su nariz.

Yo estoy mirando conmocionada.

─No necesitas ver eso ─Elliot me obliga a alejarme, tirando de mí.

Aang le da unas cuantas patadas más al hombre, haciéndole aullar de dolor. Siento pena por él, pero sé que se lo merece.

─¿Quién les mandó? ─apunta entre los ojos con la pistola. El hombre se niega a hablar y Aang le dispara a quemarropa.

Oh, Dios mío.

Palidezco y Elliot me anima a continuar avanzando. Me guía a través de la carretera y me entra al auto.

─¿En qué carajos trabajan ustedes? ─exijo saber.

Elliot se pone delante de mí, con el arma preparada. Vigila la calle mientras Aang agarra a otro y lo arrastra hasta el centro de la carretera. Después de torturarlo cruelmente para que le dé un nombre le dispara.

─Aang fue entrenado como guardaespaldas ─dice, cerrando la puerta

─Entonces, ¿Aang y tú son cercanos? ─digo para concentrarme en otra cosa.

─Estar ahí nos unió de alguna forma.

─¿No vas a ayudar? ─es una pregunta tonta, pero es lo primero que me viene a la mente al verlo subir en el asiento delantero.

─Mis órdenes son quedarme contigo y mantenerte a salvo, además, Aang puede solo aunque tenga ayuda de los guardias.

Intento localizar a Aang, mi mano tiembla ligeramente al verlo con el último hombre, él lo contempla con frialdad desde arriba. No es el hombre que yo creo conocer, al que estoy acostumbrado a ver. Aquella versión es de alguien realmente implacable.

Aang planea intimidar al criminal, sacando una daga de su bolsillo.

─¿Me conoces? ─pregunta con una peligrosa voz, se inclina hacia el hombre pisándole el pecho con su pie.

Asintiendo con la cabeza silenciosamente es la respuesta de él. ─Bueno, vamos a tener una charla. No tomo a la ligera ser atacado, mucho menos cuando tocan algo de mi propiedad. Un hombre tiene que proteger a aquellos que... lo que tienes que entender es que no es buena idea tocar algo que ya tiene dueño. Entonces, ¿qué hago contigo?

El hombre no pestañea, no se mueve. Su lealtad o miedo parece estar sólida hacia quien lo envía.

Aang levanta la daga, su mirada fría y calculadora. ─Dame un nombre y podrías irte.

El hombre le echa un vistazo al arma durante un segundo y luego dice.

─Igual estaré muerto. Así que hazlo, ya que me voy a morir de todos modos ─su voz es fría e impaciente.

─No voy a matarte ─le dice Aang lentamente, viendo como el hombre exhala bruscamente. ─Dale un mensaje a tu jefe de mi parte.

Aang lo mira fijamente sin miedo. Contemplando al hombre con veneno. Sin elevar la voz, desprende la autoridad de un general; poderoso, aterrador y cruel mientras dice la frase palabra por palabra.

─No. Se. Meta. Conmigo ─sus ojos verdes militares se oscurecen. ─Y. No. Toquen. A. Mi. Chica.

Nunca lo he visto en acción, no había sabido de lo que es capaz. No soy capaz de creer lo que estoy viendo, sin una palabra más, Aang se vuelve y camina hacia mí.

Unas patrullas de policía llegan al lugar.

─Nuestro problema no es con ustedes, así que, si no quieren meterse en ella es mejor que se vayan ─les dice.

Veo que uno hace señales a los demás y todos suben de nuevo a sus patrullas y se van como si nada. ¿Qué diablos?

Aang me dirige una mirada asesina antes de subir al coche y tomar asiento a mi lado.

─Aang... yo...

─No hables, Thais ─me interrumpe.

─Pero... ─me callo al ver la mirada que me dirige y termino por susurrar. ─Perdón por provocar eso. No quería que muriera nadie. Pero tú me has obligado. ¡Todo lo que ha pasado es tú culpa!

Me quedo viendo la calle por el cristal por todo el camino, sin saber que es lo que me espera una vez en casa.

Llegamos a su casa y no sé qué otra cosa hacer más que servirme un trago, lo necesito, todavía no se como enfrentar a Aang.

─Ni se te ocurra subir por esa escalera ─detiene mi huida. Me quedo quieta, sorprendida por la tonalidad de su voz.

─¿Quieres hablar?

Aang parece sentir deseo de apuñalarme en el ojo con un cuchillo. Doy un trago para aliviar mi garganta seca.

─Deja el vaso.

─¿Qué?

─Déjalo ahí, Thais.

Lo pongo sobre la mesita de madera cerca del sofá que me señala, sin saber que va a hacer con ese aire tan enojado.

─Inclínate hacia delante.

Me inclino sobre el sofá, combatiendo la irritación que me sube por la garganta. No me gusta que me den órdenes, pero tampoco quiero empeorar las cosas. Sé cuando estoy jodida.

Me da un fuerte azote en el trasero con su enorme mano, golpeándome con ganas.

Yo salgo impulsada hacia delante, quedándome sin aliento porque no me lo esperaba.

─No me vuelvas a replicar, Thais.

Su mano golpea con energía de nuevo mi trasero.

─Y eso es por haber escapado.

Me froto la nalga sabiendo que tardará unos minutos antes de dejar de doler.

Lo miro con odio.

Él me mira con frialdad. ─Ya puedes irte.

Mi respiración se altera por tanta rabia acumulada. Avanzo un paso sobre él y un impulso me asalta, levanto un brazo como un látigo e intento darle una bofetada. Se la merece por todo lo que ha hecho, por amenazar mi orgullo y haberme secuestrado. Sin embargo, mi palma nunca termina golpeando su mejilla, él encierra mi muñeca con su mano, atajándome, y tironea de mí, más cerca. Jadeo cuando me retuerce el brazo, en un ángulo extraño, haciéndolo resonar. Abro muy grandes mis ojos porque a continuación siento su puño enredarse en mi largo cabello despeinado, tira hacia atrás para dejar mi garganta a la vista. No puedo evitar atragantarme al percibir sus dientes en ella, se aprietan tanto en mi piel que estoy segura de que tendré una marca después. Se aleja un poco de mí, aún bien sujeto a mi pelo, con un solo movimiento impetuoso me estampa contra el sofá, mi mejilla pegada a la superficie blanda. Las palmas de mis manos se humedecen y resbalan por ella.

Trago saliva y comienzo a gemir repetidas veces, sin poder parar.

─¿Qué te dije acerca de golpearme la cara? ─ronronea.

Chillo al sentir que de una única maniobra, me sube el vestido y baja mis bragas empapadas sin siquiera desprenderlos. Me hace daño, la tela raspa mis muslos, pero eso no hace más que llevarme hasta el límite. Pelear con él me excita y no puedo negar que estaba mojada mucho antes de esto. Da un tirón y deja mis nalgas al aire libre. Me pongo de pie para frotarme contra él, me arqueo en busca de más contacto. Lo escucho bajarse la cremallera y abrir sus pantalones, al segundo siguiente la enorme cabeza de su sexo amenaza con irrumpir en mi entrada. Clavo las uñas en el sofá, boca seca y los jadeos interminables. Se queda inmóvil, la mano que no está metida en mi cabello asciende por mi espalda levantando mi vestido, descubriéndome y recorriendo mi piel, dejando un largo y lento camino de fuego que hace palpitar mis paredes internas. Se estaciona en mi hombro, en el ángulo entre éste y mi cuello. Todo queda en silencio, lo único que se oye es mi acelerada respiración, los gemidos que le suplican. Hace palanca en mi hombro y entra entero de una sola embestida.

Grito, grito y grito hasta que me quedo sin aire. Sale casi entero, bien hasta estancarse entre mis labios externos, solo para volver a empujarse, tan violento que el sofá se arrastra en el suelo.

─Oh... por Dios ─aúllo como una loba en celo. La única respuesta que me sale es contraer los músculos y apretarle el pene. Estrella la palma contra mi trasero con un juramento.

Su puño estira más mi cabello, siento mi cuero cabelludo picar insoportablemente y eso provoca que me mueva para encontrar la liberación. Se desliza y vuelve a entrometerse de una sola vez, me sujeto del borde del sofá, mi mejilla quema en la superficie cada vez que me embute contra él.

─Mierda ─siseo, mi cuerpo bañado en sudor. ─Más... Aang, sí.

Me atraganto y cierro mis ojos al sentir la primera oleada de mi orgasmo. Vuelve a tirar de mi pelo y entra hasta la empuñadura, se queda quieto para sentir como mi rincón lo succiona y aprieta mientras me vengo. Todo mi cuerpo se tensa de pies a cabeza, y un gruñido lastima mis cuerdas vocales.

─Esto es lo que querías de mí, ¿no es cierto? ─empuja, se retira y empuja con más energía. ─Lo ansiabas, ¿verdad? Te morías por esto. Ahí lo tienes.

Su voz no demuestra ninguna alteración. Entonces él se saca a sí mismo de mi interior, una repentina sensación de vacío me llega; esa parte de su anatomía, que se hincha, ardiente y firme, contra mis nalgas; y, finalmente, su semen, cálido y húmedo, caerse en la parte baja de mi espalda. Me está restregando su semen con el pulgar. ¿Se puede saber por qué me parece bien? Luego despacio acomoda sus ropas mientras me duermo sobre el sofá con mi culo al aire y mi abertura goteando.

Baja mi vestido, sin decir una palabra y me hace tomar asiento al ver que no tengo la intención de hacerlo.

Me quedo viendo como se va, dolorida, con las piernas temblorosas. Inmóvil, mi cuerpo denuncia la entrega, pero de repente, los sollozos emergen, agitando mi fragilidad. Como una herida fresca, las lágrimas brotan, llevando consigo la crudeza de lo sucedido. Mis venas arden con el veneno del arrepentimiento, mis entrañas pesan, fracturándose. Me siento miserable, manchada y rota. Aang ha invertido mi cuerpo contra mí, mi mente perdida, vencida por la unión grotesca que acepté.

Cuando la marea del éxtasis se retira, la realidad se impone, un ancla que me sumerge y ahoga entre lágrimas. Odio su control, pero toma el mando con una destreza que despierta una mezcla de repulsión y atracción. Mi cuerpo ansía sus caricias, mientras mi mente las repudia.

En esta lucha interna, me avergüenzo de lo mucho que disfruté, eclipsando mi primera vez. Aang ha desenterrado mis anormalidades desde los dieciséis años, y aunque imaginé que permanecerían ocultas, ahora se manifiestan sin restricciones. El hecho de aceptar las condiciones de Aang y permitir que su bestia me consuma ha superado todas las expectativas, dejándome preguntándome si este tabú era la razón por la cual nunca experimenté un orgasmo antes. Bueno, sabía que tenía tendencias "anormales" desde los dieciséis años, pero siempre pensé que permanecerían escondidas en los oscuros rincones de mi corazón como fantasías inaccesibles. Ni en mis sueños más locos pensé que tendría el valor suficiente para actuar en consecuencia. Así que, el hecho de que no solo aceptará las condiciones de Aang, sino que además permitiera que su bestia me follara crudamente, superó todas mis expectativas.

Subo mis bragas y escondo mi rostro avergonzado entre mis manos y lloro en silencio, sintiendo las gotas saladas deslizarse en mis labios.

¿Qué acababa de pasar? No lo sé. No sé si es algo que quería que pasara o no. Mis emociones están mezcladas en un gigantesco conjunto de confusión.

No sé bien por qué. Quizás solo estoy asustada por mis reacciones, asumo que algo en mí está muy mal, retorcida. Me digo a mí misma que debo mantenerlo lejos, escapar. Que no puedo desear tanto a alguien que me ha secuestrado y me hace daño.

Y aquí es que mi mente hace el click y al fin lo acepto. Me gusta, más que cualquier otra persona en el mundo.

Las personas viven quejándose de la otra persona que lo lastima, pero no hacen nada para alejarse de ese daño y es porque en el fondo le gustan que les hagan daño, somos masoquista por naturaleza, algunos más que otro. Es ahí que acepto que no necesito seguir llorando y hacerme la víctima. Porque no creo del todo que yo no esté loca. Hay algo torcido en mí. No puedo explicar mi actitud y la forma de actuar en cuanto a Aang. Fui testigo de cómo sus manos tomaban iniciativa al torturar a esos hombres. Sin embargo, en vez de horrorizarme, correr lejos e intentar quitarlo de mi vida, sólo me metí en el coche, aceptando regresar con él y me serví un trago. Advertí mis dilatadas pupilas y mis mejillas sonrojadas por medio del cristal. Escuché la respiración acelerada, mis pulmones intentando no colapsar. Y noté, increíble y sorprendentemente, qué tan mojada estaba mi ropa interior. Supe que estaba excitada. Excitada por verlo matar a otra persona que quería hacerme daño a mí. Por la manera de mover las manos al hacerlo, por la elegancia con la que controlaba su cuerpo antes de la puntada final. Por el brillo sádico en sus ojos verdes.

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