La librería solo se abrió por la mañana. Era Noche Buena, y Caleb quería tener la tarde libre para su esposa, y sus hijos. Los que llegarían esa misma mañana a Denver, y les harían rejuvenecer de energía. Tenían unas ganas enormes de ver a los nietos. De ver a sus hijos. A Eleanor le iba de perlas, ya que tendría todo preparado para salir cuanto antes de casa y coger el primer autobús de la tarde hacia Aspen. ¡De nuevo hacia Aspen! La emoción volvía a embargarla.
~
Olía a pavo asado y a dulces, por la casa. La familia estaba reunida en Noche Buena. Philip y Margaret se sentían dichosos de tener a ambas hijas en casa, después de tanto tiempo sin poderse reunir al completo.
—¿Qué pasó con el tal Darian?
—¿Lo preguntarás veces, hermanita? Lo descarté. Es imbécil.
—Lo imaginé. Ese tipo se cree el centro del universo —gruñó esta, enfadada—. Cuando ibais juntos, a clase, ya se creía un Dios griego. ¡Venga ya! No me jorobes.
—Es guapo. Solo que no tiene cerebro.
—¿Quién no tiene cerebro tiíta? ¡No se puede vivir sin cerebro!protestó, bien convencida.
Kinsley se quedó sorprendida. Su pequeña las había pillado hablando del tal Darian.
—Es un decir, Grace —explicó Kinsley, sin poder dejar de reírse.
—Pues, ¿por qué decís eso?
—Digamos que estamos criticando a alguien.
Arrugó su naricilla, confusa. Luego se rió.
—¡Guay! Cuando me enfade con mi amigo Jordan le diré que no tiene cerebro.
Ambas se rieron. La niña tenía su punto de gracia.
—Y dime, ¿hasta cuando tienes trabajo?
—Hasta que el señor Smith se jubile.
—¿Y eso será a largo plazo? Porque supongo que todavía quedarán años por delante, ¿no?
—Me temo que no tardará tantos en echar el cierre. Si tuviera suficiente dinero me gustaría quedarme con la librería.
—Una librería no da para mucho.
—Hacemos fotocopias, plastificamos, tenemos incluso una máquina para encuadernaciones. Me gusta mi trabajo. Me gustaría tener una propia.
—No tiene mucho futuro ese negocio pero en fin, tú sabrás qué quieres hacer.
—No tengo nada claro. Todavía sigo perdida en ese lugar que me detiene en mitad de un punto ciego.
Kinsley colocó la mano sobre su hombro.
—Avanzarás. Estoy segura. —Se fijó en el colgante que llevaba—. ¿Y esto? ¿Desde cuándo vuelves a enjoyarte?
—Es un regalo.
Kinsley abrió los ojos, intrigada.
—¿Un regalo? ¿De tu amiga Judith?
—De un amigo.
—De... un... amigo.
—Eso es.
Dejó salir una risilla boba.
—Hay algo más que me quieras contar.
—¡No hay nada que contar!
—¿Estás segura?
—¡A ver! ¡Dejad la cháchara! —chilló Louis desde la puerta de la cocina—. Kinsley, tu madre dice que entréis a ayudar. Habéis dejado a la pobre, sola en la cocina.
—¡No está tan sola! —protestó Kinsley—. Estáis tú y mi padre.
—Y Grace, zampándoselo todo, antes de sacarlo. No puedo controlar yo solo, todo. ¿Queréis venir a ayudar, por favor?
Ella resopló, medio enfadada. Un enfado de aquellos leves que solían pasar pronto por ser cosas sin importancia.
—Ya vamos. Venga hermanita. Nos reclaman. Perooo... ¡Me tienes que contar!
—No hay nada que contar —insistió ella.
Sujetó unos segundos el colgante con su mano.
—¿Con esto, aquí, y no por casualidad? ¡Sí! Sí que me tienes que contar. Lástima que no trajiste el novio a casa para celebrar.
—¿Novio? ¿Tienes novio? —chilló Louis desde donde estaba, abriendo la boca, estupefacto.
—¡¡Que no tengo novio!! ¿Queréis dejar de inventar?
—¿Quién tiene novio? —preguntó Grace, saliendo a todo correr, con sus manitas alzadas, medio mojadas porque se las había lavado y no se había secado bien.
Eleanor se adelantó, acercándose a ella. La empujó hacia adentro de la cocina.
—Vamos, pequeña. Tu padre todo es reñir, y no te seca ni las manos.
—Para eso tiene a su tía —contestó él, con retintín.
Prepararon la mesa. Habían puesto el mantel, servilletas, vajilla y la cubertería más elegante. Michael Bublé cantaba villancicos de fondo. Estaba sonando «Santa Claus is coming to town». Se respiraba alegría, calidez, con un toque de ternura en la aromática atmósfera. Las lucecillas del árbol centelleaban en vivos colores. Grace se mostraba hiperactiva con los nervios de que llegase la mañana siguiente para abrir los regalos. Eleanor se quedaría a dormir, allí, para vivir el momento mágico. Había traído los suyos. Su hermana los había escondido junto al resto, para colocarlos debajo del árbol de Navidad cuando la pequeña ya durmiese.
El sonido de un mensaje entrante sonó.
•«Feliz Navidad, Eleanor»
Ella sonrió.
•«Feliz Navidad, lobo solitario»
A continuación recibió algo más. Se trataba de una fotografía en familia. Finalmente había viajado a casa de sus padres para celebrarlo. Se les veía a todos felices. Incluso a Roger, su padrastro, del cual Kenneth protestaba tanto. O tal vez estuviera aparentando para la foto. Porque las apariencias bien que engañaban.
•«Veo que al final te animaste a celebrarlo con los tuyos»
•«Por mis sobrinos. Por mi hermana. Por no estar solo. No quería estar solo. No quiero estar solo»
La frase final había sonado como un triste ruego. Prefería no mantener conversaciones sentimentales esa noche. Ninguna que no fuera con referencia a lo que se estaba celebrando, simplemente, y nada más.
•«Disfruta»
•«Tú también, Eleanor. El hombre que te tenga en su vida, se habrá llevado consigo a una mujer extraordinaria. Eso es tener mucha suerte. Eres única. Quería que lo supieras. Un beso. Feliz Navidad. Otra vez»
Ella ya no respondió. Pero eso había sonado triste. Había sonado excesivamente triste. Quizá, fuera una treta para empujarla a decidirse por él. O tal vez estaba siendo sincero. ¿Más enigmas en su vida, a parte de los que ya la acribillaban como en un fusilamiento? Kinsley le dio un codazo.
—¿Qué ocurre? En serio que puedes contármelo.
Negó, terminando de poner los últimos cubiertos en la mesa.
—Todo está bien. Todo está...; perfecto.
Su hermana torció los labios, nada convencida.
—¡Eres una trolera! A mí me parece que no.
—¡Un brindis! —interrumpió Philip, emocionado—. Uno, porque todos los años podamos celebrarlo, así, como este. Todos, sentados en la misma mesa.
—¡Chin! ¡Chin! —gritaron al unísono todos, para terminar riendo, animados.
Se llevó la mano al colgante. Quizá tuviera una nueva oportunidad frente a ella, y por miedo, la estaba desaprovechando.
—¿Lo ves? Vuelves a estar pensativa. A ti te pasa algo —susurró Kinsley, evitando que alguien más que su hermana, lo oyera.
Ella negó, indignada.
—¡Hagamos unas cuantas fotos! —propuso Louis, emocionado con la tierna escena que se estaba escenificando.
Posaron. Kinsley observaba a su hermana, de vez en cuando de reojo, analizándola.
—Que no me pasa nada —susurró, vocalizando bien para que leyera sus labios.
—¡Embustera! —respondió ella, de igual forma.
Se pusieron a cenar. Antes de coger los cubiertos, abrió Whatsap para felicitar las fechas a su amiga. No quería que luego se le pasase. Intercambiaron alguna que otra foto familiar, o solas, posando. Sí. Aquello era, efectivamente, lo que cualquier ser humano le gustaría vivir en fechas así de entrañables.
~
Grace gritó emocionada. Había encontrado los regalos. Llamaba al resto de los suyos para que abrieran los paquetes. El de Eleanor era de un tamaño cuadrado y pequeño. Similar al tamaño de las cajas de los perfumes, pero un poco más ancha.
—Gracias.
—Todos pusimos un poco de dinero para comprártelo. Espero que te guste.
Cuando lo abrió, se encontró con que se trataba de un teléfono móvil de los más actuales.
—¡Madre mía! ¡Esto es demasiado! Esto...
—¡Ya puedes tirar esa mierda de cacharro que llevas encima y que se cae a pedazos!
—¡Mami, eso no se dice! —la regañó Grace, enfurruñada.
—Perdón —canturreó Kinsley—. Rectifico... Ya puedes tirar a la basura esa reliquia que se te cae ya, a pedazos.
La pequeña sonrió, asintiendo, satisfecha, regresando a la apertura de sus regalos. Su madre se rió, divertida. Su pequeña llevaba todo a raya. Iba a ser una mujer de mucho carácter y control.
—Esto es... Esto es...
—Esto se merece un beso y un abrazo. ¿O no?
Ella asintió, aceptando su propuesta.
Grace no dejaba de dar grititos de alegría a cada paquete que abría.
—¿Habéis terminado? Pues toca desayunar. ¡Vamos chicas! Nos movemos hacia la cocina —dictó Margaret, complacida con todo lo que estaba sucediendo. Aunque fuera a finales de año, aunque hubiera tardado en llegar, por fin podía disfrutar de los suyos sin tener que apretar de cuentas a nadie, o prescindir de algún miembro de la familia en fechas así de especiales.
Eleanor no tenía ganas de regresar. Sin embargo, la tienda tenía que abrirse en los días laborables. Eran pocos. Pero tendría que cumplir. Habían ido al aeropuerto a despedir a su hermana, el marido de esta y la niña. Habían prometido repetir esto más a menudo, mientras les fuera posible.
—Tía Eleni, ¡gracias por venir a verme!
Para lo pequeña que era, Grace tenía una parte interior adulta. Una, que se daba cuenta de ciertas cosas que eran de importancia, bajo la inocencia de no conocer otras más simples, sacando unas cuantas sonrisas con ello. Eleanor la apretó fuerte en un abrazo.
—Estaremos en contacto, pequeña. Te quiero.
—¡Y yo, a ti! —Se anunció el próximo vuelo por el megáfono. Tenían que darse prisa por embarcar—. Venga preciosa. O el avión se irá sin ti. Sin tus papis.
—No. No se irá. No se irá sin mí —protestó, con su vocecilla infantil, medio enfurruñada.
Hizo reír a los adultos que la acompañaban.
—Bueno cariño... —Kinsley abrazó a su hermana. Aprovechó cuando la tuvo cerca de su oído—. Tienes que contarme qué te pasa. Llevas todo el tiempo, pensativa, desde que llegaste a Aspen. ¿Qué te preocupa? —susurró.
—Nada.
—¿La librería? ¡Olvídalo! Ese negocio no funcionará, hermanita. Piensa en otras cosas más importantes.
—¿Como qué?
—Como en encontrar a tu media naranja y darme un sobrino. Que se te está pasando el arroz.
La separó de ella, de golpe.
—¡Deja de atosigarme!
Ella se rió, divertida.
—¡Valeeee! Guardad para otro momento las peleas. Tenemos que embarcar, ya, o perderemos el vuelo.
Kinsley volvió a abrazarla.
—Adiós, hermanita. Cuídate.
—Lo mismo te digo.
Eleanor notó unos tironcitos en la pernera de su pantalón.
—¡Yo quiero otro abrazo! —reclamó, celosa de su madre.
Ella se lo dio.
—Adiós pequeña. Te llamaré por vídeo llamada.
—Lo has prometido. No se te olvide.
—No se me olvidará. —Sonrió—. Para la edad que tienes, eres más lista que el hambre.
Ella se rió, burlona, levantando el mentón con orgullo.
—Nos vemos, Eleanor —dijo Louis, dándole también un abrazo.
—Cuida de mi hermana. Se está arrugando demasiado deprisa —le susurró.
—¡Te estoy oyendo, bonita! —protestó ella.
Eleanor no pudo evitar dejar salir una carcajada.
—Nos vemos, familia.
La pareja se despidió de Margaret y de Philip. Eleanor había cogido un taxi para que estos pudieran llevar a Kinsley y a los suyos, hasta el aeropuerto.
—Nos vemos pronto, mamá —dijo Kinsley, apretándola en un cariñoso abrazo.
—Nos vemos, preciosa. Nos vemos, pequeña —dijo esta, sacudiendo la mano en un adiós, mandándole besos al aire. Grace ya la había llenado de besos y abrazos desde que habían accedido al aeropuerto.
Los vieron desaparecer por la puerta de embarque.
Margaret suspiró, rezumando dicha.
—Juro que me habéis dado varios años de vida, de más, con esta sorpresa. Espero que regreses en más ocasiones a Aspen.
—Regresaré, mamá. Regresaré en más ocasiones.
—Eso espero. Te ha llegado el turno. Vayamos a por tu equipaje. Tu autobús sale en una hora. Aunque lo cierto es que preferiría que te quedases, aquí, por más días.
—Déjala ir, mujer. Ella tiene que trabajar.
—Lo sé, Philip. Me resisto a regresar a la tranquilidad —respondió Margaret, a punto de llorar, emocionada.
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