7. Interrogantes
La cabeza le dolía muchísimo. La fuerte resaca luchaba contra ella con rabia. Algo la hizo detenerse en una pausa, asustada. ¿Cómo había llegado hasta allí? Lo último que recordaba era echarse unas risas con Judith, en aquel bar de copas.
—¡Judith!
Saltó de la cama como impulsada con un muelle. ¿Dónde estaría ella? ¿Seguiría tirada en la calle? ¿O a las puertas, ya cerradas, de aquel garito? ¿O sabe Dios si en la cama de algún aprovechado, o de un psicópata? Le entraron los temblores. Tenía miedo por si le había sucedido algo.
Salió hacia el salón como si una parte de ella tuviera la esperanza de encontrarla allá, afuera, sin ningún rasguño, durmiendo. La puerta de la habitación de invitados estaba entreabierta. Se asomó. Ella dormía en la cama. Respiró, aliviada. Tal vez se habría encontrado con un buen chico que se había apiadado de ella. O habría tenido la habilidad de saber regresar a casa, a pesar de su borrachera. Se encogió de hombros. A fin de cuentas, ella estaba bien. La única nimiedad que levantaba ampollas en Eleanor era que no sabía quién la había acercado a ella misma hasta casa.
Se movió por la cocina preparando un buen desayuno. El estómago le gruñía, feroz. Su cabeza reflexionaba, también, con ferocidad. Judith apareció frotándose los ojos, medio dormida, aún.
—Buenos días —saludó, ralentizada. Encontró a su amiga removiendo su tazón de leche, con la mirada perdida—. ¿Qué pasa? A parte de la resaca... —Se rió, burlona. A ella también le dolía mucho la suya—. ¿Qué te preocupa?
—No sé quién me trajo a casa, Judith. No recuerdo ni qué sucedió después.
—¡Oh! Yo sí lo vi... —contestó con guasa—. Aunque tengo la memoria turbia. —Se dio golpecitos en el mentón—. Dijo llamarse, ¿Kennay? ¿Ken? No. Ese es el marido de la Barbie. ¿Kenny?
—¿Kenneth?
—¡Eso! —celebró, feliz—. ¡Ese nombre me suena más!
—Dios santo...
Se ruborizó.
—¡Pues el tipo, si no recuerdo mal, era bien atractivo!
—Ese tipo lleva acosándome desde que nos tropezamos. Insistiendo en que le llamase por teléfono, sí o sí.
—¡Será porque le gustaste mucho desde la primera vez que te vio! ¡Ya sabes! Amor a primera vista. ¿Qué tiene eso de malo?
—Actúa como Brian. Y mira cómo acabé con él. Parecía uno de esos eternos galanes que te dejan con la boca abierta, buscando impresionarte. —Torció los labios, con disgusto—. Y luego el dichoso príncipe, me salió rana.
—Recuerdo algo así como que estaba recostado en el sofá. Mira tú. Te estaba custodiando.
—Le dije que no podía ser y sigue dándome la lata. ¿Por qué no quiere entender que no estoy buscando ningún romance? Que no necesito de los cuidados de nadie.
—¡Estás segura?
—¡Más que segura! ¡Y tú fuiste quien me liaste, traidora! —espetó, medio riendo, medio seria. Porque, la verdad era que la había puesto en un buen aprieto por tentarla a beber. Y ella idiota, por aceptar.
—¡Oyeee! ¡Solo quería pasarlo bien!
—Pues será la última vez que beba para pasarlo bien. Estoy bien escarmentada.
Judith se sirvió de la cafetera. Luego cogió un bollo. Se colocó a su lado, en la encimera, apoyándose en ella.
—No estuvo nada mal, en el fondo. ¿No?
—¡Demasiado mal! ¿Te parece poco?
Eleanor se terminó el contenido de su tazón.
—Tengo que hacer una llamada —mencionó, a continuación, saliendo de la cocina en busca de privacidad. ¡En menudo lío acababa de meterse! «Es de bien nacidos, ser agradecidos», mencionó mentalmente.
Kenneth no tardó en responder.
—¿Sí? ¿Dígame?
—Soy... Eleanor. ¿Me trajiste anoche a casa?
—No tuve otra opción. Estabas muy borracha. Luego te dormiste dentro del coche.
—Vaya... ¡Qué vergüenza!
—Dile a tu amiga que no se vuelva una tan mala influencia para ti. Supongo que no es nada natural para ti, beber.
—No. No lo es. No sé cómo accedí.
—No importa. Estás sana y a salvo. Eso es lo que importa.
—Eso es.
—Aunque, no lo vuelvas a repetir, ¿quieres? No estaré ahí, siempre, para protegerte, por mucho que me lo proponga. No soy tan adivino como parezco. Un día podría fallar.
—Te doy las gracias y, tranquilo, no será necesario que me protejas. No volverá a suceder.
—Eso espero.
Se lo pensó un poco antes de formular la siguiente pregunta. Entre la vergüenza y el pánico.
—¿Me recostaste sobre la cama y saliste de la habitación?
—¿Qué insinúas? ¡No soy de esos que te estás imaginando! —protestó, ruborizado, muerto de vergüenza—. No soy de esos, Eleanor.
—¿Me lo juras?
—Por mi propia vida. —Hubo un silencio—. No me crees.
—No lo sé.
—No hice nada. Tan solo busqué una manta en el armario y me eché en el sofá. Me quedé, allí, por si necesitabas algo. Fue cuando, de madrugada llegó Judith y me echó. Fin de lo malo que puedas estar pensando. Porque malo, no fui.
—Entiendo...
—Sigues sin creerme.
—No sé.
—Déjalo. Supongo que debo de dar esa impresión.
—Es que llevas siguiéndome desde hace días. Insistiendo en que te llame, Comportándote como si pudieras mandar sobre mí...
—¡Porque me gustas! ¿Qué hay de malo en eso?
—Ya te lo dije. Tuve una mala experiencia. Quiero un poco de paz.
Lo escuchó respirar hondo.
—Claro. Por supuesto. Tengo que dejarte. Ya hablaremos, ¿sí?
—Vale.
—Siento haberte molestado, Eleanor. Cuídate.
—De acuerdo —respondió, con tono áspero.
Cuando escuchó el corte de la llamada fue como si una bola de demolición chocase contra ella. Lo había ofendido. Lo había tirado por los suelos, más que agradecer su buena acción. Tenía que alejarlo. Sería mejor así. Hacerle ver que existen unas ilusiones que no eran reales. Suspiró. Estaba cansada de tener que cometer aquellos errores cada dos por tres, y que tuviera que ser ella sola quien remendase semejante desgarrón vital.
Se encontró cara a cara con Judith.
—¿Le has hecho un desprecio? ¡Pobrecillo!
—¡No me líes más, por favor! Suficiente llevo encima.
—¡De acuerdo! —dijo esta, vencida, dándole la razón.
Con su visita, la había puesto en jaque contra el resto del mundo. Eso no estaba nada bien. Buscó cambiar de tema, mostrándole su teléfono.
—Mira tía, con qué bombón me hice la foto, anoche. ¡Estaba de toma pan y moja!
En la pantalla se visualizaba a un hombre moreno, de una edad similar a la de su amiga, con un aspecto atlético y demasiado arreglado. «Los guapos son los peligrosos», mencionó instantáneamente su voz interior.
—Judith, no puedes ir por ahí emborrachándote para ligarte a tíos como estos. Que tuvieras problemas con Anthony no significa que debas rebajarte, así —la regañó.
—¡Deja de sermonearme como mi madre! ¡Mírate! ¡Ni tú misma sabes cómo gobernar tu vida para ser feliz!
Eleanor la atravesó con la mirada.
—Ese comentario estuvo feo —la criticó, empezando a moverse hacia la cocina para darle la espalda.
—¡Vale! ¡Lo siento! ¡Es que me das pie a ello! ¡Me regañas, pero estás en mi mismo lugar!
—¡Yo no me hubiera emborrachado! He sido gilipollas. No hay más.
—Está bien. Supongo que, desde que llegué, no he dejado de darte problemas. Haré las maletas y me largaré.
—¿Qué? ¡No seas tan melodramática!
—¡Es que ha sido así! Lo siento, tía.
—No lo vuelvas a hacer y punto.
Levantó su mano derecha.
—Lo prometo.
—Genial.
Judith ayudó a su amiga con la limpieza de la casa. La señora Harris les hizo la visita, llevando un táper de comida creyendo que su vecina estaba sola. Eleanor se la presentó.
—Ella es mi amiga de Illinois.
—Encantada —dijo la anciana, dándole un cordial abrazo—. De haberlo sabido, hubiera puesto más cantidad de comida.
—No pasa nada. No se preocupe. Gracias por su detalle.
—No hay de qué, preciosa. ¿Vas a quedarte mucho por aquí?
—No. Esta tarde tengo que regresar.
—¿Regresar? ¿No vas a quedarte otra semana?
Eleanor pensaba que Judith se habría instalado allí, por quince días. Por un lado le apetecía que regresase a casa y devolverle la tranquilidad. Por otro, le apetecía tener compañía para no quedarse tan sola. Tener con quien hablar. Cambiar impresiones. Aunque su compañía fuera un pelín problemática.
—No. No quería decírtelo hasta el último momento. Mi jefe quiere que vuelva el lunes al trabajo. Tenía dos semanas programadas. Finalmente no será así.
—Te quedaron lugares pendientes por visitar.
—Realmente, todas —Se rió—. Será una excusa perfecta, esta, para volverte a visitar.
—Eso seguro.
—Chicas, os dejo. Tengo que seguir con mis tareas y vosotras tenéis que aprovechar hasta el último minuto, juntas. Encantada de conocerte, Judith.
—Un placer, Henrietta.
Aprovecharon para tener una última comida, juntas. No había más tiempo puesto que Judith tenía que preparar el equipaje para largarse a la estación de autobuses. Le salía más asequible el viaje. Aunque le hubiera resultado el viaje más corto, de haber decidido ir en avión. Tendría tiempo de pensar en todo. De añorar a su amiga. La que iba a dejar atrás hasta la siguiente vez que se vieran.
—Mantenme informada de cómo van yendo las cosas con Kenay.
—Kenneth.
—¡Eso! Kenneth, o lo que es lo mismo, con Joe.
—¿Qué Joe?
—El psicópata de You. ¡Kenay! —Soltó una fuerte risotada—. ¡Ay, que no te enteras!
—Todo seguirá igual. No quiero más novios. Te lo tengo dicho, Judith. No me líes.
—Valeeee. Venga, ayúdame con las maletas. Mi avión sale a las seis y vamos un poquitín justas.
En la estación de autobuses, a ambas se les hizo un nudo a ambas en la garganta. Varios kilómetros volverían a separarlas. ¿Cuándo podrían volver a verse? Habían pasado muy poco tiempo, juntas, y hasta se habían casi peleado por culpa del carácter vivaracho y extrovertido de Judith. La quería demasiado para no hablarle. Aunque lo que había pasado, había sido motivo suficiente para que la vida de Eleanor cambiará muchos matices de su vida. Recordó a Kenneth. El que la había rescatado de entre las zarpas de lo que podría haberle ocurrido mientras y después de una desagradable borrachera. El que le había dicho que ella le gustaba. ¡Dudas! Más dudas para una confusa Eleanor que ya no sabía ni por donde tirar para acertar, por fin, con el camino que tomara.
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