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16

Thais

Merodea por la pista de baile como un tigre a la caza, con la mirada fija en mí. Su rabia es algo visceral, acariciando mi piel, llevando mi pulso a un frenesí. A una parte enferma de mí le gusta, lo desea. Ansia sus celos, su ira, que vea a otra persona tocar lo que yo nunca le daré.

El tipo que está detrás de mí parece totalmente ajeno al hecho de que me he quedado quieta. Sus labios vuelven a rozar mi cuello y sostengo la mirada de Aang mientras inclino la cabeza hacia un lado para darle mejor acceso al desconocido.

Su mandíbula se aprieta junto con mi corazón, y la adrenalina corre por mis venas como un tren de mercancías. Mi piel se calienta, acumulando humedad entre mis muslos que no tiene nada que ver  con las manos en mis caderas o los labios en mi cuello.

Aang se detiene, imponiéndose sobre mí, con su cuerpo casi vibrando de violencia.

Oh, mierda, está realmente enfadado.

Y yo jodida.

Me doy cuenta que puedo estar a punto de presenciar un asesinato.

—Eso es lo qué pasa cuando tocan lo que es mío; porque ella es jodidamente mía.

Retira físicamente la mano de mi cadera y un grito suena en mi oído. Me aparta de un tirón mientras Aang dobla la mano del hombre por la espalda en un ángulo que sugiere que tiene los huesos rotos. Se me revuelve el estómago y la culpa me apuñala.

El tipo llora en silencio, el sonido ahogado por la música palpitante. Su rostro pasa de la agonía al miedo cuando Aang le susurra algo al oído.

Todo el mundo a nuestro alrededor se detiene para mirar al hombre agredido en medio de la discoteca. Pero nadie hace nada para ayudarlo. Un momento después, Elliot está allí, apartando a Aang antes de ayudar al chico que solloza. Me mira con una ceja levantada que grita: "Te lo dije" antes de arrastrar al chico.

Y entonces somos Aang, yo y su rabia. A pesar del mar de gente que nos rodea, el miedo recorre mi torrente sanguíneo con fuerza y rapidez. Como una presa atrapada en la mira de un depredador, siento el abrumador impulso de correr. Me doy la vuelta y me abro paso entre la multitud, con la adrenalina impulsando cada paso de pánico. Llego al borde de la pista de baile antes que una mano me rodee la nuca con un agarre. Un muro de músculos se encuentra con mi espalda, el aroma de pino y menta corta el olor a sudor y perfume que contamina el aire.

—Oh, pequeña, eso me lo vas a pagar.

—Lo siento, no estaba pensando exactamente bien —murmuro con desdén. Pero si creía que eso le impulsa a dejarlo pasar, no estoy ni mucho menos en lo cierto.

Los ojos de Aang se oscurecen y el aire se espesa en respuesta a su estado de ánimo. Se eleva sobre mí hasta que tengo que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo mientras repite lentamente:  —¿No estabas pensando?

—Yo... no estaba.

—A partir de ahora pensarás antes de actuar si no quieres que otro pague por ti.

Me duele la mandíbula y me doy cuenta de que es porque la he apretado con fuerza durante todo el tiempo que ha hablado. Nunca he sentido la necesidad de salir de mi piel como en este mismo momento. Quiero salir volando de aquí, ir a algún sitio, a cualquier lugar, donde su presencia no me apriete la garganta con manos imaginarias.

—Camina —ordena.

—¿Adónde?

—Con cada segundo que no te pongas en marcha, la cuenta de los azotes aumentará.

Un hilillo de pánico se mezcla con la indignación por el hecho que me esté reprendiendo por bailar mientras él se había estado follando a otra persona. Me sujeto a él, luchando contra su agarre. Mis uñas le arañan la cara antes que me sujete las dos muñecas con una sola mano. Tres líneas rosas marcan su mejilla, y la sonrisa perversa que tuerce sus labios me hace intentar dar un paso atrás.

—Pequeña, esto va a doler. Lo sabes, ¿verdad?

—Vete a la mierda, Aang.

Sin previo aviso, me agarra de las caderas y me echa por encima de su hombro, luego me da un azote en el culo.

—¡Aang!

Nadie hace nada para detenerlo o para ayudarme. Si acaso, miran hacia otro lado, y quiero gritar de rabia.

Que se joda, que se jodan, que se joda todo esto.

Nadie dice nada cuando llegamos al auto, ni siquiera cuando Elliot llega después y nos conduce a casa. Tampoco habla mientras subimos las escaleras. Salvo cuando me ordena que suba a mi habitación.

Mi vacilación no dura mucho, ya que sigo los pasos de Aang hasta arriba.

Las piernas me tiemblan a cada paso que doy. El sudor se me acumula en la frente y los nudillos se me ponen blancos de tanto apretarlos en los puños.

Mi mirada se concentra en su espalda, en la ondulación de sus músculos bajo la camisa. Sus pasos son firmes, como si esta jodida situación fuera normal.

El miedo se enreda en mi caja torácica como si fueran alambres, intentando romper los huesos y pinchando mi corazón en el proceso.

Cuando Aang entra en el dormitorio y cierra la puerta tras nosotros, desearía que el miedo fuera el único sentimiento que me habita. Ojalá el apretón de mi estómago se debiera a un golpe de adrenalina y no a otra sensación demente a la que no quiero poner nombre.

Porque sé que no me ha traído aquí solo para dormir. Sé que algún plan salvaje se está urdiendo en su cabeza jodida ahora mismo.

Mi necesidad de salir corriendo se atenúa lentamente, sustituida por un extraño tipo de aceptación.

Pasará, como todo lo demás en mi vida.

Mientras no vea mi reacción, no llegará a mí.

Aang se desabrocha el cinturón y yo me quedo mirando, paralizada, atrapada en un aturdimiento, mientras se lo envuelve en la mano, con una expresión inexpresiva en el rostro. —Ponte de rodillas.

Mi mirada salvaje se desliza rápidamente desde sus ojos vacíos hasta el cinturón enrollado en su mano. No puede ser cierto, ¿verdad?

—No puedes darme con eso.

—Claro que puede. Ponte de rodillas.

Por la expresión en el rostro de Aang me dice lo contrario. Él no es alguien que bromee acerca de estas cosas, y sé que debo tomarlo en serio.

Creo sinceramente que va a azotarme con su cinturón en cualquier momento.

—Por favor, con el cinturón no... —intento no suplicar, pero al pronunciar las palabras sé que es inútil. Sé que alguien como él no se deja disuadir por las peticiones o las lágrimas. En todo caso, eso solo parece excitarlo más—. Haré lo que quieras.

—Lo hubieras pensado antes de haberte restregado contra ese tipo y luego dejar que te besara.

Sus pasos se acercan a mí, peligrosamente.

—Aléjate de mí —lo empujo y me agarra de las muñecas, tirando de ellas por encima de mi cabeza. —No soy una niña de cinco para que quieres azotarme con un cinturón y no te estoy pegando por follar a otra tipa.

—Ahora no es el momento de presionar, Thais. Sabes que será peor si lo haces.

—Oh, lo siento, lo olvidé, se supone que debo tumbarme y aguantar toda la mierda que me eches. —Lo fulmino con la mirada—. ¿Acaso Lou se acostó y lo aceptó como una buena chica?

Enarca una ceja antes que una lenta sonrisa se dibuja en sus labios.

—Tsk, tsk. ¿Estás celosa, pequeña? —pregunta divertido y luego agrega. —No lo creo, porque tendría que importarte para sentir celos.

—No me importas y no estoy celosa.

Sus dedos me rodean la garganta. —Entonces, ¿no dejaste que ese pedazo de mierda te tocará porque pensaste que me la estaba follando?

Una risa sarcástica sale de mis labios.

—No podría importarme menos lo que hayas hecho con tu francesita. Si estaba feliz de que el tipo del bar quisiera meter su salchicha en mi pan.

Sus ojos parpadean con algo peligroso que hace que el pulso se me suba.

—¿Por eso lo has dejado tocarte? —dice con los dientes apretados.

—Puedo bailar con quien quiera.

—Oh, pequeña... —Deja escapar una risa sin humor, pasando la lengua por los dientes—. Incorrecto. No puedes hacerlo.

Su agarre se desplaza hasta mi mandíbula antes que sus labios se abalancen sobre los míos, duros y despiadados, reclamando. Aquel beso dice que cada parte de mí es muy suya, y que tendrá su libra de carne aunque tenga que arrancarla de mis huesos. Sabe a peligro, poder y a seguridad, y quiero huir de él tanto como quiero que nunca me deje ir. Se separa de mí y respiro con fuerza antes que me agarre del pelo y me obligue a pasar por encima de la cama.

—Agárrate al borde de la cama, Thais.

—No —lo desafío por costumbre, aunque en realidad, solo quiero incitarlo. Necesito que me haga daño, que me controle, que me castigue. Pero no puedo pedirlo, no puedo someterme a él. Tiene que parecer que viene de él. Necesito que Aang sea: furioso, violento y dominante. Así podré fingir que lo odio.

De repente, Aang me levanta en brazos y siento un jadeo escaparse de mis labios mientras me lleva a la cama. Por un momento, me distraigo con lo pequeña que soy en comparación con su poder, y me preocupa lo fácil que sería para él aplastarme sin esfuerzo. Ni siquiera resisto cuando me besa, y azota mi trasero. O cuando me muerde el labio inferior soltando un gruñido.

Cuando me deja caer sobre el colchón, boca abajo, siento cómo el colchón se hunde bajo nuestro peso. ¿Habrá cambiado de opinión?, ¿me he salvado?

Trato de levantarme sobre mis cuatro extremidades, pero la palma de su mano aplicada en la parte baja de mi espalda me mantiene en su sitio. Mi corazón se estremece y late acelerado cuando su mano abandona mi espalda y me roza el cabello.

A diferencia de su comportamiento anterior, su tacto es suave, o al menos lo pretende. Sus dedos se hunden en mis mechones y me doy cuenta como me estoy apoyando en su palma de manera inconsciente en busca de más caricia.

Cuando me doy cuenta de eso trato de resistirme, pero Aang agarra mi cabello con sus dedos y me sujeta el cráneo, diciéndome que no debo luchar contra él. Siento una nalgada que me provoca dolor y placer al mismo tiempo. Cuando me vuelve a azotar, ya no puedo resistirme al grito de placer.

No importa cuánto quiera luchar, estoy atrapada en su agarre. Aang me da una tercera nalgada y luego frota mi trasero como si buscará aliviar el dolor.

Me siento congelada, atrapada en las profundidades de su escalofriante calma. ¿Cómo alguien puede hacerte así con un solo toque? Me doy cuenta que me gusta cada capa suya. Porque es excitante.

Busca algo en mi cajón, veo que es un encaje. Luego me levanta las dos muñecas y las ata a un recoveco metálico cerca de la cabecera que parece estar diseñado para este fin.

¿También le hizo esto a ella antes?, ¿la azotó y luego la folló?

Ahuyento ese pensamiento, pruebo el nudo, pero no se mueve. No está tan apretado como para causar dolor o cortar la circulación, pero me impide moverme o liberar las manos.

Un súbito pánico se expande en mi caja torácica como un incendio, devorando todo a su paso. Puede hacerme daño y no podré defenderme.

—No tienes que atarme para eso —susurro, asustada.

Sus dedos se cuelan por mi clavícula y me pongo rígida cuando suben hasta mi barbilla y la apoyan mientras sus labios se encuentran mi oreja y susurran con palabras calientes y oscuras: —Dime que te folle. Súplica que te destroce esa pequeña vagina.

Mis pulmones arden y es entonces cuando me doy cuenta de que no he respirado desde que me agarró. Sus dedos son cuidadosos, pero no podrían ser más brutales.

—No —murmuro.

Me doy cuenta de que mi desafío ha tocado una línea roja invisible cuando sus uñas se clavan en mi piel durante unos breves segundos antes de que me suelte.

—Sé qué quieres hacerlo —susurra con la voz ronca y grave—. Dilo.

—No lo haré.

—Pídemelo.

Niego con la cabeza.

—Me pregunto, ¿cuánto tiempo crees que puedes resistirte a mí?, ¿y si vale la pena?

Aang sube mi vestido, me separa las piernas, amarrada cada uno en un lugar para mantenerme abierta a él y se abre paso entre ellas. Es tan grande y fuerte que siento que es capaz de partirme por la mitad con cada movimiento. Me besa los muslos internos, pero no llega a mi sexo; sin embargo, veo que lo tienta y se burla de ella. Luego besa mi vagina y al final se levanta. Veo que se desabrocha los pantalones y yo contengo la respiración mientras libera su pene. Miro que está completamente dura y con las venas visibles en la superficie, me da miedo. Pero, para mi horror, no solo tengo miedo. Una morbosa sensación de anticipación se cuela en mi caja torácica y habita entre mis huesos. Mi mente solo espera que me folle bien duro.

Aang suelta mis manos y deja su pene a la altura de mi cara, como yo no sé nada de sexo oral. Decido masturbarlo, lo suficiente bien como para hacerlo gemir. Pero después de unos segundos él se aleja y se agarra el pene hinchada y aprieta el puño sin dejar de verme. Sé que esta enojado conmigo y no quiere que yo sea quién lo haga terminar.

Fascinada observo sus músculos se flexionan bajo la camisa con el movimiento, y sus antebrazos parecen etéreos, firmes y dispuestos a infligir tanto placer como dolor.

Una gota pre-seminal gotea por su eje y me muerdo el labio con más fuerza, incapaz de apartar la mirada de él y con ganas de hacerlo de nuevo.

Quiero apretar los muslos o tocarme.

—¿Quieres que te folle, Thais? —su voz es áspera, llena de oscuridad y lujuria desquiciadas. Parecen ir de la mano para él.

Me digo que no soy como él. Qué me gusta el sexo duro, pero eso no evita que anhele el sexo vainilla. Y sin embargo, nunca me corrí con mi ex porque nunca quiso ser más rudo cuando se lo pedí una vez e incluso me miró como si fuera rara, lo que provocó que termináramos. Tampoco muevo la cabeza ahora para decirle a Aang que no quiero. Sé que debería hacerlo; debería mandarlo a la mierda, decirle que no quiero que me folle nunca. Porque prefiero sexo con otra persona, nadie que sea tan retorcido como él, que acostarme con es admitir que soy débil y que sé que con él sí tendría un verdadero orgasmo cuando nunca en la vida tuve una. Qué nunca tuve el orgasmo deseado.

Pero no lo hago.

Todavía me atrapa la visión de cómo se masturba. Cómo sus músculos se contraen con el movimiento. Cómo sus ojos brillan y parpadean de verde a un color más oscuro. Quiero saber si su expresión seguirá siendo la misma mientras esté dentro de mí. Qué si es capaz de hacerme gritar hasta quedar con la garganta ronca.

Necesito saber si tendré un efecto en él como el que tuve mientras me castigaba, que si es capaz de temblar de placer si pongo mi boca en él.

Así que abro más las piernas en forma de invitación, una que sé que lamentaré cuando llegue la mañana. Pero ya estoy aquí, y no tengo dónde ir. Lo más importante es que deseo que su obsesión termine. Si me folla se dará cuenta que no hay nada y me dejará ir.

—¿Quieres que te embista en ese apretado sexo tuyo hasta que grites mi nombre a todo pulmón?, ¿quieres que te llene como nadie lo ha hecho?

Quiero apartar la mirada, porque estoy casi segura de que puede leer la vergüenza en mis mejillas encendidas porque deseo que lo haga, pero me obligo a seguir mirándolo.

—Me dejarás que te folle crudamente, ¿verdad? ¿Dejarás que te llene de mi semen, pequeña?

No digo nada.

—Abre la boca y pídelo.

«Sí, sí, sí. Sí quiero eso». Deseo gritarle. Pero no lo hago.

Sacudo la cabeza una vez. Aang me agarra el vestido y la rompe por la mitad. Jadeo cuando me arranca el sujetador, dejando al descubierto mis pechos. Quiero apartar la vista para no tener que ver cómo los mira.

Aang, sin embargo, sigue estudiándolos como si fueran piezas de arte de un museo.

Mis pezones alcanzan un pico bajo su mirada, endureciéndose hasta el punto de doler, y entonces algo caliente los cubre.

Su semen.

Pinta mis pechos, luego sigue por mi estómago y termina en mi palpitante sexo.

Casi lloro de decepción al darme cuenta de que lo hizo para no tener que follar conmigo. Pero una parte de mí también está satisfecha porque no lo hizo.

Como si mis pensamientos estuvieran escritos en mi cara, Aang me limpia la comisura del labio antes de introducir su dedo con su semen en mi boca. —Tu terquedad te dejará sin orgasmo.

Aparto la mirada, herida. Aunque eso no evita que saboree el sabor salado de su semen.

—Si sigues con este comportamiento, nunca tendrás mi pene, pequeña. Solo las niñas buenas tienen sus orgasmos.

Cierro los ojos para no llorar de frustración, tanto por mí como por él. ¿Por qué demonios estoy tan decepcionada de que no me haya follado?

No debería. Es mi maldito secuestrador y  lo odio.

Aang me suelta los pies y éstas caen flácidas a ambos lados de mí. Desaparece en el cuarto de baño y mis ojos empiezan a caer, el cansancio se apodera de mí. Entonces diviso su silueta reapareciendo a mi lado. Su pene está metido en los pantalones como si no hubiera pasado nada.

De su mano derecha cuelga un botiquín y de la izquierda un paño húmedo. Me quita suavemente el vestido y el sujetador destrozados antes de limpiar su semen de mi pecho. Unta un ungüento sobre mis nalgas. Juega con mi pezón. Quiero soltar un sonido, no sé cuál, pero lo atrapo en mi interior.

Cuando termina, me da la vuelta, y suspiro satisfecha cuando la presión disminuye en mi sexo. Me aplica el pulga sobre mi clítoris y pasa dos dedos contra mis labios vaginales, y siseo cuando avive el fuego.

—Sueña con mi pene, porque es la única manera de que te corras hoy.

Sonríe antes de irse.

Sí , definitivamente lo odio.

Sin embargo, eso no evita que me toque más tarde mientras grito su nombre.

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