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Estrenas casa, Romina, no puedes hacer de comer macarrones —dice Eloy riendo.

     —¿Y qué propones?, ¿que haga ensaladilla?

     —Por supuesto, y puedo hacerla contigo si me dejas participar de la celebración.

     —Chantajista.

     —Más bien cotilla, quiero conocer a Tomás, ese hombre es mi ídolo por comprometerse a los setenta —contesta sin ocultarse—. Y espera que no quiera ir contigo a la playa hoy para que me presentes a tus amigas.

     —Eso si que no. —No he querido sonar alarmada, pero creo que yo misma me he delatado.

     Tendría antes que contarles a las chicas quién es él, y seguro que acabaría por salir el tema del dinero y el agradecimiento de estas por la ayuda a Jazmín. No, Eloy no se puede enterar de nada de lo  que ocurra en el club, y de embarazos no deseados por Mijail, mucho menos.

     —¿Por qué no? No puedes decirme que pasarás la tarde en una playa de Marbella, mientras yo estoy aquí, con traje puesto y todo, a más de treinta y cinco grados en Madrid. No is fair, my friend.

         Me río a carcajadas que llaman la atención de la gente a mi alrededor, ¡cierto, que no lo había dicho! Estoy en el supermercado.

     Al terminar el desayuno esta mañana, le he contado del cambio de casa con Aurora y mi intención de agradecerles a ella y Tomás todo lo que hacen por mí con un almuerzo, mañana domingo, al que el mismo Eloy se acaba de autoinvitar a través de la línea telefónica.

     Así que aquí estoy, improvisando con el almuerzo, como a él le gustaría decir.

     —Hablando en serio, Romina —dice tomando la palabra—. Tienes mucha suerte con ellos, o quizás es que eres tan maravillosa que es fácil quererte de esa manera, sin condicionantes —dice Eloy consiguiendo que me ponga colorada. Menos mal que no me ve, ¡qué vergüenza que me haya tomado su comentario como un halago personal!

          —No creas, suerte tendría si al pagar en la tienda me dicen que soy el cliente un millón y que me regalan la compra, y como no tengo esa estrella va a ser cierto que soy maravillosa.

     —Eso seguro, no todo el mundo soporta a un neurótico llorón como yo desde el minuto uno sin colgar el teléfono.

     Me gusta oír la risa de Eloy, ya no es ningún secreto, y que además lo haga tan a menudo conmigo es un plus añadido a mi satisfacción personal.

     —Creo que para ser un llorón, en realidad, no dejas de reírte.

     —Y dime que eso no te gusta. —Eloy adivina mi pensamiento y creo que vuelvo a ruborizarme.

     —Sí, mucho, me encanta —confieso como loca sin remedio.

     —Pues por eso lo hago. Para oírte.

     ¿Qué?, ¿eso qué quiere decir?, ¿Habla de nosotros y nuestra extraña atracción, que puede ser mutua?, ¿o lo hace más bien por contentar a su terapeuta porque está consiguiendo avances? 

     Por si acaso, y ya metida en la papel de esa terapeuta, diré que esta conversación con el que puede ser mi cliente está siendo inapropiada.

     Eloy y yo hemos hablado a diario en la última semana, con una media de seis horas, en las que también han caído algún que otro mensaje, ¿no? Pues bien, he escogido el peor momento, rodeada de gente, para no tener filtro.

     —Me alegro. Eso quiere decir que estás a punto de cumplir tu objetivo en cuanto a no llorar. —Y yo por si acaso busco la manera de salir de este embrollo que me avergüenza—. Poco queda ya del viejo Eloy.

     —Ahí te doy la razón, creo que el nuevo es más elocuente, hasta diría que sabe escuchar y todo.

     Bien, hemos recuperado el rumbo hacia una conversación distendida, nada de hablar más de lo que nos gusta, o no, hacer con el otro. 

     ¡Mierda, mil veces mierda! He pensado en hacer cosas muy cochinas con él, y que de seguro me gustarían.

     —¿Ah, sí? ¿Puedes demostrar con quién? Y que no sea conmigo, por favor, yo estoy obligada a escucharte por mil euros —digo sonriendo con él, que se ha reído de nuevo.

     —Los empleados del hotel, aquí en Madrid, por ejemplo.

     —¡Venga ya! —grito en medio de la sección de congelados. 

     La gente me mira, pero yo a lo mío, que se jodan. Eloy está dando pasos agigantados para encontrarse a sí mismo.

     —Sí, cuando ayer hablamos de valorar nuestra vida y lo que hemos conseguido, a nuestra edad, supe que yo tenía que agradecérselo primero a tantos y tan buenos empleados que luchan a diario por la marca ECt. 

     —¡Eso es genial! Te felicito, Eloy, no todos los jefes saben valorar el trabajo de la gente que lo encumbra.

     —Y poniendo en práctica el refrán…

    —Un momento. —Y me tengo que callar para reír— ¿Estás seguro de que quieres tomar la enseñanza de un refrán? Recuerda que eso no está avalado por la ciencia ni los libros de psicoanálisis.

     —Sí, has conseguido que confíe en ellos, en la gente sabia que los hizo.

     Me río a carcajadas.

     —Pues adelante, no seré yo quien corte tus alas de la sabiduría —digo sonriendo.

     —Dicen que: Lo que bien empieza, bien acaba.

     —Lo sé, sí.

     —Así que he llamado a los responsables de cada departamento para pedirles un listado de cada uno de los empleados para irlos conociendo, y a los que estaban de turno  hoy los he recibido en mi suite para escuchar sus propuestas de mejora o quejas por descontentos.

     El orgullo se aprecia en su voz, el trabajo bien hecho está claro que reconforta y no me extrañaría que Eloy en este momento se sienta plenamente satisfecho con lo que ha conseguido: cruzar varias palabras con quien nunca antes lo hizo. Aunque a mí me gustaría pensar que cruzó la puerta del baño de sus empleados para utilizarlo él. 

    —Vaya, impresionante. estarán alucinados todavía sin saber qué le ha pasado al…

     —¿... cabrón del jefe?

     —Oye, ¡basta ya!, deja de llamarte continuamente cabrón, ¿no? Puedo pasarte lo de neurótico, a veces lo eres, sobre todo en los baños públicos y con la ensaladilla rusa, pero lo otro, ahórratelo mientras hables conmigo.

     —¿Sigues en el súper?

     —Sí, ¿por qué? —contesto sin ver la intención de su pregunta.

     —¿Y has pegado ese grito ahí en medio de esos pasillos?

     —Sí, y ahora que lo dices, la gente me mira. Me parece que están pensando que me he vuelto loca porque te hablo por los inalámbricos —digo en un intento de describir la escena que estoy viviendo, mientras giro sobre mis pasos para ver a la gente observarme, asombrada—. Yo tampoco debí decir lo de cabrón, será por eso, creo.

     —Y yo creo que va siendo hora de que salgas de ahí. Paga y no mires atrás —dice con tono serio, que interpreto de coña.

     —Te llamo desde casa, y espero que no me hagas pegar otro grito y que la del C no me tenga que denunciar.

     —A ella también me gustaría conocerla. 

     —¡Eloy!

    Y con mi grito, es él quien cuelga la llamada. Mejor, o de esta me internan en un sanatorio mental cuando me vean reír a carcajadas con un Eloy que no está físicamente a mi lado.


     El día de playa con las chicas de nuevo se ha alargado entre risas, y confidencias en la toalla. Nos ha valido además para estrechar relaciones, aclarar algunas dudas y prometernos sororidad ante nuestro asqueroso jefe. Y cuando nos dio por mirar el reloj y vimos lo tarde que era, cada una corrió a su casa para poder estar a tiempo en el club.

     Yo ahora termino de maquillarme hablando con Eloy con el manos libre y los auriculares conectados.

     —¡Espera! —me pide desesperado—. ¿Ya vas a colgar? Para ser una defensora de la improvisación muy poco margen dejas a nuestras llamadas, ¿no? 

     —Solo es una cena familiar lo que tendrás esta noche, Eloy,  no tengas miedo.

     —La palabra "solo" en esa frase difiere mucho de su significado. Con suerte mi madre no "solo" montará un show por verme después de tres meses, sino que no hará nada cuando mi padre no "solo" me amenace con sacarme de la dirección de sus hoteles para que no acabe por arruinarlos como consecuencia de mi amargura reciente. Y ya mis hermanos no "solo" se reirán de mí porque ellos vieron mi desgracia el primer día que les presenté a Sonia, sino que me compadecerán por mi ceguera.

      —Visto así lamento que tengas que acudir a verlos —digo riendo.

     —Por eso necesito que me llames con una excusa, para que pueda salir de esa casa sin dar explicaciones. —Él también acaba por reír olvidando el mal trago que está por pasar.

     —No voy a poder hacerlo, lo siento.

     Porque,  ¿cuándo lo llamo?, ¿entre baile y baile, o entre bandeja y bandeja de copas que llevo a los reservados? O ya puestos, entre bandeja, baile, más copas, y más baile, mientras trato de esquivar cientos de manos que quieren tocar mi cuerpo. He respondido a su llamada porque todavía me estaba vistiendo en la sala, a partir de ahora, cuando estoy lista, ya no podré atender el teléfono. 

     —Todavía no me has dicho por qué no podemos hablar por las noches, y en cambio lo hacemos cada mañana, casi al amanecer.

     —Me desvelo y ya no puedo coger el sueño, así de sencillo. —La mentira me sale de inmediato, creo que la había almacenado en mi subconsciente para cuando este momento llegara.

     Demasiado ha tardado Eloy en darse cuenta cuando no es la primera noche que he necesitado cortar la llamada, ya fuera porque iba saliendo de casa, o  entrando al club.   

     Y todo porque jamás hemos cumplido con el horario que establecí el primer dia en nuestro acuerdo de cliente, para que no tuviéramos que tener esta conversación precisamente. ¡Si al menos hubiéramos respetado nuestros papeles en la terapia!, pero no, ahora ya no sabemos quién coño aconseja a quién de los dos cuando yo también lo llamo cada vez que me apetece.

     —Porque no estás de vacaciones, ¿verdad?

     —No —contesto con los dedos cruzados, llamando a mi suerte para que no me descubra.

     —Y no vives en Madrid.

     —¿Por qué lo dices?

     —Hablas de tu casa, como tu hogar. Y de Aurora, Tomás y las chicas como si fueran algo más que amistades pasajeras de verano.

     —Das miedo, nuevo Eloy, escuchas muy bien ahora. —Pero no oigo su risa, que es lo que pretendía al bromear—. Lo siento,  a lo mejor me he extralimitado en lo meramente profesional al hablarte de mi vida privada. Quizás no debamos repetirlo.

     —No, por favor, Romina, no he querido ser entrometido. Tus razones tendrás para haberte marchado de Madrid, pero no dejes de contarme sobre ti.

     ¡Joder! No quiero hacerle sentir culpable de nada, ni tampoco que esté pensado en cómo puede el solucionar la vida de "su terapeuta".

     —No hay mucho más que contar.

     —Yo no diría lo mismo, esa falta de sueño por las mañanas, siempre a la carrera por las noches y tu estado de ánimo, a veces, con esas llamadas para que yo mejore tus días…

     —¿Qué te parece si a partir de ahora nos centramos un poco más en tu vida y dejamos de lado la mía?  Eres el que realmente necesita ayuda.

    —Sí, parece que yo la necesito más que tú —dice no muy convencido.

     —Perfecto, pues prepárate para salir a enfrentar a tu familia, no dejes que te intimiden. Acabas de divorciarte, por dios, no has matado a nadie, y era lo natural en tus circunstancias desaparecer por un tiempo. Que no te hagan sentir culpable. Y si necesitas espacio y alejarte de ellos, diles que te apoyen, que no por hacerlo acabarás con el negocio familiar. Déjalos que se rían, y únete a ellos, hazles ver que esa etiqueta de amargado quedó atrás con el viejo Eloy que conocieron.

     —Está bien, supongo que puedo hablarle a mi madre en esos términos decisivos sin que se eche a llorar luego.

     —Verás que te sorprende, después de todo tú también eres un tío increíble y te tienen que querer así. 

     —¿Qué?

     —¿Qué de qué? —Si pretendo que olvide lo que he dicho, no lo lograré de esta manera tan infantil.

     —¿Eso piensas de mí?

     —Pienso muchas cosas, la principal es que tienes mucho miedo a vivir solo.

     —No vas a desviar el tema, Romina.

     —También pienso que eres muy exigente. ¡Ah no, espera!, que eso lo piensas tú.

     —Puedes seguir así toda la noche, me harías un favor y todo para no ir a la cena de mis padres. Pero lo he oído.

     —Mira, Tomás te envidiaría por eso, te he dicho ya que tiene audífono, ¿no?

     —Romina —dice con tono cansado.

     —Eloy. —Y yo lo imito, sonriendo por dentro para que no lo note.

     —Lo has dicho.

     —Si lo he dicho es que puedo hablar, y soy capaz de construir frases coherentes, la educación pública es tan buena como la privada, ¿eh, señor Cantero?

     —No lo admitirás nunca, ¿verdad?

     —¿Sabías que el término nunca se emplea para referirnos a aquello que NO ocurrió en NINGÚN momento.

     —Está bien, tú ganas, creo que soy tan increíble que puedo dejarlo pasar.

     —Serás  capullo…

     —Te llamo mañana para el almuerzo, claro, eso si supero la cena de hoy. Pásalo bien.

     Es listo, no me ha dejado defenderme y ha colgado el teléfono. Claro, que tampoco tendría cómo hacerlo si es verdad que me parece un hombre increíble. 

    Me permito un pequeño relax antes de salir ahí fuera, donde eso de pasarlo bien no lo creo posible en esta vida, no sé en otra, donde quizás me guste lo que hago.

     Y es cuando entra un mensaje suyo de WhatsApp en mi móvil.

     ➡️HACE UNA SEMANA QUE ACEPTASTE ENTRAR AL MAR, A CIEGAS,  Y RESCATARME.

     ➡️NO SÉ SI ALGÚN DÍA PODREMOS SALIR A FLOTE, O YO ACABARÉ POR HUNDIRTE CONMIGO.

     ➡️PERO SI ALGO ES SEGURO ES QUE PARA QUE EL DOLOR SEA MENOS "PROFUNDO", TENEMOS QUE SER SINCEROS CON EL OTRO.

     ➡️CONSIDERA NUESTRA TERAPIA UN GOLPE DE SUERTE, ROMINA, PORQUE LAS PERSONAS MARAVILLOSAS A VECES NECESITAN QUE LES PASE ALGO BUENO.

     ➡️E INCREÍBLE.

     Madre mía, ¿se vería de desquiciado que me tatuara esta última frase donde pudiera verla a diario? No puede ser más acertada, describe todo lo que me ha pasado en estos días con él. Cada despedida para ir a trabajar y cada llamada al regreso del club hacen que me sienta menos mala para encontrar el amor de alguien y más esperanzada por mí.

     —¿Qué has hecho que tienes esa sonrisa? —me pregunta Anika cuando ella entra a cambiarse.

      —Yo, nada.

     Y la notificación de un bizum suena a continuación.

     —Vamos, Romina, hace años que no veo esa expresión en ti.

     —¿De verdad? —digo enseñándole el teléfono—. Será que hace años que no veo tanto dinero junto.

     Anika coge el móvil entre sus manos y se lo lleva a un palmo de los ojos.

     —Ya me dirás cómo lo haces.

     —Es algo que se me da bien —Me hago la interesante, pero no cuela—. Y no pienses mal, cochina, digamos que me pagan por… reciclar la basura, eso es.

     Dicho así puede resultar cierto, Eloy tiene tantos problemas acumulados en su cabeza que lo único que yo hago es clasificarlos dentro de ella y, por tanto, así lo puede solucionar mejor. Y dispongo de tres espacios bien diferenciados.

     Eloy ya sabe que todo lo relacionado con Sonia va al contenedor del pasado, junto a esas neuras y exigencias de las que se enorgullecía el antiguo Eloy, yo además metería en él la seriedad y el snobismo que le caracterizaban. 

     Para su sentido del humor actual, y ese miedo que aún se resiste a perder, porque según dice no es bueno ser arriesgado sin cautela, debería utilizar el depósito del presente, en el que tiene cabida también la relación con su familia, la que parece querer recuperar ahora. 

     Y en el cubo de su futuro necesita depositar la esperanza y las ganas de trabajar duro por él mismo, y no por su nombre, para obtener el éxito que su negocio requiere. Todo eso junto al amor que tiene dentro, para entregárselo a una nueva pareja que sepa complementarlo sin necesidad de traicionar su confianza.

     —¿Y ahora por qué has puesto esa cara?

     —¿Qué cara?

     —Esta —me dice Anika al tiempo que me hace girar hacia el espejo en el que nos maquillamos—. Es de asco, como si tu último pensamiento te hubiera dado náuseas.

     Ya te digo, todavía tengo el estómago revuelto de imaginar a Eloy con una mujer. 

     —Pasas mucho tiempo con Jazmín y sus vómitos —contesto esquivando el tema y mi mirada en el espejo. 

    Me aparto de ella dispuesta a ir a trabajar.

     —Demasiado y poco es —dice riendo con carita emocionada. ¡Qué guapa es mi rubia!, siempre que no se enfade, claro—. Quizás le diga algo, total ¿qué es lo peor que me puede pasar?, ¿que se vaya a Marruecos huyendo de mí?

     —Qué te parece si…—le digo cogiéndola por sus hombros para ir saliendo de la sala—, el día que decida irse, Jazmín, nosotras nos vamos detrás. La vida puede ser maravillosa ahí fuera para los que hemos conocido el club. Algo increíble nos merecemos.

     Anika se ríe y me besa la mejilla. Con eso sé que no me iré sola el día que decida hacerlo.

     Le acabo de enviar un mensaje a Aurora. Abro el portal con ganas de irme a dormir, pero necesito una ducha antes. Hoy la fiesta ha terminado en la piscina entre espuma de jabón y champán regado, no puedo decir que sea de las que más odio, al contrario, son las que piden los chicos más jóvenes, y lejos de lo que pueda parecer, por tener que estar en bikini, la espuma de la piscina me permite estar más oculta. Hoy además ha sido un grupo muy civilizado, con el que ha sido fácil mantener una charla agradable mientras disfrutábamos de las copas. Muchas copas, por cierto. Mijail estará contento con mi esfuerzo, ¡el muy puto! 

     Y precisamente porque me encontraba tan a gusto hoy, he bebido mucho también.

     La falta de costumbre hace que quiera abrir la puerta del piso que ya no es, me río, a partir de mañana, pronto habrá otro vecino al que esquivar sus preguntas incómodas cuando nos escuche hablar a esta hora de la madrugada, ya la del C le contará de la puta de enfrente y los viejos chochos. Puta, ella. Y Mijail. Chocha su puta madre. 

     —¿Todavía no entras? —me susurra Aurora.

     —He bebido, lo siento. Un poco, casi nada —confieso riendo por lo bajo.

     Ella me quita las llaves y abre por mí.

     Y por mucho que le suplique que quiero ducharme antes, me obliga a ir hasta la cama para desnudarme y meterme en ella. No puedo oponerme, no tengo fuerzas cuando me da además un ibuprofeno.

     —Aurora, ¿puedo preguntarte algo?

     —Claro, cariño —y no se mueve de mi lado cuando se ha sentado junto a mí, en la cama.

     —Se lo preguntaría a mi madre, pero no sabría decirme nada, a parte de que no recordaría ni quién soy yo.  

     Ella pasa la mano por mi cabeza para apartarme el pelo de la cara.

     —Cariño —Aurora no puede consolarme, sabe que cuando bebo hablo de mi madre, de la carencia que tengo de sus consejos, del dolor que siento por no tener su besos.

     —Nunca supo lo que hago por ella —digo recordando mis inicios en el club al llegar del pueblo, y los suyos en la residencia olvidando sus recuerdos. 

     —No te diría nada porque te quiere. 

     —Ya, y porque me quiere precisamente ella me diría más bien;  Rominita, niña, no seas puta, o te lo follas o te apartas, pero no lo calientes. Que un tío ardiendo puede quemarse. 

     —Tu madre es muy sabia, sí.

     —Era, Aurora, era. Su cabeza ya no está aquí.

     Y otra vez que me acaricia como consuelo.

     —¿Y esa pregunta que necesitas hacerme? Tenemos que irnos a dormir.

     —¿Estoy siendo pesada? —pregunto riendo.

     —Estás cansada, has bebido, y si no descansas, no podremos almorzar con Eloy dentro de un rato.

     Me río, qué lista es esta mujer, sabe cómo hacerme hablar. Utiliza mi debilidad en estos momentos. Eloy.

     —Aurora, ¿crees que una persona puede enamorarse de otra sin haberla visto antes?, ¿sin tocarla siquiera?

     —No puedo responderte a eso, cariño.

     —Yo sí puedo. 

     —Hombre, Tomás,  pasa —le digo yo cuando lo he oído hablar, apoyado en el quicio de la puerta.  El pobre bosteza—. Únete a mi terapia.

     Golpeo con cariño el otro lado de la cama, pero él, tras entrar al dormitorio, se mantiene apartado y de pie. 

     —Aquí estaba, hablando con Aurora sobre Eloy, nuestras llamadas y  cómo han derivado en conversaciones personales e íntimas. 

     —Ya veo, ya.

     —Y me viene muy bien tu apreciación masculina. 

     —Pues esa es sencilla y rápida. Hueles a problemas.

     —¿Seguís hablando de Eloy? —Aurora no termina de enterarse, Tomás sí, de sobra, además de pesimista él tiene un audífono ultra sensible.

     Me incorporo en la cama, con trabajito porque estoy mareada y lo miro sonriendo.

     —¿Ves cómo jamás debí responder a ese teléfono? De ahí vienen esos problemas.

     —Si te hubieras concentrado en desplumarlo, esto no te estaría pasando.

     —Ay, Tomás, es que tendrías que oírlo,  ¡qué voz!, ¡qué risa! Lo imposible es resistirse, si no mira a Aurora. —Y todo lo que he dicho no sé cómo habrá sonado.  

     —Vaya, sí. Seguimos hablando de Eloy.  —Hasta que Aurora lo pilla, ya no tendrá que preguntarlo otra vez.

     —Nunca debiste llevarlo al terreno personal, Romina —insiste Tomás.

     —Lo siento, he resultado ser muy poco profesional en materia de psicoanálisis. —No puedo evitar reír al recordar nuestra primera llamada.

     —Teniendo en cuenta que no tienes el título, no podrías ser más mala —insiste Tomás riendo.

     —Si es que no doy una con los tíos. 

     —Yo me pierdo con vosotros —dice al fin Aurora. 

     —A ver, mujer, presta atención  a tu alrededor, que la de las gafas eres tú. Romina, nos está confesando que está enamorada de Eloy —responde él convencido.

     —Bueno, tampoco te pases, ¿eh?, que solo me parece un hombre… interesante.

     —Ya y por eso no te basta con oirlo y estás deseando verle y tocarle el "interés", ¿no?

     —Hombre, admite que es raro tener que imaginarlo desde cero para tocarme yo. —Y es que no puedo parar de reír tras mi confesión.

    Tomás ríe a carcajadas conmigo.

     —Basta por hoy. No sé si quiero oír el resto después de haber visto tus juguetes, —Aurora se levanta de la cama con la agilidad que le faltaba en mi antiguo sofá—. Y tú, viejo cotilla, a casa, antes de que Romina te provoque deseos que no vas a poder cumplir.

     Los empujones que le da a Tomás hacen que este se mueva hacia la salida sin quejarse demasiado, sigue riendo conmigo mientras me dice adiós a gritos.

     —¡Y la próxima vez deja que Tomás le quite las pilas al audífono, Aurora, nos ahorraríamos estos tipo de intromisiones!

     —A dormir ya, pervertida —me ordena ella apagando la luz.

    Dormir no sé si lo conseguiré, pero jugar, voy a jugar un rato.

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