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N. de A. ⚠️ Spoiler
Recuerda que es una historia de humor, en ningún momento quise darle protagonismo a Mijail y su maldad, y mucho menos hacer de esto un mensaje reinvidicativo o moralista de nada.
Ahora ya sí, disfruta de su caída.
En el club todavía no arranca la noche, son pocos los compañeros que han llegado para ser ya las diez. Tal como entro a la sala de descanso para poder cambiarme, la veo vacía, pero algo llama mi atención. La taquilla de Jazmin no está del todo bien cerrada. No me hubiera extrañado de ser la de Anika, puesto que Mijail habrá previsto su baja con una chica nueva, pero la de Jazmín, seamos precavidos hoy que no trabaja, no tiene mucho sentido que esté abierta.
Compruebo que se puede cerrar bien la puerta y entonces me preocupo. Nuestras pertenencias son lo único que hasta ahora respetaba Mijail, no puede ser que ni eso esté a salvo ya en sus dominios.
Un momento, ¿qué sabe él del embarazo de la niña y nuestra reciente sociedad?
Que la ha tomado con nosotras, eso está claro, y dudo ya que sea por las botellas de alcohol, ¡coño, que a él le sobra el puto dinero, no debe de afectarle unos pocos cientos de euros! Y si ya hablamos de orgullo, odio y pocas ganas de dejar progenie en el mundo, de eso Mijail va más sobrado todavía.
Llamo a Jazmín a su teléfono para que me confirme que está bien, en casa, tranquila y a salvo.
Pero no tardo en desesperarme al no obtener respuesta.
Jazmín no, por favor.
Comienzo a sudar, y los nervios me van a reventar en la puta cabeza si no dejo de pensar en desgracias para esa niña.
Está bien, no puedo hacer otra cosa que buscar a Mijail y preguntarle por ella. Si su plan es hacernos pagar por algo, yo seré la siguiente, así que cuanto antes lo enfrente, mejor.
Anika estaba en lo cierto, hoy será mi última noche en el Burrow. Si no es antes la última noche de Mijail o la de su maldito negocio.
No lo encuentro por ninguna de las salas VIPs, la piscina o la terraza, lo que hace que me enfade más por tener que buscarlo en la intimidad de su despacho.
—Al fin contestas.
—Estaba en el baño, no es fácil caminar a cero kilómetros por hora dando saltos y…
—¡Anika, coño, cállate ya!
Siento ser así de grosera, pero mira, por primera vez ella me hace caso.
—Se trata de Jazmín —Insisto.
Abro la última sala, la de las cabinas eróticas, y nada, Mijail no está, y eso solo me deja una opción. El puñetero despacho.
Deshago mis pasos hacia la planta alta.
—Mira, Romina, ya te he dicho que ella y yo…
—Está aquí, en el club. ¡Y es su día libre, joder! —Paso de nuevo por la barra de la pista central, por la puerta que da a la piscina climatizada y por los baños que están bajo las escaleras, y cuando termino de subir, me adentro en los pasillos de la zona privada.
Ya dije que nunca me gustaron, y que odio atravesarlos con la poca iluminación que tienen, pero no pienso darme la vuelta. No habrá ningún impedimento para llegar a mi destino: el despacho de Mijail.
—¿Por qué ha ido? —pregunta Anika alarmada.
¡Aleluya, sigue teniendo sangre en las venas por Jazmín! No podré verla, pero mi intuición me dice que se ha puesto de pie.
—No lo sé, dímelo tú. Odia este lugar tanto o más que nosotras.
Y lo mismo que antes supe que se preocupó por Jazmín, ahora sé que se ha sentado, tranquila, indiferente a los que le pueda decir de ella.
—Quizás ya no lo odie tanto, quizás sean socios, fíjate lo que te digo.
—No, no entiendo lo que me dices. ¿Socios? La medicación te está pasando factura, Anika.
—A lo mejor Mijail le ha prometido una parte de las ganancias del club después de arrojarme por las escaleras, no es ningún disparate cuando es la madre de su hijo, ¿no?
Me quedo paralizada ante su confesión a escasos metros de la puerta del despacho. Levanto la vista a las cámaras de seguridad, mi instinto me dice que de poco sirven ya.
—A ver, Anika, retrocede… ¿me estás diciendo que Jazmín te tiró ayer por las escaleras?
—Sí. Fue ella.
—¿Y por qué no me lo has dicho hasta ahora?
—Qué sentido tenía, seguro que cumplió las órdenes de Mijail.
—¡Pues porque ella ha sido la que nos ha traicionado, joder!
La puerta del despacho de Mijail está cerrada como siempre, pero que no crea que llamaré para pedirle permiso antes de entrar.
—Te cuelgo, voy a averiguar qué está pasando.
—Romina, no. Sal de ahí. ¿Me oyes? Ya no tienes nada que hacer en el club. Está todo aclarado.
No importa que Anika grite para hacerse entender, no le haré caso. Termino la llamada y me guardo el teléfono en el bolsillo del pantalón.
Estoy muy, muy cabreada. Deposité mi confianza ciega en Jazmín, ¡y esa niñata me ha traicionado!
La vi tan desvalida en sus problemas que quise ayudarla porque la imaginé siendo una posible Romina dentro de diez años, una manera de ahorrarle el sufrimiento que yo he padecido, o puede que su hijo me haya conquistado y lo hiciera por él y su futuro, como no pude hacer por el mío. No lo sé.
Tal vez todo sea tan sencillo como pensar que mi rol con Eloy, de terapeuta/cliente en apuros, me hizo sentir invencible. Creí poder protegerla de la mierda de este club, cuando está claro que la única que ha de salir a flote soy yo porque de otro modo nadie se mojará por mí.
Empujo la puerta con decisión y ahí que los veo a los dos.
Uno me sonríe con desprecio desde la comodidad de estar apoyado en su mesa, la otra aún no se ha dado cuenta de mi presencia a su espalda.
Jazmín, de rodillas, en la misma situación que yo estuve tantas veces, complace con su boca a un Mijail para nada avergonzado de mi pillada.
La escena, lejos de darme arcadas, me abre los ojos de par en par, literal y metafóricamente.
Y contestando a la pregunta de esta tarde de Anika, una vez estuve enamorada de este hombre no solo por su innegable atractivo físico y lo maravilloso que fue conmigo, complaciente, tierno y educado, sino porque creí estar a salvo en sus brazos. Hoy eso ya no es posible, hoy comprendo que la única que puede salvarse soy yo.
—¿Quieres dejar de mirar y unirte a nosotros, nena?
Jazmín, alarmada por las palabras de Mijail, se descubre observada. Ese "nena" le ha dado la pista, después de todo no es un secreto para nadie del club que soy su mujer, ¿no?
—Romina —dice ella al tiempo que se levanta, se limpia la boca y me mira ruborizada.
¿Lloraba mientras se la chupaba? Sus ojos no solo están enrojecidos, sino que el llanto corre por sus mejillas y su nariz moquea. Con eso no contaba.
Y entonces cambio de parecer por su conducta con Anika ante la evidencia del abuso al que ha sido sometida.
Hace años que no sé de los juegos eróticos que excitan a Mijail, pero sé que el dominio, el sadismo y la supremacía siempre formaron parte de ellos. No lo creo capaz de haber cambiado demasiado sus preferencias.
—Jazmín, cielo, ¿estabas aquí por voluntad propia?
Ella mira a Mijail pidiendo su permiso para hablar, yo me acerco a ella y la aparto de él para que esa conexión ocular quede rota.
—Cálmate, joder, Romina, que es mayor de edad, y no hacíamos nada que tú y yo no hayamos hecho antes.
—Solo de recordarlo me dan ganas de vomitar.
El sonido de su risa hipócrita me da asco.
—Me complace que todavía recuerdes lo grande que soy, nena.
—Imbécil.
Mijail se guarda la polla en los pantalones, y como si fuera lo más normal del mundo bajo mi mirada, se la acomoda, todavía dura, dentro de ellos.
—Contéstame, Jazmín, no tengas miedo —le pido yo sin oír al cerdo de Mijail —, ¿lo hacías porque querías?
—Eso no se le pregunta a una dama cuando ha sido ella la que tenía calores que sofocar.
De nuevo su sonrisa falsa, cuando ha hablado, me enloquece. Mijail convierte este absurdo diálogo en un lanzamiento de reproches mutuos.
—¡Mientes! ¡Abusabas de ella! —Me acerco más de lo debido para poder gritarle, lo que deriva en un error de mi parte que él aprovecha para cogerme del cuello.
—No vas a venir a pedirme explicaciones de nada, Romina. Y de ser cierto que yo utilizaba a Jazmín, tú no vas a decirlo —me dice con intención de besarme. Y lo logra mientras yo me revuelvo para evitarlo. Cinco segundos de auténtica porquería de tabaco, alcohol y el recuerdo del propio Mijail.
—¡Para callarme tendrías que matarme primero! —logro decir mientras golpeo su pecho. Él aprieta más mi cuello. El aire comienza a faltarme, aunque sigo consciente para oír su amenaza:
—¡No lo pidas con tantas ganas, nena, porque puedo llegar a complacerte!
Consigo apartarlo de mí con un empujón que lo deja de nuevo sentado en la mesa. Se acabó.
—Esto no puede seguir así, no aguanto un día más, Mijail. —Hablo con dificultad, pero a medida que respiro, mi cerebro se oxigena y suelto todo lo que llevo acumulado—. ¡No soporto verte, que me quieras tocar e incluso que me beses a la fuerza! No puedo con mi vida solo de pensar que tengo que venir cada noche a donde sé que puedo encontrarte. ¡Lo odio! ¡Te odio! ¡Y si todas esas miradas sobre mí, todas esas manos en mi cuerpo, sin mi permiso, ya me repugnan, no es ni la mitad del asco que me das tú!
Él se ha incorporado hasta situarse de nuevo frente a mí. Tuerce la cabeza victorioso, pero su sonrisa ya no existe, su mandíbula tensa no le permite hacer un solo gesto en su rostro que no sea para demostrar su rabia.
—¿Y qué piensas hacer, Romina? —él ya comienza a preocuparse por mi pérdida. O eso pienso por un segundo hasta que lo veo sacar un arma de su mesa para observarla luego con una sonrisa asquerosa. El grito de Jazmín seguido de su llanto me desquicia, no me deja pensar—. No puedes dejarme, sencillamente no puedes.
Y no se trata de una nueva amenaza, ni siquiera es una petición.
Mijail está convencido de una verdad que hasta ahora mismo yo no he querido aceptar. No puedo dejarlo, no quiero hacerlo, y no he podido en estos últimos cinco años.
La dependencia que me creó de él es tan grande que tengo miedo de salir ahí fuera yo sola y enfrentarme al mundo sin su protección. Mierda, Anika tenía razón. ¿Es por eso que quiero convertirme en la mártir que salve a cualquier otro sin importar lo que yo necesito?, ¿compenso así mi propia cobardía?
—Vámonos —ordeno a Jazmín que miraba la pistola, llorando.
No espero a que me hable, la cojo de la mano y la hago salir del despacho. Solo que Mijail tiene otros planes para ella. La agarra del cabello para postrarla de nuevo a sus pies.
—¡Déjala! —Pero mi amenaza no es suficiente.
Jazmín llora desconsolada por el miedo de no poder escapar del hombre que nos ha desgraciado la vida. No puedo irme sin ella, de conseguir retenerla en el club no quiero imaginar lo que Mijail le tiene guardado. Y él sabe que no la dejaré en sus manos.
—Solo si tú ocupas su lugar.
—Estás loco.
—¡Se trata de ser así de dócil, Romina, como ella, no de joderme la vida!
Mijail no se detiene, levanta a Jazmín por el agarrón de pelos. Y con esa sola mano, mientras la otra mantiene el arma bien sujeta, ejerce su dominio para besarla a la fuerza. El forcejeo de ella es débil, no se atreve a más.
—¡Antes de quedarme contigo me mato, ya te lo dije!
—Entonces, me gustaría verlo, nena.
Y sin que nadie haga nada, Mijail deja caer la pistola al suelo.
Se tambalea de repente y busca un equilibrio que no encuentra, porque arroja varias cosas de la mesa en el intento. Jazmín se aparta mientras yo cojo la pistola.
—¡Serás puta! —Y menos mal que la patada que da al aire no alcanza el vientre de Jazmín.
—Mucho has tardado en caer, cabrón —murmura mi amiga.
—¿Qué os pasa? —le pregunto a ella, sin dejar de apuntar con el arma el cuerpo de metro ochenta que va a desplomarse delante de mí. ¡Qué escena tan gráfica de lo que ha sido mi vida a su lado!
Yo tengo ahora el poder sobre el hombre que tanto daño me ha hecho, cuando él mismo se clava de rodillas ante mí como tantas veces me hizo hacer en el pasado.
Debido al silencio de Jazmín observo la mesa. El vaso de vodka, tan habitual en las costumbres de Mijail, a esta hora, ha caído vacío al suelo, no así la botella que se ha roto derramando el líquido.
—¡Jazmín, ¿qué has hecho?!
Mi grito de horror la obliga a mírame.
—Cállate, Romina, o acudirán los de seguridad.
Esa confianza en sus palabras, cuando pensé que el miedo la acobardaba, me deja ver una Jazmín diferente. Una mujer decidida y valiente capaz de hurgar en el ordenador de Mijail con un pendrive, a la vez que abre y cierra cajones de la mesa y los armarios de archivos.
Miro la puerta a la espera de ver aparecer a los cuatro armarios empotrados para que nos machaquen a golpes antes de entregarnos a la policía, no los imagino con muchas ganas de sonreír al verme hoy, estoy junto a Mijail, el gran jefe y dueño de media ciudad, inconsciente por estar drogado, y ni yo misma sé si despertará.
Suelto de inmediato el arma, la que Jazmín, con la cabeza despejada y fría, recoge para limpiar mis huellas mientras habla sin sentido. Bueno, quizás sí lo tenga teniendo en cuenta que había premeditado drogar a Mijail.
—No tendrías que estar aquí, ¡era tu turno en la terraza! Cuando creo que me deshago de Anika, para que no salga perjudicada y nadie sospeche de ella, vienes tú a joderlo todo. He pasado un día de mierda creyendo que le había desgraciado la pierna, ¿y todo para qué? ¡Para que tú intervengas en el peor momento! ¡Si lo llego a saber, te hago lo mismo!
—Perdona si he interrumpido tus planes, gilipollas, solo me preocupaba por ti. —El sarcasmo me sale espontáneo, normal, estoy muy cabreada con ella.
Y es que en menos de quince minutos ha logrado sacar tantas emociones en mí que voy a reventar en su cara sin reconocer a la verdadera Jazmín entre tanta mierda esparcida.
—¡Pues como yo lo hago contigo!, ¡nadie debe verte aquí! Ahora todo será más difícil, Romina —dice sin prestarme mucha más atención, pues está agachada levantando a Mijail por las solapas de su chaqueta para hablar con él.
—¿Qué haces ahora?
Ella se gira a mirarme desde el suelo. Puedo ver su expresión arrogante.
—Lo que debí hacer la primera noche que me trajo y probó el "'género".
Jazmín no se apiada de Mijail para zarandearlo y preguntarle, ahora que todavía parece despierto:
—¿Dónde tienes mi maldito pasaporte?
Él sonríe mientras hace una pedorreta. Dios mío, a Jazmín se le ha ido de las manos lo que sea que le ha echado en la bebida, o más bien no llegó a la dosis indicada. No solo no ha logrado dormirlo, sino que Mijail está en plan payaso borracho sin colaborar demasiado.
—Dime donde está o verás todo esto arder, capullo.
¡La madre que parió a la niña! Yo llevo años tratando de hacer efectiva mi amenaza y ella en menos de diez semanas de embarazo va a conseguir quemar el club.
Mijail se ríe mientras enreda en sus dedos el cabello moreno de Jazmín para olerlo a continuación.
—Mírame, Mijail, tienes que decírselo —digo yo queriendo ayudar. Soy idiota, ¿es que no puedo mantenerme al margen y de verdad subir a la terraza para que no se me implique en esto?
—Romina, mi amor. —Mijail me sonríe con cara de enamorado. Puaj, había olvidado esa expresión y no quiero volver a verla en la vida.
Le doy una hostia en la cara para que deje de sonreírme. Y con las ganas que le tenía, creo que me he pasado.
—Sí le dejas marca, lo recordará mañana al verse en el espejo —me advierte Jazmín, la que a cada momento me sorprende más en su papel de malota—. Finge un poco, joder, no es tan difícil si hasta yo lo he hecho.
Mierda, y lo suyo ha sido peor, más contacto, más saliva, más fluidos. Muevo la cabeza para que ese recuerdo de ambos no se ancle en mi memoria.
Está bien, no por que me ponga cariñosa con él voy a sentirme atraída, ¿verdad?
—Tengo que estar muy loca para hacer esto —digo esta vez acariciando el lugar de su mejilla que recibió mi golpe—. Cariño, Mijail, amor mío. —No sé ni cómo consigo hablarle de esta manera tierna—. Vamos a darle a Jazmín su pasaporte, ¿sí? Será lo mejor para los dos. Así ella podrá irse a Marruecos de una vez. Tengo celos de ella, mi vida, y allí jamás podrá interponerse entre nosotros.
Ella arremete contra mi brazo para que deje de decir tonterías. Pero oye, ha resultado, ¿no?
Sin ganas ya, porque de esta se queda dormido, Mijail señala a nuestra espalda el armario de las bebidas.
—Ahí no está —asegura Jazmín que ya buscó en él.
—Vuelve a mirar —le pido yo.
—Está oculto —dice el propio Mijail cubriendo sus labios con el dedo índice para pedirnos silencio en su supuesto secreto.
Y cuando por fin Jazmín lo encuentra bajo uno de los cajones, pegado con cinta adhesiva, yo veo por primera vez su sonrisa sincera.
—Sal de aquí, Romina —me indica ella al mando de la situación
—¿Qué?, ¿por qué?
Me ha dado miedo su mirada. Por un instante sus ojos grandes y negros han ensombrecido.
—No mentía cuando dije que acabaría con esto.
—¿Qué vas a hacerle a Mijail?
—Lo que vosotras jamás os atrevisteis —asegura con un gesto de maldad.
La aparto de él, no sé si Mijail estará consciente aún, pero no quiero que se entere. He de convencer a Jazmín de su mala idea.
Y yo después de esto creo que podré buscar trabajo de consejera laboral, ya verás.
—Tienes ya tu libertad, mujer, vete sin hacer mucho ruido.
—No quiero que ese hombre vuelva a hacerlo con ninguna otra, Romina, no estaría bien.
—La fama de Mijail le precede, cariño, y aun así nadie ha podido demostrar jamás que trafica con mujeres.
—Siempre hay una primera vez para todo —dice convencida de lo que va a hacer—. Hasta que me interceptó en Melilla y me engañó, no supo que comenzaba su destrucción.
—Pero eso no vas a poder conseguirlo sin cometer un delito, y te aseguro que una extradición será el menor de tus problemas esta vez.
—Cualquier celda será mejor que esto.
—Espera un poco, ¿vale? Podemos meditarlo, hablar entre las tres y…
—No, será ahora. Anika quizás no me perdone, pero si acabo con Mijail puede que entonces me escuche.
No estoy siendo muy buena en mis argumentos, a Jazmín no hay quien la convenza de acabar… un momento, ¡todavía no sé qué piensa hacer!
—¿Acabar?, ¿cómo que acabar? Creí que se trataba de cortarle los huevos…
Y como si nuestras plegarias hubieran sido oídas —que ya era hora con las mías en particular—, es el propio Mijail quien nos ahorra un disgusto, y con él, la cárcel.
—¿A qué huele? —pregunto a Jazmín interrumpiendo nuestra conversación.
—¡A quemado! —exclama ella horrorizada.
Mijail, con un último esfuerzo, ha prendido fuego a los papeles que habían caído de su mesa, y la botella de vodka, derramada, junto a la madera de la mesa, el resto de plásticos de las carpetas y cables del ordenador, hacen de acelerante.
—Ayúdame a moverlo —le pido a ella para evitar que Mijail se queme.
Jazmin no tiene en cuenta mi petición, prefiere rescatar documentos, los sacude para que el fuego se extinga y los acumula lejos del foco.
—Jazmín, ayúdame. Hay que sacar a Mijail.
—Yo no estoy aquí recuerdas.
La agarro del brazo para que me atienda.
—El Burrow jamás saldrá de ti si no haces lo correcto. Te convertirás en un ser tan despreciable como él.
Jazmín levanta la vista, cansada de mi insistencia.
—Prométeme que después de esto estudiarás psicología —me dice enfadada—. No sé si seas buena, pero una hija de puta insistente ya lo eres.
—Gracias, cariño —le digo con un guiño de ojo. Luego ya la beso, la abrazo y hasta la levanto en peso, si quiere, para animarla, pero ahora mismo no tenemos tiempo. El humo es cada vez más denso—. Tú coge de los brazos, yo lo hago por las piernas.
—Reza al que sea tu dios, Romina, porque tendremos que dar muchas explicaciones después de esto —propone ella muy seria por estar haciendo lo que le pido.
—Por ese lado vamos bien, reina. No creo, así que cualquiera me basta si va a salvarme el culo.
Y sonrío al pensar en mí misma.
Mi teléfono:
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