9. El viaje
Había dejado todo preparado. El tiempo le vendría muy justo, tal y como había predicho el día anterior. Colocó aquellos libros en las estanterías, evitando cualquier desorden. Su cabeza estaba en otro lugar. En el viaje. En qué podría encontrarse, allá. ¿Cómo estaría su familia? Por teléfono la habían tenido más o menos informada. Aunque la realidad solía ser ligeramente distinta.
—Me han dicho que te vas de viaje, a ver a tu familia...
Aquella voz, nuevamente familiar. Se dio la vuelta para asegurarse. Era él. Tal como había adivinado.
—¿Quién te lo dijo? ¿Por qué... ?
—No delataré al informante. Prefiero que me tenga al día sobre tu estado físico y psíquico. Ni aunque me torturases.
—Kenneth...
—Solo vine a despedirme y desearte buen viaje, hasta la vuelta. Y si deseas que te lleve. No quiero que vayas agobiada, con el tiempo justo. Podríamos comer juntos, a tu salida del trabajo. No será una cita —aclaró, a todo correr, en cuanto la vio despegar los labios, a punto de lanzar una protesta—. Simplemente será para que me dé tiempo a llevarte donde necesites.
—Bueno... Yo...
—Solo deja que te ayude. No hablaré de lo que no quieras hablar. Te lo aseguro.
—Ya te aclaré que...
—¡Lo sé! Insisto. No hablaré de nada de lo que no quieras hablar —repitió—. Procuraré no ser una molestia.
Se lo pensó un poco. Acabó decidiéndose.
—De acuerdo. Gracias. Termino sobre las dos de trabajar.
—Lo sé. Lo tengo en cuenta. Pasaré a por ti.
—Tengo que ir a casa a por mi equipaje y...
—Lo imaginé. No habrá problema.
—Vale. Gracias, nuevamente.
—No hay de qué —respondió él, agregando una amistosa sonrisa—. Nos vemos ne un rato.
—Sí.
Lo observó al salir. El señor Smith lo detuvo.
—¿Encontraste lo que buscabas?
—¿El qué?
—El libro que querías. ¿Te decidiste por alguno?
Kenneth yo se acordaba de qué estaba hablando. Por fin cayó en la cuenta.
—¡Ah! Sí. Pues la verdad es que no. Eleanor me echará un cable para aclarar mis dudas.
—Tengo una empleada excepcional.
—Ya puede decirlo. Para cuando lo tenga claro, vendré y lo adquiriré. Gracias por su preocupación.
—Para eso estamos.
Este asintió.
—Gracias. Adiós.
—Hasta pronto. Espero.
Si los pensamientos de Eleanor ya iban desde hacía días a mil por hora por los próximos acontecimientos que se iban a suceder, que Kenneth regresara a escena lo volvían todo más extraño. Más enrevesado. Comería con ella. La llevaría hasta la estación de autobuses. Estaba preocupándose por ella. ¡Otra vez! ¿Cuántos favores acabaría debiendo a aquel extraño del que continuaba desconfiando a pesar de haberle salvado el pellejo en aquella noche loca? Sacudió la cabeza, aturdida. La vida se empeñaba en ponerla a prueba constantemente, a pesar de la promesa que se hizo de no enamorarse otra vez. La estaba tentándola para que cambiase de idea. Le parecía una condenada traidora de narices.
A medida que iba llegando la hora del cierre de la tienda, cientos de mariposas iban agolpándose en el interior de su estómago, enloquecidas. ¿Por qué tenía que sentirse así? ¿Miedo? ¿Tal vez, emoción? ¡No! Eso no. Tal vez..., ¿incógnitas feroces que la abrumaban hasta el punto de provocar que todo se le cayera de las manos por culpa del nerviosismo? Maldijo por lo bajo. Continuaba convencida de que la vida la estaba poniendo a prueba con el fin de comprobar los límites que podía alcanzar, incluso tras un primer combate del que ya traía heridas profundas.
—¿Estás preocupada?
Incluso Caleb lo había notado. Había sentido su misma inquietud.
—Es que iré este fin de semana a ver a mi familia y...
El señor Smith sonrió.
—Te entiendo perfectamente. Estás feliz, por ello.
—Sí.
—Me alegro por ti. Terminemos de dejar todo en su sitio y hagamos caja. Por hoy ya terminamos. Gracias por tu labor.
—¿Y su mujer? ¿Cómo está?
—Beatrice está bien. Gracias. Un poco acatarrada, pero bien.
—Dele saludos de mi parte.
Caleb Smith asintió, complacido.
—Claro. Se los daré. De tu parte.
—Muchas gracias.
Le costó hacer números. Vería otra vez a Kenneth. Regresaría a Aspen después de su divorcio. ¿Aquellos habría cambiado aunque hubiera transcurrido poco tiempo? ¿Por qué, a pesar de ello, se le antojaba una eternidad? Un castigo eterno e inagotable. Negó. No podía continuar repitiendo continuamente esos mismos pensamientos. Esa era la tortura mayor que ella misma se estaba aplicando. No debía de pensar... Hasta llegado el momento.
Tal y como Kenneth le había dicho, al cierre de la tienda, él ya la estaba esperando afuera.
—Hola, otra vez.
—Hola.
—¿La mañana estuvo bien?
—Sí. Supongo. Creo...
Clavó la mirada en ella con mayor intensidad.
—¿Estás temblando? —Fue a tocarla, pero ella se apartó—. Sabía que era atractivo y que podría causar este efecto en ti pero...
—¡No es por ti, caray!
Dejó salir un silbido largo.
—De acueeerdo. Veo que estás en un estado de histeria preocupante.
—¡No estoy histérica!
—Lo que tú digas —le dio la razón, mostrando las palmas de las manos a la defensiva.
—Es solo que...
—Es solo que, ¿qué?
—No sé. —Se encogió de hombros—. Da igual. Tengo que ir a casa a por mi equipaje.
A Kenneth le costó un poco reaccionar. Le encantaría adivinar qué sería aquello que se cocía en su preciosa cabecita. Sin embargo, ni observándola fijamente iba a lograrlo. Desistió.
—Bien. Sí. Será lo mejor. Todavía tengo que llevarte a..., ¿dónde?
—Iré en autobús. Sí. A la estación de autobuses... En cuanto recoja el equipaje y coma algo.
—¡Conforme! Vamos —la animó, señalando hacia su coche. El que había estacionado en doble fila hacía unos minutos, con los cuatro intermitentes, puestos.
Silencio... Como de costumbre. Un silencio que parecía encajar bien entre los dos si no buscaban guerra.
—Subiré contigo. Te ayudaré con el equipaje.
—No será necesario. Llevaré poco. Lo justo.
—¿Por qué? Tal vez puedas olvidar algo llevando lo justo.
—No. Llevaré tan solo lo que vaya a necesitar. Una pequeña maleta y una bolsa de mano. No necesitaré nada más.
—De acuerdo. Tú sabrás. Oye, ¿y si te llevo hasta Aspen?
—¿Cómo sabes que voy a Aspen?
—Bueno. Tengo mi propia fuente de información.
—¡Pues tu fuente de información ya me acaba de cabrear!
—Mi fuente de información cree que soy alguien bueno para ti.
—¿Qué? ¿Te lo dijo Henrietta?
—¿Qué? ¡No! Y aunque fuera ella, no te lo diría —agregó, alzando una ceja, perspicaz.
—¿Cómo puedes ser así de cruel? Usar a una ancianita para tus fines personales.
—¡Pero qué estás diciendo! ¡Me ofenden tus feas acusaciones!
—¡Porque no está nada bien!
Kenneth negó.
—No vine a pelearme contigo. Vine para ayudar. Quiero ayudarte, Eleanor. Aunque solo lo haga como amigo. No pienso pedir más, si es lo que quieres que haga.
Ella se calló. Tenía que hablar seriamente con Henrietta. No era su Celestina. ¡No necesitaba que se le buscara pareja!
No tardó en subir al apartamento y bajar cargada con su reducido equipaje.
—Démonos prisa. Todavía tengo que comer algo antes de marcharme. Y no creo que, en el restaurante, nos atiendan enseguida. El tiempo es oro.
—Te llevaré a uno que tiene un buen menú a unos precios mejores que buenos.
—Lo que sea, estará bien, si llego a tiempo a largarme a la hora indicada del billete que reservé.
—Insisto. Podría acercarte hasta allí, con el coche.
—No quiero que mi madre me vea aparecer con un hombre. Creerá que estoy otra vez tentando a la suerte para que vuelva a machacarme.
—Yo sería incapaz de machacarte.
—Eso me decía mi ex marido, Kenneth. No pienso volver a creer en nadie más.
—Tu ex... ¿En serio estuviste casada?
—Lo estuve. Ya te has enterado.
—Vayaaa —susurró, pálido—. ¿Y qué te hizo ese cabrón?
—Arranca. Quiero comer. Y quiero largarme cuanto antes. Lo que tenga que hacer, hacerlo, antes de que me arrepienta —espetó, enfadada, pretendiendo cambiar de tema.
Mejor sería sellar los labios hasta nueva orden, y cumplir lo que le estaba pidiendo.
Consiguieron comer en un tiempo récord, aun estando el aforo del local del restaurante de comida rápida, lleno. Kenneth casi se había muerto de aburrimiento porque ella no le había dirigido la palabra desde hacia rato. Continuaba molesta, ausente, reflexiva.
—Lo digo en serio. Puedo llevarte. Aguanto bien varias horas sobre el asfalto.
—No es necesario.
—Desapareceré en cuanto te deje en el lugar que me indiques.
—Los vecinos de mis padres son unos cotillas. Paso.
—Te dejaré una calle más abajo.
—No. Gracias. ¡No insistas!
—Solo lo hago para que no te agobies más de lo que ya lo est...
—¡Que no, caray! ¡Déjame en la estación de buses y punto!
—Como quieras —bisbiseo, asintiendo, derrotado.
La dejó en la misma puerta. Ella se negó a que la acompañase hasta dentro.
—Manda un mensaje para saber que llegas bien, por favor.
—¡Deja de atosigarme! ¿Quieres? —chilló, alterada.
—Me preocupo por ti.
—¡Pues me agotas!
Estaba nerviosa. Muy nerviosa. Parecía no estar a gusto con lo que estaba haciendo. Y lo estaba pagando con él, mismo. Además de continuar convencida de que tendría que alejarlo de ella, todavía no entendía por qué razón. Su cabeza era una marea de líos.
—Grítame, insúltame, si eso hace que te sientas mejor.
—¡Deja de hacerte el bueno, por favor! Todos buscáis algo a cambio —largó, mostrando una mueca de rechazo. Dándole la espalda. Marchándose sin decir nada más.
Kenneth suspiró profundamente. ¿Por qué ella no quería ver que sí que existía el amor a primera vista? Que a él le impactó desde que se tropezaron en el centro comercial. Estaba convencido de que el destino había jugado un papel importante para ello. También, que le había mostrado algo así de bueno, para luego arrebatárselo. O, al menos, intentarlo. ¿Ella no sería, al final, para él? Veríamos quién sería al final el más tozudo de esta contienda.
Durante el viaje, observó por la ventanilla el paisaje, regresando a su estado de inquietud y dudas. Su corazón continuaba galopando a un ritmo frenético dentro del pecho.
•«Mamá, ya voy de camino»
No tardó en llegar su respuesta.
•«Tenemos muchas ganas de verte»
De camino, Eleanor se entretuvo escenificando la infinidad de complicaciones con las que se podría encontrar allá, dentro de su cabeza. Lo más nocivo provocado por sus temores se estaba materializando. Tenía la neura a pleno rendimiento, y no para bien. Sabía que, en cuanto pusiera los pies en Aspen, volverían a temblarle las piernas. A sentir el nudo en la garganta. Negó, rápido. Cerró los ojos, con fuerza, visualizando a la pequeña Grace emocionada, abriendo sus bracitos para que la abrazase. Esa imagen causaba un poquito de alivio dentro de su enorme preocupación. Tenía que hacerlo por ella. No quería volverla a fallar.
—Por mi pequeña —vocalizó, en un murmullo, esforzándose por sonreír.
Los nervios se la comían viva. Su instinto de protección le gritaba desde muy adentro que se diera la vuelta y regresara a Denver, si sabía lo que se hacía. Pero su parte tozuda le murmuraba en un hilo de voz que tenía que hacer algo distinto que la recordase que era una luchadora nata, que era capaz, aunque le costase la vida. ¡Como si fuera a morir en el intento! Como si se estuviera despidiendo de ella misma.
Le pareció un trayecto muy corto para las pocas ganas que tenía de alcanzar la ciudad. Los anaranjados y amarillentos de los árboles contrastaban con el añil del cielo, que se entremezclaba con el blanco níveo de las cimas de los montes. ¡Su precioso Aspen! De repente, los miedos se desvanecieron para dar paso a la nostalgia. Sonrió, avistando la ciudad de lejos. Había regresado. ¡Y lo haría con fuerza! Tragó saliva echándose un sermón para sí misma, sobre la valentía. Por fin volvía a casa. Aunque fuese por un par de días.
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