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8. La decisión

Se sentía cansada. Había sido un fin de semana más movido de lo común. La vida de Eleanor había sido un mar en calma hasta que Judith apareció, modificando varias cosas que no deberían de haber sido cambiadas. La resaca aún le pasaba factura en su cuerpo. ¡Nunca más! No volvería a pillar una borrachera como aquella. Sería la primera, pero también, la última.

Kenneth pareció aceptar su deseo de guardar las distancias. No apareció por la librería, ni la visitó. No dio señales de vida. A pesar de tenerla pensativa durante toda aquella semana. Tanto que la señora Harris le había preguntado un sinfín de veces cuál era su preocupación. Eleanor se mostraba demasiado ausente.

—Todo está bien. Solo es cansancio.

—¡Entonces no me ayudes! Puedo hacerlo, sola.

—Quiero ser agradecida. No se preocupe. Puedo con todo.

—Me preocupas, preciosa.

—Estoy bien. ¡En serio!

Henrietta sacudió la cabeza con lentitud.

—Necesitas salir más. Hablar con gente de tu edad. Con los tuyos. ¿Cuándo fue la última vez que los visitaste? Ni siquiera los viste en fechas señaladas mientras estuviste aquí. ¿Por qué?

—No he tenido tiempo.

—Cielo, sé que estás muy ocupada con tu trabajo pero, no sé, aunque fuera una visita fugaz en Navidad... O en las vacaciones de verano. Es extraño que ni lo hayas intentado. ¿No te llevas bien con ellos?

—No es eso.

—Pues no lo entiendo. A mí me encantaría poder ver a mis hijos. Y a mis nietos. De poder hacerlo, viajaría para verlos.

—¿Los invitó alguna vez a que vinieran a visitarla?

—Sí. Pero siempre están ocupados. Como tú.

Eso sonó lamentable. Le dolió hasta a ella, en el alma. Le recordó a su familia. A su madre. Le había pedido que les visitara, pues querían celebrar el cumpleaños de la pequeña Grace, la hija de su hermana. Por supuesto, se había negado por completo. ¡Pudo imaginar, con claridad, su mueca de decepción!

—Tal vez vaya a verles este fin de semana.

Se quedó sorprendida por su propia respuesta.

—¿En serio? —El rostro de Henrietta se iluminó—. ¡Eso es maravilloso! Les harás muy feliz.

—Supongo —dijo, junto a una risilla nerviosa.

¿De verdad tenía que cumplirlo? Había salido así de espontáneo para contentar a su vecina. Animarla un poco después de su triste comentario. Su familia parecía no estar dispuesta a realizar un esfuerzo para visitarla. ¡No entendía cómo podrían ser tan fríos y distantes! Se dio cuenta de que ella lo había sido también con los suyos. De ahí, su repentina indecisión de la que se sentía confusa incluso ella misma.

La señora Harris la abrazó.

—¡Bravo por ti, bonita! Hazte fotos. Me encantaría conocer a tu bella familia.

Eleanor asintió.

—¡Por supuesto!

Terminó de hacer algunas de las tareas pendientes que la anciana no podía ejecutar por ser demasiado elaboradas o cansadas. Henrietta quería esforzarse para no sentirse inútil. Sin embargo, tenía que reconocer que ya no estaba para algunas cosas. Y no tenía la ayuda que necesitaba. Debería de haber pedido esa ayuda a servicios sociales. Pero por su orgullo, y el negarse a creerse tan anciana, iba posponiéndolo. No quería a nadie en casa que no supiera a ciencia cierta que fuera una persona de fiar. Todo ello, la detenía a la hora de avanzar. De recibir la ayuda que le urgía.

—Nos vemos mañana, ¿sí?

—No te preocupes. —Sonrió—. Tampoco quiero agotarte mucho. Además, tienes que hacer el equipaje. Y necesitas llegar a casa para reposar un poco. O caerás enferma. Mejor, nos vemos pasado mañana.

Iba a decirle que la tendría la tarde siguiente, allí, lo quisiera o no. Pero ya la conocía demasiado. Se hubiera negado a aceptar.

—Claro. Por cierto. Necesito el teléfono de sus hijos. Ya sabe. Por si surge alguna urgencia...

—Ya los llamaría yo, si eso.

—No podría, de entrar por urgencias al hospital.

—¡Oh! Claro. Qué tonta. Espera... —Buscó el número en un librito que tenía guardado en un cajón del mueble del salón—. Aquí están. —Los señaló—. Luke y Donna. —Sus ojos se humedecieron—. ¡Los echo tanto de menos! Aquí me siento un poco sola. Y digo un poco porque estás tú. Que me haces compañía.

—¡No diga eso, que me emociona!

—Es cierto. Eres como una hija para mí. No sé que haría sin tener de vez en cuando estas charlas.

—Y yo no sé qué haría sin su deliciosa comida. Así que... ¡Estamos en empate! —confesó, emocionada.

—Sí.

La señora Harris puso la mano sobre su hombro.

—Estoy orgullosa de ti. Porque no eres de las que dejan a su familia de lado. Y ellos te lo agradecerán.

Era complicado reconocerlo, porque desde unos años hasta entonces no había sido así. Había preferido mantenerse en contacto desde la distancia. Nada de visitas. Nada de grandes preocupaciones o llamadas constantes. A Grace la había escuchado solo la voz, y la había visto en fotos. Era su cumple ese próximo de semana. Su madre le había insistido en ir. Ella insistía en que no podía. Kinsley, su hermana, también se lo había rogado demasiadas veces. Pero nada la movía a ello. Hasta hoy... ¿Qué locura la estaría empujando a esto, tan repentinamente? Henrietta había logrado tocar su corazón con su propia historia. La había hecho darse cuenta del error que estaba cometiendo por el miedo a regresar a Aspen. Un miedo que no se quitaba ni con esas.

—Se lo agradezco.

La señora Harris volvió a asentir.

—Nos vemos.

—Vale.

Bajó los peldaños, pensativa. No podía dejar de sonreír, y a la vez, entristecerse. Tenía los sentimientos tan revueltos que ni ella misma se entendía. Habían sucedido demasiadas cosas en muy poco tiempo: Brian, la mudanza, alejarse de toda su familia, el encuentro fugaz, pero impactante con Kenneth, la dulzura y compañía familiar de Henrietta.

—¡Henrietta!



Echó un vistazo a los números que acababa de apuntar en su agenda. Aquello no podía quedar así. Tenía que trazar un plan para hacer algo por aquella admirable mujer. La que estaba soportando una vida así de difícil en tan profunda soledad. No le parecía nada justo.

Llegó a su apartamento. Se dejó caer sobre el mullido sofá. ¿Por qué la vida tendría que castigarla con tanta dificultad? ¿Por qué demonios tendría que ser todo cuesta arriba?

Tenía que empezar a pensar en cómo realizaría el viaje. Cuántas cosas se llevaría consigo. Aunque se insistió a sí misma en recordarse de no llevar demasiado equipaje. No quería ir cargada con demasiadas cosas. Luego sonrió como una boba. ¿Qué haría Grace cuando la viera? ¡La pequeña se llevaría una sorpresa enorme! Su ahijada. La única niña de la familia que estaría recibiendo toda clase de mimos sin límites. Tenía unas ganas inmensas de abrazarla. Las había tenido durante todo aquel tiempo de ausencia impuesta por ella y obligada para olvidar. Sacudió la cabeza, sintiendo el corazón pesado. Se estaba volviendo a hundir. No era eso lo que esperaba. No era lo que deseaba después de aquellos años de diferencia entre el sentirse peor, a sentirse un poco menos regular.



Contó los días, con miedo. Con ese miedo que ya se había hecho su compañera constante.

—Que te jodan, Brian —murmuró, cerrando los ojos, con rabia.

Terminó de hacer el equipaje. El sábado tendría que ser veloz para llegar a la central de autobuses después del trabajo. Cogería un taxi y así, no tendría que dejar su vehículo en unos estacionamientos que no estarían vigilados. El corazón se le quería salir del pecho.

—Grace... —vocalizó en un murmullo.

Quería meterse en la cabeza que sería por una buena causa. Que no iba a suceder nada malo salvo darle una alegría a los suyos. A los que tantas ganas tenían de verla, por pocos años que hiciera que se había mudado hasta Denver. Para una familia unida, incluso pocos años eran demasiados.

Se llamó loca. Se echó un sinfín de sermones para no abortar la misión. Había llegado la hora de dar la sorpresa a la familia, aunque fuera un día antes. Tampoco quería llegar hasta allí, por sorpresa, salvo para Grace. Su madre tendría que prepararle su antigua habitación. Rememoraría muchos viejos recuerdos. Iba a ser una visita que la dejaría, por un lado, emocionada, y por otro, abatida. Una mezcla de sentimientos que tal vez terminarían por acabar con ella.

Repasó su equipaje asegurándose que llevaba lo justo, pero necesario para este viaje. Sí, mañana sería el día. Mañana volvería a abrazar a su familia. Volvería a Aspen. Volverían los peores recuerdos a ella en cuanto pisase la central de autobuses. Pero también los buenos, como ya se había repetido. Tenía que aprender a controlar ese amasijo de sentimientos. Lograr que los buenos, borraran de un plumazo los peores.

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