10
Thais
Corre Thais, corre.
Mis manos se debilitan, tengo una lucha interna en si es bueno acercarme a él o no, sin pensarlo aflojo mi agarre y la pistola se me cae de la mano. Veo sus ojos clavados en los míos por la sorpresa. Mis instintos me dicen que aproveche todo eso y huya, pero algo me lo impide. No soy tan inhumana como él para dejarlo así.
Me acerco rápidamente a él, con dolor en el corazón por la sangre que brota de su brazo. Apenas la bala le ha rozado el brazo, pero hay mucha sangre, mi mente está trastornada, solo tengo ganas de ayudarlo y curar la herida que he provocado.
Los guardias escucharon el disparo y vienen al lugar. Llegan y me apuntan al notar que soy la única amenaza, acuden en su ayuda y me apartan de él.
—¡Suéltala! Ahora —espeto Aang furioso cuando uno de los hombres me sacude de los hombros violentamente. —Llama a Anton y dile que me traiga el botiquín de primeros auxilios —asiente lentamente. —Todos pueden retirarse, yo me ocuparé de ella —dice. —Y, Lars... —él tipo vuelve hacia Aang. —No la vuelvas a tocar —me señala y Lars asiente con la cabeza, dejando caer los ojos al suelo.
El guardia me suelta el brazo y se aparta de mí. Uno de ellos toma la pistola del suelo, antes de irse Aang les dice algo en Francés.
Veo el dolor reflejado en su rostro y tengo miedo de lo que pueda pasar conmigo.
Aang me agarra del brazo y me lleva a rastras por los pasillos. Estoy temblando demasiado como para resistirme, está claro que piensa castigarme, puedo ver su enojo y la rabia tensarse en todo su cuerpo, caminamos por el pasillo hasta entrar en un dormitorio desocupado. Él me empuja adentro y cierra la puerta.
Necesitaré minutos para pensar, recuperarme de la impresión, estar serena para cuando regrese y quiera desatar su ira contra mí. ¡Por Dios! Está vez nadie me salvará, ¿será capaz de matarme?
Me dejo caer en la cama y suspiro profundamente. Siento como la garganta se me estrecha y tengo que contener un sollozo porque no pienso llorar por él. Mi estómago se contrae brutalmente cuando la puerta se abre y distingo a Aang con el brazo ya vendado, incluso se cambió con una ropa más cómoda. Sin traje y con un rostro más relajado.
Durante algunos instantes me quedo petrificada, mirándolo, sin decir nada. Crece en mí una exaltación que me da miedo al ver unas cintas de encaje negro en su mano.
No dejes que te intimide. No lo hagas.
Que rayos digo, me estoy cagando del miedo.
—Voy a castigarte y para eso tengo que amarrarte —murmura la voz de Aang mientras sus dedos suben lentamente por la parte interna de mi muslo.
—¿Castigarme? ¿Amarrarme? Me estás jodiendo, ¿verdad? —la voz se me llena de pánico.
—Sí —al escuchar esas palabras, mi cuerpo se tensa. Me agarra el cabello por detrás y me mantiene sujeta. —Espero que después de eso no te queden más ganas de seguir amenazando con un arma.
—No dejaré que me castigues —asevero.
—¿Ah, no? —Enarca las cejas color noche—. Te diré algo, pequeña, dudo que tengas poder de decisión en esto. Te guste o no, eres mía. Si quisiera follarte o alimentarte con pan y agua o encerrarte en un armario durante días (y no creas que no me tienta la idea), podría hacerlo. Y ni qué decir de azotarte el trasero o de amarrarte.
—¡Gritaré!
—Es probable. Si no antes, seguro que durante. Supongo que te oirán todos y sabrán que te estoy castigando como te lo mereces. Tienes buenos pulmones. —Sonríe odiosamente.
Me saca de la cama. Entonces, lentamente, se coloca detrás de mí, haciendo deslizar el cierre de mi vestido hasta la parte baja de mi espalda.
—¿Qué me vas a hacer? —digo, aterrorizada por la idea de lo que anunció. Al final, el vestido cae a los pies, dejándome en ropa interior. —¿Me harás daño?
—Sí, probablemente termine por gustarte —confirma, pero lo dudo. —Ahora recuéstate boca abajo —ordena.
Cruzo los brazos sobre mi pecho, sin la mínima intención de hacerle caso. Acaba de decir que me hará daño y quiere que yo lo obedezca, así como si nada.
¿Acaso está loco?
Me empuja sobre la cama y me ata juntos los tobillos con la cinta a pesar de mi negación, me agarra las muñecas y las ata juntas a la espalda, evitando que pueda moverme.
—¿Piensas azotarme? —me entra pánico al verlo ponerse de pie y coger el cinturón negro encima de la mesita de noche. —Te has vuelto loco, ¿o qué?
—Tus acciones no son justificadas y debes ser castigada, ese es un castigo justo por pegarme un tiro.
—Pero solamente te rozo el brazo —me quejo tratando de encontrar una justificación para no ser azotada.
—Tus acciones son inexcusables.
—¿Y los tuyos qué?
Me estrella el cinturón contra la nalga, provocando un ruido sordo en cuanto toca mi piel. Dejo escapar un grito, no me había preparado para eso.
Él vuelve a dejar caer el cinturón. Se me contrae la garganta, y el ardor tras los párpados se intensifican por las lágrimas no derramadas. Cada azote se vuelve más fuerte, sin poder evitarlo las lágrimas me inundan los ojos y brotan sin control, cubriéndome la cara. Me arde la piel y puedo sentir cómo se me enrojece. Mi nariz se vuelve mocosa mientras jadeo.
—No, para.
Siento sus labios depositar un beso en la nuca, en la base de mi cuello, luego a lo largo de mi columna vertebral antes de sentir el impacto del cuero. Me retuerzo, buscando liberarme, pero es inútil. Muerdo las sábanas, ahogando mis gritos.
—Para, por favor. Aang, por favor.
Él vuelve a azotarme y la rabia viene a mí cuando grito. —Vete al diablo, desgraciado sádico.
—Estás cavando tu propia tumba, Thais —siento el impacto. Pasa su palma sobre la piel hormigueante de mi trasero y luego la besa.
La calidez de su piel penetra la mía, mezclándose con el ardor, y creando un fuego que me hace gemir de placer.
¿Cómo puede gustarme eso? Eso no tiene sentido.
Arroja el cinturón al suelo y me arranca la cinta de los tobillos de un solo tirón y las de mis manos. Me pone en su regazo antes de comenzar a mecerme como a un bebé. Es retorcido que la misma persona que me cause dolor sea él mismo quien me los cure.
Respiro profundamente, buscando llenar de aire mis pulmones.
—Bájame —mi tono es severo y frío.
Me baja y me obliga a seguirlo.
Tropiezo mientras me lleva a la fuerza por la puerta corrediza que lleva al baño.
—Quítate las bragas y el sostén —ordena con autoridad una vez en la ducha.
Mi corazón se detiene por un segundo. ¿Qué quiere hacerme? La cabina de la ducha es lo suficientemente grande para los dos. Puede hacer todo lo que quiera conmigo en este momento y sé que nadie vendría a ayudarme, y eso me recuerda a la triste realidad, aquí solamente soy su posesión, su prisionera. Algo que jugar y deshacer de ello sin ningún problema.
—Vamos a ducharnos —¿Vamos? Como si leyera mi pensamiento su voz cálida y cruda resuenan en la cabina de la ducha. —Si hubiera querido violarte ya lo hubiera hecho, ¿no lo crees? Así que quítate las putas bragas y el maldito sostén.
Entonces, lentamente lo obedezco. Mis dedos se pierden en mi espalda y dejo caer el sostén al suelo. Agarro el borde del encaje que cubre mi sexo y lo hago deslizarse a lo largo de mis piernas, sacándolo completamente. Mi corazón da un salto.
Una vez que me enderezo, lo encuentro desnudo ante mí y no puedo dejar de mirarlo. Sus músculos bien definidos son recorridos por el chorro de agua, me quedo viéndolo, sin vergüenza alguna. Pero me siento tan cansada que todo lo que quiero es terminar ese baño infernal para luego ir a dormir.
Cierro los ojos mientras siento sus palmas en mi piel, su tacto es tan suave y relajante tan diferente a sus azotes. Abro los ojos sin fuerzas, me apoyo en la pared, él enjabona mis hombros, el pecho, el vientre, la espalda. Me quedo inmóvil cuando llega a la zona sensible entre mis piernas, también lo lava y no puedo evitar soltar un débil gemido. Luego retrocedo para dejar que el agua me limpie.
Unos minutos después Aang me envuelve en una toalla gruesa y me levanta, llevándome fuera del baño.
Me lleva hasta mi dormitorio y me posa sobre la cama. Se sienta junto a mí en la cama, con los ojos llenos de preocupación, ¿remordimiento? Volteo la cabeza para no mirarlo. Ahora quiere parecer dulce y protector cuando él mismo me ha dejado en ese estado.
—Vete —susurro cegada de rabia al sentir sus manos acariciarme el cabello.
—Eres muy rencorosa, ¿cierto? —levanta un poco la toalla para aplicarme una pomada en las nalgas.
La idea de que me está cuidando produce una extraña sensación.
—Y nunca olvido —siseo contra la almohada. En parte agradecida por el alivio que siento con el ungüento contra mi trasero.
—Te traeré la cena —me dice Aang con la voz serena.
—Quiero dormir y la palabra clave es sola.
—Alguien me comentó que no habías bajado a comer —me voltea la cabeza, tomándome la barbilla con una mano para obligarme a mirarlo a los ojos. —Así que, vas a comer ahora. No pienso permitir que mueras de hambre.
—No sabía que tenía niñera —desvío la mirada.
Apartándose, se levanta de la cama y sale deprisa de la habitación.
Pasa unos minutos bastantes largos y pienso que me dejo en paz, pero para mi sorpresa veo que entra con una bandeja de comida y me obliga a sentarme para comer.
Aang
Ella mantiene la cabeza baja y comienza a comer en silencio. Tal como la había dejado en la habitación así quedó mientras que yo tomé mi tiempo para cambiarme de ropa antes de traerle la cena. Lleva la cuchara a los labios y no puedo evitar distraerme al ver la toalla resbalarse y sus pezones erectos apuntan en mi dirección, llamándome a probarlos telepáticamente.
Mi sexo salta en los pantalones como si aceptarán la invitación.
Thais me mira por el rabillo del ojo, parece leer el deseo en mis ojos porque rápidamente arregla la toalla, cubriéndose los pechos.
Es una lástima, porque siempre me ha gustado el chocolate y los de ella se ven muy buenos.
—¿Cómo sabes mi nombre? —le pregunto.
—Me lo dijo Theodore la noche de la fiesta —susurra en voz baja.
Aprieto la cuchara entre mis dedos. El hecho de que se acuerde de su nombre enciende mi ira. Me mira, con los labios separados para preguntar por algo. Pero cuando ve la furia en mi rostro, se lo piensa mejor y se lleva la cuchara a los labios. Puedo sentir su miedo, me obligo a respirar y a aflojar las manos en la cuchara.
—Puedes preguntar —digo, tomando aliento. Thais levanta la cabeza de golpe.
—Entonces, ¿te excita provocar dolor? —pregunta, bajando la cuchara, sus ojos me están estudiando y el rostro de miedo desaparece con la misma rapidez que vino. —¿Te gustó azotarme?
—Sí y no —le digo, se queda de nuevo en silencio. Su cuchara tintinea contra el plato. Parece concentrada en la comida. Thais arruga la frente por la tensión y agrego más calmado. —Quiero decir que hay ciertos placeres que no se alcanzan sin un poco de dolor —me encojo de los hombros. Parpadeo mientras lucho contra los recuerdos del hotel, sus gritos ahogados, como su cuerpo había reaccionado tan rápido, por más que trató de ocultarlo sé que le había gustado.
—No veo el placer que dices —Thais mete el cabello detrás de la oreja.
—Es justamente eso que quiero que entiendas, el dolor con placer no es dolor —murmuro mi frase palabra por palabra. —Se supone que te estaba castigando no recompensando.
—¿Por qué no pediste a uno de tus hombres que me diera una paliza por dispararte?
—Nadie excepto yo te va a poner una mano encima. El que lo haga está firmando su sentencia de muerte.
Ella suspira de ¿alivio? Lo dudo.
Aparto la bandeja. Le abro los brazos y la atraigo hacia mí, presionándola contra mi pecho. Mientras acaricio su cabello es mi manera silenciosa de decir que lo siento. Cansada se acurruca contra mí y cierra los ojos. Se duerme casi al instante, su cuerpo se vuelve débil mientras duerme entre mis brazos.
La acomodo entre las cobijas. Contemplo su rostro antes de irme. Es extraño que posea tanta dulzura con los ojos cerrados mientras que abiertos seguramente me estarían fusilando y mandándome al infierno. Observo la sensualidad de su piel desnuda y sus labios entreabiertos. Esa es la única forma de encontrar su lado tierna.
¿Tierna?
Como si eso fuera posible. Cualquier hombre sería estúpido si piensa que Thais Delgado es una mujer tímida, tierna, sumisa, sin cabeza ni voluntad propia. Tiene más agallas que muchos hombres que he conocido, aunque a veces hace cosas tontas. Y vaya que eso me gusta cada vez más, vuelve todo más excitante.
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