|11|
—Lo de hace un rato no pasó, no hablaremos de ese error —dice sin saludarme siquiera.
—¿Disculpa?
Joder, Eloy podría ser más considerado. Si tiene remordimientos, no es mi problema. Detengo la mirada en la cama, más concretamente en lo que hay sobre la almohada, mi dildo.
Yo no me arrepiento de lo que hemos hecho.
—No quiero volver a tener esta incómoda sensación.
—¿Qué sensación?
—La de haber traicionado a Sonia.
—A ver, que yo me entere, porque no termino de entenderte… ¿hablas de la misma Sonia que ya es oficialmente tu ex mujer?
—No frivolices, lo sabes de sobra.
—Eso no se llama traición, por el amor de dios, Eloy.
—Huelo a lubricante de fresas, estoy pegajoso y tengo una puta erección de caballo que aún no controlo a las nueve de la noche que son, yo sí lo llamaría así.
Me tapo la boca para que no se entere, porque no puedo parar de reír, pero creo que lo hago muy mal.
—¡¡Romina!!
—¡¡Eloy!! —contesto con el mismo tomo desagradable, chillón y fuera de lugar.
—¡No tiene gracia, joder, mira lo que me has hecho! —Sigue gritando.
—¡Lo que te hiciste tú, gilipollas. Porque estoy a más de seiscientos kilómetros de ti como para tocarte!
—¡Como sea, tú también estabas ahí, ¿no?!
Después de tanto grito, el silencio, que dura bastante, se agradece.
—Ay, mira, Eloy, deja el drama. Te has masturbado y ya, ¿dónde está el problema?
—En eso precisamente, yo no puedo excitarme, no debo.
—¿Y por qué no, a ver?, dime. ¿No eres sexualmente activo?, ¿no tienes la libido cachonda como cualquier otro tío de tu edad? ¿No tienes dos manos y una polla?
—Dios, a veces puedes ser de lo más vulgar hablando.
Su apreciación me humilla, y no estoy dispuesta a callarme.
—Disculpa que estudiase frente a un colegio de pago y no dentro, como tú, capullo. Aunque también puedo decirlo para que lo entiendas. ¡Te hiciste una paja, cretino, disfruta la vida!
—No voy a seguir hablando contigo si sigues en ese plan ordinario —amenaza con calma ya.
—Tú me has puesto en este plan, Eloy, estaba por salir de casa creyendo que todo estaba bien entre tú y yo después de lo que hicimos, y no asimilo del todo tu acusación absurda. —Mi respuesta es igual de tranquila —. Por mí como si quieres colgar el teléfono otra vez, pensarlo bien y no volver a llamarme, ¡en tu puta vida!
Y por primera vez quiero que lo haga. No voy a permitir que me culpe de algo que él hizo solo, mano a mano consigo mismo. Nunca mejor dicho.
—¡Joder, es que no lo entiendo! —dice sin cortar la llamada.
—Insisto, ¿por qué no? Si eres joven y estás sano, lo normal es que quieras satisfacer tu…
—No, yo no.
Me entran ganas de golpear el teléfono, por no poder hacerlo con él en persona, para que espabile y abra los ojos, ya no digo de abrir el cerebro.
—Quisiste saber que podías hacerlo.
—Cállate —me pide, tranquilo. Todavía, claro, porque por su seriedad no tardará en irritarse.
—Sonia te abandonó y…
—¡Que te calles! —Y vuelta a empezar con los gritos.
En realidad, confié en que tardaría más para levantar el tono de voz, pero no ha podido esperar.
—¡No! Y vas a oírme ahora —impongo cabreada. Muy cabreada.
—¿Seguro?
—El que llamó buscando ayuda eras tú, el que se cree "irresistible e increíble" y además sigue llamándome por teléfono eres tú. ¡El que no cuelga la maldita llamada en este instante eres tú! ¡Así que al menos podrías escucharme y no actuar como un crío! Porque para tu ridícula actitud también tengo un cuento, y no te va a gustar el final.
Eloy se calla. Oigo su respiración agitada, impaciente, y para nada tiene que ver con la de hace unas horas, la que mi subconsciente memorizó para mis ratos íntimos en privado.
Creo que con su silencio Eloy me da permiso y me permite hablar:
—No puedes avergonzarte de algo tan natural como es el autoplacer, y mucho menos cuando yo no voy a juzgarte. Reconozco que no fue lo más apropiado entre nosotros, pero creo que lo necesitabas de veras, Eloy, te ponías a prueba ante la posibilidad de que Sonia dirigiese tus instintos de por vida, porque hasta esta noche, siempre fue ella. No sé qué otra razón pudo desbloquearte, o si el dolor que sientes tuvo algo que ver, pero no te importó contarme en todo momento lo que hacías mientras te provocabas un orgasmo.
—Joder, no lo digas así, ¡qué vergüenza!
—Para nada, descuida, se te oía divertido. Podría jurar que hasta eras feliz, cosa que poco me has demostrado desde que hablamos.
Creo que las risas se acabarán entre nosotros, creo que lo harán también las llamadas. No quiero ni imaginar qué pensaría de mí de saber que hice lo mismo, mientras que yo sí pensé en él. En esa imagen suya que me resisto a hacerme, porque jamás lo conoceré, y en la memoria de su voz tierna, pícara y, a veces, seductora que me tiene cautivada.
—¿Qué insinúas?, ¿que has sido tú la causante de mi orgasmo y no Sonia?
—¿Qué?, yo no digo eso.
—Bien, porque no pienso en ti de esa manera.
—Me alegro, porque soy yo la que no quiero formar parte de tus patéticas fantasías de onanismo.
Hasta aquí llegué. No quiero su dinero.
Lo siento por Jazmín y su hijo, necesitaremos otro plan para su libertad, y por Anika también, tendrá que soportar un poco más a Mijail, pero ¡a este capullo de Eloy ya no le paso ni una más!
Eloy tiene un trauma de la leche que le impide seguir adelante sin su mujer, o quizás es que solo es masoquista y disfruta luciendo sus cuernos, no lo sé, que trate de salir a flote él solo.
—Pero antes de acabar con esto déjame que te recuerde que la que estaba al otro lado de la línea era yo, ¡a la que decías todas esas cosas era a mí! Lo has hecho conmigo, Eloy, y te guste o no, te has dado placer diciendo mi nombre.
—Me niego a pensar que tú …
—Te niegas a nada, gilipollas.
—¡Romina!
Casi he podido oír el crujido de su mandíbula.
—Y la próxima vez asegúrate de dar con alguien sin personalidad que te escuche. Además de cornudo, eres un inmaduro y un imbécil, eres todo un regalito inesperado, ¡qué te compre otra Sonia!
No tengo que decir quién termina la llamada ahora, ¿a qué no?
Unas horas antes.
—Lo he estado pensando y creo que tengo la solución —dijo Eloy en cuanto contesté al teléfono.
Seguía en la cama, tratando de coger el sueño en una siesta que no llegaba.
—¿En menos de un minuto desde que has colgado? —pregunté sin saber a qué se refería.
No tuve tiempo de reacción desde que él acabase con la llamada, enfadado porque le dije la verdad: todavía entrega su placer a una mujer que ya no lo ama.
—No me hace falta más tiempo para querer acabar con esto.
—Eloy, de verdad, necesito dormir un rato, ¿podemos hablarlo mejor mañana al amanecer?, no me he enfadado, no te preocupes —me quejé muerta de sueño. Eso de hablar desde la cama había sido un error. Se me cerraban los ojos.
—Mi solución es para ahora —insistió.
—Supongo que podré aguantar despierta unos minutos más, dime qué te preocupa.
—No llegarán ni a cinco minutos, te lo aseguro, los cronometré siendo un capullo hormonado cuando estaba en la universidad.
—¿Perdona?, no te he entendido nada —le dije dando volumen a mi teléfono, aunque sin creer demasiado que ese fuera el problema de mi audición.
—El tiempo que tardo en satisfacerme manualmente —comentó como lo haría un adolescente avergonzado en su primera conversación adulta con una mujer.
—¿Has querido decir una paja? —pregunté alarmada.
—A ti se te da mejor hablar así.
—No empieces con tu moral académica o cuelgo.
—Apuesto a que no tienes un refrán para esto que me pasa —dijo mostrando su tristeza una vez más.
—No lo he pensado, la verdad, y no veo que sea lo más acertado en este caso.
—Ni para eso he resultado ser convencional.
—¿Y por qué quieres serlo?
—Pues para tener una vida sexual de lo más convencional también, joder, ¿es que no vamos a hablar de eso? —añadió molesto tras dejar de lado su "pena".
—¿De qué? —Quise saber yo.
—De mi problema, Romina, porque no consigo una erección completa si no pienso en Sonia antes, ya te lo dije. Y se está convirtiendo en un puto incordio, puesto que, o logro olvidarla o no podré follar en el futuro.
Me quedé muerta ante sus expresiones. El tema era peliagudo. Si el sexo se le resistía por andar pensando, o más bien no pensando, en su mujer, yo no podía ayudarlo.
—Esa dependencia emocional adherida a tus orgasmos deberías consultarla con un sexólogo, y no conmigo.
—Ya lo hablo con mi amiga, que eres tú. La que debería decirme algo que me levante el ánimo. Y la polla, que es el verdadero problema que tengo.
—Eloy, no voy a hablar contigo de sexo, no lo considero oportuno —amenacé inútilmente, porque no me oyó.
—Me toco… ¿ves?, me acaricio… y ni por esas me excito.
—¿Te estás tocando ahora mismo? —pregunté indignada. Tanto que se dio cuenta
—Uy, que bien me ha sonado ese grito, Romina. Sigue.
—¿Qué?, ¿te estás tocando, en serio, mientras hablas conmigo?
—Es un experimento médico.
—Una mierda, es lo que es.
—Quizás si tú me das una pautas de relajación, podría servir.
—Si tuviera un pene, tal vez, pero de poco valdrá lo que yo te diga para relajarte, estimularte o lo que sea que hagáis los tíos para correros.
—Vamos, Romina, improvisa —dijo riendo—, que alguna paja sí habrás hecho ya a tu edad, ¿por qué no me lo cuentas?
En ese momento me hubiera gustado taparle la boca para que se atragantase con su propia risa.
—Eso fue a los veinte, ahora soy más de mamadas, besos negros y griegos.
—¿En serio?
—Eloy, Eloy, Eloy… no te metas en terrenos que no vas a poder pisar, conmigo.
—Espera —me pidió sin haberme oído.
—Eloy, ¿qué haces?, ¿a dónde has ido?... ¡Eloy! —chillé cuando no obtuve respuesta.
—Ya.
—¿Qué haces?
—Sigue hablando, me estaba desnudando y conectando el manos libres.
—¿Qué?
—Ibas bien, Romina.
—¿Para qué?
—Háblame de todo eso.
—Pero ¿es que vas a tocarte con lo que yo te diga? ¡que estás en la cama, joder! —Madre mía, hasta la voz me salió de mojigata. Si yo no era así, ¿por qué me avergonzaba tanto?
No iba a chupársela de verdad, por dios, no era para alarmarme de esa manera, podría con ello.
—Romina.., por… favor…, ayúdame —Su voz agitada terminó por convencerme. No fue un grito, sin embargo entendí que él me estaba pidiendo auxilio.
—Sé que no tardaré en arrepentirme de esto, joder —dije en un susurro que no creo que me entendiese demasiado—. Vamos, ponte cómodo y túmbate en la cama porque voy a hacer que te corras en mi boca.
—Mierda —dijo al instante, sorprendido.
—¿Ya te vas a rajar?
—Ni de coña, ahora lo quiero más que nunca —aseguró riendo.
—Vale, pues no dejes de masturbarte mientras hablo, ¿de acuerdo? ¿Alguna exigencia?
—¿Qué quieres decir?
—Eloy, esto se trata de cumplir tus fantasías. ¿Te gusta suave o agresivo?
—No lo sé.
—Pues prueba, échale imaginación.
—No dejes de hablar.
—No lo haré. Ahora separa y eleva tus piernas para que yo me sitúe en medio.
—Ya —dijo arrastrando la letra a entre suspiros.
El gemido que oí de su boca abrió las puertas de mi propia parcela imaginaria, también abrió mis piernas, por supuesto, necesitaba estar cómoda por si decidía desnudarme y masturbarme yo.
—Puedo comenzar por la punta, lamiendo despacio, ¿quieres? —le dije con voz juguetona.
—Me parece… bien.
—Así puedo adaptarme a tu sabor, a tu suavidad, para comerte por completo y sin medida. ¿Me dejas?
—Sí… claro.
—Y después voy a abrir la boca para hacerla desaparecer entre mis dientes.
—A veces también me gusta notarlos. Puedes succionar sin miedo.
—Lo haré, pero deja que humedezca mis labios, antes.
—Mmm… saliva.
—Sí… caliente y mojada.
—Muy caliente —comentó con un suspiro de risa—. Como yo.
—Como tú me pones a mí, y mojada como ya estoy, Eloy.
—Me gusta oírte, ¿sabes? Desde el primer día.
Traté de no prestar atención a lo que había dicho porque no quería ser yo la que acabara haciéndomelo.
Aunque con él no lo creería posible porque el cabrón estaba despertando mis ganas.
—Creo que necesito ir más rápido, Romina. —Y el gemido me lo confirmó.
—¿Eso quieres? Hazlo, es tu momento, Eloy. Sigue.
—Sigue hablando tú.
No sabía si podría conseguirlo, porque me estaba quitando la ropa mientras procuraba no hacer ruido que le alertara de mis intenciones. Tocarme yo.
—Mi pelo cae sobre tu estómago cuando tú lo apartas para verme tragar todo tu tamaño una y otra vez —dije acariciándome—. Y es que quieres mirar mis ojos que te observan a punto del llanto, por recibirte al final de mi garganta al ritmo de tus manos.
—¿Controlo yo el ritmo? —preguntó entre gemidos explícitos.
—Por supuesto.
—¿Y de qué color son?
—¿El qué?
—Tus ojos, joder.
—¿Eso importa? —Porque a mí desde luego que no, ya estaba chorreando y ni una imagen de él me habia hecho por el momento. Bueno, una sí, que tenía fuerza para cogerme a pulso y era capaz de follarme contra la pared sin sudar demasiado.
—Negros, Romina, di negros.
Mis gemidos fueron en aumento cuando acertó el color de mis ojos.
—Estás de suerte, campeón.
Su risa se confunde con su respiracion acelerada.
—No puedo esperar para imaginarte dentro de mí ahora que me sacias la boca, Eloy.
—Hazlo, imagina que lo hacemos.
—Me gusta arriba —contesté sonriendo.
—Mejor así podré verte en movimiento. ¿Puedes gemir, por favor? ¿Puedes hacerme saber cuánto te gusta?
Sencillo, solo tuve que dejar escapar el sonido de mi boca en el momento que me metí dos dedos, cuando me hacía con parte de mi humedad para que se deslizaran más fácilmente al frotar mi clítoris.
La respiración jadeante, junto a su nombre en grito, me salió muy real. Y agradecí tener los audifonos puestos también porque a él se le escuchaba igual de excitado con sus gritos. Tan sexi gue el sonido que oí que acabó por estremecerme.
Añadí varios soplidos, una petición de que no se detuviese en follarme porque estaba a punto de correrme y un par de síes que acabaron en mi orgasmo.
Y fueron tan reales todos mis gemidos, mi actuación en general, porque fue cierto que me corrí con él.
Mis jadeos, mientras recuperaba el ritmo habitual de mis pulmones, fueron cesando al tiempo que los suyos aumentaron su ritmo.
—Romina… joder, yo también me voy a… . —Y gruñó en el último momento.
Le di su tiempo de descanso, sin verle la cara no podía averiguar si ya había terminado. Cinco segundos nada más, porque moría por saber.
—¿Qué tal? —me lancé a preguntarle al cabo de otro rato a riesgo de parecer impaciente—. ¿Te notas extraño?, ¿ha sido distinto?
Eloy gimió una última vez antes de hablar:
—Bueno, ha sido diferente y mucho más guarro.
—¿Ah sí?, y eso que no he dicho todo lo que soy capaz de decir.
—Me refiero a que me he derramado en el ombligo, improvisé no cogiendo pañuelos de papel.
Me reí a carcajadas que hicieron que él también se riese.
—Eso se llama ímpetu, descontrol y calentura.
—Y ganas, porque ya me estaban volviendo loco las putas ganas de hacerlo.
—Ahora en serio… —le pido que se sincere.
—No te preocupes, Sonia no ha estado aquí. Ni en mi cabeza, ni en mi mano, ni siquiera en mi… lo siento…
—Puedes decirlo, Eloy, no voy a escandalizarme.
Se toma un segundo en el que sé que quiere expresarse con otra palabra, pero no lo consigue:
—Por primera vez en tantos años, Sonia no ha estado en mi polla.
Me río, ha sonado infantil y cohibido.
—¿De qué te ríes ahora?
—Has dicho polla otra vez, pijo estirado.
—Es que yo también tengo mi lado sucio, ¿sabes?
—Ya, y creo que ese hoy está en tu ombligo, ¿no, cochino?
Las risas no pararon hasta que a él se le ocurrió hablar, y mejor que no lo hubiera hecho, porque mi cabeza ya adornaba ciertos comentarios como si me los hiciera a mí de verdad, y no a su terapeuta.
—Gracias, no lo olvidaré nunca.
—Ni yo, ha sido divertido hacer esto contigo.
Y excitante, porque todavía me tiemblan las piernas,
Y bonito sin ser grosero.
Y extraño, pero deseado,
Y… pues eso, que ha sido él.
Eloy.
—Para mí ha significado mucho más.
—¿Quieres que hablemos de ese gran avance?
—Bueno, ahora que ya sabemos que puedo, ¿no deberíamos asegurarnos de que no ha sido suerte y que se debe a una maravilla de las tuyas?
¡Coño con Eloy cuando está recién masturbado!, habla mucho mejor que el reprimido de antes. Y no solo sabe cómo sacarme el rubor, hablando y sin hablar, sino que además ya quiere repetir.
—Las fantasmadas no son lo tuyo Eloy, mejor te vas a descansar.
—No, mejor te dejo descansar yo a ti cinco minutos, el tiempo de buscar una farmacia de guardia. Porque si me la voy a pelar como un chimpancés, quiero lubricante.
—¿Acabas de compararte con un mono? —dije riendo.
—Sí, pero en mi favor diré que huelo mejor y estoy todo depilado.
—¿Todo? —pregunté de lo más sorprendida.
—Cinco minutos, Romina, y cuando regrese verás cómo de suave puedo ser al tacto.
Joder, en cinco minutos me daba tiempo de volver a correrme pensando en él, y esta vez con una imagen muy conseguida.
Él recubierto de gel de:
—Cómpralo de fresa. Es mi favorito.
Mi telefono
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro