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Tras pasar gran parte de la mañana sin poder dormir, debatiéndome entre mi propia conveniencia por el dinero y el desengaño que sería para ese hombre que me hiciera pasar por su psicóloga, la tarde no ha mejorado en cuanto a conciliar el sueño en una siesta.
Y no he despertado precisamente por mi cargo de conciencia, sino porque a Aurora le ha parecido más práctico utilizar el timbre, que su llave, para entrar.
La mujer ha llamado de manera constante a la puerta a las cinco y media, como bien dijo que haría. Ya despierta, y sin poder ocultarme por más tiempo en el dormitorio, le he abierto para que entrase a mi casa como si fuera la suya. Arrasando.
—Necesitaremos esto, Romina, cariño —dice poniendo las cosas que trae sobre la mesa de café del salón y se deja caer en el sofá, en su sitio preferido junto a la ventana y esa lámpara vintage que ella misma me regaló, y que no dudo fuera suya del siglo pasado y no de colección de diseño.
—¿Qué es todo esto? —digo con los ojos aún por despegar, del sueño que tengo.
—No usaremos papel y boli esta vez, he traído una pizarra y rotuladores de esos que se borran con la mano, un par de libros de Jorge Bucay y un plano de Madrid.
Sí, yo tampoco entiendo bien esto último. En realidad no entiendo ni lo primero ni lo segundo tampoco, pero ya son casi las seis de la tarde y todavía me debato si coger o no la llamada, no puedo andar pensando en las ideas disparatadas de Aurora.
Yo tendría que estar durmiendo, es sábado y esta noche trabajo. Pero por más que quiero no puedo cerrar los ojos y poner el móvil en silencio. Más que nada por la intromisión de mis vecinos en mi casa, porque aquí llega Tomás, entrando con su llave para unirse a la integrante de su escuadrón.
—¿Qué me he perdido?
—Nada, Romina estaba a punto de hacer café.
—¿Ah, sí? —digo bostezando, y mira, no hay mal que por bien no venga. Cafeína en vena es lo que me viene haciendo falta.
Me retiro a la cocina para dejarlos cotilleando, es cierto que necesito el café para despabilarme.
Pero no llego a ponerle agua a la cafetera cuando Aurora me grita.
—Corre, Romi, es él.
Mierda, se ha adelantado. Me sorprendo al verme soltar las cosas y acudir al salón. Cierto es que además lo hago corriendo.
Su apodo de "triste divorciado" ilumina la pantalla sobre la mesa. Los tres la miramos, embobados.
—¿Manos libres? —pregunta Tomás.
—Es lo justo, no estaría en pie si no es por nosotros. —Aurora está dispuesta a enterarse de todo a como dé lugar.
Y aquí es donde me impongo. Si voy a hacerlo, será a mi manera.
—De eso nada —les digo mientras cojo el teléfono y descuelgo en privado.
—Buenas tardes.
Su saludo me relaja, increíble pensarlo hasta hace un segundo.
—No mintió usted cuando dijo que me llamaría. —Lo siento, ha sido una respuesta muy fría, pero por alguna razón no quiero parecerle interesada, y que estos dos me vean así, mucho menos.
—Bueno, al parecer bebí mucho, porque me puse un recordatorio para no faltar a mi palabra. ¿Cuenta eso a mi favor?
—¿Para qué exactamente?, ¿para desafiar los efectos del alcohol o para reforzar su memoria?
Él ríe a carcajadas y eso hace que me sienta bien. Dijo que lleva tiempo sin hacerlo y conmigo parece que no le cuesta tanto reír.
Y como a mis amigos tampoco les cuesta estar pendiente de mí, mis palabras o reacciones, me retiro a mi dormitorio para tener intimidad. Pero antes cojo la pizarra y los rotuladores porque intuyo que los necesitaré.
Puede que haya estado paranoica y que después de todo sea fácil hacerme pasar por psicóloga, él hace que sea fácil por lo menos imaginarlo.
—Para que vea que estoy interesado en sus terapias y me dé esa cita telefónica —confiesa rompiendo el silencio de mi trayecto.
—Antes necesito decirle algo sobre nuestras sesiones.
Todavía tengo conciencia, y esta no deja de decirme que estaré estafando a este hombre.
—Está bien, la escucho.
Y allá que voy, sin pensarlo.
—No se tratará de terapia propiamente dicha. Recuerde que estoy ausente de Madrid, así que olvidaremos mi título por el momento. —Más que nada porque no tengo ninguno—. Será como hablar con una amiga, o en su caso concreto con alguien desconocido que le dará su visión objetiva a cuanto le diga.
—Usted es la que manda, y si cree acertada su postura, por mí no hay problema.
Cierro la puerta de mi habitación, y me siento en la cama, donde organizo la pizarra.
🖍No soy la psicóloga.
—Y otra cosa. Nadie deberá saber que hablamos por teléfono. —Pienso principalmente en su amigo, quien visita a la auténtica terapeuta y me delataría de inmediato—. No quiero comenzar a hacer excepciones con todos mis "aconsejados" fuera de la consulta.
—Me gusta la idea de que sea secreto, aún no asimilo que tendré ciertas charlas con usted. Y aconsejado suena mejor que paciente, no me considero enfermo de nada, todavía.
—Y hace bien, porque no lo es, solo se siente confuso, señor…
Dejo el hueco en la pizarra para rellenar con el nombre.
—Puede llamarme Eloy.
—Eloy. —Y lo recalco dentro de un enorme círculo.
—Y si esto no va a ser formal, deberíamos tutearnos, ¿o estaría fuera de lugar hacerlo? ¿Cómo puedo llamarte yo?
Me hace sonreír, parece no saber el nombre de esa mujer.
—Romina está bien, dejemos lo de doctora para alguien que sí lleve bata blanca.
De nuevo ríe sin costarle demasiado.
—Gracias, Romina, has hecho que me relaje de nuevo, lo que es extraño si consideramos que tengo fama de cabrón, neurótico y exigente.
Adjetivos que apunto bajo las palabras: 🖍visión propia, y un interrogante❓️
Pues yo no me encuentro del todo cómoda. Esto de hablar desde una posición en la que finjo ser otra persona no me satisface, me hace falsa, pero incluso así sigo sin poder negarle mi ayuda.
—Creí que eso fue anoche, al menos se te escuchaba bastante relajado ya —le digo evitando otra sonrisa, ¡qué tonta!, ni que me viera hacerlo.
—Una conducta imperdonable por mi parte.
—¿Enviar mensajes a las dos de la madrugada, estando bebido? —Y esta vez sí que sonrío.
—No, ahí parece que estuve acertado. Me refiero a celebrar mi divorcio cuando lo que estoy deseando hacer es romper esos papeles.
Su tono de voz se vuelve grave y se aprecia su enfado. Mirarle a la cara ha de ser una gran experiencia en la que se podrían admirar los matices de sus sentimientos.
Por ahora sé que hablar de su mujer, próxima ex si han firmado ya el divorvio, lo confunde todavía más.
Sad, very sad.
Triste divorciado o casado enfurecido, no sé cómo lo nombraré a partir de ahora en mi móvil.
—Dicho así tendré que pensar que tus emociones van dirigidas a tu divorcio.
—Desde que recuerdo ella es la que las dirige todas, sí
Ups, 🖍dependencia matrimonial.
Apuntado.
—Podríamos empezar por ahí, ¿quieres? Hablemos de ella. —Me despierta una gran curiosidad esa señora, esos papeles concretos—. Pero antes, necesito tus datos personales —le digo dispuesta a hacer la lista.
—¿Para algo así como una ficha médica?
—Dijimos que no sería una consulta tan seria, pero sí, necesito saber de ti un poco más.
—Bien… puedo hacerlo… soy Eloy Cantero, treinta y ocho años de nacimiento, de casado quince, y cornudo, que yo sepa, desde hace tres. ¿Algo más? —pregunta enfadado.
—Suficiente, gracias.
Y tanto que lo es, ese es su punto de inflexión para rechazar el divorcio. Ni un Miura lo diría mejor.
—Creo que ya le he dicho más que a nadie en estos tres años.
—De eso se trata, ¿no?, de dejar salir esas emociones enquistadas.
—No lo sé, me costó mucho decidirme a hablarlo con alguien. Todavía no es algo que haya contado a demasiada gente.
—Un gran comienzo entonces, Eloy.
Y escribo en color rojo:
🖍Consentido durante tres años. Avergonzado por ello.
¡Joder, esto ya no se ve tan fácil! Los apuntes se aglomeran.
—Doctora…
—Nada de doctora, Romina, por favor.
—Romina, no me queda claro si esta es nuestra primera… ¿charla?
Tiene gracia, lo ha pillado al instante porque no lo ha llamado terapia.
—Algo así, y si estamos fingiendo que nos acaban de presentar, me toca… Yo soy Romina, de treinta años, llevo algunos escuchando y otros más creyendo que puedo aconsejar.
Eloy ríe sin ocultarlo. ¿Por qué me gusta ese sonido, y ser yo quien lo provoca, me gusta mucho más?
—¿Puedo decirle ya cómo me siento? —pregunta al acabar de reír.
—¿Eso es lo que quiere?
—No sé si es muy pronto, pero estoy harto, quiero salir a flote. Porque es pensar en ella y hundirme de nuevo.
—Vale, intentemos algo, ya sabemos su peor momento con ella, pero diga el instante de su vida en el que fue más feliz.
—¿Y eso va a servir?
—No estoy segura, quizás nos lleve a algún sitio.
Él respira hondo, puedo oírlo perfectamente, resopla a continuación.
—En mi boda.
—Afina un poco más, por favor, Eloy, ¿fue en el momento del sí?, ¿o por el dinero de los regalos?
Me gusta, no puedo negarlo, me gusta que ría de esa manera.
—Supongo que fue todo eso, incluido el alcohol gratis de la fiesta.
—¿Se ha dado cuenta de que no ha sido capaz de elegir un instante puntual con ella? Pudo decir cuando la vio llegar a usted y le sonrió, cuando la besó ya siendo su marido o cuando bailaron juntos en su fiesta, no sé… pero ha preferido decir todo, y ya.
—A lo mejor no puedo elegir porque es todo con ella.
El tono de su voz vuelve a cambiar para ser prepotente esta vez, lo que me molesta mucho sin saber el motivo.
—O a lo mejor ella no estuvo en los momentos felices de ese día, y sí estuvieron sus familiares, amigos, o ese compañero de trabajo, que no lo parece, pero se le ve buen tipo.
—Considero que ya está bien por hoy. Gracias, doctora.
No salgo de mi asombro, miro el teléfono en mi mano cuando Eloy ha colgado en menos de diez minutos.
Es increíble que este hombre se haya rendido en la primera llamada, ¡es tan evidente que sigue enamorado de su esposa!. Lo siento por él, no ha hecho más que empezar a sufrir.
Sí, vale, esto era de esperar. No soy nadie para creer que yo podía ayudarlo.
Bueno, espera ¿y por qué no? Que no tenga un título de psicología colgado en la pared no me hace menos competente para escuchar y dar mi opinión, siempre que no le cobre dinero y no quiera hablarle de sustancias alternativas para ser feliz, como el alcohol o las drogas que diría Tomás, no hago mal por querer ayudarlo.
Pero eso ya no podrá ser.
Salgo del dormitorio. A ver cómo les cuento yo a estos dos cotillas que ya no tenemos cliente que pague mi alquiler.
—Ya está, no volverá a llamar. Os dije que no valía para esto.
Sonrío, ha resultado fácil.
—¿Qué ha pasado? —preguntan a la vez.
—Ese hombre tan solo está enamorado, y no está dispuesto a que nadie le diga lo contrario.
Dejo el teléfono en la mesa y vuelvo a la cocina para hacer café, pero el grito de ambos me hace regresar al salón. De nuevo corriendo.
—Es él —dice Tomás.
—¿Quién?
—Ay, Romina, hija, quién va a ser —Aurora me pone el teléfono justo delante de la cara.
Eloy está llamando, bueno en realidad lo hace el triste divorciado. Triste e intransigente, que no se nos olvide que será durito para aceptar consejos.
—El primer día que la besé.
Menos mal que he vuelto a descolgar en privado, lo que no quita que esos cuatro ojos, y dos lentes de mucha graduación, me estén mirando fijamente.
—¿Qué?
Decidido, delante de Tomás y Aurora me es imposible hablar con Eloy, me observan alucinados. Regreso a mi dormitorio.
—El día que recuerdo más feliz con ella.
—¿Y no te dice nada que haga quince años ya de eso? —pregunto cerrando la puerta tras de mí
—Dieciséis y medio, para ser exactos.
—Sigue siendo mucho tiempo, Eloy.
—Bueno, luego a lo largo de los años los ha habido medianamente felices, la suma de todos bien que podría valer como otros, ¿no?
Y por primera vez rompo a reír a carcajadas.
—¡Oh, no! Vas a necesitar mucha ayuda, Eloy —le digo tratando de parecer seria. Y no sé si lo habré conseguido, porque he oído cómo él ha reído igual.
—Para eso te llamo, Romina. Creo que esto de atender por teléfono a tus aconsejados merma tus capacidades si ya has olvidado a qué te dedicas.
—Para ser un tipo neurótico y exigente… —He tenido que leerlo en la pizarra, luego besaré a Aurora por haberla traído— …tienes sentido del humor.
—Se te olvidó lo de cabrón.
—No. Mientras hables conmigo, no seré yo quien te lo recuerde.
—Gracias —dice antes de un intenso silencio—. Y disculpa que colgase antes.
—No importa, creo que no será la primera vez que lo hagas.
—¿Vas a ser tan directa siempre?
—Sí, y entenderé que no vuelvas a llamar cuando no lo soportes.
—Es bueno saberlo.
Me dejo caer en la cama, boca abajo, para poder escribir si fuera necesario.
—¿Quieres continuar hablando o lo dejamos por hoy?
—Tengo curiosidad por oír tu consejo de hoy, Romina. Es sábado y la casa se me cae encima por las noches.
Recapitulo lo que tengo sobre la pizarra y le digo:
—Deberías hacer reflexión y pensar por qué has tardado en encontrar en tu memoria ese momento de plena felicidad, y sobre todo por qué no fue algo que ella hiciera por ti.
—¿Se trata de demonizar a Sonia?, ¿de hacerla despreciable a mis ojos para que la odie? —pregunta con tono irritado—. Menuda mierda, eso podría hacerlo yo solo con pensar en mi divorcio, y me saldría gratis, además.
Apunto de inmediato: 🖍Cambios de humor por su ex. Peligro 🚩.
—No exactamente quiero insultarla a ella, para que la odies me bastaría con recordarte que… —me quedo callada. Le dije que no lo llamaría cornudo y lo cumpliré por ahora.
—Lo pillo, no es necesario decirlo.
—Pues qué bien que no me hagas hablar, porque ha podido ser la última llamada entre nosotros —confieso sin remordimientos.
—Pensaré en ello —se apresura a decir.
—Pues aproveche que va a pensar, para buscar la manera de no ser tan capullo conmigo la próxima vez.
Y ahora le cuelgo yo. A la mierda.
Ya no me preocupa que llegar tarde al trabajo se convierta en una costumbre para ser mi última semana. Por cierto, tengo que hablar de eso con Mijail y comunicarle así mi abandono. Sé que le joderá verse sin su chica más experta, sobre todo en pleno mes de julio que estamos, y solo de pensar cómo se le revolverán las tripas ya me siento satisfecha.
Esta noche el uniforme tiene la particularidad de taparnos los pechos por delante, solo porque es un mono enterizo, largo y ajustado, pero solo es un truco visual para dejarlos al descubierto por el lateral. El color negro al menos nos confiere discreción.
—¿No ha llegado Jazmín? —pregunto a Anika que ya termina de maquillarse.
—Es raro, ¿verdad?
Como no sé qué sabrá ella de lo ocurrido ayer, me desenvuelvo con cautela.
—No si ha pedido la noche libre —le digo desviando el tema que no debí sacar.
—Mijail no concede una noche libre a menos que una vía intravenosa te impida venir a trabajar.
—¿Tú crees que le ha podido pasar algo así?
Anika ha conseguido preocuparme, yo sí que la vi en un estado lamentable, y eso, unido a las ganas que tiene de abandonar esta mierda, no es nada bueno. ¿Es posible que haya pensado en poner fin a su contrato con Mijail de la peor manera posible?
—Pero, ¿a dónde vas, Romina? En dos minutos abrimos.
Y no llego a salir de la sala de descanso cuando Mijail entra impidiéndome el paso.
—Jazmín se retrasará un poco.
Respiro de alivio. Por un momento, lo que he tardado en atravesar la sala, he rezado como no hacía desde que iba al colegio y mi madre me obligaba cada noche a encomendarme a los angelitos de las esquinas de mi cama. No sabía que pudiera recordar tanta oración inútil.
—¿Y a ti qué te pasa que tienes esa cara de mal follada?
Juro que abandono este antro sin decirle nada, esa noche no cobra un puto euro de mí.
—Tengo la regla.
Y le doy donde más le duele.
—¿Otra vez? Joder, a ver si vais al médico, porque con esos dolores no me servís de nada. Antes Jazmín, ahora tú… al final será verdad que las tías estáis sincronizadas.
Anika se levanta de la silla de maquillaje y grita de alegría.
—¡Yo también!, ¡esto es genial, chicas! —celebra entre aplausos extraños.
Mijail gruñe, y de poder echar espuma por la boca, lo haría. Nosotras nos sonreímos en complicidad.
—No sé ni para qué os pago, ¡vais a arruinarme el negocio, putas! —Y cierra la puerta con un golpe seco.
Espero a que se haya ido lo bastante lejos para hablar con Anika:
—No es verdad —murmuro para que nadie que no sea ella se entere. Nos medimos al milímetro esos días para echarnos una mano con los clientes.
—Ya, ni lo tuyo —dice ella sonriendo.
—¿Estás pensando lo mismo que yo?
—¿Que ojalá ese cerdo amanezca un día muerto con su polla amputada dentro de su boca? Sí.
—Ahora esa imagen satisfactoria jamás desaparecerá de mi mente, asquerosa —le digo riendo con ella—. Pero yo hablaba más bien de Jazmín.
—Verdad… ¿Por qué pondría de excusa sus dolores cuando sabe que Mijail no quiere ni oír hablar de nuestros periodos?
—Porque precisamente me falta desde hace dos meses, y necesito tiempo hasta decidir qué hacer.
Las dos nos giramos al oír a la implicada defenderse. Es tan joven y está tan sola aquí en España que no puedo evitar pensar en mí cuando llegué al club. Asustada y con ganas de ganar mucho dinero para ayudar a mi madre. Lo que menos debería hacer Jazmín es traer un crío al mundo si también quiere conseguirlo para mandarlo después a Marruecos.
—¿Decidir qué, inconsciente? —pregunta Anika irritada—. Tienes una sola opción si quieres seguir aquí y que tus padres puedan recibir tu dinero.
—Anika, por favor —trato de mediar yo, aunque piense lo mismo que ella.
Pero la seriedad que caracteriza a Jazmín hoy me da miedo. Su pose altiva, de brazos en jarra, hace que envejezca de repente.
—Tengo que decidir si decirle a Mijail que será padre, o no.
—¿Qué coño…? —Anika coge una silla para sentarse, la impresión la ha dejado K.O.
Como a mí, que parpadeo sin salir de mi asombro por su reacción exagerada, porque sospecho que además Anika ha podido verse en esa misma situación. Mijail es despreciable.
—Mis opciones se duplican de repente, ¿eh, Anika? —dice Jazmín nerviosa—. Quizás Mijail tenga en consideración a la madre de su hijo y le permita descansar el resto del embarazo. —Y su seriedad da paso a los ojos empañados de lágrimas.
—Jazmín, cariño, no —dice esta con la voz entrecortada, lo sabe al igual que yo, no tengo dudas.
Si habla y confiesa su estado, Mijail hará lo imposible para que aborte, y ya luego que no piense que seguirá trabajando para él.
—Ven aquí —la abrazo cuando comienza a llorar—. No estarás sola en esto.
Un grito desde fuera nos avisa de que ya han abierto el club. Asustadas miramos la puerta por lo que hayan podido oír.
—Tengo miedo, Romina —murmura ahora Jazmín—. Necesito escapar para que esto no vuelva a ocurrir.
—Eso es imposible, cariño, ¿de cuánto es tu deuda?
—¿Qué deuda? —Anika no está al corriente de eso.
Pues habrá que contarle más tarde, después de todo parece igual de implicada que nosotras, sabe demasiado de las tretas de Mijail con “ sus” mujeres y “ sus” hijos nonatos.
—Diez mil euros o un año —contesta Jazmín.
—¿De qué coño habláis?
Pero no podemos contestar a Anika, la puerta se abre y Mijail, con cara de cabreo, nos grita que salgamos de una puta vez a enseñar las tetas.
—Dos faltas es mucho tiempo, no tienes que pensar nada, cielo, el lunes te acompaño al médico —le digo al oído cuando la abrazo de nuevo, no tengo tiempo de más.
Mi teléfono:
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