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La sopa de Aurora estaba exquisita, aunque los restos permanecen fríos horas después sobre la mesa porque nos hemos puesto a hablar. Creo que he comido demasiado, y ahora que la conversación se centra en Mijail, puede darme náuseas solo con mentarlo. Pero Anika tiene la culpa. Cuando me he sentado de nuevo junto a ella,  al acabar de comer, ha querido saber cómo estaba yo de ánimos después de enterarme de su caída, provocada por él mismo.

     Mezcla de impotencia, rabia y desesperación,  que elija ella en qué medida. Y miedo, mucho miedo. Y no por lo que me pueda hacer, al contrario, sino por lo que pueda ser yo capaz de hacerle a él. 

     —Desde ya te digo que temo verlo hoy, la verdad. Puedo llegar a cometer cualquier locura.

     —Mijail tiene el don de volvernos locas, no debes cuestionarte por eso.

     —Ya. Ayer se me fue de las manos nuestra discusión, ¿sabes?

     —Aún no comprendo cómo, alguna vez, pudiste amarlo tanto —pregunta sin comprender.

     —Porque a veces las personas cambian, Anika, aunque la gente diga lo contrario. Y eso es lo que le pasó a él conmigo. El puto sádico que es con todos, conmigo jamás lo fue. Durante nuestra relación era como si eructara pompas de jabón en vez de insultos. —Anika ríe ante una imagen de Mijail dofivil de hacerse—. ¡Oye, que te lo digo en serio!, volvió a ser el cabrón que es el día que salí del hospital y le dije que no regresaba a su casa —digo sin pestañear en mi seriedad.

     —Solo por haberte engañado de ese modo, deberías ser tú la que acabe con él y su doble cara.

     —Sabes que ese placer te lo cedo a tí, cariño, o no habría quien te soportara después —digo riendo y chocando nuestros hombros.

     —¿De verdad cees que acabaremos siendo amigas fuera del Burrow? —pregunta con cierta melancolía.

     —¿Y por qué no? —Y más que a pregunta, la mía ha sonado a reproche por andar pensando estupideces—. Nuestros secretos de Mijail nos hacen cómplices. Si una cae, la otra va detrás.

     Le he guiñado el ojo, pero mi broma sobre su caída no consigue hacerle sonreír.

     —¿Y qué es lo que hiciste anoche,  que me perdí su cara?

      —Poca cosa. Me dejé meter mano delante suya por varios clientes  —digo con despreocupación. Por primera vez en mucho tiempo disfruté la cercanía de Mijail, y efectivamente, su cara de cabreo.

     Pero la cara de Anika más que de sorpresa es de satisfacción.

     —¿Sabes qué le jodería más? Que te dejases meter mano por mí, ¿qué me dices?

     Hija de puta, se ríe cuando me ve la cara descolocada y trata de cogerme las tetas.

     Llaman a la puerta en el instante que estoy por responderle con un bofetón, pero a cambio nos reímos.

     —Tú por si acaso déjame ver bien la venda de tu pierna estos días, porque se me podría olvidar que estás así y darte una hostia de veras.

     Me levanto del sofá mientras dejo a Anika riendo. Me alegra ver que al fin lo hace abiertamente y que soy buena con las terapias de salvamento, aunque con Eloy no haya sido muy efectiva puesto que jamás olvidó a su mujer. A ver si no tardo en poner en práctica mis propios consejos ahora que me he enamorado yo y caigo del precipicio. 

     Utilizo la mirilla para comprobar que puedo abrir la puerta y a punto estoy de atragantarme. 

     Joder. La vecina del C me mataría si supiera lo que acabo de pensar, en mil y una maneras de reventarle los tabiques a polvazos.

     Regreso con Anika, corriendo, al tiempo que me abanico con la mano, ¡como si este estúpido gesto pudiera quitarme el calor que de repente ha invadido mi cuerpo!

     —Levanta, tienes que ver esto, mujer.

     —¿En serio? —Ella señala su pierna vendada, pero yo no me apiado.

     —Coño, Anika, levanta, que vas a perderte al buenorro de mi nuevo vecino.

     —¿En serio, Romina, crees que me moveré para ver un hombre? —Ella señala sus partes bajas cuando me hace un gesto grosero con la lengua entre sus dedos índice y corazón de la mano derecha.

    —Cochina —digo riendo—. Aunque ahora mismo te besaría para agradecerte que seas lesbiana. Una menos para competir.

     Y le planto un beso en la frente.

     —¡Voy! —grito para que el buenorro no se vaya sin verme antes.

     En el espejo de la entrada termino de asegurarme de que mantengo el rimel en mis pestañas, el rubor en mis mejillas y los pelos en su lugar, todos en la coleta que llevo muy mal hecha. Con los pechos no puedo hacer nada, estoy en mi casa y no uso sujetador.

     Respiro hondo sin demorarme demasiado, y abro la puerta.

     Es un hombre de unos cuarenta años de edad, de aspecto muy interesante a juzgar por las canas que ya platean su pelo oscuro, abundante y levantado de la frente. Su rostro afilado tiene sombra de barba que endurece la expresión de su mandíbula. Es alto y más bien  delgado, pero no me sorprendería descubrir que está marcado debajo de la camiseta que se ajusta a su pecho, la que de color gris hace juego con unos jeans slim del mismo color. 

     Cuando levanto la mirada de sus zapatillas blancas de deporte, y la paseo por el resto de su anatomía, no puedo evitar pedirle un favor a dios por todas las plegarias que me debe y que nunca me cumplió siendo niña: que no exista un/una señor/señora buenorro/buenorra, esperándole al otro lado del rellano. 

     Y entonces es cuando me topo con su mirada, de tono marrón avellana. 

     Él me mira expectante, analizando mi cara en todo momento como si tratase de adivinar quién soy. Y debe de
haberle gustado lo que ve de mí, porque sonríe.

     —¿Hola? —digo avergonzada.

     No dice nada, pero hace un gesto con su mano para saludarme.

     —¿Qué ocurre, Romi? —pregunta Anika a gritos desde el salón.

     Eso quisiera saber yo, este hombre sonríe mucho y a mí me está provocando taquicardia.

     —Pues no lo sé, no habla —contesto del mismo modo.

     —¡Será guiri! —Sigue chillando ella. Lo que no sería del todo una locura habiendo venido a vivir a Marbella.

     —¿Eres guiri? —Quiero saber yo de inmediato. No tengo problema con eso, puesto que hablo inglés, podremos entendernos.

     El hombre mueve la cabeza negando, y es en ese momento que coge su teléfono móvil ¡Será maleducado!

     —¡Eloy al teléfono! 

     Anika se ha propuesto joderme el acercamiento con mi vecino, de no saber que le tiran las tías pensaría que es envidia.

     —No te muevas de aquí. Stop. Don't move, please. I'll come back.

     Tampoco dije que hablase bien del todo el inglés, ten en cuenta que lo aprendí de muchos borrachos. A mi vecino no parece haberle importado mi acento, al oírme se ha reído.

     ¡Que le den!, Eloy está llamando cuando debería de estar de reconciliación con su mujer.

     Corro al interior del piso y cojo el teléfono que Anika me da.

     —Ni vecino buenorro, ni guiri, ni hostias. Llama Eloy y no tienes "oídos" para nadie más.

     —¿No te das cuenta de que eso significa que no está con su mujer? —le digo guiñándole un ojo.

     —O ya se la ha follado y ahora quiere hablar un ratito con su amiga.

     —Si eso le hace feliz, por mi bien, no voy a colgarle el teléfono. 

     —Habló la mártir.

     —Mujer enamorada.

     La mando a callar cuando descuelgo.

     —Hola, Eloy.

     —Estoy aquí.

     —¿Aquí, dónde?

     Anika pega un grito que me asusta tanto como las palabras de Eloy. Señala a mi espalda con la cara blanca, más de lo que es.

     Y es que mi vecino ha entrado sin permiso a  mi casa y está en el salón con el teléfono en la oreja al igual que yo.

    —Hola, Romina.

     Y así es cómo oigo su voz por primera vez fuera de la línea telefónica. ¡Es tan bonita!, como lo es su sonrisa y todo lo demas de él.

    —No quería que pasara esto —se excusa Eloy.

     —Ya, machote, pero ocurrió —le dice Anika—. Romina es imprevisible hasta para desmayarse. De hecho todo el mundo lo es, nadie lo prepara, ¿sabes?

     —No le hables así, Anika, ha sido mi culpa —consigo decir yo mientras abro los ojos.

     —¿Estás bien? —me pregunta Eloy sonriendo.

     "En la gloria" —quiero decirle al verme apoyada en sus piernas.

      No sé si será del golpe me he dado en la cabeza, pero he podido imaginarme una conversación con Eloy mientras estaba de sincope.

     —Ahora sé que te quiero en mi futuro, Romina, que Sonia está sepultada bajo toneladas de basura de mi pasado. ¿Quieres casarte conmigo en el presente?

     Ok, no, esto último lo estoy pensando ahora mismo mientras me mira sonriendo con ese entrecejo arrugado por la preocupación. Qué bonito que se ve tan arrugadito.

     —Sí, estoy bien. Estás aquí.

     —Eso ya lo sabemos —interviene Anika sin que ninguno de los dos se lo hayamos pedido. 

     Yo misma me incorporo con ayuda de Eloy. La ayuda de Anika es inexistente, sigue sentada en el sofá mirándome a mí sentada en el suelo.

     —¿Puedo preguntarte cómo me has encontrado?

     —Llamé a Aurora.

     —Ya.

     Anika ríe y aplaude su confesión mientras jura que "esa mujer es la puta ama y que la idolatra", yo procuro que no anime demasiado a ese escuadrón cotilla, cuando sé de sobra que Tomás está igual de implicado.

     —Por favor, Anika, para —le digo cuando me levanto del todo y me encuentro cara a cara con Eloy. 

     Él me ha ayudado hasta el punto de sujetarme todavía por los brazos. No tengo riesgo de otra caída, pero  no se  lo digo y me dejo agarrar.

     —¿Podemos hablar en privado, Romina? —me pregunta Eloy con un susurro no muy discreto, porque Anika le pide que hable más alto para que pueda enterarse.

     —Sígueme. —Y me gustaría tomar su mano para conducirlo a mi dormitorio, pero definitivamente la cocina, y que caminemos por separado, es la mejor opción.

     —¡Así no vale!, ¡voy a perderme lo mejor! —dice Anika cuando ya no nos ve.

     Cierro la puerta de la cocina por si acaso. Dudo de que pueda levantarse sola, pero no me arriesgaré. 

     —Hola —digo cuando ya me he girado hacia él.

     —Hola —contesta Eloy sonriendo. Y es toda una paradoja en sí, porque ahora que veo su boca, estirada y feliz, no puedo oír nada de esa sonrisa como ocurría por teléfono—. Dime que estás bien.

    —Si es por el desmayo, sí, no te preocupes, y por estar viéndote a mi lado no podría sentirme mejor. En cambio por lo que has oído de mí al entrar, ya no tanto, ¡quiero morirme de la vergüenza!

     Eloy sonríe dando por hecho que oyó que estaba enamorada de él.  Mierda. 

     —Admito que como bienvenida ha sido un tanto extraño tener que cogerte para que no te estampases contra el suelo. 

     —Debiste avisarme, hubiera estado esperándote y no largando payasadas en inglés con un vecino imaginario o confesando tonterías —le digo sonriendo.

     —¿Y perderme la oportunidad de improvisar como me has enseñado?  —dice encogiendo sus hombros. Ay, dios, esos hombros tan bonitos que tiene.

     —Eso se llama dar sorpresas, Eloy,  y esta no ha tenido un buen comienzo. —Mi sonrisa sigue ahí—. Cuando pille a Aurora me las pagará, no sé cómo, pero pensaré qué puedo hacerle. —Joder,  debo parecer gilipollas, no puedo dejar de sonreír. ¡Eloy está aquí, conmigo!

     —No seas muy dura con ella, ¿vale?, me costó convencerla, no quería que te enfadases de nuevo.

     Me cruzo de brazos, sorprendida. Más bien río mientras finjo sorpresa.

     —¿Así que no eres tan irresistible como creías, Eloy Cantero?

     Miento, miento y miento. Conmigo lo es.

     —No —dice mordiendo su labio inferior. Ay, dios, ese labio tan bonito, de esa boquita tan bonita suya—, dos minutos tardó en decirme tu dirección. Me hizo sudar la buena mujer, no creas.

     Me río a carcajadas esperando que él haga igual, como en otras ocasiones, pero me mira embobado.

     —¿Qué?

     Y ese labio tan bonito suyo desaparece en el interior de su boca para dejarse ver húmedo después.

     —Tu sonrisa es más bonita de lo que imaginaba por teléfono, si eso ya era posible.

     —Eloy, por favor… —Un calor inesperado se instala en mis mejillas, siento cómo desciende por mi cuello y cómo en breve alcanzará mis pechos. Joder, este hombre habla mejor en persona que por un móvil.

     —Lo siento, siento si te he incomodado.

     —No es eso, yo he pensado cosas peores al verte. —Al oír mis palabras levanta la cabeza, la que agachó avergonzado. Yo lo estoy más al acordarme del "vecino" y los tabiques que comparto con la casa de la de C.

     —Si quieres, puedo empezar por contarte por qué he venido,  nos evitará silencios incómodos y miradas extrañas.

      —Estaría bien, pero… —Miro el reloj de la cocina, sobre la puerta, el Burrow se entromete entre ambos sin que él lo sepa—. Ya son casi las nueve.

     Al notar mi repentino cambio de humor por la hora en la que siempre acabamos nuestras llamadas, se preocupa.

     —Hoy estoy aquí, Romina, podemos vernos luego —propone mientras me coge las manos y espera mi consentimiento—. Cuando no puedas dormir, te estaré esperando —termina él de decir por mí. 

     —Sí —corroboro yo, con una sonrisa más amplia si cabe cuando él besa mis manos—.  A esa hora no habrá nadie dando gritos en el salón, por ejemplo.

     Y es que Anika insiste en que salgamos a hacerle compañía o vamos a desgraciarle la pierna porque la estamos obligando a levantarse y venir a la puerta a pegar la oreja, lo que ha provocado nuestras risas cómplices. 

     —Déjame que te diga algo, primero —dice con urgencia.

     Eloy se pone cómodo, echado en el borde de la encimera, me gusta su naturalidad. Por el contrario, yo no consigo mantener el equilibrio al verlo. Pero ¡míralo, por dios!, si está tan a gusto que parece que me conociese de toda la vida. Ya ni recuerdo al snob estirado de nuestras primeras llamadas.

     —He venido a verte para ayudarte, no sé qué es lo que te está atormentando, o qué mierda tienes todavía que reciclar tú —dice tocándome la sien derecha con el dedo índice—, pero aquí estaré hasta que tú quieras contarme. 

     —¿Eso le convierte ahora en mi terapeuta, doctor Cantero? —pregunto riendo.

     —No necesitas uno, Romina. Recuerda que sabes nadar sola, y que hasta hace dos semanas ya lo hacías sin mí.

     Tiene razón. Y estoy a punto de emocionarme. 

     Podría haber esperado una declaración de amor en la que me dijera que soy la mujer de su vida, que me ama desde nuestra primera charla juntos y que jamás regresará con Sonia, pero esto es mucho más tierno y sincero que todo eso, ese "salvamemto" la hace más nuestro, más…. terapia, por muy equivocada sea.

     Suelto el aire que retenía con pesadez, sin encontrar alivio.

     —No sabes lo mal que estoy, Eloy, no deberías confiar tanto en mí  —digo con  tono de listilla, sonrisa torvida en los labios y brazos cruzados.

     Eloy se acerca lo suficiente para poder mirarme a los ojos sin dejar mucho espacio entre el resto de nuestros cuerpos. Es un poco más alto que yo, pero eso no me intimida, al revés ¡me excita mucho, joder!

     —Te lo mereces cuando todavía eres capaz de ayudar a otros. Y llámame entrometido, pero no me voy a Madrid sin que te vea a salvo.

     Miro sus ojos, los que no solo son bonitos, sino sinceros, y es lo que me hace hablarle con la misma sinceridad.

     —¿Y de verdad estarías dispuesto a lanzarte de cabeza al agua, vestido y sin salvavidas? —Me noto los ojos enrojecidos por el llanto contenido.

     —Y de pies y manos atados si hiciera falta.

     —¡Vaya! —exclamo y golpeo su hombro con ternura—. Eso sí que es egoísta, chaval, yo estoy a punto de hundirme y me obligas a salvarte el culo. 

    Eloy echa la cabeza hacia atrás para reír,  yo aprovecho para limpiarme los puñeteros ojos que se me han inundado de lágrimas. 

     —Eso no es un problema para ti, Romina, eres tú quien tiene el máster en el refranero español, seguro que encuentras alguno que nos remolque a los dos hacia la orilla, ¿a que sí? —dice sonriendo.

    Lo observo unos segundos,  embobada, y no puedo dejar de preguntarle:

     —¿Qué es lo que te ha hecho venir, Eloy?

     —¿La verdad?

     —Por favor.

     El aliento fresco de su boca se apodera de mi oreja, la que recibe un susurro que acaba por derretirme:

     —Hace tres días en la única en la que pensé eras tú. Es más, no hace ni veinticuatro horas he tenido otro orgasmo pensando en ti. 

      —¿Tres días?, ¿ayer? 

     —Y hoy estoy aquí —dice levantando los brazos para mostrarse a mi lado.

     —¿Hoy?

     ¡Mierda!, tras el teléfono podía boquear como un pez sin que me viera, ahora he de parecerle una idiota mientras trato de respirar cuando él me mira diciendo una y otra vez sí con la cabeza.

     —No quise ver a Sonia y he preferido  venir contigo. 

     —¿Para correrte otra vez? —pregunto sonriendo abiertamente ahora, y más cuando él ríe a carcajadas besando mis manos.

     —Hombre, eso estaría bien, pero solo si tú quieres, claro. —Su guiño de ojo me recuerda lo mucho que me he perdido de él estas dos semanas sin verle mientras hablaba conmigo

     Anika nos grita de nuevo, pregunta qué coño nos pasa para reír de este modo y que no se lo contemos a ella.

     Nuestra terapia llega a su fin, por ahora.

     —Te necesita. Y yo puedo verte luego para mejorar tu día, ¿qué me dices? —pregunta cuando el reloj ha marcado las nueve en punto.

     Eloy se permite acariciar mi cara que sigue estirada en una sonrisa mientras espera a oír mi respuesta. Esta viene en forma de suspiro.

     —Directo, sin dudar y e imponiendo  tus deseos de manera acordada. Eres bueno para convencer, no puedo negarme —digo riendo.

     Eloy se está divirtiendo con nuestra conversación de despedida,  eso, o no quiere irse de verdad, porque me abraza sin permitir que me queje por ello. Da igual, no quiero de todos modos. 

     Echo mis manos, lo único que puedo mover cuando estoy siendo aplastada por su extraña fuerza, a su delgada cintura. Y sin que me vea u oiga,  sonrío en silencio al aspirar su aroma.

     Y es tan increíble como lo es él. Sensaciones de Eloy de las que el teléfono me privó, hasta ahora.

     Anika me da el visto bueno cuando ya estoy de salida para el club. Pantalón de cintura alta y pierna de elefante, con top sin tirantas.

    Llevo puesta la ropa con la que me verá Eloy por la mañana en su hotel. 

    —Recuerda que mañana es tu día libre en club.

    —Lo sé.

    —Y que podría ser también el último si quisieras.

    —Anika, no diga estupideces.

    —Vamos, Romina, ese hombre compraría la maldita residencia de tu madre si tú se lo pidieras para salir de este infierno. Yo vi cómo te miró cuando estabas en el suelo —agrega irritada.

     —¿Y cómo lo hizo?

    Me lo ha dicho ya una docena de veces mientras me vestía, pero otra más no estaría mal. Tengo un ego difícil de contentar. Ella resopla y me lo dice de nuevo:

     —Como cuando no está bien pellizcar el pastel de tu cumpleaños, pero también sabes que es tuyo y luego meterás la cara en él para darte un atracón.

     —¿Una mirada golosa? —Quiero saber como si fuera la primera vez que lo dice.

     —Hambrienta, ¡y para ya!, que cada vez que te lo digo me pongo enferma, ¡sabes que hace meses que no me como nada!

     —Idiota —le digo mientras me agacho para darle un beso. —Y si aparece esa traidora de Aurora antes de que yo regrese mañana, le das un enorme beso de mi parte.

    —Si sabes lo que te conviene, no vendrás en todo el día.

    Cuando ya voy a salir, me detengo.

     —Anika —le digo mientras la cojo desprevenida.

     —¿Qué?

     —Hoy es la noche libre de Jazmin.

     —¡Que bien! Así podrá descansar,  que falta le hace —comenta queriendo parecer despreocupada. He reventado su buen humor de repente.

    —Puedes llamarla para que venga, quizás vuestro distanciamiento sea menor de lo que crees.

    —Nuestro distanciamiento, como tú lo llamas, tiene la longitud de la escalera de la terraza del Burrow.

    —Y dale con culparla de tu situación…

     —Culpo a Mijail, ella es solo un daño colateral que jamás debí mirar.

     —Está bien, no insisto. —Mejor me callo, porque se queda sola y acabo de joderle la noche—. Procura descansar y tomarte tus pastillas, ¿si? No quiero que me llames del hospital cuando esté con Eloy.

     —Descuida, ni yo quiero ver tu cara de satisfacción estando enchufada a un suero cuando lo que quiero en realidad es enchufar la batería de mi…

     —No quiero oír las perversiones de tus cacharros.

     Le echo una mirada que podría matarla y, riendo luego, me marcho. Pero ella interrumpe mi salida esta vez.

     —Cuidado con Mijail, cielo. Regresa sana mañana, por favor.

     —Lo haré, Anika. Descansa.

     Salgo corriendo escaleras abajo después de mandarle un beso a través del aire. Ya llego tarde y me quiero ahorrar un nuevo enfrentamiento con Mijail, eso sería quedarme a hacer la caja y ayudar a recoger el club, y por nada del mundo retraso mi cita con Eloy al acabar el turno

Mi teléfono:

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