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No he necesitado oír la alarma para despertarme. El timbre de la entrada ha vuelto a ser el encargado de hacerlo en su lugar.
Abro la puerta todavía estirando cada músculo de mis brazos y espalda y hago pasar al salón a Anika y a Jazmín, quedamos en ir a hablar con el contrabandista de alcohol que nos hará un buen precio por nuestras botellas, cortesía de Mijail.
—¿Vas a alguna parte? —pregunta Anika, convirtiéndose en la portavoz de ambas, cuando reparan en mis maletas. Una de ellas incluso sigue abierta sobre el sofá, a medio hacer.
Cuando llegué esta mañana, juro que no las ví, poco estaba yo para ver nada si entré hambrienta, con los pies doloridos y deseando oír a Eloy.
—¿Piensas dejarnos solas? —pregunta Jazmín, asustada.
—No os precipiteis, por favor. —Cierro la puerta de entrada porque creo que nos pondremos a gritar de un momento a otro, y no quiero que Aurora y Tomás se enteren, la vecina del C ya me da igual.
—¿Te da miedo enfrentarte a Mijail o es que en realidad no podrías hacerle nada?
—¿Qué insinúas, Anika?
—Quizás no nos hayas contado todo lo que te unió a Mijali.
Jazmín le ha dejado todo el peso del regaño a Anika, quien parece defenderse mejor.
—Ya he hablado con vosotras de mi relación con él y de mi aborto, ¿qué más queréis saber de lo que hubo entre nosotros?
—¡Tienes la maleta hecha, dispuesta a largarte en cuanto has visto que podemos arruinar su negocio, dímelo tú!
—¿Y crees de verdad que no la hubiera quitado del medio sabiendo que veníais esta tarde?
—Anika, eso es verdad —interrumpe Jazmín, la que ya sonríe al comprobar que no soy una traidora con ella.
Me cruzo de brazos a la espera de oír la disculpa de Anika. No tarda en llegar, solo cinco segundos.
—Perdóname, me he asustado. —Su voz tiembla—. Puedo con esto solo porque estás tú, eres la más fuerte de nosotras, de lo contrario me entregaría en bandeja de plata a Mijail con una confesión cobarde. Lo siento. —Y ahora se dirige a Jazmín—. Pero tus hormonas acabarán conmigo, ¡ya no sé si la preñada soy yo, con estos cambios de humor!
Yo la abrazo para que no tenga dudas de mí, aunque también se lo digo para que ella lo entienda:
—Él ya mató lo único que podía unirnos, no temas por eso. Y si alguna vez me ves dudar con Mijail, te doy permiso para que le cortes la polla. —Anika ríe a carcajadas y con eso nos relajamos las tres, la pobre Jazmín había enmudecido y todo.
—Prepara café, y ya estás pensando una buena explicación para eso —me ordena Anika señalando las maletas.
—Yo quiero té —se apresura a decir Jazmín.
—De eso nada, he leido que en el segundo mes no puedes tomar infusiones, así que un zumito y arreando.
Jazmín y yo nos miramos al entender que Anika luchará con uñas y dientes para que el embarazo de Jazmín se culmine con éxito como no ocurrió con los nuestros, años atrás.
—Pero… —Jazmín quiere decirme algo.
—Déjala, cariño, sabrá hacerlo bien.
Le echo el brazo por encima de sus hombros y me siento con ella en el sofá cuando cerramos la maleta.
—Tienen que ser un par de moscas cojoneras —dice Anika al entrar desde el balcón, donde fumaba para no hacer daño a la embarazada.
Lo que yo te diga, nos quedan dos meses en el infierno aguantando a la aprendiz de ginecóloga.
Ah, sí, verdad, que en este momento hablábamos de Aurora, Tomás y el motivo de tener mi equipaje por todo el salón.
Después de hablar con el tío que nos comprará el alcohol, y al que le hemos sacado doscientos ochenta euros, ellas no se olvidaron de las dichosas maletas. Y para hablarles de mi viaje al pueblo me he tenido que remontar a mi llegada al edificio y a mi amistad con los abuelitos encantadores, como los ha llamado Jazmín. Anika ha sido más grosera, pero igual de acertada. Puede que empiece a mezclar adjetivos para llamarlos abuelitos cojoneros.
—Tengo que decirles que no me voy, que me quedo por vosotras.
Y que el dinero de Eloy ya está gastado en Jazmín, pero de esto no tienen por qué saber nada todavía.
—No lo hagas, se enfadarán si no lo hiciste antes por ellos. —Jazmín está de lo más acertada.
Y hambrienta la puñetera, porque ya se ha zampado casi un paquete entero de galletas con dos vasos de leche.
—Pues les diré que es por ellos, al menos hasta que reunamos el dinero de tu deuda.
—No los conozco. Pero me encantaría estar en el momento que eliges con quién vas a vivir y ver la cara del otro. —Anika ríe divertida.
—No decido todavía con quién será. Como solo tengo que atravesar el rellano con las maletas, puedo esperar algunos días más.
Y de repente me golpea la mano cuando iba a coger una galleta.
La miro sorprendida, mientras me acaricio el dorso de la mano. Ella hace igual, con los ojos muy abiertos.
—Lo siento, Romina, creí que eras Jazmín y trataba de evitarle problemas de glucosa.
Ahora es Jazmín quien agarra mi mano y me dice muy seria.
—Déjame vivir con el abuelito que te sobre, no me dejes en las manos de ella.
Y ambas reacciones acaban por hacerme reír.
—Romina, mujer, tu teléfono está sonando.
Es cierto. Lo oigo en alguna parte de la casa, a lo lejos. Sí, es en mi dormitorio.
Corro a por él y sé que con eso me veo desesperada cuando todavía no son las siete y media. Pero puede ser Eloy, que se adelanta, y no quiero que cuelgue sin hablar conmigo.
Cojo la pizarra y los rotuladores, y me tiro en la cama.
—¿Sí? —pregunto sabiendo muy bien quién es.
—Te noto distraída —dice Eloy con tono gracioso.
—Me has pillado ocupada, ni siquiera son las siete todavía, ¿sabes?
"Muy bien, Romina, que no sepa que estabas deseando que llamara"
—Lo sé, pero no me he podido resistir. ¿Crees que podrá ser ya?
—Dame un segundo, no cuelgues.
Necesito medio, pero no sé lo diré.
Bien por mí, si no quería que me notase ansiosa por hablar con él, de poco me ha servido.
He echado de mi piso a las chicas, casi a empujones y con excusas que habré de explicarles luego, y he regresado al dormitorio en menos de dos minutos.
—¿Por dónde íbamos? —digo recuperando el teléfono y mi postura desinteresada en la cama.
—¿Por el inicio? —comenta sarcástico. No importa, me hace reír.
—Estaría bien, sí. —Hago una pausa mientras escribo 🖍"inicio" en el centro de la pizarra—. Dime qué te motivó a buscar ayuda.
—Uf, directo a la yugular.
—¿Te incomoda mucho? Porque es algo de lo que tenemos que hablar, bueno, más exactamente es de lo único que deberíamos hablar.
Eso lo he dicho yo y para nada estoy de acuerdo. La conversación de esta mañana ha sido de lo más interesante y para nada hemos hablado de su divorcio, pero intuyo que no volverá a ocurrir, después de todo paga por ello.
—Quiero hablar de otras cosas hoy, para no ser tan directos el primer día.
—Me parece bien, tienes que estar cómodo con lo que vayas a contarme. —Y me permito sonreír.
—Estuve pensando sobre lo que hemos hablado esta mañana y he acabado improvisando después.
Se me escapa una carcajada que corto de inmediato porque no lo oigo a él reír.
—Lo siento, Eloy. Pero si has planeado improvisar, ¿no crees que ambos términos se contradicen?
—No, porque han sido un cúmulo de procesos previos —dice, y ya sé distinguir su tono serio de voz.
🖍Me apunto no volver a reírme de algo que él considera serio e importante.
—A ver, cuenta cómo han sido todos esos pasos hasta tu improvisación definitiva.
Eloy tose un par de veces para aclararse la voz. Oigo que cierra una puerta e inhala hondo.
—Al colgar el teléfono, esta mañana, ya no podía dormir, y fue entonces cuando me acordé de ti, no para bien, lo admito, porque aún tenía media hora de sueño antes de ir al trabajo.
—A mi favor diré que estaba igual de borracha que tú hace dos días.
—Mientes, pero ya no importa. —Y ahora sí que ríe—. Entonces me entró hambre por recordar tus macarrones.
—Ay, dios, y no me digas que no tenías ensaladilla en el frigorífico para desayunar.
—¿Quieres oír toda la historia o paso directamente al final?, porque me ahorrarías trescientos pavos de terapia.
Menos mal que parece no querer parar de reír. He llegado a pensar que se había enfadado conmigo.
—Continúa, no me la pierdo por nada del mundo.
—Haces bien, porque de nuevo pensé en ti, y cuando vi lo que tenía en el frigorífico…
—Y no tenías ensaladilla…
—Y no, no tenía… entonces me dije: Eloy, ya ha amanecido, así que vete a la puta calle a comer macarrones. Me vestí, con lo primero que pillé del armario, y bajé. ¿Sabes lo difícil que es encontrar un sitio abierto en el que te sirvan macarrones a las seis y cuarto de la mañana?, ¿y el frío que hace si vistes pantalón corto?
—Me lo imagino.
—Pues ahí es donde he tenido que improvisar.
—Creí que lo hacías desde que pensaste en mí —digo riendo.
—Eso ya se está convirtiendo en rutinario, no es novedad… a lo que iba con los macarrones…
No va a ninguna parte, ¡y que deje ya los jodidos macarrones!
Que se detenga y me explique eso de que piensa mucho en mí. ¿Cómo lo hace, como pensaría en su terapeuta?, ¿y por qué coño lo hace?, ¿y cuántas veces lo hace para pasar a ser rutina, por dios?
Aurora lo va a flipar, no puedo dejar de contárselo en cuanto termine de hablar con él.
—¿Romina?
—Perdona, sigue, por favor, a lo que íbamos.
Pues yo no voy a ninguna parte sin que me explique…
—Por eso entré a un restaurante chino de esos que no dan confianza porque tienen las luces a medio encender, y pedí Chow Mein de pollo, que vete tú a saber la edad que tenía el pollo o la recolección del trigo de los putos fideos porque tuve que improvisar en un baño público de la estación de Chamartín. Y era público, ¡joder!
Lo siento, si se enfada, que se enfade, pero yo no paro, ¡que me meo de la risa!
—Pero bueno, ¡has resultado ser todo un señor pijo de culo avergonzado! —digo sin ocultar mi descubrimiento. Suprise, surprise.
—No tanto, tan solo cuido mi higiene, eso es todo.
—Ya, en sanitarios privados de sitios pijos.
—Llámalo como quieras, Romina, no vas a avergonzarme porque me guste utilizar un baño limpio, sin pintadas en las puertas y con agua corriente y papel cuando los necesitas.
—No quiero hacer eso, de verdad. De hecho, tu improvisación casi te gradúa en espontaneidad. Lo juro.
—¿Casi?
—Bueno, la idea de que quisieras comer macarrones fue en realidad mía.
¿Y adivina qué?, él se ríe ahora conmigo.
—Gracias por tu aprobado —dice, e imagino que es sincero.
—De nada, y admiro que al menos trataras de hacer algo diferente a lo que acostumbras, para salir de tu zona de confort. Esas son las experiencias que te quedarán de tu vida.
—¿Coger enfermedades en los baños públicos? —pregunta con guasa.
—Comer lo que quieras, cuándo, dónde y cómo quieras sin temor a nada. —Y más que me río yo.
—Sienta bien hacerlo, siempre he sido de planes cuadriculados regidos por un reloj. A Sonia le espantaba la idea de que me saliese de lo establecido.
—¿Tenía ella su propia cuadrícula con sus planes? —pregunto intrigada por ese punto de ambos en común.
Eloy guarda silencio. Creo que hemos entrado en terreno peligroso, no sé cuánto tardará en cambiar de humor por culpa de su ex.
—Digamos que le avergonzaban ciertos comportamientos, y yo por no hacer que se disgustara…
—Te tragabas un palo al igual que ella.
—¿Qué?
—Suerte que te has liberado hoy de él en el baño de la estación.
—No sé si entiendo tus analogías con eso —dice confundido.
—Yo creo que sí, estás dejando de ser un estirado lameculos y solo te falta sacar los pies del tiesto por una vez en tu vida sin que te lo reproche nadie.
—Obviaré tu calificativo —dice riendo—. ¿Me estás pidiendo que cometa un delito, como poco?
—No seas extremista, Eloy, no todo tiene que ser blanco o negro. Hay una amplia gama de grises y colores con los que pintar a partir de ahora tu vida. Los mejores recuerdos se garabatean, no siguen ningún patrón definido.
—¿Esa frase viene en tus libros? —pregunta riendo.
—¿Por qué?, ¿tan ridícula te parece?, ¿o la ridícula por decirla, soy yo? ¿No encajaría eso en tu cuadriculado cerebro?
Quizás deba enfadarme con él más a menudo, que también vea que tengo carácter. No todo va a ser alegrarme por sus avances, que me muestre respeto, aunque ni yo misma sepa a veces de lo que hablo.
—No te ofendas, Romina, es solo que me ha gustado.
—Pues que bien, porque la leí en un sobre de azúcar del café, y tengo muchas para decirte.
Y ya no me importa que se ría de mí, o conmigo. Ese sonido me devuelve la vida, y me da que a partir de ahora lo necesitaré más de lo que creo.
—Ahora se me ha antojado un café —dice de repente—. ¿Qué te parece si compartimos uno en línea y me hablas de refranes y sobrecitos de azúcar?
Miro el teléfono en mi mano, sorprendida con su propuesta.
—¿Quieres tomar café, así? —le pregunto sin saber qué más añadir.
—Sí, parece que me está gustando esa ventana de la improvisación solo porque tú la abriste para mí. ¿La cruzas conmigo?
¡Joder!, debería estar riendo y no le oigo precisamente hacerlo. Aunque yo tampoco distingo del todo que haya sido una broma. Mierda, ¡no ha podido decirlo en serio!
—De acuerdo, me tomo ese café —le digo yendo hacia la cocina—. Pero a cambio tú tendrás que oír tres de mis refranes sin objetar lo más mínimo esta vez.
Y ya no me sorprende oírlo reír.
De nuevo llego tarde, de nuevo me importa un carajo lo que me tenga que decir Mijail.
Él está sentado en el sillón donde las chicas y yo nos maquillamos, con esa postura de chulo que tanto odio. Piernas abiertas, espalda casi rozando el asiento, culo en el borde.
—Voy a cambiarme. —Y le informo solo para que se vaya.
—Me debes cinco minutos, ya sabes que pierdo dinero si no mueves ese culo tan durito ahí fuera —me recuerda él sin haberme oído, sin salir de la sala de descanso.
Lo pillo.
No se irá antes de decirme algo más y eso pasa por verme desnuda mientras me pongo la minúscula falda de tablas que me deja el tanga casi al descubierto. Que haga lo que quiera ya, pero yo no me callo, así esté en sujetador:
—Descuéntamelo de mis propinas de hoy. —Que por cierto el muy cerdo no nos da nunca.
—Yo había pensado más bien en una chupadita.
A su postura y palabras repugnantes hay que añadirle ahora sus gestos y sonidos. Se muerde el labio inferior y se agarra la polla por encima del pantalón mientras resopla exageradamente. Lo que un día me gustó de él mientras, me desnudaba en nuestras noches íntimas, hoy me repugna. Ni todo su atractivo, ni toda su belleza morena puede hacer nada contra lo asqueroso de su actitud.
—Si mal no recuerdo, Mijail, te seguiría debiendo tres minutos —digo cuando ya me he puesto la parte de arriba del bikini dorado.
—Cómo me gustaría taparte esa boquita tan dulce que tienes, nena —gruñe sin dejar de meneársela, esta vez por dentro del pantalón.
Cierro con todas mis ganas la taquilla.
—Hagas lo que haga, lo pidas como lo pidas, jamás volveré a arrodillarme delante de ti.
El efecto es rápido, ni lo veo venir. Mijail me arrincona contra las taquillas haciendo que mi cabeza golpee el metal, la poca ropa que llevo no puede hacer nada para que la llave de la puerta no se me clave en el omóplato derecho. Me quejo del dolor, pero oír mi lamento no le impide seguir, porque me coge por los brazos y vuelve a golpearme con la taquilla, por tanto, me clava la llave otra vez.
—Cuando a mí me dé la gana vuelves a ser mía —gime con su aliento de tabaco sobre mi boca—. Y cuando yo quiera, te arrodillas y mamas, ¿me has entendido? —pregunta con actitud delicada ahora que me acaricia el pelo—. Porque creo que la residencia de tu madre no mantiene a viejos de la beneficencia.
Lo empujo para apartarlo de mí, he necesitado hacerlo con fuerza, pero la rabia que me ha provocado ha sido suficiente motor. Lo odio. Odio la persona que es, ¿qué digo persona?, el pedazo de carne podrida sin sentimientos que es.
Mijail se ríe y no oculta que mi reacción se la ha puesto dura. Pero entonces, trata de disimularla girando su cuerpo para darme la espalda porque alguien está llamando a la puerta.
Es Jazmín.
Los ojos de mi amiga me cuestionan por encontrarnos a los dos a solas, y ojalá y me equivoque, pero espero que esa mirada agresiva no esté cargada de celos porque ella empieza a sentir algo por él.
Yo le sonrío, no olvido que está embarazada y un disgusto innecesario puede lastimar al bebé.
—¿Vamos, Jazmín? Ya llegamos tarde. —La invito a salir con mi mano señalando la puerta.
—¡Romina, ¿qué te ha pasado?
A su grito, Mijail vuelve a mirarnos, y lo hace más bien preocupado. Yo no entiendo demasiado qué ocurre hasta que me miro al espejo, donde ellos me señalan, y veo la sangre correr por mi espalda en un pequeño hilo rojo.
—Te has herido —confirma Mijal—. Lo mejor será que vayas a que te curen, tómate la noche libre si lo necesitas.
—Puedo cambiarme el uniforme y ya.
—No. Te vas a casa después de ver al médico. No me hagas repetirlo.
Y dicho esto, Mijail es el primero en abandonar la habitación cerrando con un golpe seco la puerta. Esta sala un día se cae a pedazos con tanta rabia como acumula dentro.
—Romina…
—Mañana, Jazmín, hoy no —le digo saliendo yo también, tras ponerme algo encima que cubra esta mierda de uniforme. No quiero tener que dar explicaciones a nadie en urgencias del hospital.
Mi teléfono:
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