Histeria en el Callejón
(Este cuento pertenece al Ciclo de La Luna de Nieve).
Estábamos corriendo de lo que nos perseguía, mi hermana Johana se adelantó avanzando por la esquina. Nunca había visto tanta gente en La Diáfano, pensé que la ciudad era mucho más pequeña.
Al intentar alcanzarla, mi corazón se detuvo, las personas se amontonaban por demasía, pero un grito caló profundo en mis entrañas, casi haciendo temblar mis piernas. La gente comenzó a gritar, entonces vi a Johana correr hacia un callejón ¿Por qué? ¿Fue el miedo que la hizo actuar sin pensar?
Había unas criaturas extrañas moviéndose... Eso de ahí era... ¿El cadáver de mamá? La vi claramente, apenas caminaba bien, su cuerpo estaba pudriéndose ¿Eran zombies?
Mis piernas se congelaron, mis ojos parecía que se habían secado ¿Cuanto tiempo llevaba con los ojos abiertos, estáticos? No lo sé, no sé exactamente cuanto tiempo estuve detenido.
El sonido de la gente se desvaneció, parecía que estaba solo en silencio, el vacío, todo quedó borrado de mi mente. La vi allí, ella casi pareció sonreirme, ella casi pareció querer hablarme pero no era ella, mamá se fue hace dos años, mamá ya no está entre nosotros.
Una fragancia se extendía en el aire, el aroma de Johana, su perfome dulce vino a mí y me trajo de vuelta a la realidad. El suelo estaba cubierto de nieve, las pisadas de la muchedumbre que se abalanzó hacia atrás.
Reaccionando avancé por entre la gente, me aproximé al callejón evadiendo a la multitud y a las criaturas que apenas se arrastraban de pie.
Fue cuando miré a Johana en el callejón, todo sucumbió en mi mente desplomándose. Las paredes tenían enormes marcas de arañazos, eran enormes. Los zombies no podían haber hecho eso, de hecho, hasta cierto punto parecía que los muertos vivientes también estaban tomando su distancia del callejón.
Vi a Johana desplomada en el suelo, descuartizada. Solo fue una fracción de segundo que quité mi vista sobre ella.
Parecía que enormes colmillos habían perforado su cuerpo que permanecía sobre un charco de sangre. Los colmillos eran enormes, pero no había nada más.
Cuando me acerqué escuché un chirriante y estridente sonido gutural que provenía de la profundidad de los callejones, algo aguardaba, algo estaba acechando...
Lo que fuese, era lo que le había hecho esto a Johana.
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