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El momento ha llegado. Bueno, en realidad está por llegar. 

     Tan solo faltan diez días, más concretamente doscientas treinta y ocho horas para verme con las maletas en la calle, y todo porque mi casero ha decidido que es mejor convertir el piso en Apartamento Turístico que fomentar la vivienda digna para los que no llegamos a final de mes. No money, no home.

     Por eso hoy hago la cena de despedida con mis vecinos, los que también son mis mejores amigos desde que llegué al edificio hace diez años, Tomás y Aurora. Mi experiencia adulta en la Costa del Sol ha llegado a su fin. Y como lo que menos quiero es llorar y lamentarme de mi desgracia en soledad, la alternativa ha sido pedir comida china a domicilio, en compañía de ambos.

     —Gracias, chicos, pero no sabría a cual de los dos escoger —les digo cuando me proponen vivir con alguno de ellos y compartir gastos—, y no puedo seguir viviendo en esta zona, ¿cómo encuentro yo nada decente con lo que me queda después de pagar la residencia de mamá? A ver adónde voy yo el próximo lunes.

     —Quizás puedas volver al pueblo, a tus raíces, parece una gran oportunidad para emprender, ¿no crees?

     —¿Y qué pongo allí para ganar dinero, Aurora?, ¿un bar de alterne en plena carretera?

     Mi amiga siempre trata de ver el lado positivo de las cosas sin pararse a pensar antes. Joder, ¡que no sé hacer otra cosa que no sea servir copas en bares nocturnos de la playa en temporada alta!, y si  hablamos de mudarme a un pueblo de la sierra de Ronda, de tan solo cuatrocientos habitantes, imagina la media de edad de mis paisanos. Me los cargo de un infarto cuando le enseñe el culo.

     —A esas edades mejor te aventuras con una funeraria, será más rentable —dice Tomás muerto de risa, sobre todo porque se ha tomado ya una cerveza cenando. 

     Menos mal que también lo tengo él, su negatividad me hace encontrar el equilibrio en los consejos que ambos me dan. Y no puedo asegurarlo, pero tampoco tengo dudas de que mi subconsciente los eligiera como amigos por eso mismo. 

     —¡Esa es la solución! —grito entusiasmada con mi idea. 

     Los miro a los dos, quienes me sonríen a la espera de mi resolución final. Veo sus rostros arrugados, tan lindos en su sabiduría y experiencia sexagenarias que sé que no me equivoco esta vez. Levanto mi vaso de ginebra y espero a que él choque su lata de cerveza y ella su vasito de moscatel, conmigo.

     —¡Será un centro para mayores!

     —¿Te pondrás a cambiar pañales? —pregunta Tomás con sus ganas mermadas.

     —Podría ser una escuela para adultos, cretino. —Aurora aporta su idea beneficiosa.

     —Daré servicio a los vecinos del pueblo. No pude terminar medicina, pero hubiera elegido la rama de geriatría, ya lo sabéis. Así que me adaptaré a ellos y su necesidades.

     —¿Lo dices completamente en serio?, ¿no cabe la posibilidad de que ya estés borracha?  —Creo que él actúa muy metido en su papel pesimista.

     —Puede funcionar, Tomás, dejaré el bar y tiraré de mis ahorros, y para eso tengo que volver a la casa de mi madre.

      —Pensar en regresar al hogar familiar a tus treinta años es muy derrotista, Romina.

     —Pero también es muy hermoso, Tomás, en ese centro podrá estar con su madre —interviene Aurora—, ¿o no te gustaría a ti que tu hijo viniera a verte más a menudo? 

     —No me nombres a ese desgraciado, Aurora. Y no lo compares con Romina, por dios, que ella no abandonaría nunca a su madre.

     Ahí  Tomás tiene toda la razón, que no pueda vivir con ella debido a las demandas de su enfermedad, no quiere decir que me despreocupe. Está en una residencia donde la atienden muy bien y, en su pequeño mundo de niña, sin recuerdos de mujer, es feliz.

     —Dejad de discutir por mí —les pido al ver que la conversación se nos desvía del tema principal: Mi vida a partir de ahora en el pueblo y mis expectativas laborales.

     Pero no me han oído. 

     Ambos reman en direcciones opuestas siempre que hablamos de mi vida, lo que suele provocar este tipo de discusiones entre ellos. No sé cómo todavía no se aburren porque ninguno las gana nunca.

    —Haya paz, chicos, o tendré que cortaros el suministro de alcohol y mandaros a vuestras casas a descansar.

     —Ha empezado ella nombrando a mi hijo.

     —Y él ha continuado llamándome a mí vieja moña.

     —Es que lo eres, mujer, todo te parece ideal, hermoso y de color rosa. Y el mundo es cruel, Aurora, abre los ojos —le dice él.

     —Pues el día que aparezca tu hijo me encargaré personalmente de decirle que te has muerto para que regrese por donde ha venido, a ver si te parezco lo bastante cruel.

     —¡Ya está bien, Aurora! Mientras estéis en mi casa no discutiréis así. 

     —La semana que viene ya no será tu casa.

     —¡Tomás! —le grita Aurora para que no me lo recuerde.

     —Lo siento, cariño. —Se dirige a mí con menos agresividad—. No volverá a ocurrir, eres libre de desgraciar tu vida todo lo que quieras.

     —Gracias, Tomás, lo tomo como un apoyo incondicional. —Y no puedo evitar reír cuando me levanto para ir a la cocina a por más bebida, a este paso la necesitaremos.

     El piso es pequeño, el salón comparte estancia abierta con la cocina así que no los pierdo de vista en ningún momento, no quiero pensar en que tenga que intervenir por otra discusión, se han vuelto muy frecuentes entre ellos desde que les dije que me iba del barrio.

     Y ya regreso con las provisiones cuando mi teléfono suena encima del sofá.

      Aurora, tan genial como siempre, me lo alcanza para que no tenga que moverme demasiado, es un amor de mujer, no me arrepiento de haberla adaptado como abuela cuando llegué a Marbella.

     —¿Diga? —pregunto con la vista puesta en Tomás y en su manera de servirme otro vaso de ginebra, de no conocerlo pensaría que me quiere emborrachar para convencerme de que me quede  con ellos.

    —Disculpe por molestarla a esta hora de la noche.

    —¿Quién es usted?

    —Y de verdad que no lo haria de no ser importante.

      —Dígame quién es o cuelgo —insisto preocupada.

      —Pero necesito una cita con usted. Le pagaré lo que me pida.

     —¿Pagarme a mí, por una cita?

     El audífono de Tomás funciona muy bien, porque me presta atención de inmediato, tanto como las gafas de Aurora, quien no hace otra cosa que mirarme a través de ellas. 

     Y como sé que no me quitaré de encima sus preguntas protectoras luego, pongo el teléfono en manos libres sobre la mesa, como acostumbramos a hacer cuando algo nos incumbe a todos.

     —Sí, no sé si llamarla doctora, ¿lo es usted?

     Es terminar de decirlo y nosotros respirar. Uff, este hombre se refería a una cita médica, no a sexo.

     —Lo siento, yo no soy... 

     —Un amigo, que usted estuvo viendo hace meses, me ha dado su número de teléfono, espero que no le haya importado. E insisto que si no fuera urgente, no la llamaría un jueves a esta hora.

     Aurora me hace gestos para que cuelgue sin escucharlo, Tomás evita que ella me diga algo más y me motiva a seguir escuchando.

     —¿No estará usted borracho?

     Aurora se tapa la boca de asombro y Tomás se ríe, eso sí, con la boca tapada también. No sería nada disparatado, jueves, noche de verano… Yo estoy a un vaso de estarlo, con dos ancianos sentados en el sofá de mi casa.

     —Wow, sí que es usted buena, y ¿eso lo ha sabido por…?

    ¿A mí me lo va a preguntar, que distingo ese ruido entre cientos de sonidos?

     —Porque a parte de oírle extraño, aunque usted no lo note, deduzco por el alboroto externo que está en un bar de copas. Y a esta hora de la noche,  como bien ha dicho antes, cualquier cosa de importancia para usted estará bañada en alcohol.

     Mis amigos tapan el teléfono y vuelven a insistir en sus peticiones, solo que esta vez intercambian sus roles, Tomás me dice que puede ser un tipo peligroso, Aurora, que se oye muy gracioso arrastrando sus palabras beodas. 

     —Exacto. Celebro mi inminente dovorcio,  doctora. Acaba de llegarme, esta tarde, la documentación —dice ahora desde otro lugar, porque ha desaparecido el ruido a su alrededor.

     —No se le distingue especialmente emocionado, ¿acaso no es lo que quería?

     —Definitivamente es buena en el psicoanálisis, no ha necesitado ver mi cara para saberlo. 

     —¿Psicoanálisis? ¿Hablamos de que necesita terapia?

     —Eso deberá valorarlo usted. Y parece que valdrá la pena los trescientos de cada sección.

      —¿Trescientos qué?

    Tomás se frota las yemas de sus dedos índice y pulgar de la mano derecha y Aurora asiente con la cabeza. Parecen de acuerdo en algo por primera vez en estos días.

     —¿Euros? —grito como loca.

      —Y además tiene usted sentido del humor, que es lo que yo estoy necesitando para reírme de mi situación —dice el hombre riendo por primera vez desde que estamos hablando.

    —Espere, un momento, ¿me está diciendo que me pagaría trescientos euros por sesión?

     Y es lo único que puedo preguntar. Porque si lo hago por esas sesiones seguro que se da cuenta de que no soy la persona que busca.

    —No sé si tendré bastante con una cita a la semana, me urge entender lo que me ha pasado, ¿cree que podrían ser de dos a tres en mi caso?

     —¡La leche!

     Eso es mucha pasta, son muchas horas de servir copas y aguantar de pie sobre los tacones del uniforme, a parte de aguantar a los salidos y babosos que quieren acompañarme a casa al acabar la jornada. Es un mes gratis en la residencia de mamá ahora que mi futuro está tan en el aire.

     Aurora se abanica el rostro con la mano y Tomás se frota las manos. Yo no puedo evitar darle un trago a la ginebra para no atragantarme de pensar en los casi cuatro mil pavos que supone eso al mes, pero ¿qué mierda es esta…? Tomás se ha pasado con el alcohol y el trago me hace escupir.

     —Siento haberla puesto en un aprieto, señora, olvídelo.  —El hombre ha malinterpretado mi silencio.

     —Acepto —grita Tomás hacia el teléfono que está en la mesa, todo lleno de mis babas. 

     Aurora me mira riendo, Tomás lo hace con orgullo por lo que ha hecho. Yo no sé en qué lío me están metiendo estos dos.

     —Pues dígame, ¿cuándo puedo ir a verla?

     —Bueno, verá, yo… ¿dónde está usted? —pregunto sin saber qué más hacer, mis amigos bien que me animan.

    —Pues, aquí, en Madrid, ¿dónde si no?

     —Imposible.

     El golpe que da Aurora en la mesa, junto a la palabras "mierda", me coge desprevenida y no he podido tapar el teléfono.

     —¿Está usted de vacaciones fuera de Madrid? —pregunta de repente.

     —Sí —responde Aurora por mí, igual de inesperado.

     Yo la miro confundida sin saber qué pretende, jamás saldrá bien. Madrid, Málaga, Málaga, Madrid, ¿cómo cree Aurora que pueda atravesar media España para venir a verme cada semana, tres veces?

     —¿Podría ser por teléfono?

     Veo cómo Tomás apunta en un papel algo que me hace leer desde su lugar. 🖍"Desesperado y urgente.  Pide más dinero"

     —Yo… no estoy disponible y… —¿Que le pida más dinero?

     —Cuatrocientos. —dice muy dispuesto a cerrar el trato, como si hubiese leído la nota de Tomás.

     Las cabezas presentes en el salón de la casa,  que pronto dejará de ser mi hogar, se mueven como locas diciendo que sí, excepto la mía, que se resiste a estafar a ese hombre medio borracho aunque necesite de verdad el dinero para volver a tener un salón,  en una casa y en un hogar.

     —¿Por qué yo? —Y levanto la mano para que Tomás y Aurora se callen.

     —¿Esto es parte de su análisis ya?

     —Conteste a mi pregunta, ¿por qué yo, que estoy tan lejos de Madrid,  y no otro profesional?

     —No lo sé, quería probar suerte… llevo meses a la deriva desde que Sonia me pidiera el divorcio, y por primera vez esta noche he sonreído con usted.

     —Porque eso es lo habitual en su estado.

     —¿Divorciado?

     —Bebido

     Aurora le pide a Tomás el papel, para escribir ella. Ha tachado parte de lo anteriormente escrito, para que se pueda leer ahora:

    🖍 "Desesperado y urgente. Si tú no le ayudas, lo hago yo". 

     Esta mujer a veces me desconcierta, ¡no puede encapricharse de cualquier ser desamparado de la calle, para eso ya tiene a sus tres gatos!

     —Hagamos algo —propone él. Y yo, notando su prepotencia, sonrío—. Espere mi llamada cuando el efecto del alcohol me haya desaparecido. Entonces comprobará que lo que digo es en serio.

     —No manda usted, ¿sabe?, ahorrese la llamada.

     —Por favor, doctora.

     —Lo siento, no soy la persona que puede ayudarlo.

     Y en este momento le cuelgo el teléfono.

     Como anécdota para recordar esta noche triste, en la que me despido de la que ha sido mi casa los últimos diez años, no está mal, lo haré siempre con una sonrisa, la que ese hombre con su equivocación ha puesto en mi rostro. Pero por las caras serias de estos dos ancianos, que me miran como si me hubiera vuelto loca, creo que no termina aquí el chiste.

     —Eran, minimo, ochocientos euros a la semana  —dice Tomás enfadado. 

     Y no sé porqué lo está si la que ha rechazado esa cantidad de dinero soy yo.

     —Sí, pero ganaría ese dinero mediante engaño, Tomás —contesto también seria.

      —No. Porque solo vas a hablar por teléfono con él, para darle consejo —interviene Aurora.

      —Para eso puede llamar a la línea de la esperanza, le saldrá más barato.

     —¿Te das cuenta de que era la oportunidad perfecta para quedarte aquí con nosotros? Tu casero no rechazaría una subida del mes —cuestiona Tomás en contra de mi regreso al pueblo. Lo dejó muy claro antes.

     —Ya me he hecho a la idea de dejar el trabajo y volver  con mi madre.

     —¡Ja! En media hora nadie es capaz de hacer eso.

     —Pero ¿qué es lo que queréis de mí? —le pregunto a Aurora, molesta. Pero me he dirigido a ambos por igual—. Ese hombre necesita,  como poco, la ayuda de un terapeuta emocional, no la mía, que voy pasada vueltas cada noche en ese maldito club.

     —¿Y tú qué coño eres si no? —Quiere saber Tomás, confiando demasiado en mí.

     —¿Camarera de barra, según mi contrato, pero de alterne si es para cobrar el sueldo? —contesto de manera estúpida, y es que estúpida se está volviendo la situación.

     —Y también eres resolutiva en tu trabajo bajo presión y estrés, y posees habilidades comunicativas y de observación que otros ya quieran tener, ¿o es que aguantar a borrachos mientras te escupen cochinadas al oído no cuenta como desahogo emocional?

     Aurora no tendrá estudios penales, pero bien que se documenta con la televisión en esos programas de actualidad y sucesos que ve cada noche.

     —Pero ¡estaría estafando a ese pobre hombre si le acepto el dinero, y no sería muy diferente a lo que hago para ganar dinero en el club!

     —Tú consentimiento es la diferencia, Romina, ¿te parece poco? Él llamó a tu teléfono, que tome tus consejos como lo haría de un amigo. —Tomás es más práctico, menos técnico que Aurora, sí, pero igual de contundente.

     —¡Que le cuesta ochocientos pavos, joder!

     —¿Y qué? De pobre hombre, nada, si los puede pagar es porque los tiene —insiste Aurora.

     Casi me convence su lógica. Pero niego de nuevo.

     —¡No!, ¡he dicho que no!

     —Déjala ya, Aurora. —El que es mi amigo, y espero que lo sea después de hoy porque se ha enfadado de veras, se levanta de la silla con problemas por los achaques de su edad. Toma su bastón y camina hacia la puerta de salida—. Al parecer no somos suficiente razón para retenerla aquí ahora que el dinero no es una excusa.

     —Tomás, espera.

     Le habrá costado empezar a andar, pero bien que corre para no oír mis explicaciones.

     En cambio Aurora no se ha movido del sillón, yo soy la que la ayudo siempre a levantar,  y es lo que hago, vista su cara ahora no creo que quiera seguir más tiempo a mi lado.

     —Su hijo no viene a verlo desde hace dos años y medio. Con tu marcha pierde más que a una vecina.

     —Eso es chantaje emocional, y lo sabes —le digo sonriendo.

     —¿Ves como ese hombre tenía razón? Eres buena conociendo a la gente, gestionando sus emociones. Y tal vez tus consejos puedan hacer algo con él.

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