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17. Gracias

La espera para saber algo más se estaba haciendo larga. Recibían la información a cuentagotas, ya que los cambios seguían sin producirse, desde el último parte médico. Era muy pronto para decir si la operación había tenido éxito, o por el contrario, las esperanzas serían en vano. De vez en cuando, Kinsley se sentaba al lado de Eleanor para ponerle la mano sobre su temblorosa pierna. Era la mayor. La que se suponía que debía de guardar más entereza. Lo hacía demasiado bien como para no delatarse por la humedad que se visualizaba en sus ojos cansados.

—¿Mamá sigue afuera?

—No quiere moverse de la zona restringida. Espera a que algún enfermero o médico aparezca diciendo que todo va a salir bien. Y aún es demasiado pronto para eso.

—¿Crees que papá se salvará?

—Papá es fuerte. —Asintió—. Yo espero que sí. —Le dio unos golpecillos en la pierna, con dulzura—. Voy a llamar a Louis. Quiero saber cómo está Grace. Él vendrá a Aspen en el vuelo de la noche, después de llevar a nuestra pequeña a casa de su hermana. Me parece que no va a estar muy de acuerdo con que queramos dejarla allí, con ellos. Ya sabes. La «mamitis» le provocará añoranza y varios berrinches.

Eleanor sonrió como pudo ante su gracieta.

—Imagino.

—Sí. —Acarició su rubia melena, con la necesidad de calmarla—. ¿Vas a estar bien mientras llamo por teléfono?

—Supongo.

Kinsley asintió.

—Vale. Perfecto.

Se quedó fijamente mirando hacia la pared que tenía enfrente de un verde extraño. Un color indescifrable que poco le importaba la gama que fuera. Su cabeza estaba en otro lugar. ¿A qué espíritu navideño, o divinidad, se le habría ocurrido tener una mente así de retorcida y oscura, en su caso? Negó, enfadada. Más retorcido sería torturarse con ello. Dejó salir el aire viciado y contenido a la fuerza, en sus pulmones, por culpa del nudo acomodado en su esternón. Tenía que distraerse con algo. Judith estaría trabajado. Estaría bien entretenida en aquella tienda de ropa, con las clientas agolpándose en fila, en las cajas. Eran fechas de mucha venta. De horas de dar todo de una misma. Igualmente, consideró necesario hablar con ella, aunque en esos precisos momentos no la pudiera responder. Abrió la mensajería:

•«Hola Judith. Sé que no podrás leerme. Pero necesitaba hablar. No sabemos todavía si la operación de mi padre dio resultado. Si mi madre podrá continuar disfrutando de él. Envejecemos a la carrera, más deprisa de lo que maduramos. Jamás pensé encontrarme en una situación así. Sin embargo, tengo a alguien que no se decide si quedarse en este mundo, o por el contrario, abandonarlo. Una persona que me importa demasiado... En tiempos en los que no se deja de oír la frase: son tiempos de amor y paz; tiempos de disfrutar con los nuestros. ¡Qué irónica la vida! Me siento sola, aquí, a pesar de estar acompañada. Una sensación extraña de no saber si este es mi lugar. Si debería de regresar para quedarme allá de donde me marché. Mi mente se encuentra en un estado catatónico en el que no me deja pensar a voluntad. Me siento confusa. En fin. Sé que me encontrarás filosófica. Pero cuando cruzas por un puente tan desvencijado,y en momentos que ni siquiera entiendes bien cuál es tu ubicación, todo se ve feo. Te quiero, amiga. Solo espero que tú lo estés pasando bien con Aiden. Apachúchalo cuanto puedas. Porque, como puedes comprobar, la vida son menos de tres días».

Suspiró profundamente nada más terminar el largo párrafo. Una gotita salada había caído sobre la iluminada pantalla. No estaban siendo unas fechas navideñas como cualquier humano hubiera querido planear.

—¡Tramposa! Lloraste.

Su hermana la pilló por sorpresa.

—¿Qué? Yo...

Se sentó a su lado apretándola en un fuerte abrazo.

—No importa. Desahogate cuanto quieras. Esto está siendo muy duro para todos.

Lloró con un desconsuelo feroz. Toda la tensión que había acumulado durante años estaba saliendo. Aflorando con fiereza, quebrándola como la madera más vieja y podrida. ¿Por qué nada podía salirle bien? Ni a ella, ni a los suyos, pues el resto estaba a bordo del mismo barco fantasma que navegaba hacia la deriva.

—¿Có... cómo está Grace? —preguntó entre balbuceos.

—Enfurruñada. Pero bien. Louis está haciendo las maletas. Pronto estará aquí, para darnos apoyo.

—Ojalá yo tuviese alguien en mi vida para que me regalase ese apoyo. Lo necesito.

Kinsley la apretó todavía más.

—Estoy yo. No necesitas a nadie más. —Eleanor la observó con una mueca torcida—. ¡Qué! ¡Soy suficiente para quitar tus males! No quiero en tu vida otro tipo como Brian.

—No me lo recuerdes. Está demasiado cerca como para que pudiera aparecer en cualquier momento. Eso, también me inquieta.

—Él no vendrá. Porque si tuviera los huevos de hacerlo, le partiría las piernas, aquí mismo. —Sacudió la cabeza, airada—. ¡Y desde luego no dejaría que ningún médico se las reparase! —agregó, poniendo voz grave como si fuera un varón. La hizo reír—. Así quiero verte, hermanita. Suficiente pasaste. Y suficiente seguimos pasando como para ponernos a la desesperación. Por cierto, ¿hablaste con Judith?

—No. Ella está en el trabajo. Pero sí le mandé un mensaje.

—Te llamará en cuanto pueda. Eso está bien. —La apretó un poco más y luego la soltó—. Voy a ver que hace mamá. Acabarán por contratarla como guarda de seguridad de la zona de cuidados intensivos. Acabará por mimetizarse en ese color horrible de las paredes del hospital. —Puso cara de repulsa—. Me dan mucha grima estos sitios. Y este olor a desinfectante...

—A mí también.

—¿Lo ves? ¡Hasta las hermanas más opuestas tienen gustos similares! —Frotó su brazo con dulzura—. Bueno, amor, voy a ver a mamá, ¿sí?

—Vale.

—Estupendo.



Otra vez se encontró sola. Otra vez dándole vueltas a su destartalada cabecita. Le vino a la mente la señora Harris. ¿Cómo estaría ella? Podría llamarla... ¡No! Mejor no preocuparla. Las malas noticias mermarían su felicidad, y aumentarían su preocupación. Aquella mujer era un amor. Aunque sí que iba a llamarla en cuanto esto se suavizase, si es que iba a suavizarse, o a mejorar, para felicitarle aquellas fechas. Unas fechas que para Eleanor y su familia, se estaban convirtiendo en una terrible pesadilla.

Buscó en su bolso el libro. Tener la cabeza entretenida podría calmarla un poco. Esa era la idea. Por poco que pudiera concentrarse en el texto. Mejor eso, que pensar. Mientras que el personal médico fuera transitando por allí, por delante de ella, interrumpiendo su lectura. Quizá, alguna de aquellas personas vestidas con tales atuendos nada elegantes, pudiera tener información sobre el estado de salud de su padre. ¡Qué tontería! ¡Iban a pasar horas hasta que pudieran saber algo, en concreto!

No pudo leer más que un par de páginas. Mejor sería pasarse al mando que estaba en pleno campo de batalla. Mejor sería echar un cable en la zona de guerra. Su madre necesitaba más compañía que la de su hermana. Mucha fuerza y optimismo, por parte de ambas hijas. Cerró los ojos, tomando aire con fuerza, para expulsarlo con rapidez.

—Allá vamos —se dijo, convencida de volverse un buen coach, aunque no tuviese las suficientes fuerzas para ello.

Guardó otra vez el libro en el bolso. Se puso en pie, pasando el asa por su hombro. ¡Sí! ¡Podía! Estaba dispuesta. Estaba reuniendo las fuerzas suficientes.

—¡Eyyy! —murmuró Kinsley, con un medio gritito ahogado, haciéndole el ademán para que se uniera en un abrazo en grupo—. Bienvenida al equipo de apoyo. Ya te íbamos necesitando.

Su madre sollozaba agarrada a ambas. Su inquietud continuaba activada.

—Todo estará bien —salió de la boca de Eleanor, quedándose ella misma impresionada por su repentino optimismo—. Todo saldrá bien, mamá. Ya verás.

Ojalá pudiera confirmar eso. Ojalá pudieran decirle de verdad que todo iba a salir bien. Pero pensar en negativo, solo iba a llevarlas a la desesperación.

Eleanor dirigió la mirada hacia el fondo. Un rostro familiar la hizo abrir los ojos de par en par. ¿Cómo podía ser posible?

—¡Judith!

Tenía que haber sido ella. Ella habría sido quien habría dado la información, y la voz de alarma que activase aquel cambio de perspectiva. No iba a llamarla traidora esta vez. Porque esta vez sí que había dado en el clavo. Había intuido lo que estaba necesitando.

No se lo pensó. Primero se disculpó, y luego salió corriendo hacia sus brazos. Sintió paz, comprensión, un mar de ternura en aquel abrazo que también la envolvió.

—Tranquila, Eleanor. Ya estoy aquí. No pienso dejarte sola, con esto —se pronunció aquella voz grave, apoyando el mentón, con dulzura, sobre su cabeza.

—No puedo con esto. No pue...

La chistó, apretándola con cuidado contra su pecho.

—Todo irá bien. Pase lo que pase, yo mismo te mandaré las fuerzas necesarias para que lo afrontes, ¿sí?

Notó como ella asentía, allí escondida, cobijada como aquella niña que después de una fuerte pataleta, buscaba amparo y compasión. No podía sentirse enfadada. El enfado había pasado en un instante, a un estado de aceptación y necesidad. Se aferró a él con más fuerza.

—Gracias —pronunció ella, pegada a su jersey, el cual olía demasiado bien. Recordó a su familia, la que estaría observándola con extrañeza y un toque de locura, a sus espaldas. Ya todo había dejado de importarle. Solo entendía lo que realmente necesitaba. Y en esos instantes necesitaba con mucha urgencia aquel abrazo agradable y reparador.


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