Capítulo dieciocho.
―Es que, de verdad ―Gray soltó el bolígrafo en la mesa y se frotó la cara con ambas manos―, ¿por qué ustedes tienen que heredar lo problemático de sus padres?
Simon sonrió, oculto tras la taza azul del café, con la mirada fija en la pantalla de la computadora. Gray, al otro lado, estiró la mano y agarró el vaso de agua. Después de beber un par de tragos, lo devolvió y dijo:
―Pero, a ver ¿Qué otra cosa querías?
Simon se lamió los labios.
―Solo quería saber cómo transcurrió lo de Robin.
―Pues normal. La policía lo escoltó, esposado, hasta el hospital, y pasada la hora lo regresaron a su celda.
Simon asintió. Centró su atención por un instante en el pasillo, preocupado de que Lyla apareciera en medio de la conversación.
―Atendí tu petición de estar al pendiente de ese hombre sin saber el interés personal que tienes. ―Simon se obligó a devolver su atención a la pantalla―. ¿Ahora sí me vas a decir o tendré que hablar con tu padre?
―Creo que es la primera vez que me amenazas con algo así ―bromeó él.
―Porque eras el más centradito de los cuatro, ¡pero bueno! ―Hizo una mueca de fastidio―. Hijo de tu madre tenías que ser.
Simon le explicó la conexión entre Robin y Lyla y entre Lyla y Simon. Durante el relato, vio a Gray rascarse el cuello y la mandíbula de forma constante.
―No sé por qué esta familia tiene la tendencia de llevar relaciones complicadas. Deberían aprender de su hermana. Esa niña creció y ya no da problemas.
―No es una relación complicada ―se defendió―. Las situaciones que la rodean sí.
―¿Y qué consigues indagando respecto a este hombre? ―Gray lo observó con una expresión de regañina―. Está en prisión y le quedan algunos años ahí dentro.
―A Lyla le preocupa. Por desgracia, aún le tiene temor.
Gray contrajo los labios, alzó las cejas y suspiró.
―Vi muchos casos similares cuando formaba parte de la policía, y varios, por desgracia, acababan con la mujer muerta. Es una escena espantosa de presenciar y también atender a los familiares de la víctima... ―Se sacudió por un escalofrío―. Lo mínimo que la policía puede hacer es encontrar al responsable de tan irreparable dolor.
―Lo comprendo. ―Asintió.
―Supongo que, por lo pronto, la puede consolar saber que ya está de regreso en prisión y que de allí no saldrá en un buen tiempo. Sin embargo, en algún momento cumplirá su condena y emocionalmente necesitará estar preparada.
Simon se tensó y una bola ardiente de metal revoloteó en el interior de su estómago. Su salida de prisión era inevitable, pero sí habían otras cosas que podía hacer.
―Me haré cargo de su seguridad física cuando llegue el momento ―aseguró, enderezando su postura.
―Eso está muy bien, sobrino, pero más que la física, deberá cuidar de su seguridad emocional. Porque si me dices que aún le tiene miedo...
―Lyla es una mujer muy fuerte. Podrá con esto.
La seguridad en su voz provocó una sonrisa en Gray.
―¿Necesitas algo más, muchacho?
―No. ―Simon negó con la cabeza―. No quiero entretenerte demasiado.
―No pasa nada. Me ha servido para desligarme un poco de Darcy. Está como loca ordenando nuestras pertenencias para el pasadía familiar.
―¿El...? ¡Oh, no! ―Puso cara de afligido al recordarlo―. ¿Ya es la fecha? ¡Lo he olvidado por completo! Con razón a mamá no le hizo gracia que me fuera sin avisar.
―A mí tampoco. ―Pero la sonrisa burlona decía lo contrario―. Hay una frase que dice «hijo eres, padre serás» y tus padres están pagando las barbaridades que hicieron de jóvenes.
Simon sonrió. No era secreto para nadie que su padre se había llevado a su madre a la casa de verano cuando ambos eran jóvenes, aunque «llevar» no abordaba el verdadero trasfondo de los hechos.
―Ya llamaste a tu madre, ¿cierto? ―Simon asintió―. Lo imaginé porque no ha vuelto a insistir en que te localice. Es un poco difícil decirle que no.
―Bueno, pero se supone que como jefe de seguridad...
―Podría ser un barrendero, y si la terca de Anna me pide uno de sus escalofriantes favores, como hombre inteligente es mejor no negarse.
Simon soltó una carcajada. «Terca» era una palabra bastante apropiada para describir a su madre.
―No te entretengo más ―le dijo a modo de despedida―. Gracias.
―¿Te veré en el pasadía familiar?
―Sí, claro, por supuesto.
Gray se despidió con un saludo militar y la llamada finalizó. Simon se recostó en el respaldo de la silla y observó el movimiento de la copa de los árboles a través de la ventana de cristal. Era un día espléndido que, para su pesar, comenzaba a nublarse. «Una lástima», pensó. Le habría gustado pasear por la tranquilidad del pueblo un par de horas y detenerse a comer en algún lugar. Supuso que aún podría llevar a cabo sus planes, pero necesitarían un abrigo y tal vez un paraguas.
Simon resopló. La palabra «paraguas» lo trasladó a dos noches atrás: a unas memorias que le inquietaban la falsa tranquilidad que anidaba en su pecho. No había calma en su corazón. Esa debía ser la primera vez que se enfrentaba a una tormenta tan destructiva, y también la primera vez que se volvía adicto a la calma en el ojo de ese rojo huracán. Allí, sentado en la mesa de un comedor ordinario, observó bajo sus pies el remanente de sus murallas más resistentes. Había caído víctima de lo que juró que jamás lo consumiría.
Su propia arrogancia se puso de pie, lo señaló con el dedo y se destartabilló de la risa.
¿Le daría tanto miedo decir en voz alta lo que no se atrevía a formular dentro de su cabeza?
Un par de suaves y cálidos brazos le envolvieron el cuello. Sintió sus blandos labios presionando su mejilla. Le apareció una sonrisa cuando su nariz aspiró el dulce aroma de su piel.
―No te oí levantarte. ―Recorrió el antebrazo con la punta de los dedos―. ¿Qué tal dormiste?
―Muy bien ―musitó, contenta. Rodeó la silla y se acomodó sobre las piernas de Simon―. ¿Y tú?
―Bastante bien. ―Su sonrisa se agrandó―. Me he levantado un poco temprano para atender unas llamadas.
―¿Estaban en agenda?
―No. ―Descansó la mano en su cintura―. Era un asunto personal.
Lyla entrecerró los ojos, aunque su boca estaba curvada por la sonrisa juguetona.
―¿Y ya terminaste? No quería interrumpir.
―Ya. ―Pinchó su barbilla con los dedos y la atrajo para besarla―. El desayuno ya está listo.
―¿No te gusta como cocino?
Simon levantó las cejas.
―Cocinas muy bien ―le aseguró con un asentimiento frenético―. Si lo dices por la muchacha que mandé a traer, es para que nos prepare la comida cuando estemos ocupados.
―Ah. ―Le pellizcó la mejilla―. Muy bien entonces. No soportaría que desprecies mis artes en la cocina. Considero que se me da muy bien.
―Lo confirmo con creces.
La sonrisa de Lyla vaciló.
―Quiero hablar contigo. ―Se levantó, movió la silla al otro lado de la mesa y se sentó con las manos cruzadas sobre la superficie―. La verdad es que no me gusta dar vueltas y creo, o al menos siento, que entre nosotros ha cambiado algo. ―Se quedó callada y lo observó fijamente a los ojos―. ¿O estoy equivocada?
―No ―respondió sin vacilar.
―Me gustaría que usáramos este momento a solas para hablar sobre lo que va a pasar después. ―Simon desvió la mirada a sus dedos inquietos que se cruzaban y se descruzaban una y otra vez―. Yo conozco, comprendo y respeto tus responsabilidades, pero quiero saber en qué posición voy a quedar cuando regresemos a la ciudad.
―¿En qué posición quieres quedar? ―la tranquilidad que emanaba le provocó una carcajada nerviosa.
―Entiendo que prefieres mantenerte fuera de escándalos, y en vista de que te he provocado algunos, supongo que podríamos seguir como hasta ahora. Viéndonos pero tomando precauciones, quiero decir ―aclaró.
Simon se rascó la barbilla con una expresión casi cómoda.
―¿Cuál es el «pero»?
Imaginó que esa era la parte que la ponía nerviosa por como el movimiento de sus dedos se volvía aún más frenético.
―Mi familia ―dijo finalmente―. Me gustaría presentarte ante ellos.
Simon asintió, pero no dijo nada. Lyla continuó:
―Tus hermanos ya me conocen, también tus amigos más allegados. Por mi parte, Beatrix y su novio saben que andamos en algo, al igual que mi madre.
Simon se cubrió la curvatura de su boca con el índice.
―Así que eso de que eres mi amante lo sabe casi todo el mundo. Y yo preocupándome por los escándalos en vano.
―¡No, tonto! ―Sus mejillas se tiñeron de rojo, lo que, por alguna razón, hizo que Simon riera―. Los únicos enterados son nuestros círculos sociales más cercanos. ―Sus hombros se hundieron―. Está bien. Si causa mucho problema, podremos dejarlo para más adelante.
―No vas a escapar tan fácil. ―Simon se echó hacia atrás en el asiento y sonrió casi de forma diabólica―. Si tu madre sabe de mí, te va a tocar conocer a la mía.
Lyla achicó los ojos.
―Mi madre no te conoce. No en persona, quise decir ―especificó ante su mueca divertida.
―Muy bien, entonces esto es lo que haremos: mi madre está preparando un pasadía familiar, de modo que esa es la mejor oportunidad para que nuestras familias se conozcan.
Lyla se mordió el labio.
―¿Estás seguro? ―Aunque Simon asintió, ella continuó hablando―: Es que mi familia no sabe a ciencia cierta que tú y yo... Lo replantearé: ni mi padre ni mi hermano están enterados. No sé si ir y decirles que tendremos un pasadía con la familia real sea la manera más apropiada.
―Eso también se resuelve de una forma bastante sencilla: en cuanto regresemos a la ciudad, te dejaré en casa de tus padres, me presento ante ellos y les hago la invitación formal o podemos citarlos en la tuya. Las dos opciones me van bien.
Lyla arqueó ambas cejas.
―¿No le temes a nada? Normalmente, conocer a la familia de tu pareja provoca nerviosismo, pero tú pareces inalterable.
―Lyla. ―Cruzó los brazos sobre la mesa―. He vivido con el lente de una cámara pegado a mi rostro, mantengo constantes reuniones con ministros y nobles, asisto a centenares de eventos al año y he viajado a diversas convenciones y visitas de estado al extranjero. Por supuesto que me da miedo conocer a tus padres.
La confesión le provocó a Lyla una carcajada. Simon se perdió en el recorrido de sus dedos por las mejillas sonrojadas hasta que estos se detuvieron en la boca. Lo observó a los ojos con un silencio de palabras, pero no de gestos.
―¿Cuándo es el pasadía?
Simon buscó la fecha en su memoria.
―Este domingo.
Por su parte, Lyla rebuscó en el calendario invisible dentro de su cabeza.
―Hoy es martes. ―Puso las manos abiertas sobre la mesa―. Hemos pasado unos días maravillosos, pero no creo que sea prudente que nos quedemos mucho más tiempo. Tú tienes tus responsabilidades que atender y yo tengo el taller. No me siento cómoda dejando la administración de las sesiones en manos de otras personas.
―Tienes razón, por supuesto. ―Se puso de pie, caminó hacia ella y se detuvo tras su espalda para descansar las manos sobre sus hombros―. ¿Regresamos hoy?
―Pero después del almuerzo.
―Está bien. ―Le besó el pelo―. Voy a poner nuestros asuntos en orden.
Lyla se guardó la sonrisa y lo observó desplazarse por la habitación con la autoridad propia de su título. Agarró la computadora y caminó hacia la sala con un gesto despreocupado mientras tarareaba una canción que le costó reconocer. Evitó hacer cualquier ruido que lo alejara de su sosiego, esperando a que se pusiera a cantar.
Su voz ronca y potente llenó la habitación. Se quedó en silencio para escucharlo atentamente. Podría escucharlo cantar toda la vida.
Otra melodía interrumpió su concierto personal. Lyla tardó varios segundos en darse cuenta de que se trataba de su teléfono. Se levantó y corrió a la habitación. Frunció el ceño. Era un número desconocido.
Presionó «responder».
―¿Bueno? ―Frunció aún más el ceño ante el silencio. Movió los pies en dirección a la sala, donde encontró a Simon con la computadora en las piernas y la mirada en la pantalla―. ¿Quién habla?
Simon despegó la vista de la pantalla y la miró. Le hizo señas para que esperara.
―¿Señorita Hastings? ―era la voz de una mujer―. Disculpe la molestia y a esta hora tan inoportuna.
―¿Quién habla? ―insistió, lo que fue suficiente para que Simon dejara la computadora en el sofá y se acercara.
―Mi nombre es Wren Carmichael. No sé si ha oído hablar de mí.
Lyla musitó su nombre para que Simon leyera sus labios. Al comprenderlo, su ceño también se frunció.
―¿Qué quiere? ―preguntó en voz baja.
―Sí, sé quién es usted ―le dijo Lyla―. ¿Puedo saber cómo consiguió mi número de teléfono?
Carmichael soltó una carcajada que, de no saber lo peligrosa que era para la reputación de cualquier noble, hasta le habría parecido dulce y encantadora.
―Lo dice como si fuera algo difícil de conseguir ―le dijo con la voz animada―. Puedo asegurarle que no intento hacer mal uso de él. De hecho, es todo lo contrario: la llamo porque me gustaría hacerle un favor.
―¿Un favor? ―Por alguna razón, su amabilidad la ponía nerviosa―. ¿A mí?
―Bueno, tampoco tiene que sonar tan sorprendida ¿O acaso lord Iverson ya la convenció de que soy una desalmada?
―Julian no ha tenido nada que ver en la opinión que me he construido sobre usted, sino la fotografía que publicó hace unos meses que nos ha traído problemas ―farfulló, molesta. Ahora que tenía la oportunidad de hablar directamente con la responsable de ese escándalo desproporcionado, no podía quedarse callada.
―No tengo nada en contra del príncipe, por si se lo está preguntando. ―Carmichael no se escuchaba para nada ofendida, nerviosa o incómoda. Todo lo contrario―. Lo digo porque, según mi reputación, exhibo los escándalos de los nobles que me molestan, y en parte tienen razón.
―Entonces, ¿por qué publicó la fotografía?
―Por pura estrategia, a decir verdad ―la confundió que se escuchara tan sincera―. La persona que me vendió la foto estaba dispuesta a ofrecérsela a otro periodista que habría inventado una historia mucho más escandalosa de la que publiqué yo, y no se habría conformado con ver a una mujer de espaldas o escondida en las sombras. La habría perseguido hasta encontrarla y, finalmente, exponerla como el mayor logro de su carrera: el periodista que destapó el primer escándalo del príncipe Simon.
―Ah, ¡ahora va a decirme que lo hizo con buenas intenciones!
Comprender la conversación a medias comenzaba a inquietar a Simon, de modo que Lyla activó el altavoz. La voz de Carmichael llenó la habitación:
―Entiendo que para usted mi palabra no vale de nada, pero en realidad no tengo intenciones de dañarla ni a usted ni al príncipe. Justamente por eso es que la he llamado. Sé que se encuentran en el pueblo pesquero de Hovelly.
Lyla y Simon se miraron, alarmados.
―Cómo es que lo sé es bastante sencillo: sé que viajaron en el avión privado de lord Iverson, y como tengo un especial interés en este noble, tengo quien me informe sobre sus vuelos. Dado que el vizconde estuvo toda la noche en el club, era imposible que se tratara de él.
―Es... ―Lyla se rascó la nuca―. Es un poco alarmante que usted tenga esa información. Por algo es privada, ¿no le parece?
―Y conozco muchos más secretos de los que cuento, señorita Hastings. Si los nobles conocieran los sucios misterios que les he descubierto, me temerían, pero de verdad: como un niño le teme al monstruo debajo de su cama.
El semblante de Simon estaba casi cenizo. Ni una sola pestaña se le movía.
―¿Me ha llamado para amenazarme? ―le cuestionó Lyla. Se le calentó la voz por el enfurecimiento.
―La llamo para advertirle que me ha llegado una fotografía a mi correo confidencial, ese donde la gente me ofrece exclusivas. En ella, usted y el príncipe Simon aparecen dando un paseo por la playa. Contrario a la anterior, en esta se ve claramente su rostro.
Simon se desplomó en el asiento, pero su rostro no mostraba preocupación ni incertidumbre. Era resignación. Si la fotografía salía a la luz, la relación en secreto que habían estado llevando hasta el momento se haría pública por un descuido.
―Si lo que quiere es extorsionarme ―Lyla agarró el teléfono con fuerza, imaginando que se trataba del cuello de esa mujer―, es mejor que me lo diga de una vez para que terminemos este engorroso proceso.
―Mi reputación depende de las exclusivas, señorita Hastings ―hizo una pausa que aceleró su pulso―, pero no tengo intenciones de publicar la fotografía.
Aquello la desconcertó.
―¿Por qué...? ―comenzó a decir, pero Carmichael la interrumpió.
―Royal Affair tiene por propósito exponer los secretos mejor escondidos de los nobles que he descubierto en los últimos años, señorita Hastings. ―Lyla escuchó el sonido de un bolígrafo al tachar sobre un papel al otro lado de la línea―. Esos secretos a menudo son oscuros, perversos e infames que han dañado más de una vida, pero ninguno se ha ocultado por amor y yo, aunque no lo parezca, no muevo mis fichas para causar daño a los buenos. Fui sincera cuando le dije que prefería ser yo quien publicara la foto, porque la historia que hubiese contado cualquier otro periodista habría ensuciado el nombre de uno de los pocos buenos nobles que existen en este país.
Simon se había puesto de pie y acercado al teléfono para responder, quizás para defender el nombre de Julian o dejarle saber lo que opinaba de su absurda cacería de brujas en contra de la nobleza, cuando Carmicjael dijo:
―Esta vez, he decidido avisarles antes de que se haga pública esta nueva fotografía, para que tengan tiempo de prepararse.
Lyla se rascó la nuca. Su voz la confundía. Se escuchaba casi amistosa y no era para nada lo que se habría podido imaginar sobre Wren Carmichael. Hasta habría preferido que fuera una bruja despreciable. Por lo menos tendría claro lo que sentía respecto a su persona.
―Voy a darle largas a la persona que me avisó, diciéndole que la publicaré. Les recomendaría que ustedes mismos hicieran pública la noticia antes de que esto pase. Y después le diré a la persona que la foto no me sirve porque ya no se trata de una exclusiva.
Simon no pudo contenerse más:
―¿Usted qué gana con esto? ―Miró el teléfono con los ojos empequeñecidos, imaginando, quizá, que la fulminaba con la mirada.
Carmichael soltó una risita que rayaba en lo infantil.
―Estoy perdiendo mucho dinero y ganando muy poco. Como les dije, mi reputación, y también mi periódico, dependen de las exclusivas.
―Sí, sí ―Simon gruñó con impaciencia―, pero ¿qué gana?
―Ayudar a un igual ―admitió Carmichael. Su voz adquirió un repentino tono melancólico―. No podría perjudicar a alguien igual a mí.
―¿De cuál de los dos habla cuando se refiere a «un igual»?
Carmichael volvió a reír.
―Que tengan un buen día.
Y colgó.
Simon expresó su frustración con un bramido hacia el techo.
―Nunca entenderé a los periodistas. ―Se acomodó en el borde del sofá―. Debí mandar a investigarla y no esperar por Julian.
Lyla se aferró al teléfono con las dos manos, pero su mirada estaba clavada en sus pies.
―Lo siento ―musitó quedamente.
Simon centró su atención en ella.
―¿Por qué lo sientes?
Le tomó un par de intentos mirarlo a los ojos y, cuando lo hizo, tenía la culpa tatuada en su mirada.
―Te estoy provocando otro escándalo.
Simon se quedó quieto y, de pronto, esa calma se quebró al ritmo de una escandalosa carcajada.
―Por favor, ¡pero si no es culpa tuya! ―Le ofreció la mano para que se acercara. Al entrelazar los dedos con los de ella, tiró con fuerza del apretón y Lyla cayó sentada junto a él―. Esto iba a pasar tarde o temprano. No nos estábamos cuidando lo suficiente.
―De todas formas, no quería que mi presencia te orillara a esto. ―Recostó la cabeza de su hombro y suspiró―. Me refiero a que apenas hoy decidimos que iba a pasar con nosotros. No pensé que tuviéramos que hacer una aclaración pública tan pronto. Eso de la amante de Croydon nunca te sentó muy bien.
―Porque era un falso rumor. Ahora es diferente. ―Le besó la coronilla―. No olvides que acostumbro a hacerme cargo de mis asuntos, y tú ahora eres asunto mío.
Lyla levantó la cabeza con lentitud. Ver la dulce sonrisa de Simon le provocó sonreír también.
―Al parecer, ahora es mandatorio que regresemos hoy mismo. ―Simon se enderezó en el asiento―. Lo mejor es hablar con nuestras familias antes de que se haga público.
Lyla aceptó con un asentimiento.
―Iré a hacer las maletas ¿Qué harás tú?
―Haré que preparen el avión de Julian.
Lyla se alejó con otro asentimiento, pero Simon la detuvo al sujetarla por la muñeca, la atrajo hacia él y le envolvió la cintura con los brazos. Tembló ante la imagen de sus alegres ojos azules y su sonrisa contenta.
―¿Estás preocupada?
Simon contuvo el aliento hasta que la vio sonreír y después decir:
―Estoy un poco consternada. Las cosas no me han salido como las tenía planeadas.
―¿Y cuáles eran tus planes?
―Un hombre como tú no estaba en ellos, eso es seguro. Tampoco creí que tuviera que decirle a miles de personas, sino a millones, que tengo una relación con un hombre. Es... ―Meditó la selección de sus palabras con una mueca de concentración que rayaba en lo cómico―. Inusual. Para mí ―especificó al ver su sonrisa burlona.
―¿Te da miedo?
La pregunta le dio un vuelco, pero la respuesta le resultó muy sencilla de dar al contemplar al maravilloso hombre que la sostenía con ternura. Simon valía cada sacrificio.
―No ―aseguró con una sonrisa―. No me da miedo.
Lyla percibió la manera en que su cuerpo se relajaba a través del abrazo ¿Le preocupaba su respuesta? Decidió deshacer el último rastro de su intranquilidad con un beso despacio, dulce y lleno de añoranza.
―Voy a recoger nuestras pertenencias ―le dijo antes de apartarse. La separación le provocó un escalofrío. Le encantaba estar bajo el refugio de la calidez de su abrazo.
Simon le permitió partir después de darle un beso en la mejilla. Unas pocas horas después, ya estaban de vuelta en la ciudad.
―Le he dicho a mi familia que esperen en mi casa ―le advirtió ella en cuanto el coche se puso en marcha.
―Hablaré primero con mi madre en cuanto regrese a Londres. ―Simon atrapó la mano de ella para evitar que siguiera tronándose los dedos―. ¿Sigues nerviosa?
Lyla se mordió el labio e intentó sonreír.
―Eres el primero que presento a mi familia desde Robin ―se sinceró, aferrándose a sus manos tomadas
―Ya volvió a prisión ―le recordó.
―Sí, lo sé. Rumer me lo repitió mil veces. ―Observó la franja borrosa de la calle al pasar―. Después de todo lo que sucedió, mi hermano se volvió aún más protector de lo que era. No sé cómo podría reaccionar cuando los presente.
―Te prometo que me portaré bien.
―Esa parte no me preocupa. Sé que lo harás.
Hubo un corto silencio entre ellos que Lyla aprovechó para recostar la cabeza en su hombro.
―Lo que te preocupa es, simplemente, llevar a alguien a casa ―elucubró Simon― y toda la atención que caerá sobre ti, tu pasado y tu familia al ser yo ese «alguien».
Lyla besó el hombro de Simon.
―Estos días contigo han sido maravillosos. ―Se acurrucó un poco más cerca a él―. Pude desconectarme de todos mis problemas y responsabilidades. Le di un descanso a mi dolor y me volví a sentir libre y dueña de mí. No quiero que eso desaparezca al regresar a mi vida cotidiana. Me dolería demasiado perderme de una vida que podría ser maravillosa. Pero, para eso, no puedo reconciliarme con mis miedos.
Cerró los ojos e inspiró el aroma del hombre al que quería. El calor que emanaba su piel era algo más que solo reconfortante: era el amparo de un hogar.
―Lo perdono ―susurró. Un suspiro escapó de sus labios temblorosos―. Perdono lo que me hizo. No voy a guardarle rencor ni miedo. Creo fervientemente que la vida y Dios van a tocar su corazón y harán de él una mejor persona si él se los permite. Pero yo quiero continuar con mi vida y lo quiero hacer sin enconos ni temores.
Simon no dijo nada. La besó en el pelo y sonrió con orgullo.
―Esa es mi chica ―murmuró. Lyla se echó a reír.
El viaje les pareció demasiado corto. En casi un parpadeo, el coche se detuvo frente a la casa de Lyla. No fue necesario que sacara las llaves del bolso que le colgaba del hombro izquierdo. La puerta se abrió de golpe en cuanto los dos llegaron a la entrada.
La primera cara que vio fue la de Rumer.
―Hasta que recuerdas que tienes casa.
Lyla puso los ojos en blanco.
―No fastidies. ―Movió la mano para que los dejara pasar―. Si quieres las presentaciones, las haré adentro, así que quítate.
Rumer también puso los ojos en blanco.
―Pensé que volverías de mejor humor.
Lyla miró a Simon por encima del hombro. Su atención estaba en el otro lado de la calle. Hizo un asentimiento con la cabeza y se dio la vuelta hacia ella. Sonrió.
―La guardia ―explicó―. Permanecerá estacionada cerca de la propiedad.
Lyla se hizo a un lado para que pasara al interior, Simon se lo agradeció con una inclinación de la cabeza y entró. Lyla cerró la puerta. Al darse la vuelta, encontró los rostros de sus hermanos y sus padres ―ordenados en una fila perfecta― que los observaban con una atención escalofriante.
―Él es Simon ―soltó, sin más. Lo descubrió sonriendo de soslayo―. Lo he invitado a cenar. Si hicieron la cena, por supuesto ―puntualizó.
¿Por qué no podía caerle un martillo en la cabeza y enterrarla en la tierra como si fuera un clavo?
Rumer se acercó y le hizo una reverencia.
―Su Alteza.
Simon sonrió ampliamente y le extendió la mano.
―Usted debe ser Rumer. ―El aludido le dio un rápido vistazo a su hermana y devolvió su atención a Simon―. Es un placer conocerlo en persona. Lyla me ha hablado de su familia con gran cariño.
Rumer vaciló, pero ante la insistencia de Simon le aceptó el apretón.
―Así es, Su Alteza. El placer es nuestro. Permítame... ―Volteó a ver a su padre y este se acercó con un asentimiento―. Este es mi padre, Lionel Hastings.
Simon impidió que el hombre lo saludara con una reverencia al ofrecerle un apretón de manos.
―Estaba deseando el momento de conocerlo. ―Simon soltó su mano con una sonrisa diplomática y agradable―. ¿Cómo está?
―Desconcertado ―soltó sin pensárselo. Incluso si no lo hubiese dicho, su expresión lo habría delatado―. No me lo tome a mal. No sabía, simplemente.
―Lo entiendo perfectamente. Lyla y yo lo hablamos y nos pareció que ya era el momento de hacer las debidas presentaciones ―explicó, impasible―. Si es que está de acuerdo.
―P-por supuesto. ―Dio la vuelta con lentitud, ralentizado por el estupor, y señaló a las mujeres que los acompañaban―. Le quiero presentar a mi esposa, Neri, y a mi hija Beatrix, que como podrá darse cuenta...
Simon levantó ambas cejas y presionó los labios para no echarse a reír. Beatrix se adelantó con un marcado rubor en sus mejillas, sonrió e inclinó levemente la cabeza. Era... simplemente extraño. Aunque estaba acostumbrado a compartir la cara con William, le parecía insólito que justamente fuera a envolverse con una persona que había pasado por lo mismo. Apenas era consciente de las repercusiones que podría tener en la vida de ambos. Si alguna vez llegaran a tener hijos, ¿significa eso que sus posibilidades de tener un embarazo múltiple aumentaría exponencialmente al ellos mismos haber nacido de uno?
Simon se congeló. Era la primera vez que consideraba la idea. No la de los hijos, pero sí con ella. Y de pronto cayó en cuenta donde de verdad estaba: presentándose ante los padres de Lyla. Lo que había comenzado como un tonteo, se estaba convirtiendo en algo más sólido y serio.
¿Significaba eso que la quería?
La mujer castaña se detuvo junto a Lionel.
―Es un placer, y un honor, tenerlo aquí, Su Alteza. ―Señaló hacia la mesa del comedor―. Pase, por favor. Estamos por servir la cena.
―Se lo agradezco.
―Bueno ―dijo Lyla junto a él―. Pues yo estoy bien. No tienen que invitarme a cenar. Después de todo, esta es mi casa.
Los presentes prorrumpieron en carcajadas.
Neri impidió que Simon ayudara a servir la cena o terminar de poner la mesa, lo que frustró e incomodó a Simon. Lyla fue la única que le dio pequeñas asignaciones, cómo llevar los cubiertos o buscar los vasos.
―Tengo un rollo de papel toalla en el armario ―le indicó tras recibir de él los últimos dos vasos―. ¿Puedes traerlo?
Fue y vino en un parpadeo. Rumer frunció el ceño y se le acercó.
―Se conoce muy bien la propiedad ―comentó a modo de reprimenda.
Lyla lo fulminó con la mirada.
―No fastidies.
―Hablemos en privado. ―Hizo ademán de sujetarla por el codo, pero Lyla se zafó.
―No puedo dejarlo a solas con los demás.
―Sobrevivirá.
Para suerte de Lyla, Neri intervino y detuvo el secuestro.
―Tristan llegó ―le avisó de inmediato―. Pórtate bien.
―Atiéndelo. Quiero hablar con mi hermana.
―Hablarás después de la visita.
―Necesito que sea ahora ―insistió entredientes―. ¿Desde cuándo inició esta relación? ¿Por qué no nos habías dicho nada?
Lyla buscó los ojos de su hermana con inquietud. Al encontrarlos, Beatrix entendió el mensaje. Fue a la entrada, le permitió a Trristan pasar y lo presentó ante Simon.
―Comenzamos a tratarnos por los asuntos del taller ―se explicó―. Y simplemente pasó. No tengo que contarte lo que hago en la intimidad. Soy una mujer adulta y sé lo que estoy haciendo.
Una violenta desesperación deturpó la falsa calma en el rostro de Rumer.
―Pero ¿entiendes lo que esto significa? Lyla ―le tembló la voz―, si llegara a hacerte algo, no tengo el poder necesario para protegerte si lo comparamos con el que él tiene ¡No podría hacer nada!
Sus palabras la dejaron fría, y también dolida. Ella no era la única víctima de Robin, sino toda su familia: su madre, que la quería ver feliz, y Rumer que se sentía en la obligación de protegerla.
De pronto, cualquier enfado que pudiera sentir se evaporó.
―Simon no va a lastimarme. ―Le acarició la mejilla. Bajo su tacto, los ojos de su hermano se contrajeron―. Conócelo. Es un buen hombre, y no tiene nada que ver con su título. Sé que te agradará.
Rumer hizo un amago de sonrisa. Neri se aclaró la garganta.
―Es muy descortés no atender al invitado. ―Hizo ademán de marcharse, pero regresó girando sobre sus pies y golpeó a su hijo mayor en la barriga―. Compórtate. No quiero tener que volver a decírtelo.
Se devolvieron al comedor, donde Tristan respondía a una pregunta de Simon.
―...y aunque es una tintorería pequeña, le va bastante bien. ―Agarró la jarra de agua y llenó los vasos―. Gracias a unas conexiones que hice hace unos años, le conseguí a Beatrix un negocio de alquiler de vestidos de época para la gala. ―Miró a las gemelas por encima del hombro―. Por cierto, me deben una. Me costó un millón de intentos quitarle la peste que tenía.
Las gemelas se echaron a reír y la carcajada de Simon las acompañó.
―¿Dónde está Calum? ―le preguntó Tristan a Beatrix.
Ella dejó el último cubierto junto al plato y levantó la mirada hacia su dirección.
―Ha estado tomado unos talleres esta semana. ―Sonrió con orgullo―. Parece que le van a ofrecer el puesto de supervisor.
―¿Y en qué trabaja? ―curioseó Simon.
―En una distribuidora de piezas para autos.
―Mm. ―Le concedió una divertida mirada de soslayo―. Me parece que se llevaría bien con William.
―Aunque más que mecánico, es un negociante ―explicó Lyla―. Tiene talento para convencer a los futuros compradores. Son muy pocos los que se han ido sin aceptar un trato.
―¿Su hermano sabe de mecánica?
La pregunta de Beatrix inquietó a los demás. Tal vez creían que estaba ofendiendo a Simon con su curiosidad. Les dio a entender que no había problema alguno con una reconfortante sonrisa.
―Aprendió por gusto de la mano de mi madre. ―Asintió―. Fue corredora en su juventud. Supongo que al menos uno de sus hijos debía heredar el placer.
Los demás asintieron con una falsa expresión de sorpresa. No había una sola persona en esa mesa que no conociera el pasado de la familia real, pero supusieron que la velada se volvería más amena si fingían que era la primera vez que escuchaban ese relato.
Beatrix, Lyla y Neri se levantaron para servir la cena.
―Dado que debo retirarme tan pronto culmine la cena, gracias ―le dijo a Lyla en cuanto puso el plato frente a él―, me gustaría invitarlos a un pasadía que mi madre ha preparado para el domingo.
A Lyla se le cayó el cucharón dentro de la sopa y el caldo salpicó las rebanadas de pan. Se apresuró a limpiarlo con el paño. Simon se levantó y le ayudó.
―Le ruego que me disculpe por el atrevimiento, Su Alteza ―Simon levantó la mirada para observar a Lionel directamente a sus ojos aprensivos―, pero ¿qué tenemos que hacer en una reunión con la familia real?
―Papá... ―se apresuró a decir Lyla, pero Simon la interrumpió.
―Lyla y yo pensamos que es una buena oportunidad para que nuestras familias se conozcan, dado que su hija y yo estamos por formalizar una relación. ―Ante la mirada de escepticismo de los presentes, añadió―: siempre que usted lo permita, por supuesto.
―Lyla no nos habló de... ―Los señaló con la mano―. Pues de esto.
―Queríamos conocernos un poco mejor antes de tomar una decisión definitiva, en especial tomando en cuenta este engorroso tema de la amante de Croydon, que no es verdad ―aclaró de inmediato ante la mirada iracunda del padre y el hermano―. Ha sido un incómodo malentendido que, irónicamente, nos forzó a tomar ciertas precauciones que acabaron por unirnos. Eso y el taller, claro está.
―No lo estoy entendiendo ―protestó Rumer.
A medida que la cena fue avanzando, y mientras los demás comían, Lyla y Simon contaron la historia con todos sus puntos y sus íes, omitiendo alguna coma o punto suspensivo. Hubo reacciones de todo tipo: algunas divertidas y frescas y otras bastante severas y aprensivas.
―Lo del taller ya se ha resuelto ―resumió Simon―. Respecto a los comentarios de la prensa, se han contenido tanto como se puede. En vista de que es inevitable que la noticia sea publicada, decidimos que lo correcto era alertar a la familia. ―Contuvo un suspiro de frustración al cruzarse con la mirada severa del padre―. Ahora que, si no está de acuerdo...
―No, no es eso. ―Sacudió la cabeza con lentitud―. Imagino que Lyla ya le habrá comentado sobre Robin.
Simon asintió sin vacilar.
―Usted es la primera persona por la que Lyla ha mostrado interés, y usted... ―Se rascó la garganta―. Usted tiene un título que ninguno de nosotros comparte.
―No me importa. ―Simon sonrió, despreocupado―. No olvide que mi madre tampoco tenía títulos cuando se casó con mi padre. Nosotros nos fijamos más en la calidad de persona que en el peso de su título. Si lo que le preocupa es no congeniar con mi familia, me gustaría pedirle que nos dé una oportunidad. Somos como cualquier otra gente.
Lionel observó de reojo a su esposa, quien asintió, y después a su hijo mayor. Rumer alzó las cejas y esbozó una pequeña sonrisa ladeada.
Al final, suspiró y dijo:
―Será un honor para nosotros, pero tendrá que ser después del mediodía. Asistimos a la iglesia los domingos por la mañana.
―Por supuesto.
Terminada la cena, Simon se excusó para ir al «servicio», lo que provocó algunos levantamientos de ceja y ceños fruncidos a su partida.
―Es su forma de decir que irá al baño ―explicó Lyla―, ¡y ninguno se atreva a burlarse!
Ganas no les faltaron. Al regreso de Simon, Rumer y Beatrix tenían los labios prensados para evitar echarse a reír.
―La cena ha estado deliciosa. ―Reverenció a Neri con una sonrisa―. Ojalá podamos sorprenderlos también con nuestra comida ¿Le parece si Lyla me avisa a qué hora lleg...?
La pregunta quedó al aire al escuchar el ruido de golpes contra la puerta de entrada. Rumer se ofreció a abrir y volvió poco después con el rostro cáustico.
Detrás entró una mujer bajita y delgada, rubia y con el cabello suelto, que le llegaba justo encima de los hombros, y una expresión de enfado.
―Eluned. ―Lionel se aproximó a la mujer y la agarró por el codo―. No es un buen momento.
―Oh, yo creo que sí. ―Sacudió el brazo y se liberó del agarre―. Francamente, Lionel. Me acabo de enterar lo que hizo tu hija ¿Tienes una idea del miserable suelto que mi hijo y mi nuera están ganando por culpa de... esta niña? ―Señaló a Lyla con desprecio.
―¡Eluned! ―gritó su hermano. Lionel respiró profundo―. No voy a tolerar esa infantil actitud tuya. Estás defendiendo lo indefendible.
―¿No te preocupa que mi nieto tiene autismo y que se necesita sufragar costosas terapias? Además, tienen que sacar una suma fija del sueldo para pagar esa estúpida deuda ¿Con qué dinero van a comer?
Lyla avanzó. Era evidente que, presa de su rabia, no se había dado cuenta de la presencia de Simon.
―Tía, este no es un buen momento. ―Pero ante la molestia que le provocaba su presencia, continuó―: Además, no tengo que aguantar esta actitud tan pedante. Si no eres capaz de aceptar que tu hijo cometió un error, pues es problema tuyo, no mío ¡Estoy harta de esta situación! Por favor, vete de mi casa.
―¡De ninguna manera!
Eluned se precipitó hacia Lyla, pero ella se apartó. Una mano firme la agarró del antebrazo y tiró de ella. El cuerpo de Simon la cubrió mientras fulminaba a su tía con una mirada ponzoñosa.
―Debería estar agradecida con su sobrina, señora ―gruñó, airado―. Intercedió por su hijo y por su nuera para que ninguno fuera a prisión, cuando debieron haberlo hecho por robar de los fondos de la fundación de mi hermana, un delito bastante grave por si usted no lo sabía. Y ultimadamente, si tiene que reclamarle a alguien por el sueldo que gana su hijo es a él mismo. Está sembrando lo que cosechó. ―Avanzó dos pasos―. No quiero enterarme de que ha venido a importunar a Lyla o a su familia con asuntos que debe discutir conmigo. A fin de cuentas, yo le pedí a mi hermana que les diera un trabajo y les asignara un sueldo en beneficio del niño ¿He sido claro?
Ante la falta de una respuesta, Simon levantó ambas cejas. Eluned tragó saliva, se dio la vuelta y marchó hacia la puerta. En la entrada había una pareja que observaba a Eluned con expresión de espanto.
―¿Mamá? ―el hombre detuvo a la despavorida mujer al sujetarla del brazo―. ¿De verdad te atreviste a venir?
―¡Ay, ya basta! ―Eluned se liberó del apretón―. Vine a intentar resolver este problema, pero con esta familia no se puede hablar.
―¡Pero si te dije que no hay ninguno!
―¡Entonces allá tú!
Eluned atravesó el espacio entre la pareja y los arrojó contra la pared.
―Lo lamento. ―Floyd se acercó con indecisión―. Ya no sé cómo convencerla de que no tienes la culpa de lo que sucedió. Te juro que hasta le mostré los estados de cuenta para que comprendiera que nosotros habíamos tomado el dinero.
―Está resentida ―Ronna avanzó y se detuvo junto a su esposo― por algo que nosotros no aprobamos y está llevando ese rencor demasiado lejos.
―¿Por mi matrimonio, no es así? ―gruñó Rumer. No necesitó que alguno de los dos lo confirmara. Toda la familia lo sabía―. ¿Por qué no se olvida de que soy su sobrino y me deja en paz? ―Golpeó la mesa con el puño y marchó rumbo a las habitaciones, pero Tristan lo agarró del brazo.
―No dejes que te afecte. Francamente, lo que tu tía dice se sustenta con puro prejuicio. Ni siquiera son palabras válidas. Y si «alguien» ―observó con desagrado a Floyd por encima del hombro― quiere hacer otro comentario despectivo, lo mejor es que se marche antes de que pierda la paciencia.
―A mí no me importa ―le aseguró Floyd―. Solo quería que lo supieras. ―Se acercó más a su esposa y le agarró la mano―. Estamos intentando separarnos de la influencia de mi madre y eso la descontenta aún más. Sus ideas están demasiado arraigadas y dudo que las abandone, pero no queremos que ellas perjudiquen la crianza de nuestro hijo.
―Hacen bien ―intervino Lionel―, porque, por muy hermana mía que sea, Eluned ha despedazado mi paciencia. Si no puede respetar a mi familia, lamentablemente no podrá pisar mi casa. ―Señaló a Floyd con el índice―. Y tú, si no te arreglas y enmiendas la estupidez que hiciste, te va tocar el mismo destino.
―Sí, tío. ―Agachó la cabeza―. Lo haré.
Lyla suspiró mientras sacudía los hombros tensos. Las discusiones quebrantaban sus nervios, y más aún cuando ocurrían en el círculo familiar. Encontró alivio cuando Simon volteó hacia ella y la besó en la frente.
―Es hora de irme. Creo que el resto de la conversación deberá transcurrir en familia. ―Se aseguró de que no los estuvieran viendo antes de robarle un beso―. Llámame si ocurre cualquier cosa, o incluso solo porque sí.
Lyla sonrió. Lo agarró del cuello y le robó un último beso. Simon se despidió de su familia y les arrancó la promesa de que asistirán al pasadía del domingo.
Poco después, el avión despegó de regreso a Londres. El primer paso estaba dado y ahora le tocaba a él mover una de las masas más impacientes, desenfrenadas y revoltosas: su familia.
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