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17

Aang

Quiero follarla. Quiero tomarla con rudeza, hacerla gritar tanto de dolor como de placer. La deseo desesperadamente, mis impulsos son inmensos, pero no puedo, ¿cuándo me convertí en la presa?

Ella es la prisionera, puedo hacer lo que quiera con ella porque es de mi propiedad. Absolutamente nadie puede impedirme hacer algo con ella. Sin embargo, quién pone las condiciones es ella.

Thais.

¿Desde cuándo me volví su títere?

Dios. Quiere azotarme y no me dejaré enterrarme dentro de ella hasta que eso pase.

Al principio me pareció una locura, pero después de que ha pasado una semana la idea comienza a gustarme, ese pensamiento me pone caliente, ella es muy vengativa y cruel. Estoy seguro que no tendrá piedad de mí. Nunca había permitido a ninguna mujer hacerme eso y jamás me había pasado por la cabeza esa idea, pero no puedo negar que ella es la persona perfecta para eso, la idea me excita hasta puedo sentir las palpitaciones de mi sexo. Además, me estoy volviendo loco por su rechazo.

Ella ha logrado evitarme como la peste desde que la dejé sin orgasmo.

Se encierra en la habitación cuando vengo a casa y mientras no estoy aprovecha para pasear. Sin embargo, su lugar favorito es mi habitación, incluso cuando escribí un gran letrero perfectamente en español que dice "No entrar".

Me había enojado mucho al darme cuenta. Quise castigarla de nuevo, luego me di cuenta de porqué lo hace (suele quedar acostada en mi cama, leyendo uno de esos libros que la hacen tocarse de vez en cuando mientras grita mi nombre) y no tuve más opción que fingir que no me he dado cuenta que entra ahí.

Después de cenar, yo sé que estará en su habitación. Me acerco a la puerta y entro. Sé que si toco es capaz de encerrarse en el baño solo para evitarme. La veo parada cerca de la ventana, mira el exterior con melancolía. Lleva un vestido morado que le ajusta a los pechos y a sus curvas perfectamente. Cuando me oye se da la vuelta.

Thais camina hacia mí a ver que vengo en su dirección, solo tengo que dar unos pasos para detenerme a unos centímetros de ella. Los dos parecemos saber muy bien lo que está a punto de suceder. Nos miramos.

Ella tiene la respiración acelerada y sus ojos están llenos de deseos. De dos zancadas hago desaparecer la distancia que interpone entre nosotros y capturo su cara entre mis manos. Uno mis labios a los suyos con agresividad. La empujo contra la pared.

—Espera... —dice cuando mis manos viajan a sus bragas. —¿Tenemos un trato?

¿Acaso nunca se le olvida nada?

—Solo por hoy y no permitiré que vuelva a suceder.

Ella se queda pensativa.

Joder, no pienses tanto. Estoy que exploto.

—Treinta —traga saliva, cruzando sus piernas en mi cintura.

—¿Qué cosa? —murmuro, mirándola.

—Treinta azotes.

—Veinte —le estoy permitiendo demasiado.

—Veinticinco —insiste la muy testaruda.

—Veinte.

—Veinticuatro.

—Veinte. Te aseguro que lo puedo bajar a diez si sigues insistiendo. Lo tomas o lo dejas —amenazo para que no le quede más opción que aceptar.

Ella se muerde el labio, pensativa. —Acepto.

Con esas palabras, le devoro los labios, sellando el trato mientras la cargado saliendo de la habitación.

«Me voy a cobrar hasta el último de esos azotes».

Thais

Entramos a una especie de sala de juegos en la planta superior. Tira de las correas de cuero que cuelga del techo y me observa, esperando conocer mi reacción.

En otra circunstancia diría que es un completo pervertido y enfermo. Sin embargo, la idea de azotarlo me parece increíble. Además, solo le estoy regresando los azotes que me dio. Sí, no es muy ético ni me convierte en una buena persona, pero te aseguro que será satisfactoria.

Ese pensamiento me hace sentir sucia y por primera vez eso me gusta.

Veo a Aang desvestirse. Tienes unos abdominales bien definidos y un pecho esculpido. Solo tiene su pantalón de dormir, lo cual ahora también baja junto al bóxer negro. Tiene las piernas bien trabajadas tan fuerte como lo había adivinado a través de la ropa.

Sus labios cubren uno de mis pechos encima de la ropa. Respiro con fuerza y entierro las uñas en sus hombros, amando la sensación. Me da un apretón en las nalgas y gimo necesitada.

Tengo que acabar con eso para permitir que me tome. Me urge sentirlo dentro y acabar con esto. Si es de los de un polvo y me desaparezco como un cobarde, para mañana estaré en un vuelo de vuelta a mi país y felizmente libre.

Le subo los brazos por encima de la cabeza y le inmovilizo las muñecas con el cuero.

Miro la habitación. Mis manos encuentran la cuerda y tiro hasta elevarlo unos centímetros del suelo.

Lo azoto con fuerza, atravesando la espalda.

Él se encoge ante el mordisco del cuero, pero no escucho su voz. Ni una queja.

Vuelvo a golpear con ganas.

El odio sale a la superficie.

Lo odio por secuestrarme.

Alejarme de mis sueños.

De David.

De Verónica.

De mi vida imperfecta, pero donde tenía libertad.

Sin embargo, adoro como me toca, el sabor de sus labios con el mío. El calor de su cuerpo. Como hace todo mi cuerpo temblar sin la necesidad de entrar en mí.

Dios, su cabeza entre mis piernas había sido la mejor sensación del mundo.

Es mi captor y el primero en hacerme correr, ni siquiera tuvo que penetrarme.

Y sentí que superaba cualquier sexo que he tenido antes, no es que tuviera mucho.

Pero está claro que mi ex fue un completo egoísta que no pensó más que en su propio placer. Maldito cabrón, es obvio, es su culpa. Si me hubiera follado bien, no estaría pensando en mi captor de esa forma. Tiene que ser eso. De lo contrario no podría sentir eso por Aang.

Por su culpa haría cualquier cosa para que Aang volviera a meter la lengua en mi interior, o sentir su pene. Lo necesito y estoy dispuesta a suplicar si es necesario, con tal de volver a alcanzar esa liberación que me había proporcionado.

«Maldita enferma». Grita esa voz en mi mente.

Lo azoto tres veces seguido, cruzándole el trasero y la parte de atrás de las piernas. La piel se le enrojece y justo ahí me doy cuenta que por estar absorbida en mis pensamientos he dado tres más de la cantidad acordada. Aún así no estoy arrepentida. Me había dado más.

Tiro el látigo al suelo, le desato las muñecas y acaricio sus hombros. Su miembro está completamente atento. Impresionantemente orgulloso. Lo miro de nuevo y me hace querer y a la vez no querer. Me acobardo al ver su tamaño. Es grande, tanto en longitud como en grosor, y es tan duro que retrocedo físicamente. Esa cosa no va a entrar, me hará daño; porque él no tiene nada de vainilla ahí. Es de lo que le gusta el sexo duro y rápido. Y ese tamaño no está hecho para un rápido y furioso, no en mí.

Aang ve mi pánico y atrapa mi boca con la suya. Me tira del cabello y jadeo, haciéndome olvidar por un momento el daño que puede hacer.

Entreabro la boca para hacer más apasionante el beso, me sujeto a su cuello y me levanta en brazos, hundiendo los dedos en mi trasero. Le envuelvo la cintura con las piernas, siento la inesperada superficie fría en mi espalda, con una mano abre camino entre nuestros cuerpos, me aparta las bragas a un lado y me baja hasta su rígido miembro, todo esto mientras me sostiene la mirada. Yo suelto un grito al sentir la presión y la lucha por entrar dentro de mí.

—Me gusta la idea de saber que solo has tenido un hombre en tu vida. Me gusta mucho. Porque justo ahora voy a hacer que te olvides de ese único hombre —Lo sigo mirando a los ojos y catálogo cada detalle de su rostro. Quiero recordar ese momento. Sus fosas nasales se abren e inspira profundamente. Sus ojos color verde se llenan de pasión y sus pupilas se dilatan mientras intenta entrar más y yo me quejo, pero él me dice que me relaje porque falta poco.

Miro hacia abajo y veo en dónde estamos unidos, es un mentiroso; falta la mitad, pero eso no evita que el calor fluye a través de mi cuerpo por la vista erótica.

Bajo la mano entre nosotros para envolver mi dedo y el pulgar alrededor de su resbaladiza circunferencia mientras él está medio enterrado mi vagina. Es tan grueso que mis dedos no se encuentran en el otro lado.

Arrastro mis dedos hacia arriba y sobre mi clítoris, frotándome y jadeando de placer antes de que pueda quitar mi mano para acomodarse mejor.

Me embiste con tal fuerza que mi primer impulso es el de apartarlo de un empujón. Pero en lugar de eso clavo las uñas en su piel, casi haciéndolo sangrar, sintiendo que se me va el aire, con los gemidos que se me escapan cada vez que me vuelve a penetrar, cada vez más dentro y más duro, grito. No le mentí cuando le dije que no era virgen, pero solo he tenido relaciones una sola vez y...

¡Oh, Dios! Debería ha­ber es­ta­do pre­pa­ra­da pa­ra el­lo y, sin em­bar­go, no lo estoy. Siento que mi antigua experiencia es un ju­ego de ni­ños com­pa­ra­do con la fu­er­za de sus ca­de­ras y su lon­gi­tud y gro­sor. Es tan gran­de que no im­por­ta lo muc­ho que esté lista o que mis jugos estén saliendo por montones. No im­por­ta que ya ha­ya vis­to su pene, que me haya frotado encima de él y que me ha­ya masturbado; tenerla dentro de mí es al­go totalmente diferente.

Es co­mo si me abrieran un ca­nal. El do­lor es tan re­al que siento como si me estuviera desgarrando des­de todas las direcciones arrebatándome como un rehén indefenso.

Gol­peo con am­bas ma­nos su pecho con la intención de empujarlo fuera de mí. De nin­gu­na ma­ne­ra voy a de­j­ar que me fol­le con eso. Me du­ele muc­ho.

Pero algo me de­ti­ene cuando vuelve a taladrarme.

El do­lor ya no es la úni­ca sen­sa­ci­ón pre­sen­te. Mu­eve las ca­de­ras len­ta­men­te, de for­ma eró­ti­ca, y mi cuerpo sigue su ritmo mientras las chis­pas es­tal­lan en mi in­te­ri­or.

La sen­sa­ci­ón de ago­nía no ha de­sa­pa­re­ci­do del to­do, pe­ro se mezc­la con un pla­cer tan pro­fun­do que me ro­ba la res­pi­ra­ci­ón de nu­evo.

—¿Te he hecho daño? —me mira a la cara al ver pequeñas lágrimas recorrer mis mejillas mientras se retira dentro de mí.

—Sí, mucho, pero sigue haciéndomelo —jadeo, tratando de encontrar aire.

Él sonríe, agarrándome por la cintura y me penetra hasta la base del pene de una brutal embestida.

Se me escapa un gemido quejumbroso, un sonido que nunca había hecho. Mi carne se estira a su alrededor mientras él se desliza hasta la punta y vuelve a penetrarme, empujando mi espalda contra la pared. Lo hace de nuevo, un estallido de dolor y placer que enciende mis nervios con la invasión. Me agarra el culo, engancho la otra pierna en su espalda y vuelve a penetrarme, aún más profundamente, llenándome de un calor espeso. Otra embestida y grito.

—Eres perfecta —gruñe contra la concha de mi oreja, mientras sus movimientos se hacen más enérgicos. —Moverme dentro de ti, es como deslizarme entre las gruesas paredes de un paraíso, y disfrutar cada segundo de esta dulce tortura —sus manos se afianzan en mi cadera. —Quiero bañar tu sedoso interior con mi semen y que tu ames cada maldito segundo de ello.

Me toma una mano y la introduce entre los dos, pidiéndome en silencio que me toque, y yo presiono mi clítoris con círculos giratorios a un ritmo que se mezcla con el suyo. Me agarro a su cuello con la otra mano y meto los dedos por debajo de su cuello para clavarle las uñas en la piel, y él sisea con aprobación, apoyándose en la pared que hay detrás de mí.

Y esos empujones siguen llegando, como olas en una tormenta despiadada, empujándome más cerca de deshacerme. Cada vez que se desliza hasta su coronilla, lloro el vacío. Cuando me llena y me estira, ansío liberarme. Toca lugares que siento como si nunca hubieran sido tocados de verdad, y mi canal hinchado se aprieta pidiendo más, palpitando alrededor de su longitud.

Creo que me voy a consumir ante aquel placer tan inmenso. Me retuerzo en sus brazos. Me tiembla la respiración por su fuerza, por su brutalidad. Jamás lo había hecho así y él es muy bien dotado. Me estira hasta el punto de doler. No quiero sentir placer por tener su miembro hundiéndose en mí, por sentir aquella fricción, solo quiero sentir asco, pero creo que es cada vez más difícil. Todo lo que temía comienza a suceder, lo disfruto, disfruto mucho a pesar del dolor.

Pero lo peor es que no cambiaría ese dolor por nada del mundo, es el me­j­or se­xo que he te­ni­do nunca. Está per­fec­ta­men­te cre­ado, es uno de los fa­vo­ri­tos de Di­os porque si no, no lo habría bendecido con aquel arma. Me está ar­ru­ina­do pa­ra ot­ro homb­re, por­que nin­gún homb­re podrá nun­ca ser ca­paz de lle­nar­me de es­ta ma­ne­ra.

Aang me coge las muñecas y las lleva por encima de mi cabeza, aplastádome contra la pared y cubre mis labios con los suyos segundos antes de tomarme sin piedad. Pero no quiero que se detenga. Quiero que sea brusco. Quiero que no se contenga.

Eso me recordará la realidad de quien es él y qué posición ocupo yo.

Sus movimientos friccionan un lugar en mi interior que no sabía que existía y eso me gusta. Mi cuerpo nunca reaccionó así con mi ex. Nunca estuve tan excitada, tan temblorosa, tan asustada, tan plena, es como si fuera a deshacerme en sus brazos en cualquier momento, trato de soltarme para agarrarme a él con fuerza y arañarlo hasta hacerlo sangrar, pero no puedo. De pronto, una ola de placer brutal recorre todo mi cuerpo. Me estremezco y cierro la boca todo lo que puedo cuando el orgasmo inunda mi cuerpo. No quiero emitir ningún sonido. Me niego a darle la satisfacción a mi captor de saber que me ha dado el mejor orgasmo de mi vida.

Siento una bola de fuego incandescente, incluso el techo desaparece de mi vista dando lugar a las estrellas que se forma a través de mis párpados. Estoy empapada de sudor y completamente exhausta.

—Voy a inundar tu delicioso sexo con mi semilla, que estoy seguro que jamás lo ha hecho ninguno otro hombre.

Aang me inmoviliza las caderas y su sexo se endurece en mi interior y es ahí que caigo en cuenta de algo. De que me acaba de follar sin condón.

Santa mierda. Maldito él y sus ojos hechizados.

¿Cómo he podido no pensar en ello hasta ahora?

Mierda. ¡Malditas hormonas!

Intento empujarlo.

—¡No has usado protección! —grito histérica. —Ni se te ocurra correrte dentro de mí. Aang, no quiero un hij...

Me toma las manos, enterrándose hasta el fondo de mi entrepierna mientras corre.

¡Oh, Dios! Lo hizo. ¡Lo hizo!

—¡¿Qué demonios acabas de hacer?! Aang, eres un maldito bastardo. ¡Dios, te mataré! —golpeo su pecho con odio, pero un gemido de satisfacción se escapa de mi boca al tener todo ese semen dentro de mí y eso me enoja más. Jamás he dejado que alguien se corra dentro de mí. —Imbécil, me estás arruinando.

—¡Cálmate! —tira de mi cabello para obligarme a dejar de golpearlo. —No te preocupes, no quedarás embarazada.

¿Qué quiere decir con eso? ¿No puede tener hijos?

—ETS. ¿Has oído hablar de ella?

—Siempre he usado preservativos, así que estoy limpio.

—¿Y crees que soy tan tonta como para creer que soy la primera?

—Piensa lo que te da la gana. No me importa lo que creas.

No me deja procesar sus palabras.

Cuando veo oscurecer su mirada sé que la noche no termina ahí. Me baja las piernas para luego bajarme la cremallera del vestido y lo deja al suelo. A continuación se ocupa del sujetador y las bragas, quitándome la ropa hasta que estoy completamente desnuda, me da la vuelta, sin aviso. Me empuja contra la pared y mis pechos chocan contra la superficie fría. Me une las muñecas y las ata con una cinta de encaje.

Mantiene los labios cerca de mi oreja. Tengo miedo, pero también estoy excitada de nuevo.

—¿Quieres sentir de nuevo lo bien que es tenerme dentro? —me besa la nuca.

Mi boca se abre sin tapujos.

No debería quererlo.

—Sí —digo, odiándome.

—No te oigo. Sé que lo puedes hacer mucho mejor, Thais.

Su forma de tocarme, de besarme me pone en guerra conmigo misma. Lo hace con deseo, pero también con odio. Se supone que yo odio a este tipejo, y en este momento, solo deseo que me toque, que me penetre una y otra vez como lo hizo hace unos segundos.

—¡Enfermo! —grito está vez más fuerte.

—¿Si soy un enfermo por lo que te hago, entonces qué eres tú si lo disfrutas?

—¡Cállate!

—¿La verdad te asusta, pequeña? —se burla.

Sin previo aviso, se introduce en mí, embistiéndome con fuerza y rapidez. Inmovilizándome contra la pared mientras me folla febrilmente. Me agarra las caderas y me sostiene quieta mientras me da su larga erección una y otra vez, jadeando y gruñendo. Yo arqueo la espalda, tratando de acoplarme mejor y uso la pared para mantener el equilibrio, ya que tengo las manos atadas.

Dios, es tan bueno aunque duela. Se me escapan los gemidos solos, no los puedo controlar.

¿Cómo lo hace? La cosa es una varita mágica sexual.

¡Me odio por estar disfrutando ese contrato! ¡Lo odio!

Él toca fondo y se vuelve doloroso, pero no me
importa, puedo soportarlo.

—No... Oh... joder, no pares. ¡No quiero que pares!

Me besa, me muerde y me empuja, y esta necesidad, esta necesidad magnética, me consume, convirtiendo el pensamiento en cenizas.

Convirtiéndome en llamas.

Estoy tan cerca, cada embestida me empuja al precipicio que estoy dispuesta a suplicar que me deje caer.

—Aang pon tus manos alrededor de mi garganta —no sé dónde saco la valentía ni la idea—. Lléname de oscuridad. De ti.

Él retrocede sin ralentizar el ritmo de sus embestidas, con una pregunta en sus ojos oscurecido y lujuriosos mientras bajan hasta mi cuello y vuelven a subir. Respira hondo y entrecortadamente.

—Da un golpecito en la pared si es demasiado.

Le doy una sonrisa amenazadora.

—Puedo aguantar lo que tengas que dar, Aang.

Una sonrisa igual de malvada se dibuja en sus labios.

—Sé que puedes, pequeña. Solo mira lo bien que me tomas —dice, y saca hasta la punta de su erección. Vuelve a entrarlo con fuerza, enterrando su pene tan profundo como puede—. Todo de mí.

Me estremezco con un gemido que se desliza bajo el vicio que espera apretarme la garganta. Dejo que mi mano se separe de la suya.

—Entonces no te contengas. Hazlo como sé que realmente quieres. Como si fueras a matarme.

Acabo de abrir la jaula de la bestia detrás de sus huesos.

Gruñe. Aprieta la mano. No hay dudas ni vacilación en su apretón. Me rodea la garganta con el puño y el aire se reduce a un chorro fino, mis pulmones arden tras unas pocas respiraciones forzadas. Sus embestidas se vuelven salvajes.

Caigo al abismo, con aquel dolor exquisito. He comenzado a gritar, tengo la cara contra la pared y el cuerpo me tiembla mientras se hunde en mí, como si ha perdido la cabeza.

—Córrete para mí —no tiene que decirlo dos veces. He llegado al límite. —Ahora —me agarra con más fuerza por la garganta y me sostiene mientras su erección me estira.

Me corro gritando mientras mi visión se oscurece y sintiendo como mi cuerpo entero se tensa por el éxtasis. Dios, he conocido al dios del éxtasis, que lo único que hace es llevarme al borde de la muerte.

Lo odio.

Cuanto lo odio por eso.

Estoy hecha trizas contra la pared y me dejo caer hasta el suelo, como si fuera una hoja débil y temblorosa. Aang me levanta, busca mis labios, yo aún estoy conmocionada y con la vista cegada por el orgasmo, quiero abrir los ojos, pero no puedo.

Dejo caer mi cabeza en su pecho, siento que me levanta. Camina conmigo, luego siento una suave manta sobre mí, un beso en mis labios y me quedo dormida en cuestión de minutos.

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