Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

18. Un soplo de aire


Estuvo un buen rato abrazada a él. Aferrada a su preciado bote salvavidas. Las espectadoras que tenían, observándoles, no se atrevieron a decirles nada. Simplemente contemplaban la escena con la boca abierta, incrédulas. Cuando Eleanor pudo reaccionar cuando logró serenarse un poco, le invadió la preocupación.

Se apartó un poco de él para preguntar.

—¿Y tu trabajo? ¿No lo habrás abandonado por mí? —formuló, entornando la mirada con miedo y nerviosismo—. ¡Podrías perderlo por venir hasta aquí! ¡Por mi culpa! —lo regañó, como si buscara hacerlo sentir culpable. De nuevo salía la mujer autoritaria.

—No creo.

Se distanció un poco más, aún sin soltarse de su abrazo, aunque sí, enfadada.

—¿No crees? Pues, ¿qué excusa le diste? —Tragó saliva con dificultad—. Miedo me da preguntarte.

—Le di una buena razón para faltar al trabajo.

—¿Como cuál?

Kenneth se rió, divertido. Con aquella sonrisa arolladora que delataría a cualquiera.

—Le dije que el padre de mi pareja estaba grave, en el hospital. Y necesitaba estar con ella.

—Tu..., ¡¿qué?! —Las expectadoras situadas a sus espaldas abrieron aún más los ojos, impactadas—. ¡No somos pareja! —protestó, observando a estas de reojo, alterada—. ¡Te dije... !

—¡Sé lo que dijiste!

Le dio un fuerte empujón para apartarlo de ella.

—¡Eso no está bien, Kenneth! No hagas ver lo que no es.

Este entrecerró los ojos, dibujando una ladina sonrisa.

—Primero me abrazas con desesperación, y luego dices que no somos nada. —Sacudió la cabeza, con un gesto de travesura infinita—. ¡A ver si te aclaras de una vez, Eleanor! —bromeó, tratando de sacarle una sonrisa. Aunque discutir con ella, sobre este tema, empeoraba mucho más la situación.

—¡Sabes lo que pienso! ¡Sabes lo que quiero!

—Solo sé que quiero ayudarte cuando lo necesites. Además, ¿no lo hice hasta ahora? —preguntó, buscando recordarle la noche de la borrachera. De no haber sido por él, sabe Dios dónde abría terminado.

Ella puso la mano frente a él. Había caído en la cuenta de a qué se estaba refiriendo.

—Vale. ¡De acuerdo! No es necesario entrar en detalles.

—¿Detalles? —Kinsley se adelantó—. Detalles..., ¿sobre qué?

—Nada, hermanita. Es un liante de marca mayor.

—¿Por?

Eleanor miró a Kenneth antes de responder.

—No quieras saberlo —murmuró—. Da igual. —La preocupación por el bienestar de este regresó—. ¿Y tu equipaje? ¿O viniste solo, con lo puesto?

—¡Ah no! Alquilé una habitación en un motel de esos de mala muerte. —Se acercó a ella peligrosamente, serio, haciéndola retroceder—. Reza para que las chinches no me piquen esta noche.

—Serí... sería culpa tuya por hacer tan mala elección —lo atacó ella, atropellándose con las palabras, nerviosa.

Este soltó una repentina carcajada.

—Es broma. Alquilé una habitación de hotel. No habrán chinches. Solo buscaba ponerte a prueba. ¿Ves como, en el fondo, sí que te importo?

—¿Que tú me... ?

—A ver —los interrumpió Kinsley—. ¿Me vais a decir de qué va todo esto? ¿Y quién es él?

El chico se adelantó, estirando su brazo.

—Soy Kenneth, un amigo de Eleanor. Encantado.

—Amigo...

—Amigo, amigo... ¡Qué remedio! —canturreó, intentando no reír.

Ella entornó la mirada como si, al analizarlo, pudiera encontrar la respuesta. ¿Y si él era el dueño del regalo que colgaba del cuello de su hermana? Sabía que algo olía le a chamusquina. «¡Pero qué embustera!».

—Soy Kinsley; la hermana de Eleanor. Y ella es Margaret, nuestra madre.

Margaret se había mantenido estática, muda, impresionada. Tantas novedades, de golpe, la estaban abrumando hasta el punto de no saber qué reacción tener.

—Encantado —dijo él, estirando para ese choque de manos cordial.

—Oye hermanita, tu chico es muy educado —dijo Kinsley, dirigiéndose a su hermana, dejandola atónita.

—¡Él no es mi... ! Vale. Déjalo.

Kenneth se puso tan serio que incluso su riguroso gesto resaltó su atractivo.

—¿Cómo está su marido? —preguntó directamente a Margaret.

—Todavía no sabemos nada. Aún es pronto. Tendremos que esperar.

—Sí. Tendremos que esperar —respondió luego Kinsley.

—Supongo. Estas cosas llevan su proceso —respondió él, con conformidad, pero con muchas dudas—. Espero que ese proceso tenga un final feliz.

—Eso esperamos. Eso... esperamos —respondió Margaret, angustiada.

Kenneth se acercó a Eleanor, que volvió a retroceder un poco, dubitativa.

—Te invito a dar un pequeño paseo. Prometo no alejarnos demasiado.

—Estoy bien, aquí.

—No lo estás. Necesitas un cambio de lugar. Porque no querrás salir al exterior, ¿verdad?

—No, hasta que sepa que mi padre está estable.

—Me parece justo. ¿Te vienes?

Eleanor miró a su hermana y a su madre que aún seguían espiándoles, pasmadas. ¿De dónde se habría sacado aquel chico? ¿Y cuánto tiempo estarían juntos? Ambas preguntas resonaban dentro de sus cabezas. Tendrían que esperar un poco más para obtener las respuestas.

—Vamos a dar una vuelta. No estaré lejos. Si sucediera algo...

— ...Te llamaría. No te precoupes —respondió Kinsley, acabando la frase.

Eleanor asintió.

—Mamá, ¿estarás bien?

—Lo estaré. —Se dirigió a Kenneth—. Encantada de conocerte, muchacho.

—Un placer.



Caminaron despacio por el pasillo. Kenneth guardaba silencio. Lo más importante era acompañarla en su dolor. Hacerle ver que no estaba sola. Acompañarla en un silencio que sabía que necesitaba. Súbitamente, ella sonrió con amargura.

—¡Vaya ironía! Mientras todo el mundo celebra con dicha, nosotros lloramos con tristeza —discurseó, con la mirada fijada en el suelo—. Quizá sea un castigo por cuanto hice. Tal vez...

Kenneth la detuvo. Atrapó su rostro con las manos para que lo mirase.

—¿Algo malo? ¡Seguro que ese capullo se despachó a gusto sin importarle tus sentimientos! ¿De verdad te vas a culpabilizar por ello? ¡Vamos Eleanor! él es quien merece tanta desgracia —opinó él, furioso.

—Quizá no lo hice lo suficientemente feliz. Quizá...

Kenneth negó, escandalizado.

—¿En serio? —Sacudió la cabeza, incrédulo. En un acto reflejo de protección la atrajo con suavidad hacia su pecho—. No te conozco de mucho, pero sí lo suficiente para ver que la clase de tipo que te dejó tirada era de lo peor. Puede que tengas caracter, pero no malicia, Eleanor. Estoy seguro.

—No me conoces, Kenneth —murmuró, entre sollozos—. Tengo mal genio, soy quisquillosa, testaruda, insoportable.

—Deja de decir chorradas. —Exhaló, cansado—. Llora cuanto necesites. Ejerceré de bote salvavidas en tu deriva. Eso sí, no dejaré que encalles. Trataré de llevarte a buen puerto, suceda lo que suceda. Si me dejas.

—Kenneth...

—Estoy a tu lado. Solo, llora si lo necesitas. Sé que lo necesitas.

Se desahogó, allí escondida. Seguía pensando que él, le regalaba paz. Un desconocido ya no tan desconocido. Un hombre que no es que brillase por un físico demasiado espectacular, pero que se preocupaba por aquellos que de verdad le importaban. Así como hasta día de hoy se había preocupado de ella. No quería desconfiar de él, tampoco es que pudiera sentirse segura a un nivel cien por cien aceptable. Necesitaría de tiempo para ello. Aunque su lado humano, el que había estado mostrando, le gustaba. Cruzó los dedos, a escondidas, rogando que, lo que él exteriorizaba, fuera real. Que no la engatusase como su exmarido, para luego dejarla caer desde lo más alto.

—¿Sabes? —Eleanor empezó a murmurar. Necesitaba soltarlo—. Estoy cansada de darlo todo y no recibir nada. Quiero tener una vida feliz, con alguien que realmente me valore. No tener miedo a que un día pueda desvanecerse aquello que llegó para llenarme de amor. Que él no sea un farsante. Uno, que viva de exprimirme, para luego arrojar a cualquier vertedero de esta paranoica vida. Quiero quedarme en un lugar en donde no tenga miedo de pernoctar. De despertar, luego, deseando quedarme, allí, nuevamente.

—Un lugar que puedas llamar realmente HOGAR.

—Eso es. Donde no me dé miedo mostrarme como soy, porque, quien convive conmigo le guste así, con mis defectos y virtudes. Ya no estoy en edad de tontear. Los años pasan. Y pesan.

La apartó un poco para mirarla a los ojos.

—¿Me estás llamando viejo? ¡Porque creo que soy, casi seguro, unos pocos años mayor que tú! ¡me estás deprimiendo! ¿Lo sabes? —soltó, tragandose la risilla irónica que quería salir, afuera.

—Un poquito sí que lo eres.

Kenneth resopló, con disgusto.

—¡Vaya por Dios! Encuentro a una mujer preciosa y termina llamándome viejo! Debo de estar perdiendo mi precioso toque —gruñó, con gracia. Ella no pudo parar de reír. ¡Ponía una mueca tan graciosa cuando se disgustaba de verdad! —¡No te rías! ¡No tiene ninguna gracia! —continuó diciendo, sin soltarla. Secó sus lágrimas con delicadeza—. ¿Estás mejor?

—No lo sé. Creo. No sé.

—Supongo que mejor que tu querido anciano y amigo que tienes en frente...

—¡No eres viejo! Estaba bromeando.

La soltó, alejándose un poco, molesto.

—¡Tú lo dijiste! Viejo... ¡Vaya! Acabas de quitarme años de existencia, de un plumazo —bisbiseó, indignado.

Eleanor volvió a reír. Se acercó, tocando su brazo, buscando animarle.

—En serio. No eres viejo. Todavía no lo somos. Todavía tenemos por delante mucha vida para cambiar nuestro presente y mejorar tu futuro.

Kenneth levantó la mirada. Torció los labios hasta dibujar esa sonrisa ladina que seguía mostrando su lado travieso, sin reparos.

—A eso quería que llegaras. Por mucho camino que llevemos recorrido...; por mucho dolor que hayamos soportado, o sigamos soportando, no es momento de detenerse y derrumbarse. —Acarició su mejilla. La que todavía conservaba un regero de humedad por las lágrimas que anteriormente había derramado—. Pase lo que pase, prométeme que no te vas a rendir.

—No sé si podría...

—Prométemelo —insistió. Eleanor asintió—. Buena chica. Y ahora, te invito a tomar un chocolate caliente. Seguramente tiene que haber una máquina dispensadora por aquí.

Se acomodaron en una de las ristras de sillas que estaban situadas estratégicamente por los pasillos del hospital, para que a nadie se le hiciera mucho más pesada la espera. Algo de comodidad que ayudase un poco a mitigar el cansancio, en un lugar así de deprimente; de larga espera. Charlaron durante un buen rato. Eleanor empezó a relajarse. A olvidar un poco el estrés generado durante todo el tiempo desde la llamada de su madre, aquella mañana. Una conversación que se alargó hasta algo más que un par de horas.

El teléfono de Eleanor sonó.

—Papá ha despertado. Mamá podrá verlo, dentro de un rato. Una de las enfermeras le dijo al médico que preguntó por nosotras. Quizá haya esperanzas porque papá parece estar así de despierto—informó su hermana, hipando, desde el otro lado del auricular.

—¿Qué ocurre? —quiso saber Kenneth, alarmado.

—Mi padre. Mi padre... Ha despertado ya. Parece estar lo suficientemente consciente. Preguntó por mi hermana y por mí.

—Me alegro mucho, Eleanor.

Le secó otro par de lágrimas que se estaban precipitando por las mejillas de la chica, hacia el vacío. Hacia el pulcro suelo. No las dejó llegar a caer.

—Oye...

—¿Sí?

—¡Gracias! Gracias por poner una pausa en tu vida y viajar hasta aquí. Gracias por rescatarme, cada vez que lo necesito.

Kenneth, sonrió, asintiendo.

—Estoy encantado de hacerlo.

Se quedaron mirando a los ojos durante unos cortos minutos. Aquellos preciosos ojos con los que se había topado ya tantas veces, y que reconocería entre cientos. Aquella mueca de dulzura que mostraba cuando la tenía cerca. El cuerpo de Eleanor sentía pequeños chispazos advirtiéndola de que sentía deseo por él. De que, de verdad, le apetecía besarle. Tenía que reconocerlo, aunque la enervara. Tenía que reconocerlo; se estaba enamorando de verdad, pero iba a guardarlo, por ahora, en secreto. Tenía que esperar un poco más, sin precipitarse. Eso le decía su cansina voz interior.

—Tenemos que ir a ver cómo está mi padre... y mi madre... y Kinsley, y... ya sabes —susurró, peligrosamente cerca de sus entreabiertos labios, a la espera de ser besados. Deseándolo.

—Sí, Supongo que sí —respondió él, acalorado.

—Vale...

—Sí.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro