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Su voz me suena familiar, con ese tono que me invita a relajarme en cada una de nuestras conversaciones, pero para la pena y el coraje que arrastro hoy necesitaré que me diga mucho más que otras veces. Solo así podré olvidar por un rato a Mijail.
—Eloy.
—¿Romina?, joder, ¿eres tú? —dice con sorpresa—. Estaba preocupado. No me has llamado, y no cogistes mis llamadas. —Y no sé cuál ha sido su intención, pero lo tomo como un regaño.
—Lo siento, me he comportado como una cría.
—Yo tampoco estuve a la altura en nuestra última conversación —confiesa apenado, y noto que el dolor en su voz ahora es porque vuelve a avergonzarse de lo que hicimos—. Y entiendo tu reacción, créeme.
Me gustaría al menos sonreír, pero no puedo.
—Por eso mismo acepto cualquier queja que tengas de mí, Eloy, cualquier reproche que quieras hacerme.
—No te niego que el primer día quise decirte muchas cosas, y que deseaba que me contestaras solo para colgarte el teléfono yo después. Pero hoy ya no, me alegro de oírte y saber que estás bien.
—¿Lo dices en serio? —pregunto con las primeras lágrimas en los ojos.
No es mucho, no es como si me hubiera dicho que me ha echado de menos, pero me conformo. Para haber creído que jamás lo volvería a oír, esto me reconforta su pérdida.
—Si te digo que estuve por llamar a Aurora, pero que me contuve a tiempo de estropearlo más contigo, no te estaría mintiendo.
—Eres increíble, Eloy… me comporté fatal contigo sin darte la oportunidad de expresar tus miedos, y yo voy y te insulto de la peor manera que pude, mientras tú...
—Oye, ¿qué te pasa?, ¿estás llorando?
—No es nada, es solo que te estaba escuchando ...—"De nuevo", quiero decirle, pero me callo a tiempo de no parecer desesperada—., y he recordado nuestras llamadas.
No sé siquiera si Eloy está respirando, no oigo nada que venga de él, está muy callado.
—Romina, yo… ya no soy el mismo de esos días —dice preocupado.
—Discúlpame por ser tan egoísta, Eloy, y llamarte solo porque no estoy en mi mejor momento, buscando que me escuches.
—No es eso, disculpa tú, fui yo quien te dijo que me llamaras cuando quisieras. Te lo debo.
Duele saber que me está devolviendo un favor que no le he pedido, que ya no lo hace por iniciativa propia. Lo he perdido. Claro, que uno no pierde lo que nunca se ha tenido. Ahí llevo mi propio consejo, que alguna vez leí en alguna parte.
—¿Estás en el hotel? —pregunto para romper el silencio.
—Voy ahora —Y no lo siento del todo sincero.
—Pues no te molesto más, perdona.
—Espera, tengo cinco minutos, ¿para qué me llamabas? —Parece interesado en saberlo, pero sería demasiado largo para el tiempo de cortesía que me ha concedido.
—En otro momento, no podría en cinco minutos.
Tengo tanto que contarle, que no sé por dónde empezar. Y no quiero decirle que me preocupa la obsesión de Mijail conmigo, que no me gusta el cariz que está tomando la lesión de Anika, porque la adoro con toda su maldad y todo, y que el hijo de Jazmín ha venido a darme una "hostia" de realidad por la vida que llevo en el Burrow. Ah, y que por supuesto que he echado mucho de menos hablar con él.
—Tienes buena capacidad de síntesis, ¿o no eres tú la que dice, good brief, twice good? —pregunta buscando mi sonrisa.
—Culpable, yo y mis manías del inglés sintetizado. —Y no sé por qué, pero me sigue costando reír con él, lo noto extraño.
—Inténtalo, ya son cuatro minutos, Romina.
No entiendo su prisa, pero allá voy. Por lo pronto puedo ahorrar en palabras innecesarias, en contexto básico y en información inútil.
—Solo quería escucharte, cuando lo hago siento que puedo con todo. No solo mejoras mi día, Eloy, sino que puedo sonreír —digo dispuesta a colgar el teléfono por la metedura de pata que he tenido. He resumido tanto que he dicho lo que no tenía que decir—. Y me han sobrado tres minutos y veinte segundos. Good brief, twice good, guy.
Lo digo con un tono cómico para que pase desapercibido mi error. Y aún así no he hecho que sonría.
—He quedado con Sonia.
—¿Qué?
Ser arrollado por un alud de nieve tiene que ser muy similar a lo que he experimentado al oírlo. Me ha dejado helada, casi muerta. Y no sé si me levantare despues de esto.
Desconecto el manos libres y me llevo el teléfono a la oreja mientras me levanto de la cama. El tema es lo suficientemente serio como para airearlo por ahí y que acabe en boca de todo el barrio.
—Dime que tratas de animarme y que es una broma, aunque me cueste verle la gracia en este momento, la verdad.
—No puedo. Está a punto de llegar al hotel.
Joder, hotel, camas. Camas de un hotel que es de él. Él en una cama, ella con él.
—¿Y por qué priorizas ese encuentro ahora?
Mierda, eso ha sonado a celos.
—¿Perdona? Romina, Sonia es mi mujer, no debería de extrañarte que quiera verla —contesta exaltado.
—Ese es tu error, Eloy, creer que lo sigue siendo y que todavía le debes algo. Creer que solo serás feliz a su lado. Pero recuerda que la que dejó escapar a un hombre increíble fue ella, no te martirices más.
No sé qué me pasa, será el acumulo de emociones con las que ya cargo hoy. Si hace un par de días me dominaban la felicidad, la incertidumbre y la esperanza por mi nuevo piso, por la relación con mis amigos, y por el descubrimiento de mis sentimientos por Eloy, hoy es todo lo contrario, la rabia, la envidia y el orgullo se apoderan de mí. Hoy más que nunca me parezco a Mijail.
—Necesito tu compresión, Romina, no que me azotes con tus verdades, por favor.
—Es que si ni yo misma lo comprendo, Eloy, no puedo hacerte creer lo contrario a ti.
—Son muchos años a su lado tratando de ser feliz como para que en una semana pueda fingir que no la quiero ver.
Me estoy comportando fatal, peor que una cría a la que quitan su juguete favorito. Y no considero realmente que Eloy sea un muñeco en manos de nadie, es cierto que por su comodidad y su pasotismo ha descubierto tarde su personalidad, su carácter y su iniciativa, pero siempre estuvieron ahí y fueron parte de él. Yo no soy quién para volver a arrebatárselas.
—Lo entiendo, claro que sí, ha sido una reacción estúpida de mi parte. Perdona.
—Está todo bien entre nosotros, ¿no? —Y no sé, pero su preocupación parece estar ahí.
—¿Por qué lo dices?
—Porque he tenido la sensación de que desaparecía nuestra complicidad.
En cambio el presentimiento que yo tengo no tiene nada que ver, es muy similar, sí, solo que la mía es una pérdida mucho más física que la suya tan emocional. No quiero que Eloy me deje de llamar por teléfono porque regresa con ella.
—No te preocupes por eso, confía en mí.
—Ya lo hago desde el primer día. Recuerda que hasta hace poco más de una semana yo no sabía qué era un baño público y mírame, sigo vivo gracias a ti. —Eloy me hace sonreír y adivino que eso mismo buscaba.
—Ten cuidado con eso, ¿si?, acabas de salir del cascarón y estás aprendiendo a improvisar, no hagas nada que afecte a tu estómago, te sienta mal —le digo rebajando el tono amargado de mi voz para no preocuparle más.
—Lo tendré, te lo prometo —responde también con algo menos de dureza en su timbre de voz, me ha parecido oír su sonrisa también, aunque muy débil en su sonido— . ¿Entonces, me apoyas con lo que hago?
—No te cuestiono, que es diferente. —Y espero que le valga con mi respuesta porque no tengo otra.
—Gracias, Romina, significa mucho para mí.
—Pues ya solo me queda desearte buen criterio, Eloy.
—¿Puedo hacerte una última pregunta?
—Sí. —Lo que sea para que no cuelgue el teléfono.
¡Joder! Me sorprendo por desear que deje tirada a Sonia, que esos cinco minutos que me concedió se multipliquen y lleguen a ser horas, como nos ocurre siempre.
Eloy se calla. Los segundos corren y no entiendo que no quiera colgar el teléfono.
—Vamos, Eloy. Si no vas a preguntarme por mi talla de sujetador puedes hacer la pregunta con total confianza, no te colgaré, no temas.
—No lo hago. —Y ojalá sea cierto, y en realidad, en vez de tener miedo por algo relacionado conmigo, tenga dudas sobre nosotros.
—Pues adelante, hazla.
—Un segundo, quiero meditarla bien —me pide para que no cuelgue.
—No tienes un segundo, ya se pasa de los trescientos que teníamos tú y yo —digo en un intento por hacerle sonreír, y que resulta inútil cuando hasta yo no puedo hacerlo.
—Sonia sabrá entender que me retrase.
Hija de puta, ¿y qué más da que no lo entienda si todavía tiene el amor de su marido?
—Sí, se ve que es una gran mujer.
La ventaja de nuestras llamadas es que puedo hacer gestos sin que me vea. Como ahora, que pongo los ojos en blanco mientras finjo arcadas con el dedo índice en la boca.
—Deja de hacer eso, Romina, te hace infantil.
—¿El qué? —digo riendo porque sé que ni sospecha lo que he hecho.
—Emplear el sarcasmo para hablar de ella.
Eloy consigue hacerme reír porque ya lo oigo reír a él. Sin negarlo le doy la razón, yo sí que no tengo miedo.
—¡Ah, eso! Sonia sabrá entenderlo —comento con más sarcasmo, con más humor que nos divierte.
—Oye, ¿por qué nunca hemos hecho videollamadas?
—¿Esa es tu pregunta tan meditada?
—Sabes que no, esa pregunta no la escogerían para un sobre de azúcar.
De nuevo vuelvo a reír.
—No se ha dado la oportunidad de vernos, Eloy, al menos yo no lo necesitado nunca, ¿por qué me lo preguntas ahora?
—No sé, porque hay expresiones que la voz no puede disimular o miradas que no engañan, ¿no crees?
En esta ocasión la que calla soy yo.
—¿Crees que te he mentido en algo?, porque estoy siendo realmente sincera esta vez. Solo quería escucharte, saber que sigues ahí cuando la vida me da un golpe del revés. Porque ya no solo mejoras mis días, creo que te has convertido en la razón de ellos.
—Romina…
—No, por favor, déjame continuar. En algún momento nuestras llamadas terminarán, con el regreso de Sonia es más que probable, y no quiero quedarme con esto a un suspiro de mi boca. —Lo doy, un suspiro tan profundo que me permite seguir hablando—. Has sido mi salvavidas estas semanas, Eloy, y gracias a ti continúo nadando.
El silencio atraviesa la línea telefónica de lado a lado, ninguno nos atrevemos a hablar.
—Te haré la pregunta ¿si?
Mierda, me he pasado de sincera, creo que no lo pierdo yo, él es el que se marcha.
—Claro, dime.
—Es evidente que no tendríamos estas conversaciones si no confiara en ti, ya te lo he dicho. Pero ¿puedo saber por qué tú me tienes tanta confianza? Voy a verla y ni yo mismo sé cómo voy a reaccionar, pero tú…
—Yo sí sé que elegirás bien, Eloy, eres increíble, ¿recuerdas? —acabo por él.
Y ahora sí que presiento que ha sido nuestra última llamada.
La mañana se me hace especialmente larga sentada en el sillón del hospital. Trato de no pensar demasiado en Eloy, pero no consigo ocupar mi mente en nada que no sea él.
Cuando terminó nuestra llamada y me vi sola en casa, salí de inmediato antes de ponerme de nuevo a llorar, sumida en pensamientos absurdos. Y como tengo la suerte de vivir en Marbella y no siempre lo disfruto, me decidí por ir a la playa. Donde por fin acabé por entender qué me pasaba.
La inmensidad del mar que se dejaba ver ante mis ojos no era más que un símil de mi situación actual, profunda y de fuerza inesperada, y eso hizo que me planteara dos cuestiones, las mismas que llevaba días exponiéndole a Eloy tras su divorcio.
Una: ¿Quería seguir en la orilla, a la espera de ver mi vida pasar sin mojarme demasiado en "nada" que alterase mi pésimo estado de ánimo?
Dos: ¿o quería adentrarme en mis problemas y demostrar que era capaz de nadar en ellos, y que si no desaparecen, al menos no dejaré que me hundan?
Por supuesto no encontré la respuesta en tan poco tiempo, pero por lo pronto me fui de allí después de darme un baño y meditar sobre lo fácil que es mantenerse a flote siempre que se coordinen ganas, enseñanza previa en los movimientos y confianza en uno mismo. La misma que Eloy tiene en mí.
Todavía y ahora, ya de regreso en el hospital, sonrío al recordarme batir brazos y piernas para demostrarme que nada me hundiría. Eloy invade cada pensamiento que tengo y ya con eso me impulsa a nadar.
Anika debe de estar por despertar, la miro una vez más a la espera de que lo haga pronto.
La puerta se abre muy despacio y se asoma Jazmín sin pedir permiso. Al verme se queda paralizada. Yo sonrío, ha debido de engañar a alguien ahí abajo en el control para que la dejase entrar.
—No pasa nada, acércate —le digo mientras me levanto para dejarle el sillón.
—Puedo volver más tarde.
—No seas tonta, entra.
—Solo quería ver que estaba bien.
Es tan inocente que interpreto su rubor de manera pícara cuando se sienta a su lado.
—Todavía tiene que despertar, al parecer los médicos no quieren hablar de operación —digo sonriendo. ¿Ves? Por ver cosas como esta merece la pena no dejarte hundir, una mirada que dice mucho más que amistad.
Jazmín agacha la cabeza apenada, cosa que le quiero evitar.
—No, cariño, no es tu culpa. —Y corro a arrodillarme delante de ella.
Pero hay una persona que opina lo contrario, la propia Anika.
—Que se vaya de aquí, Romina. Échala.
Miro a la rubia que tiene la cabeza girada hacia el lado contrario a nosotras, no quiere ni ver a Jazmín.
—¿Por qué?, ¿qué ocurre con vosotras?
Jazmín no se queda a escuchar cómo Anika la echa de nuevo de la habitación y sale despavorida hacia la puerta.
Cuando asimilo lo que acaba de pasar, me levanto del suelo y enfrento la mirada de Anika.
—Decidimos ayudarla, Anika, por dios, tú fuiste la primera en pedírmelo, ¡y no puedes ahora venir y echarle en cara que es la culpable cuando las cosas se han torcido con Mijail!
—Aquí lo único torcido es mi pierna. Con Mijail vamos directas al infierno.
—Esa actitud de huida no es propia de ti.
—No necesito terapias de las tuyas, Romi, déjalas para ese Eloy y vuestra extraña relación.
—Anika… —Y no insisto al verla llorar.
—Esa estúpida de Jazmín ha tenido que contagiarme sus putas hormonas —dice secándose la cara.
—Cariño.
La abrazo con fuerza aunque pretende deshacerse de mí. Cuando ya se ha rendido y se deja consolar, porque no desisto en mi consuelo, me dice:
—No quiero volver a casa, no me hagas ir con ella. No puedo verla, por favor.
—Está bien, te vienes conmigo a mi casa, unos días, hasta que baje la hinchazón. Luego, ya lo podrás decidir con calma.
—Gracias.
Y hasta que no ha oído mi consentimiento, Anika no se relaja del todo. He podido oír un suspiro de alivio salir de su boca.
En dos hora más estamos en el portal de mi casa. Hace rato que llamé a Aurora para que duplicase su ración de caldo, ahora le contaré con detalle sobre la visita de Anika, porque vamos a necesitar esa comida casera de mamá que tanto nos falta a las dos. Y a la mamá también la necesitamos. Pero ella, con toda la cara del mundo, me ha mandado un mensaje para decirme que nos deja el almuerzo en la nevera porque tiene planes con Tomás. Él no sé, es mas de fútbol, pero ¿qué planes puede tener una mujer jubilada, a las cuatro y media de la tarde, que no sea cotillear con su vecina del motivo por el que hospeda a una compañera con la pierna rota? Algo le pasa a Aurora, y ha arrastrado al bueno de Tomás con ella.
Entramos a casa con ayuda de los sanitarios que han traído a Anika en una ambulancia, y es cuando reparo que alguien está ya de mudanza en el que era mi piso. Menudo canalla ha resultado ser el casero, me echaba a mí cuando tenía ya la llave en la mano de otro.
Tras despedirme de los paramédicos, unos chicos majísimos que han tenido que soportar el mal humor de Anika, me siento en el sofá junto a mi amiga. La venda que mantiene su pierna recta hace que no pueda moverla demasiado.
—Así que a mis facetas profesionales de bailarina de pole dance y camarera, he de añadir esta semana la de tu asistente personal —digo con tono irónico.
—Se te olvida que también eres Call Center de divorciados llorones y pajeros.
—¡Anika!
Y solo por ver que mi rubiaa de nuevo sonríe, y que ha perdido toda pena por Jazmín, no me importa que se ría de mí relación "extraña" con Eloy.
—Verdad, se me olvidaba que a veces me creo terapeuta en psicología, lo que pasa es que esto último ya parece h pasado a la historia. —Ha sonado conformista, pero es que lo es.
Quizás no vuelva a oír a Eloy en mi vida.
—¿Y no piensas hacer nada? —me pregunta Anika muy seria. Ha acompañado su pregunta con un leve empujoncito de hombro.
—Ya, como si pudiera presentarme en Madrid en el ECt y preguntar por el gran jefe, diciendo en recepción: Disculpe, estoy buscando al señor Cantero, vengo a follármelo como terapia de choque para que olvide a su mujer.
—Ay, no, ¡qué horror, amiga!, pueden llevarte hasta el padre, y no te gustaría ese anciano, créeme.
La miro con cara de sorpresa, mezclada con horror y un poquito de preocupación. O al menos creo que pongo esa cara y no la de estar oliendo a mierda.
—¿Has estado investigando sobre ese hombre, Anika?
—Tal como salimos de aquí el lunes, no me pude resistir a saber de Eloy Cantero, pero solo apareció el padre y un tal Fran. Lo que no sé es cómo has podido estar dos semanas sin entrar en Internet para verlo tú —me recrimina.
Miro hacia la televisión, apagada, haciendo más patética mi huida. No han sido dos semanas completas. El sábado, estando bebida, y tras mi arrebato de sinceridad en cuanto a mis sentimientos, quise verlo. Primero busqué en sus redes, pero solo las utiliza a su nombre para publicidad de sus hoteles, y por último el buscador no me pudo decir mucho más de que lo que ya ha dicho Anika.
—¡Tú también lo has buscado! —me grita indignada, como si Eloy fuera de su propiedad y yo se lo pudiese quitar.
Y es cuando me siento con libertad de hablar con ella.
—Sí, y ni una sola foto suya tiene unida a la marca ECt.
—¿Y no te resulta extraño? ¡Ay, amiga, que algo raro le pasa a ese hombre!
—No exageres, Anika —le digo yendo a la cocina para servir nuestras sopas—. Es solo que es muy celoso de su intimidad.
Por lo que me dijo, Eloy se hospeda en sus hoteles con otro nombre, para no provocar revuelos con su identidad entre los empleados, para que ellos no filtren su presencia allí.
—¡O tiene la polla en la frente y por eso su mujer lo dejó! —grita para que me entere desde el otro lado del pasillo—. O peor aún, tiene dos pollas, ¡qué asco! —dice desde su propia experiencia.
—Bien —le digo regresando al salón de inmediato, y me inclino sobre ella, lo que consigue asustarla—. Si vas a quedarte en mi casa ya es hora de que te hable de la vecina del C. Nada de hablar de drogas, alcohol o sexo aquí para que esa amargada nos escuche y luego me despelleje por las escaleras con el resto de vecinos. ¿Está claro?
Ella mueve su cabeza afirmativamente, con la boca abierta.
—Pues ahora a comer. O merendar, que ya no sé ni la hora que es.
Pero no voy ni a mitad de pasillo cuando Anika me dice.
—Quizás debas hacer las paces con tu vecina. Regálale un satisfyer, a mí me funciona para quitarme el amargor.
Levanto la mirada al techo. ¿Y los médicos dijeron una semana? Ahora entiendo a Jazmín.
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