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Thais
Me pasé toda la tarde trabajando en una exposición de Marketing y luego una buena parte de la noche haciendo el ensayo de Literatura, hasta llegar a la fatiga. No tenía otra opción. Una doble licenciatura es muy agotadora y si lo tomo no es por gusto. Es para tener algo seguro, aunque ambas carreras me apasionan, hubiera querido tomar Marketing después de graduarme en Literatura, pero eso sería demasiado tiempo, lo cual quiero evitar para conseguir un mejor empleo una vez que salga de la universidad para pagar el crédito prestado que tomé para mi carrera de Marketing.
Y a juzgar por la hora que es y mi posición actual, me quedé dormida y no escuché mi despertador. ¡Ay, Dios! No debí esperar tan tarde para hacer el ensayo.
Salto de mi cama, corriendo por todas partes y poniéndome la ropa que me encuentro de camino. Intento cepillarme los dientes al mismo tiempo que recojo las pilas de hojas para entrarlo a la mochila, ya me perdí la primera hora de clase del día.
«Bueno, hoy no me toca darme una ducha».
Con mi chaqueta de mezclilla puesta deprisa y una mochila grande que intento cerrar, corro hacia la puerta de la entrada cerrando la puerta de un portazo.
Siento unas inmensas ganas de matar a Vero, mi compañera de piso y mejor amiga, quién ni siquiera se molestó o pensó en despertarme está mañana. Aunque no la puedo culpar del todo, si el despertador no me despertó dudo mucho que su voz lo hubiera hecho, algunas veces duermo peor que un tronco más en estás dos últimas semanas, no he podido pegar un ojo por culpa de los trabajos de la universidad que parecen multiplicarse de la nada.
Una vez llegada a la facultad, corro hacia el edificio hacia mi segunda clase y me escabullo por la puerta entreabierta, sentándome en la última fila del aula y mi compañera de al lado me entrega una nota, descubro que es de Vero.
"Mira en tu celular."
Encuentro un mensaje en WhatsApp de ella desde hace media hora.
[Ni te molestes en querer matarme por no despertarte, estabas peor que un tronco sumergida en tu mundo, incluso en medio de tus sueños me gritaste "Tú no eres mi madre, así que déjame dormir". La próxima vez pienso llevar un megáfono y un vaso de agua fría.]
Sonrío mirando de nuevo el mensaje antes de poner al profesor que acaba de entrar.
—Buenos días a todos —dice el profesor Hidalgo cuando comienza la clase. —Vamos a comenzar la lección uno. Adelante y pasen los próximos veinte minutos leyendo la lección y luego discutiremos.
Todos pueden abrir sus libros a la lección, al igual que yo.
—Buenos días, enana —me saluda una voz grave mientras leo.
Alzo la cabeza y me enderezo en el asiento. Sorprendida hasta el punto de no hablar, veo que David se sienta en el asiento de al lado.
Se acomoda, mirándome de reojo.
—Pareces un poco cansada.
Y él parece demasiado despierto para ser alguien que había estado de fiesta la noche anterior. El pelo húmedo y alborotado, los ojos brillantes.
—Gracias.
—De nada. Qué bien que esta vez hayas llegado a tiempo a esta clase —hace una pausa, mientras se echa hacia atrás para poder apoyar la cabeza en el respaldo de la silla y colocar los pies en la de enfrente, mientras su mirada sigue fija en mí. —Verónica me contó sobre tu sueño profundo.
—Tuve una noche estresada —admito, inclinándome para sacar el cuaderno del bolso.
—Debiste haberme pedido ayuda.
—Para ti es muy fácil decirlo. Porque sabes que no te diré nada.
Mis ojos se detienen en sus labios. Se curvan hacia un lado y le empiezan a asomar un hoyuelo en la mejilla izquierda. Inician a moverse, pero no escucho ni una palabra de lo que esta diciendo. Quiero decirle que es mejor leer, pero... La verdad es que no quiero. Comienzo a sentirme muy confusa, mientras intento no apartarme de mis pensamientos pecaminosos, pero es difícil.
A lo mejor debería dejar de mirarle a los labios.
Parece un buen plan, porque quedarme mirando a los labios de un chico parece un poco de pervertidos, así que me obligo a levantar la vista.
Oh, vaya, me he equivocado, porque ahora me he quedado perdida en esos ojos mojabragas.
—Srta. Delgado, podrías decirle a toda la clase lo que usted entendió del texto —dice el profesor, haciendo que todos me miren.
Mi cara se calienta.
—Yo... mmm... —titubeo, sin saber qué responder.
—Y Sr. Castro, por favor dé la vuelta en su asiento. Somos adultos aquí. No debería tener que hablar contigo como si fuera una clase de jardín de infantes. Si la conversación es tan interesante, como probablemente es, deberían salir de mi clase, los demás tienen sus propios trabajos del que no necesitan distraerse.
A pesar de que está hablando con David, sus ojos están puestos en mí y son tan oscuros, son casi negros que temo que me atraviesen.
La clase continúa y no me atrevo a mirar a otra parte que no sea mi libro, hasta que el profesor comienza a hacer preguntas de nuevo al azar. Esta vez me siento preparada, pero no me atrevo a levantar la mano.
—Clase terminada.
Todos recogen sus pertenencias y se dirigen hacia la puerta. Yo salgo de prisa.
Mientras estoy en la cafetería de la universidad mi mente no deja de dar mil vueltas. Por una razón no dejo de pensar en aquella hora de clase hace unos minutos atrás.
¡Maldición!. ¿Por qué tuve que sonrojarme cuando su mirada se encontró con la mía? Incluso olvidé lo que me preguntó el profesor en ese instante, lo que me hizo quedar como una total atolondrada. Yo no soy así, pero él hace que me sonroje con facilidad.
—Hola, nena —la voz de David me regresa a la realidad, él sabe muy bien que odio que me digan así y siempre lo hace para molestarme.
—Hola —saludo con una sonrisa mientras termino mi emparedado. —Y no me digas nena de nuevo o te golpearé.
—¡Oh, vamos, nena! —me provoca, jalándome las mejillas.
—Juro que te dejaré sin descendencia si me sigues diciendo así —lo amenazo y le dedico una mirada fulminante.
—¿Serías capaz de dejar a tu mejor amigo sin descendencia? —pone su brazo encima de mi hombro.
Sus palabras me regresan a esa cruda realidad que hace que me remueva incómoda en mi asiento. Sin embargo, no puedo negar que adoro mirar su perfil, sus pómulos y esos labios carnosos. David, tiene unos ojos similares a un cielo gris, pero son buenos y llenos de calidez, los cuales te abrazan cuando los miras, su sonrisa puede curarme el alma, pero no son míos. Solo somos amigos y nada más.
—Amor —una fina silueta se interpone en mi visión. Carla, la novia de David se acerca y le planta un beso en los labios, como si quisiera marcar su territorio.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Nos vemos está noche? —dice con su voz chillona que parece un orgasmo fingido.
—Sí —responde él, encogiéndose de hombros.
Con esa confirmación ella se aleja, con su grupo de pirañas que llama amigas. Para qué quede claro no la odio, solo que a veces no soporto su comportamiento tan estirado o los shows que monta cada vez que David intenta terminar con ella.
—Si tus ojos fueran una bala te aseguro que Carla ya estaría muerta —me sorprende Vero, viendo a Carla irse mientras ella se sienta al lado de mí.
—Yo no sé de lo que estás hablando —susurro por lo bajo.
—Puedes engañarlo a él, pero no a mí —dice, tomando un sorbo de su jugo. —Estás enamorada de nuestro mejor amigo.
—¿Chicas, por qué susurran? —pregunta el interesado.
—No estoy enamorada de David —le respondo a ella.
—Cosas de chicas —le dice Vero a David.
—De acuerdo —espeta mientras veo que él se pone de pie y su mirada se dirige a mí. —Está bien, si no me quieren contar.
Me planta un beso ruidoso en la frente, el tacto de sus labios sobre mi piel es cálido, suspiro, esa es la única manera en la que tendré sus labios en mi piel.
—Estás jodida —dice Verónica una vez que David deja la mesa.
De acuerdo, lo acepto. Me gusta mi mejor amigo.
Suelto otro suspiro. —En total caso, las dos lo estamos.
Vero asiente.
Ella acaba de terminar con su novio porque el idiota prefiere salir de fiesta con sus amigos que compartir tiempo con ella. Creo que fue la mejor decisión que ella pudo haber tomado, en vez de seguir perdiendo tiempo con alguien así. Sin embargo, mi caso, es totalmente diferente, no quiero perder la amistad de David al confesarle mi amor, ya que es obvio que él no siente lo mismo. Prefiero conformarme con ser su amiga que perderlo para siempre al intentar en algo que no puede ser. Algo qué tal vez solo sea lujuria o un enamoramiento pasajero. Además, al ser humano le gusta anhelar lo que no tiene solo para después de tener así poder desecharlo.
La última clase termina más rápido de lo que esperaba. Regreso a casa y y voy directamente a realizar mis trabajos, queriendo que se haga lo antes posible y no me pase lo mismo de ayer. Estoy a mitad de camino cuando decido levantarme y tomar un bocadillo para ayudarme a empujarme hacia la línea de meta.
Voy a la cocina y tomo una bolsa de pretzels y una bebida energética. Abro la parte superior y tomo un trago largo, mis sentidos cobran vida por el azúcar y las burbujas de la bebida. Vuelvo al sofá y me siento frente a mi computadora.
Una hora más tarde, he terminado con mi tarea. Exhausta me dejo caer en la cama de mi habitación, por suerte hoy tengo el día libre, lo que es una suerte ya que no tengo que ir a trabajar. Levanto la cabeza hacia la pared de enfrente, observando las fotografías de David junto a mí. Hay algunas también de Verónica, de mi hermana y mi padre, y de repente me pregunto hasta dónde afectaría nuestra amistad si David se llegará a enterar de mis sentimientos hacia él, si él podría llegar a sentir lo mismo. O si mis sentimientos realmente son lo que las personas llaman amor, y otros llaman deseo.
Trato de imaginar cómo sería el sexo con David. Mis hormonas sobresalen, siento calor en mi interior y me entran ganas de removerme en la cama. Es como si nuestros cuerpos se tocarán y se frotan el uno contra el otro.
En este momento, Vero entra sin tocar a mi habitación.
—Thais, sé cómo...
Se queda sin habla, debí haber abierto el botón de mi pantalón sin darme cuenta. Si ella no hubiera llegado me estaría tocando a mí misma pensando en ¿David?, siento la vergüenza inundar mi rostro y me enderezo con brusquedad, carraspeando la garganta.
«Thais, no puedes ser más patética, la primera vez que decides tocarte y te descubren en pleno acto. En serio das pena».
—¿Qué quieres, Vero? —sacude la cabeza y vuelve su mirada a mí, chasqueando los dedos.
—¡Ya sé cómo subirte el ánimo y evitar que te sigas tocando pensando en David!
—¡Oye! —le lanzo una almohada en la cara por su comentario. —No estoy deprimida... y no me estaba tocando.
—Pero por poco lo haces —se carcajea.
—Eso sí —a ella no le puedo mentir.
—¿Qué piensas de acompañarme al club está noche?
—No, gracias —hundo mi cabeza en mi almohada.
—David estará ahí y podrías conseguir alguien para darle celos. Si te ve acompañada tal vez se de cuenta de lo que está perdiendo.
«Vaya que es una buena manipuladora y por eso es mi amiga».
La miro con atención, Vero me lanza un guiño y termino por devolverle una sonrisa. Después de todo, ¿por qué no? Quizás sienta celos si me ve con otra persona, a lo mejor me desilusiono tanto al ver que no siente nada que termino por fin de entrar en razón solo tengo que encontrar un vestido decente, pero coqueto. Algo que grite soltera, aunque deje en claro que no estoy disponible.
A las 9:30 de la noche los tacones de mi compañera golpean el piso mientras se acerca a la puerta de la salida.
—¿En verdad tenías que retrasarnos veinte minutos solo por un labial? —gruño a la rubia-castaña.
—¡Ahora combina con mi vestido! —me responde, cerrando la puerta.
Me rio, bajando las escaleras, con cuidado, mis tacones están un poco altos.
—No te vayas a enojar —me susurra una vez que llegamos afuera y veo el auto de Ian estacionado frente al edificio.
No entiendo porque las personas dicen eso, si es una clara invitación para que lo hagas.
—Sabes que cuando dices eso, me enojo aún más, ¿verdad? —gruño, esperando una explicación del por qué Ian está aquí.
—Ofreció llevarnos y traernos —me susurra. —Y mi coche sigue en el mecánico. Es una buena oferta.
—Te mataré.
—Yo también te amo.
—Thais, te ves muy bien —me resopla Ian una vez que llega a nosotras.
Ian y yo no nos movemos en los mismos círculos, pero nos conocemos desde la niñez, al igual que David; David Castro, mi hermano según sus padres porque comencé a vivir con los Señores Castro con tan solo nueve años y fueron muy generosos conmigo al dejarme vivir en su casa hasta que me emancipé hace un año y me vine a vivir con Vero. Ellos eran viejos amigos de mi padre, David y yo estábamos en la misma escuela, pero luego de aquel día decidieron llevarme con ellos. Lejos de todo, hasta de mi pasado.
Fue lo mejor.
Y ahí conocí a Ian, ya que nos volvimos vecinos, pero en la adolescencia él empezó a pertenecer al grupo de los populares y cambió por completo. Las animadoras le pegaban como chicles desde la preparatoria, es uno de los mejores jugadores de fútbol y el más bueno del equipo, según dicen. Es un mujeriego que busca sus presas fuera de su círculo porque tiene la idea de que así caen más rápido y no puedo negar que hasta ahora le ha funcionado bastante bien.
Intentó con Verónica el año pasado, ella fue por un tiempo capitana de las animadoras, y a Ian le agradaba la idea de la pareja que podían formar juntos, pero cuando ella lo mandó al diablo fue detrás de mí, quizás pensando que sería una presa más fácil. Pobre imbécil, es el único que no se ha dado cuenta de que no es mi tipo. Los chicos fáciles no me atraen.
«Está bien, David es otro tonto que no lo sabe».
—¿Nos vamos? —pregunta Vero.
—De acuerdo —digo mientras la miro como si quisiera matarla, sé lo que tiene en mente y de ninguna manera pretendo darle celos a David con Ian.
Ni pensarlo. Seguramente David mata a Ian, y luego a mí.
Me remuevo en mi asiento y deslizo mi mano en mi pantalón negro, ¿cómo le pude creer a ella cuando me dijo que se sentía mal? ¡Qué tonta! Lo dijo solo para que fuera de copiloto.
«Me lo pagará cuando encuentre la primera oportunidad».
Nadie dice nada en todo el camino, estoy segura de que él será quien interrumpa al final del incómodo silencio y como lo imaginé escucho su profunda voz decir con un tono de seguridad.
—Entonces, ¿te gusta el fútbol?
Su sonrisa resalta voluntariamente su mandíbula y sus labios carnosos más llenos que los míos, revelan una dentadura perfecta.
—No —confieso.
—Pero te he visto varias veces en las gradas a la hora de las prácticas —se sorprende.
«Porque David también juega y me gusta verlo entrenar sin camisa cuando en algunas ocasiones se lo quita por el calor, y según él yo le traigo buena suerte. Aunque siempre termino bostezando, porque incluso si el equipo está bueno, si el juego no te agrada, tarde o temprano te aburres. Porque te das cuenta de que todo es piel y sudor», pero me reservo esa opinión para mí.
—Es un buen lugar para ver chicos sin camisetas y muy bien lubricados —suelto, esperando que no me hable más. —Soy una mujer enamorada del abdomen, ¿de acuerdo? Quiero ver sus six pack tanto como sea posible.
Le guiño un ojo.
«Si le gusta a las chicas inocentes y puras de seguro con eso sale corriendo».
Escucho a Vero contener la risa que parece lista para estallar en cualquier momento.
—Al menos eres sincera —me mira por un instante antes de poner su mirada de nuevo a la carretera.
Llegamos rápido al club. Nadie vuelve a decir nada por el resto del camino, pareciera que hubiera pillado mis indirectas lo que me agrada.
Soy la primera en bajar del auto, ni siquiera me molesto en esperarlos, pero en menos de lo que creo ya los tengo detrás de mí. Los gorilas de seguridad nos dejan entrar después de un rápido vistazo, más con la presencia de Ian ni siquiera se molestaron en pedirnos pases o mandarnos a hacer la fila.
«Venir con él al final no fue tan mala idea, ¿sí?»
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