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—¿Qué haces despierta tan temprano?

     —¡Joder, Aurora! Voy a tener que quitaros las llaves —grito del susto que me han provocado cuando he entrado en el salón de mi propia casa y los he visto en el sofá. 

     Pero bueno, ¿se puede ser más entrometidos que estos dos ancianos?

     Me llevo la mano al pecho izquierdo, el que todavía late con fuerza, aunque lo mejor sería darme la vuelta para seguir durmiendo, es posible que así se vayan.

     —Se ha asustado, pobrecilla —dice Tomás terminando de leer el periódico y dejándolo encima de la mesa.

     —Pues claro que lo he hecho, Tomás. Porque habrá días que me pilléis en bragas, o mejor aún,  acompañada. Porque hasta donde recuerdo me fui a dormir esta mañana y no estábais ahí sentados, en MI sofá,  en la que es MI casa.

     —En una semana ya no será tu…

     Miro a Tomás, enfadada, que no se le ocurra repetir que no será mi casa el lunes que viene.

     Él hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

     —Hemos venido a saber de Eloy —confiesa Aurora sin dar rodeos.

     —¿Qué pasa?, que como los domingos no echan tu telenovela turca, estás aburrida, ¿no? —le contesto antes de dejarme caer en él sofá, a su lado.

     —Lo cierto es que tu vida se ha vuelto mucho más interesante que un culebrón desde esa llamada.

     —E inquietante, no sabemos cómo terminará tu historia con el triste divorciado —añade Tomás.

     —Está visto que os hace falta ir al hogar del pensionista para ampliar vuestro grupo de amigos. Y se llama Eloy, Tomás, ya te lo dije —digo levantándome para ir a preparar café. Si vamos a cotillear sobre Eloy he de estar despierta, porque estos dos abuelos son muy listos.

     Noto un gesto extraño en la sonrisa de Aurora.

     —¿Qué?

     —Eloy —dice ella, y es como si a continuación le saliesen corazoncitos en los ojos.

     —Si podría ser tu hijo, Aurora —dice un malhumorado Tomás, aunque más bien creo que podrían ser celos. ¿Será posible,  con la de años que hace que se conocen?

     Ahí los dejo a ambos, muerta de risa mientras voy a la cocina, porque han empezado a discutir.

     Y al llenar la cafetera de agua me parece estar reviviendo el día anterior, solo que esta vez Aurora no me grita porque Eloy me esté llamando al teléfono.  La sensación que me provoca ese recuerdo no me gusta, es una mezcla de paz e inquietud al mismo tiempo, que me produce dolor de tripa. 

     Así que hoy no se hablará más de Eloy en MI casa.

     —Si estoy despierta a esta hora, es  porque he quedado con las chicas antes de entrar al club para hablar. Jazmín tiene un problema con Mijail —digo cuando llego al salón y dejo la bandeja de la merienda en la mesa. 

      Sé que he acertado con el tema de conversación.

     —Puto Mijail. 

     Tomás ya ha tomado partido y no me extraña. No traga a Mijail desde que tuvo que defenderme de él,  en ese mismo sofá en el que está ahora sentado. Solo por eso me resisto a quitarle la llave, su entrada inesperada,  cuando discutíamos casi a muerte, me salvó la vida.

     —¿Qué le ha hecho a esa pobre muchacha? —Para Aurora tampoco es novedad las salvajadas que comete ese animal.

     —Lo de siempre, ha dejado marca en su ganado.

     Ella se lleva la mano a la boca y niega en repetidas ocasiones. Sí, el caso de Jazmín bien que podría pasar por el mío propio, solo que no creo que ella lo hiciera con él estando enamorada, más bien apuesto a que buscaba su libertad.

     —Puto Mijail. —Sonrío con Tomás, ¡si supiera lo bien  que me siento cada vez que le escucho decir eso!—. Seguro que el cabrón pincha los condones.

     —¡Tomás!

    Aurora cree que Tomás ha podido molestarme con ese comentario, pero no puede estar más errada. Son cinco años de rabia contra él que no me permiten mirar más atrás, a cuando lo quería.

     —Yo también he llegado a pensarlo. No es posible que tanta eficacia en el látex, demostrada al noventa por ciento, en la polla de Mijail no alcance ni el diez.

    —Mira, como sus centímetros —dice Tomás 

    Me río a carcajadas con él al ver la cara de Aurora. Por eso adoraré siempre estos momentos con ellos. Por eso sé que los echaré de menos cuando me vaya el lunes. Por cierto, tengo que ir empaquetando mis cosas.


La quedada con las chicas es en la playa de Cabopino, una zona discreta en comparación con Puerto Banús,  donde trabajamos. Muchos nos conocen por frecuentar el Club, y ver juntas a la polaca, la mora y la pueblerina fuera del Burrow hubiera sido sospechoso, y no queríamos que llegase a oídos de Mijail, él es de los que piensa que: Coworkers, no friends. 

     Por ese  mismo motivo hubiera preferido vernos en mi casa a escondidas, y de allí luego salir para el club, pero resulta que Tomás y Aurora prefirieron quedarse, cuando me fui, para organizarme la mudanza. Miedo me da descubrir lo que habrán guardado ya en cajas. 

    —Sencillo —dice Anika llegando a la mesa con su copa y la mía. Jazmín solo bebe té. El local escogido es una cafetería, en la que ocupamos uno de los reservados del interior—. Mañana vamos al médico, conozco a alguien que puede adelantarnos una cita.

     La miro intrigada, creo que se debe a su experiencia particular, aunque no lo diga y se desvíe de dar explicaciones. Yo no tuve esa suerte de visitar a un profesional, Mijail me obligó a trabajar,  y acabé por caerme de la barra mientras bailaba, trás un mareo.

     —Yo no tengo dinero… —comienza a decir Jazmín.

     —No te preocupes por el dinero. Me quedó claro que estamos tiesas, las tres. Así que este amigo, cuñado de mi amiga, nos lo financiará.

     —Ya, pero es que yo….

     —¿Es de confianza? —pregunto yo, interrumpiendo a Jazmín.

     —Más que la profilaxis de Mijail, seguro.

     Las dos brindamos por ello.

     —Puto Mijail —digo yo como me enseñó a hacer Tomás—. Si le pagara a Jazmín sus seguros sociales, no tendríamos que acudir a la privada. No me sobra el dinero, joder.

     —Por eso digo que… —Jazmín lucha por hablar y que nosotras la oigamos.

     —Será una colecta a tres, Romina, podremos con ello —insiste Anika, quien se está llevando esto demasiado al terreno propio.

     Y entonces nuestro diálogo sobre clínicas privadas y facturas que se salen de los gastos habituales en nuestra economía, es interrumpido cuando Jazmín grita:

     —¡Quiero tenerlo!

     ¡Ay, dios, Ay, dios!, ¡que esto no estaba en el plan!

     —Calma, Jazmín, está claro que no lo has entendido.

     —Sí, sí que lo he hecho, Anika. Y por eso voy a escapar de Mijail.

     —Pues perdona que te dé el pésame en vez de la enhorabuena —le dice ella, nerviosa. 

     Y yo no lo estoy menos, pero siendo la mayor de las tres en esta reunión contra Mijail, y por la antigüedad en el trabajo,  parece que soy también la más sensata de todas.

     —Anika, por favor, escúchala.

     —No, Romina,  no. Está niña es imbécil. Mijail lo pagará con todas nosotras en cuanto se marche, y eso contando que la deje ir preñada, claro.

     —No podrá matar a su hijo —dice Jazmín.

     —¿Eso crees? —Anika hace la pregunta sarcástica con un tono cómico que yo hubiera empleado igual—. Lo hizo con el mío, ¿que tiene de especial el tuyo?

     Se ha levantado de la silla y esta ha caído al suelo. Agarro su brazo a tiempo de retenerla porque ya se iba. 

     —Nosotras no tuvimos quien nos ayudara, Anika.

     Ella me mira y sé que no da crédito a mis palabras. Afirmo con la cabeza todas las dudas que le hayan surgido sobre mí. Sí, fui la primera porque soy la más antigua en el club, sí, compadezco a Jazmín porque hubiera hecho lo mismo que ella, debatirme si tenerlo o no, y no, a mí no me forzó ni obligó de alguna manera como hizo con Anika.

     —Yo no lo quería tener, ¿sabes? Fue lo único bueno que él hizo por mí, pagar mi aborto —me contesta ella sin que le haya preguntado nada, y vuelve a sentarse junto a nosotras.

     Jazmín hace rato que llora y yo le pido con un gesto de cabeza, a Anika, que se disculpe con ella.

     —Jazmín —le dice para que esta levante la cara—. No voy a dejarte hacerlo sola.

     Sujeto la mano de Jazmín, y le sonrío con dulzura cuando se la uno a la de nuestra amiga. Que no  desaproveche su cariño, porque esa disculpa vale oro en este momento de tanta incertidumbre para Anika. 

     —Tenemos mes y medio hasta que tu barriga se note, cariño, dos si conseguimos meterte en los uniformes del club —digo haciendo cálculos.

     —¿Para qué? —quiere saber una muy inocente Jazmín, ¡dios, vamos a necesitar mucha ayuda con ella!

     —Para reunir tu préstamo, o tendremos que huir las dos contigo —contesta Anika.

     Ya casi nos entendemos, ella y yo, sin necesidad de hablarnos. Me gusta esta nueva relación de afinidad que nace entre nosotras.

     Jazmín nos da las gracias, y yo solo puedo pensar que ojalá sea cierto que podemos conseguirlo.

     —Romina, tu teléfono, mujer, es la segunda llamada ya.

     —Disculpad —les digo mientras me levanto de la silla para hablar.

     Y es cuando veo que es Eloy.

     Claro que le cambié el nombre, me gusta mucho más que "triste divorciado".

     Sí, estoy lo suficientemente lejos para que ellas no se enteren de nada. He salido al balcón que da a la playa.

     —Lo he hecho.

     —¿El qué? —tendrá que ser más concreto, el problemón de Jazmín se lleva todo mi entendimiento ahora mismo.

     —Pensar.

     —Sin gastar mucha materia gris por lo que veo, porque no puedes molestarme también un domingo por la tarde.

     Con eso he hecho que se ría y ya no sé si lo hago sin querer, o es que de alguna manera mi subconsciente busca oír ese sonido cada vez que hablamos.

     —¿No quieres oír mi negociación de terapia?

     —Creo que la dirás de todos modos.

     —Pues —dice con tono pedante—. No cuestionaré nada de lo que quieras decirme de Sonia. Puede que me oigas gruñir, te aviso, o hasta resoplar de cansancio. Y si maldigo o insulto, no irá contra ti, ¿de acuerdo? Pero no me pidas que no reaccione ante lo que me digas de ella porque no podría, yo todavía…

     —... la amas —termino por él.

     —Pero cada día menos, que conste. 

     —¿Y en qué año, de este siglo, dejarás de hacerlo por completo?

     Sus carcajadas, sin esperarlo, son un bálsamo relajante para mis oídos.

     —Bueno, ¿hay terapia o no? —dice de repente. 

     —Por ahora solo te aconsejaré —digo  evitando cualquier tema médico —. Pero habrá que poner fecha y hora para nuestras llamadas, no puedes pretender que tenga el teléfono libre para tus borracheras.

     —Eso se acabó, te lo prometo, beberé solo hasta el límite de los recordatorios en el móvil —dice riendo, y me hace reír a mí.

     —Esta hora me viene muy bien. 

     —Apuntada entonces. A las siete y media.

     —Y los lunes estaría libre.

     —¿Lunes, solo?

     —¿Qué pretendes? Hasta que llamaste el jueves tenía una vida que me gustaría seguir teniendo.

     No es cierto, de poder abandonar el club ya lo habría hecho hace años, pero la residencia de mamá no se paga sola. Visto así, fuera del Burrow no tengo vida.

     —Lunes, miércoles y viernes. Con una llamada urgente los fines de semana.

      —¿Ya sabes que necesitarás una de emergencia los fines de semana? En serio, tienes que dejar de beber, Eloy.

     Él sigue riendo a carcajadas.

     —Noooo, esa es solo por si quiero hablar contigo, no con la doctora.

     El teléfono casi se me cae de la mano. Lo ha tenido que decir en sentido figurado, no creo que me haya descubierto ya, de lo contrario no querría llamarme el resto de la semana, ¿no? Solo hay una manera de averiguarlo, obligarle a pagar.

    —Siendo así,  serán mil euros la semana.

    —Pensé en mil doscientos, pero me vale.

     —¿Qué?

     Mi grito alerta a los clientes de la cafetería que están en la terraza, varios pares de ojos me observan como si me hubiese vuelto loca. Y estoy a punto de hacerlo, no creas, ¡acabo de perder doscientos pavos!

     —No puedes decirlo en serio.

     —Pero es tu tarifa.

     —Ya, pero yo no… Yo no soy…

     Y me callo a tiempo de confesar que no soy la doctora.

     Miro a las chicas al otro lado del cristal, Jazmín ya no llora, pero no dudo de  que lo haga cada amanecer al llegar a su habitación, en ese piso compartido que tiene con tres estudiantes. Y Anika… bueno, ella parece fuerte, pero Mijail la tiene acobardada.

     —¿Romina, estás ahí?

     —Hasta mañana, Eloy. A las siete y media.

     Oigo que me pide que no cuelgue, pero ya es tarde.

     Tras respirar profundamente regreso con las chicas.

     —Anika ha tenido una idea para conseguir dinero.

     Yo también la tengo, bueno, no es mi idea exactamente, es de Tomás y Aurora, y se trata de estafar a un pobre hombre que confía su desgracia en mí por mil pavos a la semana.

     —En realidad sigo diciendo que un aborto es más conveniente y más barato… —Me mira y se calla de inmediato para no entristecer más a Jazmín.— Pero bueno, sí, tengo dos ideas más bien. Jazmín se viene a mi piso estos dos meses y ahorra su alquiler. Son mil doscientos ya, los que ahorramos.

     —Perfecto —digo apurando mi copa, es hora de irnos ya si no queremos problemas añadidos con Mijail—. ¿Y cuál es la otra?

     —Robarle alcohol a Mijail, los fines de semana. cuando más gente hay en el club.  —Escupo mi trago ante lo disparatado de su propuesta, regando de ron con cola la cara de Jazmín—, sé de un amigo, cuñado de una amiga, que puede comprárnoslo a buen precio.

     —No será el ginecólogo,  ¿verdad?  —pregunto riendo.

     Y entonces al ver reír a Anika, y que Jazmín ríe con ella, sé que nuestro plan de joder a Mijail puede salir bien.

     Mi teléfono suena en una notificación de bizum. La abro y es el pago por adelantado de cuatro días de terapia psicológica. No puede ser. Sonrío al pensar en Eloy, y a su vez me da rabia haberlo hecho. Aun así, pongo el móvil sobre la mesa para que las chicas lo vean, subiendo la apuesta del alquiler de Jazmín y el robo de licor.

     —Mil euros más. En dos meses matamos de un infarto a Mijail. 

     —¿Podemos mejor hacerle tragar su polla? Le dolerá más, y a nosotras, menos.

     Un segundo tardamos en reaccionar Jazmín y yo, para hacerlo con risas que nos devuelven la vida.

     Regreso a casa tras la noche más tranquila del fin de semana. En esta ocasión solo he tenido que llamar al jefe de seguridad una vez, un grupo de chicas querían hacerme fotos mientras bailaba para colgar en sus redes, y eso no es algo que se permita en el club  sin abonar previamente los derechos de promoción del local, no es por el mío a la privacidad, eso está claro. 

     Por lo demás no hemos tenido mayores problemas. 

     Eso sí, robar tres botellas de Aberfeldy se convirtió en nuestro principal objetivo, el que conseguimos después de cambiarlas varias veces de escondite y engañando a  Mati, la encargada de barra, hoy. Al menos las de ron las pudimos extraer con más destreza, porque tiene poca demanda. Anika se envalentonó, y ella sola arrasó con dos de ginebra. Creo que serán un total de trescientos euros para ser el primer día. Próximo objetivo: sacarlas de las taquillas y, por consiguiente, del club. Pero eso será ya mañana.

     No le he enviado a Aurora el mensaje de mi llegada a casa, es temprano, las cinco y media, y he querido dejarla dormir un poco más, o de lo contrario estaría en el rellano con mis zapatillas. 

     Al entrar me dirijo a la cocina, este desequilibrio del sueño y de la nutrición basura acabarán conmigo, ¡pues no que me apetece macarrones a la carbonara antes de irme a dormir!

     Cuando ya están listos en el microondas, y me siento en la encimera a comerlos, me permito un segundo de relax para mí. La inminente mudanza al pueblo, que he de posponer ahora, el embarazo de Jazmín , y que eso además me hiciera recordar el mío  junto con lo que he sabido también de Anika, bien  que me han dejado agotada emocionalmente. 

     Y entonces sé justo lo que necesito, una sonrisa.

    Cojo el teléfono y no me lo pienso demasiado, espero que Eloy descuelgue pronto. Aunque por la cantidad de tonos que van ya, no creo que lo haga.          

     —¿Sí?, ¿diga? —Oigo cuando estoy por apagar el móvil.

    Su tono de voz no es de ebrio, sino que suena más bien somnoliento.

    —He tenido un día asqueroso —digo sin saludarlo.

    —¿Romina?

    Eloy se mueve inquieto y casi deja caer su teléfono, lo sé porque ha dicho joder y mierda. 

     Ea, con eso ya ha conseguido que sonría. 

    —¿Qué te pasa?

     —Ahora ya nada, acabo de llegar y estoy comiendo macarrones antes de dormir.

     —Romina, por dios, ¿aún no amanece y me llamas para decirme eso?, ¿has bebido tú?

     —No, y no. Te llamaba porque quería hablar contigo, pero oye…, que lo entiendo, ¿sabes?, tú pagas por ayuda emocional, pero yo no. Y además acordamos que fueran los lunes, miércoles y…

     —¿Qué?, no, no es eso… ¿querías hablar conmigo de verdad? —pregunta, y adivino que sorprendido.

     —No me preguntes por qué, yo tampoco lo sé.

     —No lo hago, solo me has pillado dormido, y bueno…, me ha costado reaccionar a tus palabras.

     —Ya no tiene sentido que te pregunte qué hacías tú.

     Eloy ríe, y yo lo hago con él.

     —¿Así que macarrones? —dice, y continúa con voz chistosa—. Yo prefiero ensaladilla cuando las noches se alargan.

     —Tú no improvisas nunca, ¿verdad?

     —¿Por qué lo dices?

     —No sabes si la noche se convertirá en día antes incluso de salir, pero ya has pensado lo que comerás al volver.

     —Manías que tiene uno con su alimentación.

     Eso ha tenido su gracia.

     —Pues siendo así deberíamos trabajar la improvisación, o mejor dicho en tu caso, la falta de planes.

     —¿Ah?, ¿y no es lo mismo?

     —No porque improvisar lo hace cualquiera, se trata de escoger un plan alternativo, pero el arte de abrir una ventana cuando todas las puertas se te cierran solo lo tienen unos pocos.

     —Vaya, y yo que trataba de ayudarte, no podré igualar la enseñanza del refranero español —confiesa riendo. 

     —Todavía puedes intentarlo, que para eso te llamaba. Y ya no hay remedio, estás despierto —contesto riendo con él. 

     —Pero tú eres la experta. ¿Cómo puedo yo mejorar tu día antes de que te vayas a dormir?

     La conversación ha dado un giro radical. Salgo corriendo de la cocina y busco por el salón la pizarra y los rotuladores que me regaló Aurora. 

     No la encuentro. 

     —Si me quieres ayudar, dime cuándo se abrió tu ventana, quizás eso me sirva a mí —le pido buscando un bolígrafo, el que me dispongo a utilizar sobre el libro de Jorge Bucay que sí he localizado de inmediato.

     En las primeras páginas en blanco, escribo: 🖍Su ventana es la mía.

     —¿Quieres saber en qué momento la situación mejoró para mí?

     —Sí, y cuéntamelo como si yo no supiera nada del psicoanálisis, por favor.

     Ese condicional está de más en el ruego que le he hecho, pero obviamente no puedo dejarme descubrir. Y decirle además que es cierto que no sé nada de nada me delataría al instante.

     —Todavía no sé si llegará ese momento para mí. Pero supongo que se asemejará mucho a cuando contestaste al teléfono la primera vez.

     —¿Lo dices en serio?, ¿y cómo fue?

     No deja de sorprenderme y lo apunto en el libro: 🖍Su llamada es mi respuesta.

     —Extraño. Como si me pusieran un colchón enorme tras una caída al vacío. No me ha pasado nunca, pero fue como en esos sueños en los que crees estar cayendo en picado y de repente despiertas. 

     —¿Como volver a respirar, entonces?

     —Sí, exacto. Después de haber estado hundido y salir a flote cuando recibes un salvavidas.

     —¿Acabas de compararme con Pamela Anderson?

     —¿Quién? No, por dios.

     —Así que no crees que pueda ser Pamela Anderson.

     Me he tapado la boca para reír.

     —¿Qué?, no. No diré nada que me haga parecer más idiota, no hasta que dejes de meter esa imagen de sus pechos rebotando en mi cabeza.

    —¿Te gustan las tetas de Pamela Anderson? —No sé ni cómo puedo hablar si la risa va a matarme.

     —A ver, Romina, ante una imagen preconcebida de ti, te prefiero castaña, de piel más oscura y ojos negros.

     Se acabó, no puedo hablar, y no es por la risa. Eloy ha confesado que se ha imaginado cómo soy, y lo peor de todo es que ha acertado. Mi piel canela, mi pelo oscuro. 

     —Gracias, ya me encuentro mucho mejor. No todos los días la comparan a una con Pamela.

     —Para ser sincero no sé si era lo que esperabas de mí.

     —Ahora me iré a dormir con una sonrisa, creo que no ha estado mal.

     Y después de darnos las buenas noches, en mi caso, y los buenos días, en el suyo, sigo comiendo con la sonrisa que, para ser sincera, me ha dejado en el rostro.

Mi teléfono:

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