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N. de A. 🩷
La conversación de Romina con su madre es real, a retazos de muchas otras que yo mantuve con la mía, así, como el resto de la situación 🩷
Después de volcar mis sentimientos en varios mensajes de audio para Eloy, que han de hacerme el milagro que tanto espero, dejo el teléfono en la mesa lejos del alcance de mi madre que lo puede considerar un juguete.
—Yo tengo una hija —dice ella de repente, acordándose de mí como hace tiempo que no hacía. Supongo que la nana que cantaba ha tenido algo que ver en su corta memoria.
Me viene bien su distracción, miraba el teléfono con ganas de oírlo sonar, absorta en cada una de las llamadas que tuve con Eloy a través de él y en cada recuerdo compartido.
—¿Ah, sí? ¿Solo una? —le sigo la conversación. Me gusta reír con ella, y en este momento necesito una sonrisa que me devuelva la vida.
Mi madre se ve tan bonita sentada en su silla de ruedas, aquí, bajo las sombrillas del jardín, que me quedo prendada ante su voz mientras canta otra vez.
—Romina la llamó el cabrón.
Me río a carcajadas cuando interrumpe su canto.
—Era tu marido, mamá.
—¿Quién?
—El padre de Romina, él fue quien le puso el nombre.
Respecto a mi padre nunca conoceré su verdadera opinión. Lo mismo llora porque lo echa de menos, que lo insulta. El caso es que prefiero que no recuerde que murió estando ella sana, aunque a cambio hable en esos términos de él, porque me parecería muy triste que el único recuerdo que le quede de él sea así de doloroso.
—¿Qué Romina?
—Verdad, mamá, ¿qué Romina, ni qué Romina? —le digo riendo mientras termino de pintarle las uñas. Es difícil, no creas, no se está quieta ni un puñetero segundo.
—Tú no sabes cantar —me dice de la nada haciendo que sonría con ella.
—No, no sé. Se me da mejor el baile. O eso dice Eloy, y yo confío en él.
Tarde, pero lo hago. Y de verdad espero que no lo sea demasiado cuando miro el teléfono, que sigue en silencio.
—¿Dónde está Eloy?
Sonrío al pensar en eso. Ojalá pueda decirle que está aquí en Marbella y no en Madrid, pero no lo sé. Mi madre, que se da cuenta de mi extraño cambio de humor, sonríe conmigo, o eso me gusta pensar, que es capaz de acompañarme en mi desgracia.
—Lo único que sé es dónde no está, mamá, y es aquí conmigo.
—A mí me da igual. —Y pone cara de asco. Adorable, me la comería a besos.
—Te como tu cara de guapa. —Y es cierto, joder, es mi madre, la más hermosa para mí.
—Guapa tu puta madre.
—¡Mamá! —exclamo muerta de risa.
—A mí me da igual —dice ahora riendo.
Llámame ilusa, pero me parece ver a mi madre hoy feliz.
—He pensado que podemos ir al pueblo, unos días, ¿qué te parece?, y hasta que busque la manera de organizarme con las chicas para el proyecto de la academia de baile podemos tomarnos unas vacaciones.
—Yo tengo un pueblo.
—¿Uno entero para ti? Coño, que suerte —le digo riendo.
—No sé cantar —me dice a punto de llorar sin recordar que hace unos minutos lo hacía. Y sí, es mi madre, así que lo hacía estupendamente.
Y es cuando yo canto para ella, para calmarla.
Nunca se me dio bien eso de afinar, pero cada vez que veo que ella cambia de ánimo me apresuro a devolverle la sonrisa. Por ver sus ojitos, cuando me miran ilusionados al oírme, yo hago el ridículo que haga falta.
—A lo mejor en vez de enseñar a bailar a nadie, lo que tengo que hacer más bien es aprender a cantar. ¿Me ayudas?
—Cantar, sí.
—Te sabes una canción muy bonita, se la cantabas a Romina, y es ahora su preferida.
—No, yo no me llamo Romina.
—Lo sé, mamá.
—Y cantas muy mal.
—También lo sé.
Estallo en carcajadas por la conversación de besugos que mantenemos y que me dan, realmente, la vida.
—A mí me da igual. —Y no puedo parar de reír.
Hasta que el teléfono suena encima de la mesa junto a lo que queda de nuestra deliciosa merienda.
—Es Eloy, mamá.
—¿Dónde está Eloy?
—Ahí —digo, y señalo el móvil como si pudiese verlo en él.
¡Dios mío es una llamada de Eloy!
—Mamá, ¿qué hago? —cuestiono sin mucho sentido, porque ella jamás podría decirme algo al respecto de mi decisión.
¡Que no han pasado ni veinte minutos, joder! Y eso no es bueno. De la improvisación que pueda tener Eloy saldrá un desastre de conversación. Ya lo estoy viendo confuso, o quizás enfadado, y me dirá algo como: Para haberte ido de mi vida aún no cierras la puerta detrás de ti. Y ya de paso, deja de meterte por la ventana, a hurtadillas, no quiero tener que echarte yo.
¿Será que soy una molestia para él? ¿Será que todo terminará entre nosotros, como empezó, con una llamada?
—Suena mucho, duele —dice mi madre queriendo coger el teléfono.
Lo aparto de sus manos para que no le dé por error y cuelgue la llamada que puede ser mi salvación.
Y antes de que los tonos cesen, y mi oprtunidad con ellos, me apresuro a descolgar.
—Hola —saludo inquieta. Y de inmediato sé que no conseguiré actuar de manera normal puesto que ya estoy temblando.
—Podemos empezar por los lunes, a las siete y media de la tarde me viene bien.
Su respuesta es fría. Quizás no sea consciente de que ha elegido nuestro día, nuestra hora, esa que fuimos incapaces de respetar.
—Está bien —acepto desilusionada.
—Es cuanto puedo decirte por ahora.
—No hay problema, me lo merezco. —Y me resigno ante el tiempo insignificante que me dedicará.
El temblor sigue ahí y ya no solo es por los nervios. Puedo jurar que tengo miedo de un posible rechazo que venga a continuación.
Y mi madre, tan buena ella, me mira triste.
—No lo digas como si fuera un castigo, Romina, porque no lo es.
—Pues es lo que parece, Eloy, que quieres hacerme pagar por lo de ayer en el hotel.
—Has hablado de llamadas y trato de asimilarlo, no quiero precipitarme, eso es todo.
El suspiro que oigo de Eloy bien que puede ser de aburrimiento. Mierda, he conseguido que se canse de mis inseguridades en tiempo récord. Ya ni quiere hablar conmigo si tiene antes que mirar una agenda para darme cita.
—Eloy, lo que menos quiero es que te veas obligado a escucharme, de verdad.
—Ya lo sé, pero ¿has pensado en mí al proponerme esas llamadas?, ¿en lo difícil que será oírte y fingir estar de risas cuando estoy hecho una mierda por haber perdido mi oportunidad contigo?
—Eloy. —Mi voz sale cargada de dolor—. No lo has hecho, créeme, he sido yo la que no entendió nada.
Por un instante el silencio es igual de doloroso que cualquier insulto o desprecio.
—Perdona, Romina, no he querido ser tan egoísta —dice con un tono bajo, avergonzado por hacérmelo pasar mal. Pero de repente cambia a uno más alto y agresivo—, o sí, mira, ya está bien. Por una vez seré yo quien diga lo que desea. No dejaré que elijan más por mí.
—Vaya, y has tenido que empezar a cambiar conmigo, precisamente —susurro decepcionada.
—¿Y con quién si no? Te has convertido en ese todo por el que quiero luchar. No me voy a conformar solo con llamadas que nos distancien, Romina.
—Eloy. —El dolor de mi voz amenaza con convertirse en llanto y me aparto de mi madre, aunque la pobre no se entere, para que no me vea llorar.
—Porque ahora que te he conocido me será imposible escucharte por un teléfono y controlar cada emoción que provocas en mí.
—Eloy. —Me quedo sin palabras y dejo que todas se agolpen en mi boca queriendo salir, no como el llanto que ahogaba en mi garganta, a ese ya no hay quien lo pare.
—Ya no tengo bastante con seguir tus conversaciones extrañas, divertidas y sinceras, Romina. Quiero todas esas sensaciones contigo.
—Yo…
Yo soy incapaz de hablar ante tanta “improvisación” bonita y enternecedora. ¡Coño! Para haber aprendido a expresar sus sentimientos, hace poco, se le da francamente bien.
—Te he sentido en mi tacto y he visto tu mirada mientras me sonríes. No me pidas que me mantenga alejado de ti porque no puedo.
—No, no haré eso. Yo también quiero verte, Eloy, tenerte a mi lado. Amanecer contigo cada día..
Al fin hablo y el llanto se disipa.
—Es bueno saberlo —concluye él de lo más tajante tras un suspiro hondo—. Porque si tú me llamas el lunes, ten por seguro que el martes me presento en tu casa para verte.
—Vale, sí… el martes —digo sonriendo mientras aparto mis lágrimas de la cara.
—Y no creas que me vas a echar tan fácilmente el miércoles sin antes prometerme que me llamarás a cada hora del jueves.
—No hará falta prometer nada, no te echaré, te lo juro.
—Me alegro. —Puedo adivinar que sonríe, ¡y está tan guapo ahora mismo!—. Porque el jueves necesitaremos hablar mucho para hacer planes de fin de semana. Juntos, a solas, perdidos en algún lugar sin que los recuerdos nos alcancen. No memories, no past, ok?
—Ok. —Sonrío mientras la congoja que sentía, definitivamente, desaparece—. ¿Y no sería mejor que fuera ahora mismo, y no tengamos que esperar al lunes? —propongo como opción desesperada.
—Sí, también. Podría funcionar. Para qué dejar para mañana lo que puedes hacer hoy, ¿no?
Río abiertamente por su refrán y lo supero con mi cita absurda.
—Exacto, para el lunes ya llegas tarde, haz lo que tengas que hacer, hoy.
—¿Acabas de inventarte eso? —dice sonriendo ya, plenamente.
No puedo dejar de reir.
—Pues claro, joder, me has puesto muy nerviosa creyendo que me rechazabas y ahora mismo soy incapaz de pensar en nada que no seas tú.
—Me gustas cuando piensas en mí de esa manera —dice con un tono serio, casi demandante.
—Tú me gustas también —contesto igual de seria y exigente.
—Vaya, gracias. —Y ya con eso oigo sus carcajadas—. ¿Quieres tomar otro descafeinado y echamos un vistazo al refranero español? Si voy a ser yo quien aconseje ahora a la experta con mis terapias, necesito ponerme al día con la teoría.
Miro a mi madre que juega con los botecitos de las pinturas de uñas, la mesa sigue teniendo la bandeja del café y la merienda. ¿Cómo lo ha adivinado?
—¿Cómo sabes que yo…?
—Lo sé porque tu madre lo toma así por la medicación, y en la residencia son muy estrictos con la hora de las comidas de los pacientes.
—Vale… ¿Y cómo sabes que estoy con ella ahora? —Miro a mi alrededor, lo busco en algún lugar del jardín por si está camuflado entre los internos y sus familiares, pero nada, Eloy no me observa.
—La he oído en los audios cantar la nana que tanto te gustaba de niña.
Trago con dificultad, realmente apenada cuando lo comprendo. Gracias a mi madre Eloy está de camino.
—Escuchabas de veras —afirmo a tiempo de que pueda negarlo—. Cada día, dormido como estabas, cuando te hablaba de mis cosas me oías. No fingías hacerlo.
—Ya te lo dije ayer, siempre he estado ahí para escucharte, para hacerte sonreír. Esa fue mi salvación.
Increíble, y todo por mí.
—Me cuesta imaginar que después de haberme visto bailar todavía quisieras oírme —digo extrañada.
—¿Y por qué no iba hacerlo? Ya te dije también que solo vi tus movimientos.
—Ya me queda claro que sí.
—Ambos sabemos que no es ningún secreto que tienes un culo impresionante, Romina, pero yo te prefiero mil veces cuando hablas o cuando ríes porque superas con creces cualquiera de tus atractivos físicos.
—¿Eso ha sido un halago?, porque con la palabra culo de por medio no te ha quedado muy bonito que digamos —pregunto sonriendo, divertida.
Y de nuevo miro a mi madre, esta vez para evitar que me vea ruborizada.
—Totalmente, cariño. Aunque quizás deba perfeccionar mi técnica de seducción ahora que tendré que enamorarte de nuevo.
—Yo no estoy… espera, ¿cómo coño sabes también eso? Nunca te dije que estuviera enamorada.
—¿Seguro que no?, ¿ni que me querías, aunque fuera un poquito?
Su voz no se ha oído por el teléfono, ha sonado a mi espalda.
Y ha sido muy real, muy auténtica. Demasiado cerca se oyó, más concretamente, en mi oído.
Me doy la vuelta poco a poco y ahí está él. No me sonríe, y su seriedad lejos de preocuparme, me da curiosidad.
—Siento no haber llegado antes, hubo un instante en el que tuve que decidir si irme a Madrid o darme la vuelta —se excusa con una muy leve sonrisa.
—No te preocupes, elegiste bien, no ha sido tarde. Y todavía no es lunes —Mi respuesta le gusta, tanto que amplía el gesto risueño de su cara.
—Mejor, porque así estaré prevenido para cuando me llames.
¡Esa puñetera sonrisa es nueva! Sus labios estirados me desvelan sus intenciones, ¡Eloy quiere besarme sin más demora!
—Alto ahí, chaval —le detengo—. ¿Cuándo lo dije, y el qué? —Me es de extrema urgencia saberlo ahora que él se me acerca demasiado con esa nueva sonrisa en sus labios, sexi y picante, a la que no me resistiré por mucho más tiempo.
Eloy se inclina hasta poder rozar mi oreja con sus labios. Dios, esto es mucho mejor que oírlo por un teléfono, mis piernas tiemblan de igual manera, sí, pero la excitación es distinta por el contacto físico, por el calor de su aliento.
—Está tu madre delante, no sé si puedo…¡Ay!
Le doy un golpe en el pecho, si es cierto que me escuchó siempre, sabe de sobra que puede hablar sin temor a que ella diga nada. De todas formas, y por respeto a mi madre, nos alejamos más.
—¿Cuándo, Eloy?
—Bueno… —Se pasa la mano por la nuca para ganar tiempo, pero mi mirada gélida le hace hablar—. Fue antes de tu orgasmo, ¿vale?—confiesa sin pudor con un susurro—, y después justo de gritar: Eloy, joder, qué bueno, ¡la puta leche! ¡Me corro!
¡Yo no sabía que Eloy hablaría en esos términos, o no habría insistido en que lo hiciera! Miro a mi madre, con la cara desencajada. Bien, ella ha empezado a cantar de nuevo.
—Pues para no decir groserías te salen muy natural. —Creo que más que pensarlo lo he dicho en voz alta, porque Eloy se ríe mientras me abraza. Y es que me había cruzado de brazos con apariencia de indignada.
Él pasea su nariz por mi mejilla, me pide un perdón infantil que no me resisto a darle cuando yo también busco sus labios para besarlo.
—Aún tengo mucho que aprender para ampliar mi vocabulario, pero solo necesitaré oírtelo decir a diario para ir tomando nota —dice mirándome a los ojos cuando me besa al fin.
Yo lo miro con el mismo descaro que él lo hizo.
—Cuenta con eso. Tú solo hazlo igual de bien e intenso, y te hago un diccionario completo para tí.
Eloy ríe, y yo lo hago con él.
—Me gustan tus métodos.
Y sellamos nuestro acuerdo con un beso. El primero de una terapia que a partir de ahora será de lo más acertada.
Mi teléfono, por última vez, no cuelgues sin dejarme tu mensaje:
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