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Llego tarde al trabajo y será mi primer retraso en los diez años que llevo en el Burrow Club.
He salido de casa apurando los segundos por una buena razón. Tomás se presentó a la hora de comer con una paella para pedirme perdón por su comportamiento de anoche.
—Te perdono si prometes visitarme en el pueblo —le dije sin ánimo de recordarle nada de la llamada equivocada, nada de su hijo.
—Acabarás por pedir a la guardia civil que me eche de tu casa cuando vaya, ya verás.
Y con mi beso enorme, en su frente despejada, dimos por concluida nuestra pequeña discrepancia sobre lo de ganar dinero fácil que me permita negociar con mi casero o pagar un nuevo alquiler cerca de él. Eso, y que llamamos a Aurora para que se tomara con nosotros el café de la sobremesa, ha sido lo que ha hecho que me retrase tanto ahora.
Saludo a mi jefe, Mijail Kuznetsov, al entrar apurada a la sala de descanso, donde me pongo el uniforme sin perder el tiempo. Siempre está impoluto delante de cada una de nuestras taquillas, siempre al gusto de Mijail y su mente pervertida.
Él me ha seguido a la sala y espera a que me vista sin cerrar la puerta, que para eso es el dueño y disfruta el género la veces que quiera.
—Esta noche tenemos una reserva para la terraza, preciosa, y me gustaría que tú la organizaras —ordena con voz melosa para hacerla pasar por un ruego.
¡Ah, entonces era por eso!, quiere sobrecargarne de trabajo, de ahí que no me haya regañado por los cinco minutos de antes.
—No puedes seguir abusando de mi horario, Mijail.
La organización de una fiesta VIP conlleva quedarte hasta que el último cliente decide salir por la puerta, borracho o no, y mi jefe no es de los que paga un euro de más de la jornada laboral. Aparte de ser un marrón añadido para quien ha de escoger al resto de los compañeros, porque estos se quejan de lo mismo: a lot of work, little pay.
—Escúchame bien, Rominita —dice mientras se acerca a intimidarme.
Su perfume extremadamente empalagoso, que alguna vez me volvió loca, se mete por mi nariz provocando mi asco. Pero ni dos litros del apestoso líquido, por muy caro que sea, ocultaría el olor a tabaco de su aliento, ¡no sé ni cómo un día pude soportar sus besos!
—Echarte me sale más barato que pagar tus extras, así que tú decides, ¿te arrodillas y mamas, o te vas sin un euro, al paro?
Me acaricia el pelo del flequillo y con descaro toca mi mejilla hasta la comisura de mis labios. Con menos disimulo que él, yo giro la cara para que no me la toque más.
—Está bien —acepto en mi contra—. Quiero en mi equipo a Anika y a Piero.
Si he de trabajar toda la noche sin hora de salida, que al menos sea con gente competente.
Mijail se ríe de mí y golpea el cachete de mi culo haciéndome recordar mi verdadero trabajo. Servir copas, sonreir complaciente, menear el culo.
—Siento decirte que son heteros, encanto. Piero está fuera de ese radar esta noche en la barra. Así que elige a tus chicas y no tardes en comenzar.
La orden esta vez no es disimulada, quiere a las mejores.
En cuanto Mijail abandona la zona de descanso cierro mi taquilla con tanta fuerza que esta rebota en su cuadrícula llamando la atención de Jazmín, que entra para cambiarse.
—¿Noche privada? —pregunta sin imaginarse que ella es de las elegidas.
—De las que tanto odiamos en la terraza, cariño.
Y es que en ese lugar no hay reglas que esos hombres deban cumplir. El dinero que han pagado anula cualquier reclamación que las chicas o yo podamos hacer.
Observo cómo se viste Jazmín, cómo se pone el minúsculo short rojo que nos deja medio culo al aire, y el top blanco que se anuda al cuello con corbata negra, el que por desgracia tampoco nos oculta las tetas del todo, por abajo.
Está tan seria, tan concentrada en anudar bien sus sandalias de tacón que no sabe que la miro.
Jazmín nunca sonríe, pocas veces desde que llegó el año pasado la habré visto hacerlo. Creo que se debe a su vida en Marruecos, es una incógnita para todos nosotros en el Club su salida de allí, excepto para el jefe, que fue quien la trajo, claro. Todavía recuerdo el trabajo que le costó hacerse entender en español, y ahora, en agradecimiento a su esfuerzo, todos nosotros hablamos algo de marroquí con ella.
—Ojalá pueda marcharme pronto.
Si mi porrazo con la puerta de la taquilla se oyó fuerte debido a mi enfado, el suyo no necesita mayor interpretación.
La agarro del brazo y la detengo antes de que salga.
—¿Y por qué no lo haces, cariño?
—Le debo todavía un año a Mijail por mi visado de trabajo.
De repente se me hiela la sangre. Yo estoy en esto por voluntad propia, soy consciente de que es por el dinero, porque es lo único que sé hacer desde que dejé la universidad cuando llegué del pueblo. Mijail es un cerdo conmigo, sí, pero no le debo nada al extremo de someter mi libertad.
No le puedo hacer esto a Jazmín, hoy no. No sé por qué.
—Vete a la barra de la piscina, llamaré a otra compañera para que nos ayude a mí y a Anika en la terraza.
—No, Romina, por favor, la noche que trabajo arriba me recuerda que me queda un día menos con él.
Y eso me recuerda a mí que hay tantas motivaciones para estar aquí, como lo diferentes que somos todos.
—Jazmín —la llamo captando su atención antes de que se vaya—. No soy experta, y quizás necesites otro tipo de consejo más legal con tus papeles, pero si quieres hablar con una amiga, en casa tengo café.
—Entonces yo llevaría el té, no soporto ese agua que preparas —me dice sonriendo, o eso creo, porque ya te digo que ella no lo hace nunca.
La noche está siendo tranquila, un par de pellizcos en el culo, un beso robado que he rechazado a cambio de un baile privado en las cabinas y un número de teléfono escrito en una servilleta, escondido a la fuerza entre mis tetas.
Nada que no pueda controlar.
A Jazmín y a Anika no parece irles tampoco mal, quizás hoy nos vayamos sin necesidad de llamar a los chicos de seguridad. La semana pasada hasta Piero, desde la barra, tuvo que intervenir con un tío que manoseaba demasiado, y solo lo hizo porque pagó poco y no tenía derecho a ello.
Hasta que hay un gracioso que lo estropea siempre a última hora.
—Te ves muy mayor para esta ropa, ¿no crees? Ya no cumples los veinte, pequeña —dice uno de ellos para hacerse el chistoso con sus colegas, todos le ríen la gracia.
Me hubiera importado tres mierdas el comentario del borracho este, cuando sé de sobra que tengo cada centímetro de mi cuerpo en su sitio para poder trabajar aquí, cuando todavía mi piel desafía a la gravedad con ayuda del ejercicio físico y el sacrificio dietético que me permite bailar pole. Pero el muy cabrón me ha metido el dedo por el borde del short, aprovechando que me inclinaba para recoger su mesa, alcanzando así mis ingles y mis partes húmedas.
Cierro las piernas y me giro a contestarle:
—¿Eso crees, campeón? —pregunto cuando me sitúo delante de él y me pongo los pechos en su lugar captando su mirada lujuriosa—. Yo solo espero que la polla se te levante a ti a tu edad, encanto, o de nada te servirá meterme mano.
Las risas de sus amigos, lejos de avergonzarle, lo motivan para que me dé réplica.
—Madurita sexi y de lengua afilada, tienes que ser una bomba en la cama, preciosa.
Lo que peor llevo del trabajo es sonreír.
—Eso lo sabrás solo si consigues llevarme a una.
Y aprovecho que todos sus amigos lo jalean con honores para retirarme sonriendo de manera hipócrita.
¡Ya estoy hasta el coño de estos babosos!
—Dame las botellas, rápido. O escupo en los vasos de esos tíos —le digo a Piero que está en el interior de la barra, cuando me he acercado con la bandeja.
—Tu teléfono ha sonado tres veces, Romina, y ya sabes que Mijail… —me interrumpe él sin dejar de trabajar.
—Tira esto, por favor —le contesto arrugando la puta servilleta con ese numero de teléfono—. Y dámelo antes de que Mijail lo vea.
Él lo saca de debajo de la barra y me lo da, y es entonces cuando, al quitarle el sonido para evitar que Mijail me sancione, veo que se trata del hombre de anoche.
Pues claro que lo agendé, no soy tonta. Triste Divorciado le he puesto.
Me permito un escaqueo y me voy al baño para enviarle un mensaje.
SIGO OCUPADA➡️
➡️Y YO BEBIDO
PARA DECIR QUE ME LLAMARÍA ESTANDO SOBRIO POCO PUEDO CONFIAR EN SU PALABRA➡️
Y justo al salir del baño me entra la respuesta.
➡️SOLO HA SIDO UN POCO. LO NECESITABA.
EN ESO YO NO PUEDO AYUDARLE, QUIZÁS USTED LO QUE ESTÁ NECESITANDO ES ACUDIR A UNA ASOCIACIÓN DE DEPENDENCIA➡️
Por un segundo los emojis de su risa, contagiosa y divertida, me hacen olvidar la mierda del tío de antes.
➡️VAMOS, "DOCTORA", SE TRATA DE MI DIVORCIO, SEA COMPRENSIBLE, MUJER.
➡️QUINCE AÑOS NO SE DEJAN DE CELEBRAR DE UN DIA PARA OTRO.
Divorcio, celebración, alcohol… ya no tengo tan claro que este tío quiera hablar de nada con una doctora. ¿Y si era cierto que buscaba otro tipo de "consejo"?, ¿uno con final feliz, tal vez, y por eso le gustan las mujeres difíciles? Es tan parecido a los capullos de ahí fuera de la terraza que ahora lo que hace es decepcionarme.
NO PUEDE SEGUIR LLAMANDO A ESTAS HORAS➡️
CUANDO USTED CREA QUE PUEDE HABLAR SIN ESTAR BEBIDO, QUIZÁS YO ME DECIDA A CONTESTARLE➡️
Desconecto el móvil, lo que menos quiero es tener problemas con Mijail, y por alguna extraña razón, tampoco quiero enfadarme y bloquear al Triste Divorciado.
Pero no regreso al trabajo de inmediato.
En uno de los baños privados se oye vomitar a alguien. Es sencillo el enigma. En una fiesta de tíos, a tope de líquido en sus cuerpos, las únicas vejigas femeninas que vaciar en el baño de chicas son las de Anika, Jazmín y una servidora.
—¿Quién eres?
—Lo siento, Romina, en seguida voy.
—¿Jazmín?
Se oye el agua de la cisterna antes de abrirse la puerta y dejarme ver un rostro demacrado y corrido de rimel bajo los ojos, por el esfuerzo de vomitar.
—¿Te encuentras bien?
—Lo estaré en cuanto cerremos y me vaya a casa.
—Si has pillado algún virus estomacal, deberías decírselo a Mijail.
—No será necesario —me dice ya lavando su cara y recomponiendo lo que queda de su maquillaje mientras mastica un chicle de menta.
Y todo lo hace rápido, de manera mecánica, como es costumbre en nosotras para evitar que nuestro descanso se alargue demasiado y llegue a oídos de Mijail.
Caminamos juntas de regreso al calvario de la terraza.
—Oye, Jazmín, iba muy en serio cuando te dije que te escucharía.
—Oh, cállate, por favor, que solo de pensar en tu café tengo ganas de vomitar otra vez.
—Tonta —le digo cariñosamente abrazándola y besando su hombro.
—Pero gracias, Romi, con mucho gusto lo tomo un día de estos contigo.
Y ya no vuelvo a hablar con ella porque todavía tenemos que trabajar.
El dolor de pies me está matando. Al entrar a casa lo primero que haré será prepararme un bocadillo, son las siete de la mañana y lo necesito. Pero Aurora, tan puntual como siempre, me espera en el rellano con la puerta abierta y un chocolate caliente.
—Cariño, creí que no vendrías hoy a dormir.
—Te hubiese avisado antes.
Siempre lo hago. Si me sale plan, le digo dónde y con quién voy a "dormir", no se sabe la de pervertidos que hay por ahí. Tengo un sexto sentido para identificar a esos cabrones —aunque a mí me gusta más llamarlo experiencia femenina a base de palos—, pero nunca se sabe cuándo me puede fallar la intuición con uno de ellos.
—Lo sabemos.
Tomás aparece por detrás de mí con ese tan ansiado desayuno que necesito. Una buena tostada de jamón, jugosa con su aceite de oliva.
—Pero bueno, ¿y este recibimiento de reina?
—Te queda una semana en el edificio y hemos decidido apurar todo el tiempo contigo.
—Vaya, gracias… creo —les digo riendo. En algún momento se tendrán que ir si quiero dormir, porque no querrán velar mi sueño también, ¿verdad?—. Un momento, vosotros queréis saber si ese tío me ha llamado, como si lo viera, o por lo menos quereis estar presente cuando lo haga. —Y aprovecho para dar el primer bocado a mi tostada.
—Te dije que lo adivinaría, que no es tan tonta, mujer —le dice Tomás a Aurora. Yo sonrío con la boca llena, se avecina discusión entre ellos, de esas que me hacen reir.
—La idea del desayuno fue tuya, yo solo dije de esperarla para darle unas zapatillas, como hago siempre.
Aurora tiene razón. Miro mis pies, siguen sobre los dañinos doce centímetros, pero parece que hoy, que he llenado el estómago, ha desaparecido ese dolor.
—¿Y que se fuera a dormir sin contarnos nada? Ahora está de verdad espabilada. Claro, que yo dije café, no chocolate con melatonina.
Tomo un sorbo de la taza a la espera de la respuesta de Aurora, es cierto, no sé que le echa, pero me deja frita todas las mañanas que me lo da.
—Pues parece que le gusta mi chocolate, sigue aquí con nosotros.
—Y todavía puedo oíros —digo riendo.
—Entonces, ¿qué?, ¿nos lo cuentas aquí, en el rellano, para que la cotilla del C se entere de todo, o podemos pasar ya a tu casa? Nuestras tostadas se enfrían. —Tomás me enseña un plato con pan tostado que ha sacado de la nada.
Cojo la llave y abro mi puerta, la A, al tiempo que ellos cierran las suyas, la B y la D, y se cuelan en mi casa como si fuesen lis dueños.
No tengo que indicarles nada, abren las persianas, puesto que ya amanece, y se sientan en el sofá para ir preparando la mesa.
Los observo desenvolverse por el salón de mi casa como si les perteneciera todo, me emociono, los echaré de menos cuando esté en el pueblo, sus inclusiones en mi vida junto a comentarios que no les pido, como los de cualquier padre, también los extrañaré.
Harta de los zapatos, los tiro de un puntapié sin importarme dónde caerán, y cojo mi teléfono del bolso y lo enciendo.
—Como ya sabéis, tenemos prohibido atender el teléfono durante la noche —les digo mientras entro al chat de WhatsApp de él.
—Puto Mijail —murmura Tomás, lo que me hace sonreír.
Hay nuevos mensajes de audios.
—¿Triste Divorciado? —pregunta Aurora.
Y es que con sus gafas ha podido leer desde esa distancia. Que no le sorprenda que agendara su teléfono, sabe que es lo que hago con los pesados que consiguen mi número en el bar para tenerlos controlados y luego bloquearlos. Pero con él no he podido hacerlo todavía.
—Sí, llamó tres veces antes de los primeros mensajes escritos —les confirmo yo.
—¿Tres? —comenta Tomás —, la desesperación se lo ha de estar comiendo vivo.
—Lo dudo, se lo pasa muy bien con tanta salida nocturna.
—¿Y no piensas hacer nada?
—No volvamos a lo mismo, Tomás, yo no me siento capacitada para aconsejar a nadie.
—Ni que fuéramos a recetarle fármacos o algo parecido, no seas cobarde, Romina.
—Solo tendrías que oír lo que tenga que decir, y ya luego tú le dices lo que él quiere escuchar para continuar con su vida —apoya Aurora a su amigo.
Tomás se ríe por lo bajo. Cuando yo lo miro, extrañada, me dice risueño:
—¿Qué pasa? Eso mismo es lo que se hace en un matrimonio, ¿no?, se hablan, pero ninguno escucha al otro. Al final estará familiarizado con la terapia si ha estado ya casado.
—¿Es por eso que no has vuelto a casarte, Tomy?, ¿porque no oyes bien? —le dice Aurora con sorna, cisa que a él no parece molestarle demasiado.
Las risas de ambos se elevan, me van a obligar a mandarlos a callar para que la del C no nos acuse con la comunidad por escándalo matutino.
—Anda, Romi, déjanos oír lo que te ha mandado —dice de repente Tomás ahogando el llanto de su risa.
No soy nadie para defender a ese hombre, y mucho menos si eso hace que me ponga en contra de mis amigos como ya ocurriese el primer día. Pero resulta que quiero hacerlo. Me cae bien, e intuyo que su divorcio ha sido doloroso si necesita tanto alcohol o se plantea una terapia.
—No vais a iros hasta que os los ponga, ¿verdad?
Aurora se cruza de brazos, ¡que lista es la "jodía", si yo no la ayudo a levantarse del sofá, ella sola no puede. El otro sigue comiendo como si no lo hubiera hecho en días, como si su audifono no tiviese pilas.
—Está bien, pero luego se acabó esta historia del triste divorciado, ¿de acuerdo?, que todavía tengo que dormir para esta noche.
Será poco tiempo, son solo cuatro mensajes.
📣Me gusta hablar con usted, ya lo habrá adivinado por mi insistencia.
Los miro a ambos, siguen con ganas de reír.
📣No quiero pensar que necesito estar borracho para hablar de mis intimidades, pero no niego que me relaja y puedo hacerlo.
Creo que la cosa se está poniendo fea, a Tomás y a Aurora se les acabaron las ganas de bromear. Se han puesto serios.
📣Todavía me pregunto cómo he llegado a esto, yo no soy de pedir ayuda, y mire ahora, estoy rogando para que vuelva a coger el teléfono y me haga sonreír.
—Se acabó —concluyo saliendo del chat.
—Ese hombre se hunde, Romina. Tenemos que ayudarlo, ¿no lo ves?
—¿Tenemos? Aurora, por favor, que esto iba de dinero fácil, no de jugar con la mente de nadie.
—Pero si nosotros luchamos a diario con nuestras propias mierdas cerebrales, estaría muy mal que dejásemos a ese hombre metido en la suya. No hablo de terapia, Romina, pero al menos podríamos cogerle el teléfono para que se desahogue.
Tomás la mira alucinado, de saber que es imposible diría que acaba de enamorarse de ella.
—Y dale con eso… díselo tú, Tomás, haz el favor.
Espero que ayer le quedara claro que no iba a estafar a ese hombre, me costó comerme una paella entera y casi me la juego con Mijail.
He logrado que deje de mirar a Aurora y se decante por una de nosotras dos. Lo malo es que ya sé su respuesta si eso implica el dinero que me facilita el alquiler de un piso cercano, al menos por un mes más.
—Aurora, cielo, Romina lo que necesita es el dinero de ese tío, no fingir una licenciatura de psicología.
—¿Qué?, noooo. ¡Tomás!
Pero nadie me escucha en esta casa, a excepcion de la del C.
—Y conseguirá el dinero solo si lo ayuda, ¿no crees? —dice ella con los ojos vueltos, que por culpa de sus gafas de aumento vemos perfectamente cómo los pone en blanco.
—Ahí tiene razón la señora, Romina —dice él dirigiéndose a mí—, así que ambos pensamos que deberías hacerte pasar por la psicóloga. La motivación que te lleve a ello ya la pones tú.
—No quiero decir con esto que lo haré, solo quiero irme a dormir y ya —digo poniendo el teléfono sobre la mesa.
A mi gesto de rendición, son ellos quienes dan a la tecla de reproducción.
📣Una llamada, solo una, y si después de eso no quiere saber más de mí, seré yo quien deje de molestarla —dice para luego hacer una pausa interminable—. La llamaré a las seis de la tarde, a esa hora todavía no comienzo a beber.
El salón se queda sumido en silencio, parece como si la vecina del C nos hubiera mandado a la policía. Ninguno habla, las caras son de espanto.
—Llamará —dice Tomás.
—Sí —contesta Aurora como si él hubiera hecho una pregunta.
—¿Y qué? —Y yo sí que cuestiono a Tomás puesto que no entiendo qué quiere decir.
—Tenemos que irnos, tienes que dormir porque a las seis te llama.
Aurora trata de levantarse y eso hace que la ayude. Tomás ya camina con su bastón en dirección a la puerta.
—Esperad un momento. —Y ellos, que no me hacen caso, me obligan a gritar—. ¡Alto ahí, escuadrón cotilla!
Ambos se detienen en la misma puerta ya abierta.
—Si estáis pensando en regresar a las seis, desde ya os digo que no os abriré y apagaré el teléfono.
No quiero gritar más, no quiero que se una a ellos la vecina del C con sus preguntas malintencionadas.
—¿Tú tienes llave, Aurora? —le pregunta Tomás.
—Pues claro que sí, como tú, desde el primer día —responde ella, riendo.
—Hasta las seis, cariño —me dice él dándome un beso en la mejilla.
—Cinco y media, Tomás, no queremos que nos coja desprevenidos.
Demasiados verbos de la primera persona del plural he oído yo para vivir sola aquí. O al menos pretenderlo, porque estos dos regresan a las seis.
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