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16. Malas noticias

Sus pensamientos seguían puestos en Aspen. Pero había regresado a Denver aunque su mente la mintiera creyendo que todavía seguía, allí. Lo supo en cuanto abrió los ojos y vio su ordenada habitación. Todo había sido un bonito sueño. Un sueño que había sido real.El flujo de la vida volvía a fluir de forma natural y ordenada. Y ella tenía que levantarse cuanto antes, y darse prisa, ya que, de no hacerlo así, acabaría por llegar tarde su trabajo.

Removió su café, fijando la vista en él, risueña. Se sentía con las energías renovadas. Su teléfono móvil sonó.

•«Espero que hayas descansado bien. Que no te hayas dormido. Toca currar»

Su sonrisa se ensanchó aún más. No lo esperaba tan temprano. Y, ¿por qué no estaba enfadada con él como lo había estado hasta ahora? Kenneth comenzaba a confundirla de un modo que la haría terminar en un psiquiátrico. Se llevó la mano al colgante para asegurarse que continuaba allí, todavía; colgado de su cuello.

                                                                                  ~

Salió al asfalto. Hacía bastante frío. Se había abrigado bien, pero se había enfriado durante el recorrido de la salida de su apartamento, hasta meterse dentro del coche. Y la calefacción de su vehículo no es que obrase milagros. En casa, mientras desayunaba, no le había dado tiempo a calentarse cuando había colocado enfrente de ella el pequeño radiador que usaba en los cambios de estancias. Había un poco de embotellamiento. Eso hacía crecer su nerviosismo.

—Calma. Llego a tiempo —rezó, en un murmullo, apretando con fuerza el volante para no estallar.

Caleb Smith había sido el primero en llegar. La librería ya estaba abierta. Había madrugado bastante, al parecer.

—Buenos días —saludó ella, haciendo sonar la campanilla de la entrada, al abrir la puerta.

—Bienvenida, de nuevo.

—Se le ve contento. ¿Pudo, finalmente, ver a su familia?¿Le visitaron?

—Sí. Mis dos hijas vinieron con sus niños. Mis nietos están enormes. ¿Y tú? —Ladeó la cabeza, en busca de información—. ¿Pudiste ver a los tuyos?

—Sí, después de tanto tiempo. Fue algo sumamente... ¡Especial! Mi ahijada está hecha una mujercita.

—Crecen demasiado deprisa.

—Demasiado... —repitió ella, melancólica.

La entrada de los primeros clientes cortaron la emotiva conversación. Tenían que ponerse con el trabajo.

Ella hizo la hoja del pedido en el ordenador. Habían quedado cosas pendientes por hacer después de los anteriores días festivos. Todavía quedaban unos cuantos más. El pedido iba a tardar en llegar. De todos modos, debía de estar hecho y enviado.

                                                                              ~

Se preparó un poco de comida pre cocinada. No había podido cocinar los días anteriores, por el viaje. Tenía que improvisar. Recordó que no había respondido al mensaje de Kenneth; el que había recibido por la mañana. Algo le decía «responde, no seas antipática».

•«No llegué tarde al trabajo No soy tan irresponsable como crees».

Mostró su blanca dentadura nada más terminar de escribirlo. Volvía a salir la chica rebelde y huidiza que ponía límites, de nuevo.

—Cautela —bisbiseó—. Este hombre es de lo que no hay —añadió, sacudiendo la cabeza con incredulidad, sacando aquella bandeja apta para el horno microondas, con su porción de comida al fin, caliente, finalizada ya su cocción.

Otro mensaje llegó. Cada vez que tenía que averiguar de quién era, miles de mariposas aleteaban dentro de su estómago. Respiró, aliviada, al ver el nombre de Judith en la pantalla.

•«Cómo te va con el regreso a la rutina, vaquera?»

•«Bien. No hubo ningún inconveniente»

•«Mejor!»

•«Y tú?»

•«Todo tranquilo. Estoy en el apartamento de Aiden. Este chico me trae loca»

•«No te estás precipitando? No vas demasiado deprisa?»

•«Deja de darme la murga, mamá!!»

Se notó el punto irónico en la frase. La melodía de "Sugar", de Maroon Five, pidió con urgencia que se respondiera a la llamada. Era su madre.

—¡Pero si me vio ayer! Y la llamé para decirle que llegué bien. ¡Madres!

Descolgó con rapidez, aunque con cierta desgana.

—¿Qué ocurre, mamá?

 —Eleanor, tienes que venir. A tu padre han tenido que intervenirlo, de urgencia.

—¿Qué? Pero qué...

—Hija, ¡no tardes! —exigió, finalizando la llamada sin decirle nada más.

El corazón le dio un vuelco. Miles de cosas, nada buenas, le pasaron por la cabeza. No quería que le sucediera nada malo a su padre.

Avisó rápidamente a Judith sobre la nueva noticia, cerrando el chat, a continuación. Tenía que reservar, cuanto antes, por Internet, el billete para el vuelo que más pronto saliera a la tarde, calculando para que le diese tiempo a preparar un rápido equipaje. La vida volvía a golpear duro. Dudaba que existiera algún ser divino, allá arriba, cuando dejaba que sucediera todo aquello.



Se sentía tan aturdida y asustada, que pilló las primeras prendas que creía poder usar bajo las severas condiciones que estaba dando el tiempo. Iba a llevarse bastantes. Este equipaje sería mayor, ya que ignoraba cuánto tiempo pasaría en Aspen, según la enfermedad de su padre y el tiempo de su recuperación. Sin casi darse cuenta, una lágrima se precipitó contra el jersey de color malva que estaba doblando. Se llevó la mano a la mejilla. Estaba llorando. Estaba más asustada de lo que pensaba. Que ella y él no se llevasen todo lo bien que quisiera, no significaba que se preocupase menos por él. Era su padre. Y lo quería. Secó un par de lágrimas más con el dorso de su mano. Tenía que dejar de llorar si no quería que se le nublase la vista. Eso retrasaría la tarea que estaba realizando.

—Serénate, Eleanor. No me traiciones ahora.

Cogió un taxi para que la llevase al aeropuerto. Iba a coger un avión directo hacia su ciudad natal. Tenía que llegar allí, cuanto antes.

Arrastró con ella el pesado equipaje. No lo había dejado en casa de Margaret. Tenía demasiada prisa por saber noticias de su padre.

—¡Eleanor! —Kinsley la llamó, echándose en sus brazos—. Estás aquí.

—¿Qué le pasa a papá?

—Vas cargada. Madre mía —susurró, aún abrazada a ella.

—¿Qué pasó, Kinsley? ¿Y mamá?

Su madre apareció a lo lejos. Con la crisis de ansiedad que estaba sufriendo, dar paseos por los pasillos mitigaba un poco el malestar.

—¡¡Hija!!

—¿Cómo está papá? —gritó, impaciente por saberlo antes de que ella la alcanzase.

—Está en el quirófano. Le están realizando una cirugía. El corazón de papá falló.

—¿Qué? ¡No! No. No... —Se llevó las manos a la cabeza—. Él estaba sano. Eso es completamente imposible.

—Papá ya tenía problemas, hermanita. Estaba en tratamiento. No le hizo el efecto deseado. Esto fue a más —explicó Kinsley.

Eleanor clavó la mirada en la de su madre.

—¿Estaba enfermo? —Luego miró a su hermana—. ¿Y no tenéis narices de decírmelo?

—¡Estabas mal, hermanita! Ya de por sí se te estaba yendo la cabeza con lo que te ocurrió, solo faltaba otra preocupación más.

—¡Es papá, joder! Tendría que saberlo.

—Pues ya lo sabes, hija. Ya lo sabes... —interrumpió Margaret.

—¡Claro! ¡Ahora! ¡Cuando está sucediendo lo peor!

—Eleanor, no es momento de pelearnos, hija. Es momento de estar unidos para salir adelante. Suceda lo que suceda.

El sonido de un mensaje entrante se escuchó. Eleanor lo puso en silencio después de echar un primer vistazo a la pantalla. Judith le estaba preguntando qué sucedía. No la atendió.

—Deberíais de haberme informado. Esto no está nada bien —insistió, furiosa.

—Pues ya lo sabes, hermanita.

Ella negó.

—En tu caso, no te hubiera gustado. Ponte en mi lugar.

—¡Estabas demasiado enferma! No. No era para decírtelo y punto. Y ahora, sentémonos a esperar. Cuando sepamos que papá salió bien de su operación, dejaremos tu equipaje en casa de mamá. Aquí no es lugar para dejarlo, y menos, sin vigilarlo. Dudo que nos dejen verlo durante las primeras horas, después de la intervención. Tendremos tiempo de ir, y de volver.

—No me moveré de aquí. Podrían pasar demasiadas cosas y no estar presente. Me niego.

Kinsley asintió.

—De acuerdo. Como quieras.

Iban a ser unas horas de lo más largas. Una intervención que les iba a parecer que podría durar toda una eternidad. Eleanor seguía furiosa por no haber sido informada. Mandó un mensaje a Judith, explicándole que todavía estaba todo en el aire. Todavía era demasiado pronto para informar. Llamó al señor Smith, explicándole que probablemente iba a pasar allí más días de los que había creído.

—No te preocupes. Si necesitas ayudar a la familia, te daré un largo permiso coincidiendo con estos días festivos.

El señor Smith era justo. Iba a darle un margen de tiempo para que pudiese ayudar a su familia. «Días festivos», repitió en su cabeza. Ella pensando que iban a ser unas fechas donde devolvería a los suyos las horas que no pudo estar con ellos, entre risas, brindis y regalos, y en realidad esta no era la perspectiva que esperaba. Ni la que había planeado pasar. Se terminaría el año con un balance negativo, y empezaría nuevamente con una cuesta tan empinada que tendría que hacer un enorme esfuerzo por escalar. Y con ella, los suyos.



La operación duró varias horas. Finalmente, Philip salió estable de ella.

—Dejemos tu equipaje en casa. Papá está bien.

—Ahora. Pero, ¿y dentro de un rato?

—Tranquilas. Si hay un cambio os avisaré.

De repente, Magdalena se había revestido de valentía. «Apariencias»; adivinó Eleanor. Lo que ella no quería era que sus hijas se preocuparan mucho más de lo que ya lo estaban.

—¿Estás segura de querer quedarte sola, mamá?

—No vais a tardar. Y todo iba a estar bien.

No todo estaría bien. Para Eleanor, las dudas no dejaban de martillearle con fuerza como si una bola de demolición la golpease constantemente, con el fin de derruirla.

—Vamos, hermanita. Todo esto no puede estar aquí. Podremos ir a casa de mamá para ducharnos y cambiarnos de ropa. No necesitamos llevar demasiadas cosas, detrás.

—No quisiera marcharme, ni para un rato...

—Muévete de una vez. Cogeremos un taxi. Seguro que no tardaremos en encontrar uno, libre.

Llevaron las cosas en casa de sus padres. Se llevó una bolsa de mano, menuda, con aquel libro de romance que finalmente había adquirido el mismo día que lo tuvo entre sus manos. Un par de baterías cargadas para su teléfono y algo más.

—¿Lo tienes todo?

—Creo que sí.

—Pues vámonos. Regresemos al hospital —parloteó Kinsley, llevándose algunas cosas, también.

Encontró una llamada en su teléfono. Al haberlo silenciado, no la había oído. Era de Kenneth.

•«Todavía es pronto para informar, si es por eso que llamaste. No me siento con ánimos para hablar. No me llames, por favor. Ya hablaremos cuando me siento mejor».

La mirada se le humedeció mientras escribía la frase. Kinsley puso la mano sobre la suya, tratando de enviarle fuerzas.

—¿Estás informando a Judith?

—Sí —mintió.

—Puedes llamarla luego, desde el hospital. Supongo que querrás hablar con tu amiga, en privado —adivinó, echando un ojo al conductor del taxi que las escudriñaba a través del espejo retrovisor.

—Sí —repitió ella, como si fuera un contestador automático, con un único mensaje de repetición.

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