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Epílogo

Louis trajo del supermercado todo aquello que su esposa le había pedido. Tomarían las uvas en el hospital. No les importaba mientras Philip fuera mejorando. Mientras lograse superar la gravedad de su salud.

—Va a ser un Año Viejo, extraño, en el que me gustaría que se llevara todo lo malo, para dar paso al nuevo —confesó Kinsley, con tristeza—. ¿Y vosotros? ¿Qué pedís vosotros? —formuló a su hermana y a Kenneth, como una masiva para enterarse de qué tenían idea de hacer. Lo cierto era que, tras unos cuantos días conviviendo con él, estudiándole de cerca, no iba a importarle tenerle como cuñado. Nada que comparar con Brian. A aquel ya se le había visto la sábana desde mucho antes del enlace. Ella ya lo tenía calado. Pero su hermana era tan tozuda que no había conseguido hacerla entrar en razón. De ahí, que todo se fuera torciendo todavía más, a medida que iba transcurriendo el tiempo. Quería dar un voto al hombre que no había dejado a Eleanor ni un segundo, sola. Que la había dejado llorar, abrazada a él, armándose de una paciencia y dulzura, ejemplares. ¿Por qué ella no se decidía? ¿Qué habría como pega en él? Se lo había intentado sonsacar a su hermana en muchas ocasiones, teniendo tanto tiempo con esto de la hospitalización de su padre. Era como si su hermana hubiera puesto barreras a cada hombre que pasaba por su vida. No era de extrañar. No quería tener otra mala experiencia. Podía entenderla.

—Que papá salga de esta. Que mi trabajo dure. Que mi vida continúe estable. Que no vuelva a tener que pasar por ningún otro mal trago —explicó Eleanor, tratando de mostrar una animada sonrisa.

—¿Y tú?

Kenneth elevó los hombros, pensativo.

—Tengo muchos proyectos para el nuevo año. Por supuesto, lo primero es la salud y el trabajo...

—¿Y el amor? —lo interrumpió Kinsley.

—¿En mi vejez? —Miró a Eleanor por el rabillo del ojo al comentarlo.

—¿Vejez? —Kinsley frunció el ceño, confusa—. ¡No estás viejo!

Louis observaba a uno y a otro, divertido. ¿Qué rol se traerían entre ellos? Porque se veía divertido.

—¡Yo no dije eso! —protestó la aludida.

—¡Sí que lo dijiste! No quieres tener a tu lado a un viejecillo como yo.

—¿Qué? ¡Dije que entre ambos no podía haber nada!

—¿No te gusta? —Kinsley levantó una ceja, buscando investigar.

—¿Vamos a hablar de esto o de los proyectos para el Año Nuevo?

—Ese debería de ser tu proyecto para el nuevo año —la regañó su hermana.

—¿Desde cuándo te parece bien que me quede con él?

—¡Es buen tío!

—¡Valeeee! Tiempo muerto —gritó Louis, chistándolas—. Dejad de poneros bordes. ¿Acaso vais a terminar el año, y empezarlo, con vuestras continuas contiendas?

Ambas negaron.

Kenneth se había ruborizado. Que hablaran delante de él con aquella libertad lo había avergonzado un poco. Por otro lado, estaba feliz de tener una cómplice, en Kinsley. Tal vez, ella podría conseguir los votos necesarios que lo hicieran principal candidato al corazón de su hermanita.

—¡Ya vengo! —parloteó Margaret, entrando en la sala de espera, emocionada. Philip estaba mucho mejor. Aunque no querían involucrarlo en esto porque todavía era pronto para emocionarlo. Su corazón aún estaba delicado. Más tarde, ella volvería a felicitarle el nuevo año. Cuando la dejasen entrar unos pocos minutos más. Con la intervención, las visitas al interior de la habitación tenían que ser pocas y con una buena protección y desinfección.

Louis llenó las copas de champán. Un pequeño grupo del personal médico entró en la estancia, dispuestos a compartir la pequeña televisión, y la misma emoción, con ellos. Los cuartos empezaron a sonar. Cada uno de ellos contaba con el número adecuado de uvas para tomar.

—¿Estás preparada para entrar con buen pie, en el nuevo año? —formuló Kenneth, observando a Eleanor con esa dulzura y cariño que sentía hacia ella.

—Creo que sí.

—Tendrás suerte. Confío en ello.

—Demasiada confianza me abruma.

Lo hizo reír.

—Hagas lo que hagas, decidas lo que decidas, te deseo toda la suerte del mundo —susurró, demasiado enamorado como para renunciar a ella y dejarla ir.

—¡Ay, qué monos! —gritó Kinsley, sacando unas risas en el grupo que estaba reunido en la estancia.

—¡No te pases! —gruñó Eleanor, censurándola.

—¡Venga chicos! Que esto ya va —avisó Louis, emocionado, impregnándose de la alegría del grupo de sanitarios que estaban compartiendo con ellos las campanadas.

Fueron al ritmo de los tonos. Risas, algunas toses por atragantamiento fortuito y más risas.

—¡Feliz año nuevo! —gritaron con discordancia toda aquella algarabía de gente, felicitándose después.

Eleanor observó la escena sintiéndose afortunada de tener a toda su familia, allí. Aunque hubiera preferido celebrar la entrada del año nuevo en casa. Aunque fuera allí, en Aspen, con todos, en la enorme casa de sus padres. Lo importante era que la mejoría de su padre iba paulatinamente pero dentro de las probabilidades y expectativas adecuadas, según el doctor Ramírez.

Cruzaron abrazos y gestos cordiales. La familia volvía a estar reunida. Volvía a respirarse paz, prosperidad y un futuro esperanzador incluso para Eleanor, que había estado varios días en Aspen, sin recibir problemas por parte de su ex pareja. Le alegraba que por fin la hubiera olvidado. Esa era señal de que le era posible avanzar.

—¿Me dais un segundo? —pidió Eleanor, saliendo al pasillo.

Llamó a Judith. Las líneas estaban saturadas con el gran acontecimiento. Por fin logró contactar con ella.

—¡Feliz año nuevo, locuela!

—¡Feliz año nuevo, amor! ¿Cómo sigue tu padre?

Ella había estado informada en todo momento sobre el estado del padre de su amiga. No había dejado de preguntarle, y acompañarla, en la distancia.

—Mejor. Aunque todavía es pronto para asegurar cualquier cosa.

—Estará bien. Te lo digo yo.

—¿Qué tal con Aiden?

—¡Feliz Año Nuevo, Eleanor! —lo escuchó gritar de fondo, bajo una muchedumbre gritona, y música a un volumen atronador.

—¡Igualmente! —dijo esta, no levantando demasiado la voz, por respeto al lugar en el que estaba.

—¿Y tú qué? ¿Qué tal con Kenneth?

—¡Bingo! Por fin acertaste.

—¡No me esquives! ¿Qué tal con él? ¿Ha sucedido algo desde que está contigo, ahí? Como puedes ver, vela por tus mismos intereses. ¡Ese hombre te ama, Eleanorcita! ¡Tontería sería que lo dejases escapar!

—¿Ya me estás dando la brasa, otra vez?

—¡Qué! Es lo que pienso. Y pienso que él es bueno para ti.

—No lo es. O... Bueno... No lo sé.

—Vale cielo. Tómate tu tiempo. Pero creo que estás dejando escapar una buena oportunidad. Por cierto, dale muchos besos a tu madre, un abrazo fuerte a tu padre para que se recupere cuanto antes, y saludos para la familia, y para Kenay.

—¡Judith!

Se rió, burlona.

—Tengo que dejarte. Me reclaman. —Hizo una pausa—. Feliz año nuevo, Eleani —canturreó, dulzona.

—Feliz año nuevo, Judith. Disfruta.

—¡Idem!

Cuando terminó con la llamada, se encontró con Kenneth, a sus espaldas.

—¿Qué haces aquí? Se supone que quería privacidad.

Se acercó a ella, enmarcando su rostro entre las manos.

—Feliz Año Nuevo, Eleanor.

—Ni... Se... Te...

La soltó, como si quemase, alzando las manos como el reo que se rinde.

—De acuerdo —aceptó, con la amargura en su mirada, sintiéndose derrotado. Cansado de ser la parte de la contienda que tenía que dejarse ganar.

Hubo unos incómodos minutos que se alargaron a más de cuatro, quietos; observándose como el contrincante que espera a que su oponente dé el primer paso para atacar.

—Regresemos, adentro. O tu hermana vendrá a buscarnos —parloteó, girando sobre sus talones, tratando de disimular muy mal cómo se sentía por seguir siendo rechazado.

—Kenneth.

Se dio la vuelta un instante para prestarle atención.

—¿Sí?

Se acercó, ceremoniosa, lenta, pero segura. Hizo puntillas para alcanzar su rostro. Lo beso. Un beso breve que a Kenneth le supo a gloria.

—¿Qué significa esto? —quiso saber él—. Me siento un poco confuso.

—No lo sé. Sólo, déjame hacer.

Él asintió.

—Claro. Confío en ti.

—Y yo, en ti —aseguró, abrazándose a él para sentir de nuevo aquella paz que la embargaba, y que no quería dejar de sentir. Una paz que empezaba a acompañarse de seguridad. La que surgía cada vez que él aparecía de la nada para echarle un cable. Tenía la esperanza de sentirse querida de verdad, sin límites, ni fecha de caducidad. Confiaba en que Kenneth le iba a dar eso, y quizá, mucho más. Había llegado el momento de confiar. De tentar al mismo Cupido.

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