4. Visita sorpresa
Alcanzó el sábado sintiéndose exhausta. Había estado ayudando a la señora Harris con las tareas de su casa, después del trabajo. Habían sido unos días de mucho trabajo en la librería. Algunos errores en los pedidos, poner orden en otros, y el trabajo básico de esta, la habían tenido muy entretenida. Se había detenido a leer las primeras páginas de algunos libros, intrigada. Los había añadido a la lista de sus próximas lecturas. Una que guardaba con recelo en su pequeño teléfono. Sonreía cuando encontraba algo de sumo interés. El romance... Ese era el tema que más le interesaba. El que ella misma aún no había tenido, y dudaba tener. «¡Nada de volver a enamorarse!», canturreó su vocecilla interior. ¡Como si no lo supiera ya, de sobra!
Pero con todo ello, también había existido la suerte. Kenneth no se había dejado caer por allí. Eso fue para ella un verdadero alivio.
Hizo caja. El importe total había sido un verdadero éxito. Tal vez, en aquellos días grises y húmedos, eran más propicios a sumergirse en una buena lectura. O había sido pura casualidad. Todo podría ser. Lo cierto era que el señor Smith; Caleb Smith, se sentía emocionado con aquellos números propicios para ser acumulados en el banco, parte de los ahorros para su cercana jubilación.
—Maravilloso. Simplemente maravilloso —parloteó, frotándose las manos.
—Sí —confirmó ella.
—¿Recuerdas aquel cliente que buscaba el título de un buen libro? El que estaba indeciso por dos de ellos.
Una oleada de calor la recorrió de arriba a abajo. ¿Por qué tendría que acordarse de él?
—¿Qué le pasa?
—No regresó. ¿Verdad?
—Quizá, no se haya decidido finalmente. O tal vez haya descubierto que leer un buen libro no era lo que deseaba hacer para su entretenimiento.
—No lo sé. Bueno. Supongo que, de quererlo, regresará.
—Eso es.
—En fin... Termina y cerramos. Se está haciendo tarde.
—Claro.
Al salir de la tienda se pasó por el supermercado. Uno de los que no cerraban al mediodía. Para ella, algo muy socorrido. Tenía que llenar el frigorífico y la despensa. Estaban casi vacíos. Y no podía hacerlo entre semana cuando iba mucho más apretada de tiempo, salvo cuando algo le urgía. Cargó más de lo que podría subir, sola.
—En serio... ¡Necesito un ascensor en este condenado edificio!
—¿Te ayudo?
¡Esa voz! Cómo no. «Había pedido un ascensor, pero no un incordio», repitió la protestona voz de su parte más quisquillosa. Fijó los ojos en él, enfadada.
—¿Por qué me da en la nariz que sigues espiándome? ¿Tal vez no tienes trabajo?
Kenneth se rió.
—¡Eso es cosa mía! No tuya.
—¿El que tengas la poca vergüenza de acecharme no es cosa mía? —formuló, a pleno pulmón, indignada.
—No. El que tenga trabajo o no.
Eleanor sacudió la cabeza, molesta.
—No juegues conmigo.
—Acabo de cruzarme contigo por casualidad.
—Pero qué embustero eres.
—¡Lo digo en serio!
—¡Olvídalo! Tengo cosas que hacer.
—Te ayudo —insistió.
Resopló, cansada.
—Puedo sola.
—¿Con todo esto? No lo creo —comentó, irónico.
—Tú que sabrás...
—Te ayudo si me invitas a comer.
Ella se dio la vuelta, entornando la mirada. Había regresado a calcular cuántas podría llevarse cada vez, escaleras arriba.
—¿Y ahora te auto invitas?
—En tu casa. Te ayudaré a fregar los platos, luego. Es una buena oferta. ¿Qué me dices?
—Esta no es una cita. Debo recordártelo antes de que hayan malentendidos.
—Eso es... No lo es —respondió como si se tratase de un trabalenguas—. Te quitaré trabajo. Sé que estás cansada. Hoy trabajaste también.
—Lo dicho. Me espías. —Kenneth se encogió de hombros—. De acuerdo. Te dejo que me eches un cable.
—¡Viva! —chilló, eufórico, con un tono de voz infantil.
—Deja de gritar y ponte manos a la obra. Me rugen demasiado las tripas para esperar mucho más.
—Sí, señora —agregó, junto a un saludo militar.
—¿Lo dejo en la cocina?
—Sí , por favor.
—Ok. Oyeee... ¡Tienes un pisito muy mono!
—Gracias —respondió ella, sonrojada. ¿Por qué no dejaba de hacerle cumplidos? Su zalamería la ponía de los nervios.
—Me gusta —fue diciendo, moviéndose hacia la cocina—. Te ayudaré a guardarlo todo.
—No será necesario.
—¡Claro que sí! Te ofrezco el paquete completo.
La alarma saltó junto a esa frase.
—Mira Kenneth, agradezco tu escenita de seducción pero...
—¡No estoy ligando! —refunfuñó, entre pucheros—. Vale, tal vez sí —rectificó—. ¿Funciona?
Eleanor respiró hondo, abrumada.
—Lo siento. Pero con la mala experiencia que tuve, no pienso repetir.
Eso lo dejó pasmado.
—¿Tuviste una mala experiencia? ¿Qué pasó? —preguntó, dejando las bolsas en el suelo.
—Eso no te incumbe.
—Trato de ser amable. Puedes contármelo.
Se quedó mirándolo en una larga pausa.
—No.
—¿No?
Ella negó.
—¿Vas a ayudarme? ¿O tal vez viniste a darle a la lengua?
—¿A la lengua? —Ella elevó un dedo cuando este estaba tan a punto de soltar la indecente chorrada. El gesto ácido de Eleanor lo frenó—. ¡Está bien! —Se tragó lo gracioso que estaba pensando—. Ya basta de bromas. —Asintió—. Sí. Voy a trabajar. Para eso me quedé.
—Genial.
Bajaron al coche para terminar de subir las bolsas que quedaban. Se pusieron con la tarea de guardarlas. Luego, Eleanor sacó algo de pasta y un par de botecitos de salsa boloñesa que venía ya preparada. Se miraban de reojo, manteniéndose bajo vigilancia. Con Kenneth no sabiendo qué decir por si la ofendía nuevamente. «Tuvo una mala experiencia» Bailoteó dentro de su cabeza esta frase. «¡Ni se te ocurra preguntar. Volverás a enfrentarte a ella»
Pusieron la mesa en silencio. Empezaba a volverse incómoda la situación. Ella puso la televisión para que hubiese algo de sonido en el ambiente. Para estar entretenida. La tirantez empezaba a tensarse.
—Esto está rico —dijo él, rompiendo el molesto silencio.
—Me alegro...
—Eres demasiado silenciosa.
—Soy cauta —respondió, sin apartar la mirada del televisor.
—¿Tan mala fue tu pasada experiencia?
—No te importa —insistió.
—Quiero decirte que todos los tíos no somos iguales.
—Sois parecidos. Por ejemplo, tú no has dejado de acosarme desde un principio.
—Me gustas. Tengo derecho a luchar por lo que me gusta.
—Apenas me conoces. No puedes avasallarme así.
—Lo sé. Y lo siento. No sé. Yo creía que...
—No me halaga, si es lo que ibas a decir. Soy una mujer herida. Cauta. Cabreada.
—Ya lo capto.
El resto de la comida también se volvió a ser silencio. Cuando terminó, Kenneth se levantó de la mesa, recogió su plato, cubiertos y vaso y los llevó hasta la cocina. Los dejó limpios, tal y como le había prometido. Luego salió al saló, decidido. Si quería espacio, iba a dárselo. Era cierto. La estaba apretando mucho de cuentas sin tener derecho a ello. Tal vez se estaba propasando. Todo estaba en darse cuenta a tiempo.
—Tengo que irme. Te dejo tranquila, si es lo que deseas.
—Tranquilidad. Sí. Necesito un poco de paz.
—Sin problemas. Nos vemos.
—Gracias por tu ayuda.
—No hay de qué. Si necesitas algo, solo tienes que llamarme.
—No lo haré.
—Esperaba esa respuesta —agregó, suspirando con una media sonrisa falsa—. Adiós.
—Adiós —contestó ella, sin mirarle. Continuaba mostrando su dura coraza, evitando nuevamente cualquier daño que se le pudiera hacer. No deseaba repetir.
Sofá, película y manta; un feliz final después de despachar al intruso que trataba de seducirla. Parecía haber pillado la indirecta. Le había salido bien la jugada. No le parecía correcta su manera de proceder y tenía que descartarlo.
—No quiero otro «Brian» en mi vida —rezó, bufando como una niña enfadadísima.
Golpearon suave en la puerta.
—¡Otra vez él, no! —espetó, rogando que esa frase fuera cierta.
Caminó, temblorosa. «Que fuera la señora Harris»; fue rezando, de camino.
El rostro que vio allí afuera, la sorprendió.
—¿En serio... ?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro