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Su voz me gusta, su tono relajado, amigable y divertido supera con creces ese mal humor que a veces tiene conmigo y que si lo miramos de este modo, no soy yo quien lo provoca sino el recuerdo de su ex.

     Hablar con Eloy estos últimos días ha sido un revulsivo para mi conciencia, me transmite esperanza, una serenidad que pocas veces disfruto y que gracias a ella he olvidado un poco el peso que lastra mi vida. La enfermedad de mi madre, lo que hago para sobrevivir y Mijail con su continuo acoso —el continuo acoso de otros ya ni me afecta. 

     Tener a Aurora y a Tomás todos estos años ha estado bien, han suplido a esa familia que perdí con la memoria de mamá, al igual que han hecho todos los compañeros que han ido pasando por el club desde que entré, todos han sido algo así como hermanos pequeños a las que proteger y orientar en la vida,  por eso cuanto más jóvenes son, como Jazmín,  más me vuelco en ellos. 

     Pero ahora que he conocido, más bien he oído, a Eloy, sé que merezco mucho más. Que me cuiden cuando enfermo, que me abracen cuando duele.

     —Romina, no me has oído.

     —Disculpa, Eloy, solo pensaba.

     —No es mi sesión, y tú me has llamado, ¿quieres mejor que lo dejemos para que descanses?

     —Gracias, pero puedo manejarlo. Es que de nuevo he tenido un día de esos para olvidar.

     —Ya, por el hospital.

     —Sí, por él —le miento.

     —Me gusta que quieras que yo mejore tus días antes de acabarlos.

     —No me acostumbres mal.

     Su risa hace que no me duela la herida de la espalda, en realidad que no me duela nada, me siento pletórica. Aunque luego recuerdo también los analgésicos que me han inyectado en urgencias y casi que apuesto que mi fuerza se debe a eso.

     —Lo digo en serio, Eloy, en algún momento estas conversaciones terminarán y yo tendré que seguir con mi patética vida.

     —¿Y quién te dice que yo lo permitiré?, conseguí una vez convencerte para hacerte reír, lo haré una segunda.

     —Es cierto… ¿cómo conseguiste mi teléfono?

     —¿Bromeas?, ya sabes que fue en el Burrow Club, no sabes la de cosas interesantes que se escriben en las puertas de los baños públicos, ¡qué asco!, y bueno, aquel Rominita, la de las chupaditas, con tu teléfono escrito al lado, me convenció para probar.

     El teléfono se me cae de la mano y el ruido que hace es atronador, no tanto por el sonido en sí como por el daño que me causa. El dolor de cabeza es de lo más molesto, tanto que me hace despertar de un sobresalto. 

     La pesadilla que he tenido se diluye en mi memoria, no tan rápido como desearía, pero sí que todo vuelve poco a poco a mi realidad. Medicamentos que han caído al suelo desde la mesita de noche, mi espalda suturada por el corte infestado que me hizo la llave de la taquilla y mi bikini dorado, con la faldita de tablas, todavía sobre mi cuerpo.

     Me dedico a lo que me dedico, a dejarme decir burradas mientras hago que consuman alcohol. A bailar, si fuera preciso dejando mi cuerpo al desnudo, para que sigan bebiendo alcohol. ¡Y aceptar roces, caricias e incluso besos, siempre que no dejen de tragar y tragar más alcohol! 

     Y por primera vez la vergüenza y la pena por mí es mayor que el asco hacia los demás, como ocurrió hasta ahora. 

     —¿Qué ha sido eso? —grita Tomás desde fuera de mi dormitorio. 

     Creo oír también a Aurora preguntar lo mismo desde el salón, la pobre estará sentada en el sofá esperando a que yo la levante. Habrán pasado toda la noche en vela por si necesitaba algo.

     —Pasa, Tomás —le pido cubriendo mi semidesnudez. 

     Cuando llegué anoche de urgencias, tuve que contarles lo ocurrido, llegué muy temprano y si me quedaba dormida sola y no les llamaba a la hora habitual del cierre del club, podrían preocuparse por mi ausencia.

     —Cariño, ¿estás bien?

     —Le he tenido que dar a la lámpara y todo esto ha caído al suelo. —Omito que mi repentino despertar se debía en parte  a una pesadilla. 

     Ambos calmamos a Aurora que no deja de preguntar por mí, a gritos.

     —Han sido muchas horas de sueño, más de quince —dice Tomás agachándose con una agilidad que me sorprende, para poder colocar de nuevo todo lo que no se ha roto en la mesita de noche—. Ya pensábamos que no despertarías ni para comer.

     —¿Y perderme el estofado de Aurora?

     —A que huele rico —gesticula, sonriendo, elevando la nariz—, tiene unas manos, la señora, que ríete tú del Michelin ese y sus estrellas.

     Me hace sonreír a mí. He sido educada con él y me he callado porque sé que Aurora lo hace con amor, pero de entre todas las habilidades de ella yo no destacaría precisamente el cocinar "rico".

     —¿Cuándo se lo dirás? —pregunto incorporándome. ¡Coño!, quince horas dormida y te levantas inútil para mover tus músculos.

     —¿El qué?

     —Que te gusta —digo ya de pie,  llevando conmigo la sábana que me tapa, para ir al baño a cambiarme. Tengo que salir y ver a Aurora, porque si ella no me ve a mí, ahora que sabe que estoy despierta, le dará un infarto.

     Él se ha sonrojado tanto por mi respuesta tan directa que hasta su calva ha tomado la tonalidad colorada. Estos dos me esconden algo.

     —Vamos, Tomás, no tenéis dieciséis años,  no os queda mucho tiempo.

     Mi broma no parece gustarle ahora que he salido del baño.

     —Esa mujer es una soltera rompe corazones, no le entregaré el mío hasta verme correspondido. 

     Y es así cómo descubro un primer amor a los sesenta y muchos años que me da mucha ternura.

     —Tomás…,  ella no le pone sal a las comidas por tu tensión, si eso no es amor…

     He llegado al salón, donde nos callamos para que Aurora no nos descubra. Me siento junto a ella en el sofá para recibir su beso en la frente y pienso que así deben de besar las abuelas a sus nietos enfermos.

     —¿Me pones al día ahora que ya has descansado? —No lo dejará pasar por más tiempo, anoche le di largas por el agotamiento y las medicinas, hoy ya no tengo excusas.

     Tomás se encarga de poner los platos en la mesa.

     Empiezo por decirles que no me voy al pueblo, que me he preocupado con eso de vivir sola y que me pueda pasar algo sin que los tenga a mi lado, no les cuento que en realidad lo hago por las chicas, no lo entenderían estando el poder de Mijail de por medio. Ellos se alegran de la noticia y sé que es porque a continuación viene el sorteo que me hará vivir con uno de los dos, eso sí, después de oír ambas propuestas de mejor anfitrión durante veinte minutos, en los que ya hemos empezado a comer y todo. 

     Las virtudes de uno, las desbarata el otro con defectos.

     —Dejas las botellas vacías de agua en el frigorífico.

     —Pues como tú, que no cambias el rollo de papel higiénico.

     —Custodia compartida —les digo para evitar la moneda cara o cruz y que sigan arrojándose verdades a la cara—, quince días con cada uno, total, cruzo el rellano con la maleta y listo. Solo por ver la cara de la del C, merece la pena tantas mudanzas.

      Y todo son risas entre nosotros.

     Están de acuerdo con esto último antes de llegar al punto en el que ambos madrugan y me despertarían, sin querer, cuando regreso cansada del club. 

     Siguiente tema, casi una hora después.

     No les diré la verdad sobre Mijail no quiero que me miren con lástima, sí, los tres sabemos que es el puto Mijail, pero decirlo no curará mi espalda. Pero sí que les cuento del accidente por el que "tropecé" y acabé mal herida.

     —Ah, y ayer estuve tres horas al teléfono con Eloy.

     —Lo sabemos.

     Miro a Aurora apartando mi plato, no quiero distracciones hasta saber más de eso.

     —Llamó mientras dormías, esta mañana al amanecer —admite Tomás sin ocultarlo.

     —No me digáis que respondisteis vosotros.

     —Bueno… —Aurora parece más avergonzada que su compañero de fechorías—. Era él, y ya sabes, insistía tanto que no podía dejarlo sin saber qué te había pasado.

     —Pero si solo llamó una vez, mujer —le recrimina Tomás cuando ella le responde con una mirada asesina. Yo se la devuelvo a ella, ¿y dije avergonzada?, lo que está es orgullosa de haber descolgado el teléfono.

     —Pues sí, solo llamó una vez y yo hablé con él. Es un encanto de muchacho, me confundió con tu abuela y me preguntó cositas sobre ti.

     No salgo de mi asombro. Me levanto del sofá para que mi enfado sea más visible.

     —Aurora, no tenías derecho… espera, ¿qué cositas?, y no serías tú quien le dijo que eras mi abuela, ¿no?

     —Puede —dice con cara de perrito abandonado.

     —Dios, ¡no volverá a llamar! —digo al tiempo que busco el teléfono por el sofá.

     Ella me lo devuelve de mala gana, no dudo de que hubiera querido volver a hablar con él.

     —Lo hará a las siete y media, dijo que no fallaría —corrobora con una sonrisa un tanto hipócrita ahora.

     —No tiene gracia, Aurora, y no te rías.

     Miro el reloj, aún tengo tiempo, y no se me olvidan esas cositas de las que hablaron.

     —Mi vida me pertenece solo a mí, es cierto que os dejo entrar en ella, pero todo tiene un límite. ¡Mi teléfono es privado!

     No deben ver fotos de mi pasado con Mijali, o más recientemente las conversaciones con las chicas.

     —No le dije nada del club, si es lo que te preocupa. Y le prometí a él no decirte nada.

     —Estupendo, no tienes bastante con abrir mi casa, sino que lo haces también con mi teléfono, y además vas a ocultarme "cositas" porque el muchacho te ha caído bien y se lo has prometido. —El sarcasmo me sale espontáneo, más que nada porque se debe al enfado que tengo.

     —Romina, no te pases, su intención no era… —me dice Tomás saliendo en su defensa.

     —Por favor, dejadme sola.

     Para que lo tengan claro tomo las manos de Aurora para levantarla, y ella se deja ayudar con la cara tan seria como la mía. Caminar, camina sola, por eso se gira cuando está a punto de salir ya de mi casa.

     —Le dije que eres tan remilgada con las buenas formas que nos haces poner la servilleta en el regazo para comer en tu casa, que tienes una pequeño vicio incontrolable con las pipas de calabaza desde niña y que nunca te vas a dormir, si lo haces en casa, sin darme un beso antes.

     Ella se marcha sin decirme más nada, es Tomás quien se dirige a mí aplaudiendo. 

     —Te ha salido bordado, querida vecina. Yo que tú iba pensando en una buena disculpa, porque Aurora es más testaruda que yo y no sabe hacer una paella.

     Y sale a continuación tras ella, llamándola para que le espere.

    ¿Qué he hecho?, ¿hasta este extremo puedo llegar por Eloy?, ¡por dios, que es la primera vez que Aurora no me besa al irse de mi casa!

     Rendida, apenada y confusa por como he reaccionado con Aurora, me dejo caer en el sofá. Y cuando mi espalda entra en contacto con éste, el grito que doy me asusta incluso a mí.

     —¡Puto Mijail!

     Estoy decidida a acabar  con esto de raíz. No tengo por qué seguir en contacto con Eloy si cada día voy a tener el temor de revelarle qué hago en el club. Y por supuesto no quiero que Aurora o los que estén a mi alrededor tengan que mentir para conseguirlo. 

     Enciendo el móvil, y justo en este momento me suena la notificación de WhatsApp con una imagen. Una bolsa de pipas de calabaza, tamaño industrial.

➡️DICEN QUE SON CUATRO PIPAS. ¿ME ACOMPAÑAS?

    Si una cosa tiene Eloy es sentido del humor, con gran capacidad para hacerme reír. Mi peor día de la semana comienza a mejorar solo con su mensaje.

¿NO ESTARÁN CADUCADAS?➡️

➡️¿ESO IMPORTA?

YA ME SIENTO MAL POR HACERTE COMER CHOW MEIN Y CASTIGAR TU ESTÓMAGO, NO ME HAGAS CULPABLE TAMBIÉN HOY➡️

     Sus emojis de la risa son contagiosos, casi que puedo oírlo reír y todo. Por eso yo le respondo igual. Con siete caritas sonrientes.

➡️ME ALEGRA "LEER" QUE ESTÁS MEJOR.
➡️AURORA ME DIJO QUE TUVISTES UN ACCIDENTE.

NADA APARATOSO. FUE SOLO UNA HERIDA DEMASIADO  ALARMANTE➡️

➡️¿QUIERES QUE LO DEJEMOS HASTA QUE ESTÉS RECUPERADA?

NOOOO➡️

     Puede que se haya "leido"  extraño, quizás hasta parezca desesperado, pero es lo que he sentido. Quiero seguir hablando con él. 

     El silencio del chat en blanco se rompe con el sonido de su llamada.

    —No sé qué hubiera hecho de haber sido tú respuesta un sí —dice nada más descolgar.

    —Insistir hasta las siete y media, está visto que tú eres muy convincente y que yo no puedo dejarte en espera.

    No parece importarle mi sinceridad. El soplido que emite es de alivio, lo adivino porque oigo su risa también.

    —Perdona que me haya adelantado a la hora convenida.

     —No te preocupes necesito una distracción ahora que he discutido con Aurora.

      Me siento ruín, ya  no solo me hago pasar por otra mujer, ahora además me invento una vida que no es la mía.

     —¿Quieres contármelo? Así no tengo la sensación de estar solo en esto —propone riendo.

     —Depende,  ¿vas a cobrarme trescientos pavos?

     —No, tengo el refranero español a mano. 

     Los dos nos reímos a carcajadas.

     Tardo unos segundos en ir a la cocina a por mí propio paquete de pipas, el que fotografío y mando con este mensaje.

LISTA PARA LA TERAPIA DE HOY➡️

    Y cuando él lo recibe me contesta con un escueto gracias

     —¿Y qué has hecho hoy? Yo no puedo contarte demasiado si ya sabes lo de mi herida y los analgésicos que me han tenido frita.

     —Pues mira, he ido de compras como me recomendaste, pero he empezado por la imagen de mi casa, quiero evitar pensar en Sonia, ¡y adivina qué!

     —¿Qué? —digo siguiéndole el juego.

      —Que no sé si sea mejor cambiar de casa, porque no acabaré en la vida. Todo fue a elección de ella creo que ni en las pulgadas de la televisión intervine.

      —Me parece genial que hayas empezado por ahí, además improvisando —ánimo su buen criterio.

      —Es que cada vez de me da mejor eso de no visitar baños ajenos —se anima también él mismo.

      —Pero… no puedes culparla a ella. Seguro que no quisiste participar en esas decisiones domésticas.

     —Lo considero normal, Romina. Un mueble para la televisión es un mueble y ya, con que sea práctico y quepa en el lugar escogido, ya es perfecto, ¿para qué más historias de color, capacidad y demás?  

     —¿Y ese lugar, en tu casa, crees que tenia un letrero tipo: espacio reservado para el mueble de la tele de Eloy? —mi pregunta resulta intimidante, y eso pretendo precisamente. ¿Se puedes ser menos detallista que este hombre?

     —No te sigo.

     —Por lo que me estás diciendo, Sonia se vio sola y sin ayuda para decorar vuestra casa, el rincón más acogedor de todos, el que os permitía estar juntos en el sofá viendo esa televisión.

     El parece seguirme ya, porque me dice:

     —Joder, pues no sigas hablando  porque con el dormitorio pasó exactamente igual.

     —Ay, dios, Eloy —digo como lamemto—, está bueno ser un lobo solitario e independiente, pero no siempre es lo acertado. Recuerda que hasta un lobo necesita de su manada. Y ya no digamos de su pareja.

     —¿Vamos a empezar ahora con las comparaciones del reino animal?, porque desde ya te digo que estoy hecho un lío con tanto refrán y citas célebres.

     Pasarlo bien, se lo está pasando bien, ríe y hace  bromas de cada cosa que le digo, y eso que estamos hablando de Sonia y yo crei que eso le hacía enfadar. Lo puede tomar como un avance por su parte. 

     Me doy una palmadita en la espalda, imaginaria, por el trabajo bien hecho, claro, que sería en el lado que no tengo herida.

     —¿Y por qué no iba hacer comparaciones? Después de todo somos animales, dicen que racionales, aunque lo dudo mucho conociendo a cada espécimen que me encuentro en el trabajo.

     —Bien, acepto la comparativa entonces —Ríe de nuevo—. Éramos una pareja de lobos hasta que ella prefirió follarse a otro macho alfa que la tendrá más grande que yo.

     No sé si me atraganto por las pipas, o por lo que he oído de él. Siempre ha sido tan educado conmigo que no me hubiera imaginado jamás que pudiera hablar así.

     —Perdona que te implique a partes iguales, Eloy —digo cuando consigo respirar sin toser—.  Pero soy de las que piensan que en una infidelidad intervienen los dos conyugues. En tu caso concreto, vale que ella no fuera sincera contigo cuando dejó de estar enamorada de ti y optó por engañarte, pero ¿y tú?…, dudo de que alguna vez lo estuvieras y se lo demostraras.

     —Eso tú no puedes saberlo. —Y se aprecia indignación en su tono de voz.

     —Es lo que me proyectas. Un hombre acomodado en la pareja que ha formado sin necesidad de salirse de las reglas establecidas entre los dos. My rules, my way.

     —Como no pienso de la misma manera que tú, y no soy tan listo…, ¿te importa explicármelo con dibujitos gráficos, por favor? —pide desde su ignorancia, pero con cierto tonito de burla.

     Y eso me molesta mucho. No sé si porque menosprecia mi inteligencia, o porque se empeña en decir que ama a su mujer.

     Como sea, será difícil que lo entienda, ya que para nada está de acuerdo conmigo, que sigo diciendo que ni siquiera la amó una primera vez. 

     —Haré algo mejor. Si te comportas cono un niño, te contaré un cuento. Apunta si quieres —digo desafiando su propia "inteligencia"—. Chico conoce a chica en el trabajo de su papá,  el del dinero. Chica guapa, chica simpática, chica lista. Vamos, lo que viene siendo una joyita decorativa que queda de puta madre agarrada a su brazo y que enorgullece a mamá,  la de las apariencias.

    —Romina. —Pero ya no oígo su risa, ni siquiera oigo su voz, es un gruñido lo que sale de su garganta.

     Y yo sigo contando la historia:

    «Como el chico se encapricha de la chica, la conquista, le dibuja en el horizonte de sus futuros la mejor de las vidas, juntos. Pero hasta ahí. Porque el chico, no sé si es por pereza, aburrimiento o asco, no se moja en nada que pueda hacerle feliz a él, ¿para qué molestarse?, si ya tiene su trofeo final y un rumbo marcado, bien derechito y sin colores, hacia lo que él cree que es la felicidad.»

     «Y es cuando esa falsa burbuja le estalla en la cara, como las verdades que se niega a escuchar ahora»

     «Chico dice estar pasándolo mal, lloriquea a todas horas y bebe para tratar de olvidar, dice que está hundido sin la chica, la que se ha ido con otro chico de polla más grande, pero en cuanto tiene la oportunidad de salir a flote, nadar hacia la orilla y pisar tierra firme, de nuevo el chico llora y se mete al mar sin salvavidas, es más cómodo, como la vida que lleva,  seca y sin obstáculos. Y encima culpa a la chica, o al del pollón, eso todavía no me ha quedado claro, de ser quien le ha desgraciado la vida sin saber que el culpable es él»

     Su silencio me desespera, preferiría que apagara el teléfono, me lo pondría mas fácil para acabar con esto, pero no, él se encarga de que lo oiga respirar y sepa que me ha oído, alto, porque he chillado, y claro, porque no he titubeado ni en una sola coma.

     —No has colgado —le digo yo rompiendo la falta de sonido.

     —No —contesta él como si no fuera evidente.

     —La primera vez no dudaste en hacerlo.

     —No soy el experto en esto, pero quizás esté aprendiendo a manejarlo.

     —Lo siento. —Cierro los ojos para enfatizar mi disculpa aunque Eloy no pueda verme.

     —No lo hagas o me harás sentir peor.

     —Mierda, Eloy, tenías que animarme tú, no que he acabado haciéndolo yo porque he herido tus sentimientos.

     —La improvisación, y sin pensar, parece tu fuerte, Romina —dice sonriendo levemente, casi inapreciable a mi oído.

     —Si es que soy gilipollas, no mido mis decibelios de enfado. 

     Para ser la segunda vez en menos de media hora que discuto con personas que me importan, me estoy luciendo. 

    Una vez más su silencio me pone en un dilema, ¿cuelgo y que esto quede en el olvido?, ¿o hablo y continúo lastimándonos a ambos?

     —Vaya mierda de cuento, los niños tendrán pesadillas con esa porquería —afirma con rotundidad.

     Mi risa está a punto de convertirse en llanto.

     —Sí, ¿verdad?, la suerte es que todavía está por escribirse el final que el chico quiera.

     —¿Algo así como: chico reacciona tras una somanta de palos verbales y nada a contracorriente para salvar su culo?

     —Algo así, sí —digo ya riendo sin remordimientos.

     —No me ha gustado la comparación animal.  —Sinceridad antes todo, me parece bien—. Tendremos que perfeccionarla.

     —¿Tendremos?

     —Yo soy el aconsejado, lo sé, pero a partir de ahora daré también mi opinión.

     —¿Quieres hacerlo ahora? Quizás eso equilibre mi metedura de pata —propongo. Está decidido a continuar con este absurdo de terapia,  necesita su momento.

     Eloy respira hondo y comienza:

     —Nunca lo vi de ese modo. Es cierto que Sonia me deslumbró por su carisma y su belleza, pero también es cierto que la quiero, a mi manera, pero la quiero. No sé si es de una manera bonita, o con una pasión desgarradora, pero sí sé que es íntima y con un compromiso que ella no respetó.

     «¿Que me acomodé a nuestra vida?, también, no lo niego, ella me lo hacía así de sencillo. ¿Que la rutima me impidió ver lo que pasaba?, puede ser, la carencia de las demostraciones de amor ni se notaban. ¿Que no supe mantenerla a mi lado?, seguro, nunca he hablado tanto como hasta ahora, nunca fui de poner mis sentimientos a juicio. Jamás pude decirle que la sentía lejos, aún durmiendo en la misma cama»

     Me mantengo unos segundos callada, quiero darle su espacio. 

     —Estás haciéndolo muy bien, Eloy. Si ya puedes hablar de ello, es porque te encuentras más fuerte. Verás como tu próxima relación será hermosa, con unos cimientos muy claros que la harán indestructible.

     —No sé si tendré ganas de comenzar otra vez, me pilla cansado. 

     —Pero más espabilado y listo. No digas tonterías, porque ahí fuera hay una mujer que será tu compañera de vida.

     —Está vez no quiero una loba.

     Yo me río a carcajadas ya, y la tensión que se mantenía entre ambos teléfonos desparece cuando Eloy también ríe.

     —Bien, puedes elegir el animal que quieras.

     —¿Qué tal un ave? Dicen que son monógamos y de polla corta, así no me llevo otra sorpresa.

     —¿Quieres un ave? Pues será un ave —digo riendo más.

     —Un loro. Con la que pueda hablar por horas y comer pipas de calabaza.

     La pipa que yo estaba comiendo, precisamente, se me queda atragantada y me hace toser.

     Eloy se ríe de la putada que me ha hecho.

     —Te la debía, bichejo —dice riendo.

     —Sabes que puedo aconsejarte con la comida, ¿verdad? Y recuerda que odias los baños públicos.

     —Bueno… lo que no mata, engorda, creo que era así el refrán.

     E interrumpo su risa con mi agradecimiento.

     —Gracias, Eloy, otro día que acabas por mejorarlo.

     —Todavía no termina, todavía no comienza mi terapia. ¿Quieres que pasemos al café?

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