|7|
Hoy es mi noche libre. Decidí que fuera la de todos los jueves por necesitar esa cura emocional antes del fin de semana, cuando los turistas y clientes asiduos del club reservan la tan asquerosa terraza. Se supone que llego al viernes con ánimo renovado que me motiva a trabajar. Y nada más lejos de la realidad, con cada semana que pasa odio que lleguen esos viernes.
Pero por lo pronto eso será mañana, no quiero pensar más.
—¿Qué harás hoy? —me pregunta Anika cuando ya hemos salido del club. Son ya las siete de la mañana y he aceptado que me lleve a casa en cuanto supe que había traído su coche.
Caminamos por la calle del club, buscando su aparcamiento, y lo hacemos agarrada del brazo de la otra para mantener el equilibrio que los puñeteros zapatos de tacón nos restan en habilidad.
—Por lo pronto voy a dormir. Cuando despierte comeré y luego me meteré en la cama a dormir otra vez. Y si consigo abrir los ojos para la cena, cenaré algo rápido, y a dormir hasta mañana.
—Planazo de día, abuela —dice con ironía.
La petarda sabe que no tengo sus veinticuatro años o los diecinueve de Jazmín, y eso se nota en mi energía al acabar la semana de baile y carreras con la bandeja. Ella trabaja esta noche, pero no parece impedimento para querer hacer algo conmigo al mediodía. Bueno, en realidad en unas horas desayuno con Eloy, quedamos ayer en eso, y como no sé lo que se alargará la llamada, me reservo el resto del día para poder dormir de veras.
—¿Qué tenías pensado proponerme que no castigue mucho mi cuerpo? —digo fingiendo entusiasmo.
—Comer con Jazmín, a ti no te dirá que no. No creo que siga una dieta equilibrada y entra de lleno en su tercer mes de embarazo.
Detengo mis pasos junto a la puerta ya de su coche. Ella, al otro lado, me mira porque todavía no me decido a entrar.
—¿Qué? —pregunta sin entenderme.
—Cariño, no deberías implicarte demasiado. Quizás Jazmín no se quede con nosotras y regrese a Marruecos.
—¿Por qué me lo dices así? No sería la primera que se marcha del club en cuanto puede —pregunta entrando ella al coche, y yo la sigo.
Ya sentadas en el interior, cuando arranca, le digo:
—Esa preocupación no es solo por el niño, ¿verdad?
Anika está pendiente del tráfico, no se gira a mirarme, pero ambas sobre entendemos que no solo es por no perder su atención en el resto de vehículos. Su mirada la delataría del todo.
—Nunca lo fue, y más siendo hijo de quien es.
—Deberías tomarlo con calma, Anika, Jazmín es muy inocente en cuanto…
—Para meterse en la cama de Mijail, buscando su libertad, bien que no lo fue —dice con un cambio de humor que le hace enrojecer del coraje.
Tomo su mano sobre la palanca de cambio.
—Cariño, eso no hará que entre a la tuya. No debes tratarla mal porque lo consintiera, las razones de cada una con Mijail, cada una las entendemos.
—Recuerda que yo no tuve razones. —Y desde luego no me gustaría ser palanca de cambio en este momento o ya estaría con el cuello roto.
No puedo hacerme la menor idea del dolor de sus recuerdos, de las heridas que aún no sanan en ella. Porque de nosotras tres, y debido a sus preferencias sexuales, tampoco es que tenga que imaginar demasiado. Anika es la única que no consintió las relaciones con Mijail.
—¿Quieres subir a casa y tomarte un café conmigo? —Ya hemos llegado y todavía podemos seguir hablando. Me bajo del coche para verla a través de la ventanilla abierta.
—Muchas gracias, pero no, Jazmín estará despierta, me espera y…
—Cuidado, Anika, no quiero que te lastimen.
—No te preocupes, Romina. Ya estoy muerta, eso sería imposible.
Y lo último que veo de ella es su pequeño Chevrolet incorporarse al tráfico a toda velocidad. Miento, alcancé a ver sus lágrimas, aunque las tratase de disimular con su melena rubia sobre la cara.
Miro mi teléfono móvil antes de entrar al portal. Nada. Con hoy ya van dos días en los que no he avisado a Aurora de mi salida del club. Tomás tenía razón, cabezota es como ella sola, porque bien que podría haberme llamado ella.
Pero mira, esa última frase de Anika que reflejaba tanto dolor, tanta falta de esperanza en la gente, me hace reflexionar y ver que la vida son dos días, como le diría a Eloy en una de nuestras terapias, y que no debo perder uno de ellos enfadada con la gente a la que amo.
Mi mensaje ni siquiera es leído, y eso nunca me había sucedido antes. Aurora será una metomentodo de la vieja escuela, discreta y quisquillosa con la gente que quiere, pero también es un amor de mujer dispuesta a protegerte con su vida si lo necesitases.
Y es cuando me doy cuenta de cuánto la he echado de menos. Me arrepiento de llevar dos días sin hablar con ella. Si Aurora no ha llamado a mi puerta, lo haré yo a la suya. No dejaré que se la coman los demonios del orgullo y la alejen de mí.
Cuando llamo al timbre nadie me abre
Aurora ya debería de estar despierta, empieza a alarmarme su silencio.
Preocupada, llamo entonces a la casa de Tomás y me encuentro más de lo mismo, nada al otro lado.
Voy a volverme loca, ¿dónde andan metidos estos dos? Los golpes que doy en cada madera, de cada una de sus puertas, son tan violentos que el ruido ha ido a despertar a la vecina del C.
—Debería llamar a la policía, cada mañana hacéis igual —me dice cubriendo su camisón de algodón con una batita. ¡Hija de puta, que estamos en verano, ventílate un poco!
—Hágalo, señora, y de paso, llame a una ambulancia, si Aurora está ahí dentro, ha podido pasarle algo para no abrirme.
—Siempre he sabido que no andáis bien de la cabeza ninguno de los tres. De ellos me lo esperaba, están chochos, pero tú, tan joven y echada a perder, ¡qué lástima!, seguro que las drogas del club ese en el que bailas desnuda tienen la culpa.
No tengo ganas de cometer una locura en mi día libre, además he quedado con Eloy y no pienso faltar a su llamada.
—Señora, ¿no iba a llamar usted a la policía? ¡Pues ya tarda! —le digo golpeando más fuerte la puerta de Aurora.
—A un centro de salud mental es a lo que voy a llamar, pero ¡para mí, porque vais a acabar con mis nervios! Esa loca de Aurora está en tu casa, ¡a ver si os comunicáis mejor!
Y pega un portazo que me deja alucinada, el nivel profesional de cotilleo que alcanza esta mujer es de récord. No dudo de que nos espíe por la mirilla y tenga apuntado además a qué horas y en qué orden entramos en las casa de los otros dos.
Pero me vale la información.
Entro a mi casa, donde me encuentro a Aurora en el sofá, solo iluminada por la luz de su móvil. Ella me enseña que ha leído mi mensaje.
—Te he oído, pero no me puedo levantar. Necesitamos cambiar este puñetero sofá o moriré engullida por él.
No me importa que hable en plural. Sí, cambiaré el sofá y si ella quiere será a su gusto.
Corro a arrodillarme delante suya para besarle su arrugadita cara, tan suave, tan blanquita que es, que no hago más que hacerla reír mientras llora a través de su gafas.
—Si te vuelves a desaparecer de esa manera, juro que te hago vigilar con Tomás —amenazo si mucha autoridad, pues ella me responde ya riendo:
—¿Ese viejo tacaño? Pierdes tu tiempo. Podías haber derribado su puerta y él ni se entera, le quita las pilas al audífono para dormir porque dice que así ahorra.
La miro sorprendida por el dato que me ha dado.
—¿Y eso lo sabes tú precisamente porque…?
—Porque he dormido con él.
—¡Aurora! —grito sin poder creerlo.
—Fue el mes pasado, una sola vez, y… —Y ahí que detiene ella su lengua charlatana para decirme—: Y ya no cuento más. Intercambio de información. Tomás por Eloy.
—¿Qué?, no, olvídalo.
Eso es como indagar en la relación de tus padres, no es nada agradable saber que ellos… que pudieron tener… que durmieron jun… pues eso, joder, ¡que son Tomás y Aurora, mis dos amigos! ¡Así está él de enamoradito últimamente! Pero ¿y si no sale bien? No puedo ser yo quien comparta la custodia de ellos si se peleasen.
—Café, Aurora, necesitamos muuuucho café porque Tomás es una historia muuuuy larga.
—Por eso mismo deberías empezar tú, Eloy solo es una semana.
Me ha guiñado un ojo cómplice, y desde que cogiera mi teléfono el otro día ya no sé si esa complicidad es conmigo o con el propio Eloy.
—¿Te lo puedes creer?
—¿Por qué lo dices? —pregunta Eloy—, ¿por la edad de Aurora o porque durmieran juntos?
Estamos a solas después de desayunar con Aurora y compartir sus risas. Ella cree que no se le notó que quiso dejarnos solos para que siguiéramos hablando, pero su despedida fue:
—Tengo en casa la pastilla de las nueve y doce minutos.
Hasta ahí pudo ser normal, toma miles de pastillas, necesita un organigrama, pero ya no lo fue tanto por lo extraño de la hora y porque miró el reloj para clavarla.
—Porque los dos son mis amigos y me ponen en un aprieto si no funciona lo que vayan a empezar, juntos —le contesto yo.
—Me cuesta creer que tengas amigos nacidos en plena dictadura, con ese abismo generacional contigo. —Eloy ríe.
—Porque no lo parecen. Se han adaptado al cambio social para sobrevivir.
—¿Haces de nuevo comparaciones con los animales?
—Puede. Ahora que pienso en ellos me resulta imposible no pensar en dos camaleones. Han endurecido su piel con varias capas, son versátiles en cuanto al camuflaje y de lengua rápida y larga. Y por supuesto no se les escapa nada a esos cotillas, ven su alrededor de manera independiente con cada ojo.
Eloy me contagia su risa. Y ahora no puedo dejar de pensar en él como en un osito panda que dan ganas de abrazar.
—Ese aprecio por ellos dice mucho a tu favor cuando son muchos los abuelos que viven solos —dice para continuar con un tema más serio.
—Era de esperar. Se convirtieron en esa familia que uno escoge.
—Yo no sabría decir siquiera si estoy conforme con mi verdadera familia.
—¿Lo dices en serio?, ¿por tus padres?
—Los señores Cantero estuvieron, están y estarán demasiado ocupados para ocuparse de la familia que crearon, que por otra parte no sé ni cómo pudo mi madre quedarse tres veces embarazada si apenas se ocupan el uno del otro.
Apunto rápidamente: 🖍disfunción familiar, en tamaño grande y con una flecha apuntando a los señores Cantero. Confieso que sigo haciendo esto cuando hablo con él más que por la terapia en sí, por conocerlo a fondo.
—A veces es solo la percepción que tenemos los hijos.
—No lo creo, cuando te dejan en manos de desconocidos, toda tu vida, para que te críen y eduquen otros, más que mi percepción es una realidad.
—Pues como todos, eso es algo que los padres trabajadores de hoy en día no pueden elegir, no sabrían qué hacer sin las escuelas, por ejemplo, o los abuelos.
—Si al menos fuera por trabajo, podría llegar a entenderlo.
Pero ¿este hombre cuánto dinero tiene para que sus padres no hayan trabajado? Leo mis notas, las que voy acumulando. 🖍MIL PAVOS, PIJO EN BAÑOS, FIN DE SEMANA EN LOS FIORDOS, ABONO VIP EN EL BERNABEU. EMPRESA CANTERO???
—Pero ¿quién coño eres? —interrumpo de inmediato.
—¿Qué?
—¿Por qué dices que tus padres no trabajan si tanto dinero tenéis?
Oigo un "mierda" imposible ya de ocultar.
—No quería que te enterases así, no me gusta condicionar a la gente con el trato que recibo.
—¿Quién eres? —insisto de manera seca y brusca.
—Ahora mismo solo soy el director de los hoteles ECt. En un futuro, espero lejano, seré el dueño.
—Coño, ¿condicionar has dicho? Ya no sé ni por qué te tuteo, ¿no debería empezar a tratarte de su majestad?
—No digas tonterías, Romina. —Pero aún así no he conseguido que ría.
—De tonterías nada, Eloy, que eres el heredero de ECt.
—¿Ves?, a eso me refiero. ¡Hasta me llamo Eloy para poder heredar algún día la cadena hotelera de Ernesto Cantero sin que se tenga que cambiar de nombre, por dios! Ni siquiera pensó en mí como hijo, lo hizo como activo de marketing.
—Sigo sin salir de mi asombro.
—Para de una vez, no me siento cómodo hablando de ellos, el teléfono me daba intimidad —me pide con tono quejoso.
—Está bien, disculpa. —Y lo hago solo porque me lo ha pedido. No, no puedo parar—. Aunque entenderás que ahí, en tu infancia, radica un gran desapego a tu familia. Quizás por eso eres tan arisco, ¿quieres hablar de ellos?
—He logrado hablar de Sonia con algo menos de rencor, no me pidas tanto y tan pronto. Deja que mis padres fluyan en la conversación, ahora ya no tengo temor a que lo descubras.
—¿Por qué lo tenías antes?
—Por si te daba por pensar que no necesito ayuda, y que llamarte no era más que un capricho por aburrimiento, tipo; no sé qué hacer con mi dinero desde el trono de ECt y lo gasto inútilmente.
—¿Y por qué iba a pensarlo? Es tu dinero. ¿No tiro yo el mío en compras on line que no necesito? Y oye, que ir de compras, aunque sea virtual, dicen que es una buena terapia. Una que está avalada por los mejores especialistas.
—¿Especialistas en moda? —pregunta, y ahora sí, riendo.
—No, tonto, en el ejercicio de motivación personal.
—Ay, no, ahora no me harás comparaciones de frases de los anuncios publicitarios, ¿verdad?
—No temas, aún no termino con el refranero español —digo riendo con él. ¡Madre mía!, me siento tan bien al escucharlo reír así de feliz—. Y Eloy, una cosita… si te hace sentir mejor, yo puedo prestarte a Aurora un ratito como mamá, estará encantada, y por más estricta, directa y agobiante que sea, recuerda que lo hace como una verdadera madre.
Las artes culinarias siempre se me dieron bien, lástima que, por el horario descontrolado que tengo en el club, coma casi cuando debería de estar merendando, y duerma cuando no desayuno.
Podría hacer entonces como muchos otros trabajadores con turnos extraños, cocinar de sobra, en mis días libres, y congelar directamente para que pueda tener guisos disponibles el resto de la semana. Con eso me aseguraría de comer algo más que ensaladas improvisadas y todo a la plancha, pero claro, también perdería mi tiempo de descanso en la cocina, algo que me parece imperdonable viviendo en Marbella.
Solo hay una cosa que no se adapta hoy a mi plan habitual de playa, sol y siesta, y eso es la llamada de Eloy que todavía no cortamos.
—Romina, ¿seguro que tenemos que dejarlo reposar en el fogón?, ¿y si se quema?. Desde ya te digo que no me gusta el arroz pegado.
Yo tapo mi cazuela de arroz y no dudo de que Eloy estará haciendo lo mismo con la suya. Y es arroz porque él no tenía otro ingrediente en su "despensa". Sí, nos hemos metido en la cocina para poder cocinar lo mismo, lo que cada uno comerá a su lado de la línea, obviamente.
—Quieres callarte, por favor. ¿Cuando prometiste que harías todo cuanto yo dijese, tenías los dedos cruzados?
—¿Por qué lo dices? —pregunta riendo.
—Porque no has dejado de cuestionar cada cantidad de ingrediente, tiempo de cocción o incluso color de mi plato. Cuando quieras cocinar tú, vas a ver cómo de coñazo puedo llegar a ser.
Eloy ríe más.
—¡Menuda sorpresa!, has resultado ser muy exigente con tus habilidades, ¿no crees?, ¿qué diría el señor Freud al respecto de eso?
—Que tengo un gran autocontrol para no mandarte a la mierda, que hago bien en contar hasta diez porque todavía me caes bien y que no cometa una locura estúpida, como por ejemplo tirar el arroz a la basura, porque tengo mucha hambre y no me resisto a este olor tan exquisito.
—La verdad es que huele bien, sí. No me importará mucho el color.
—¡Eloy, joder! —digo riendo igual que él—. Recuérdame por qué me metí en esta historia contigo.
—¿Hablamos de la terapia o del arroz?
—Da igual —comento distraída.
—Fácil, soy irresistible cuando se trata de convencerte.
Por un instante me quedo paralizada, pero con el cerebro tan activo que puedo analizar sus palabras, ¿será cierto que no me puedo resistir a él?, ¿que esa risa contagiosa suya, la cadencia de su voz y su vocabulario familiar y sencillo me han cautivado?
—Romina, si no respondes en un minuto llamo a Aurora para que tire tu puerta abajo. Me estás preocupando.
Miro el arroz y compruebo que lo he cocinado solo porque Eloy me dijo que le apetecía y que no tenía macarrones en su casa. ¡Pude mandarlo a hacer la compra si eso era cierto! No quiero que piense que no tengo personalidad con él.
—No hace falta, solo pensaba. Y tengo un refrán muy bueno para ese magnetismo que dices tener conmigo.
—¿Ah, sí? No será: dime de qué presumes y te diré de qué careces, ¿no? Porque precisamente me sobra carisma para eso.
Mierda, este tío comienza a conocerme demasiado bien. Espero que no sea él quien me está psicoanalizando.
—Pronto hablaremos de las fantasmadas masculinas y trataremos en especial tu caso para estudiar tus carencias —digo con un sarcasmo al que Eloy no da importancia porque ríe abiertamente—, yo hablo más bien de algo que no alimenta tu arrogancia. Porque no solo de ensaladilla vive el hombre —improviso de inmediato.
Es la risa, que le he escuchado en todos estos días, que más perdura en el tiempo.
—Ea, ya te has enfadado y te has puesto filosófica con tus dichos.
—¿Sabes qué? —le digo riendo también—. He conseguido distraerte para que tu arroz esté en reposo, así que no subestimes mi inteligencia.
En cuanto me oye, vuelve a reír, esta vez diciéndome que le encanta. Como no quiero dejar de oírlo, no le pregunto el qué, si mis estrategias, el arroz o yo.
Mi teléfono:
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro