Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14. Vísperas navideñas

Prepararon la mesa a la espera de que el repartidor de pizza no tardase demasiado en aparecer. Empezaron una conversación sobre lo que iban a hacer en las próximas navidades. Las que quedaban, ya, a la vuelta de la esquina. Kenneth repitió la retahíla que ya le había soltado a Eleanor, con anterioridad, recordándole el aburrimiento que iba a pasar incluso en fechas así de especiales.

—Entonces quédate en Denver.

—¿Solo? ¿En fechas así de especiales?

—¡Ya sabes! Mejor solo, que mal acompañado.

Kenneth se rió, aunque con amargura.

—¿Te quedarías conmigo, a celebrar?

Ella negó.

—Lo siento. Debo cumplir con mi promesa.

—Lo imaginé.

Sonó el timbre del telefonillo.

—Tengo que abrir.

—Vale.

La comida había llegado. Pusieron una película de acción. Por fin, Kenneth, se salía con la suya sin que ella protestase.

Había tanta hambre que en poco tiempo, se habían zampado la mitad.

—La última alita de pollo es mía.

—¿Qué dices? ¡Ya te zampaste tu parte! Esta me pertenece —protestó ella, frunciendo el ceño.

—¡Pero qué mentirosa!

—¿Qué? ¿Me estás llamando mentirosa?

Kenneth la sacó de la cajita, llevándosela a la boca.

—¡Dame eso! —gritó ella tratando de mostrarse seria, sin conseguirlo.

—¡De eso nada!

Entre forcejeos, terminaron uno encima del otro sobre el sofá.

—¡Caray! Pues sí que soy irresistible para ti —murmuró él, a escasos centímetros de sus labios.

Eleanor se incorporó deprisa, alejándose de él. Regresando a su silla, ruborizada, además de enfurruñada. Apretaba los dientes, observándolo de reojo, aferrándose con las manos a la silla para contenerse. ¡No le hacía nada de gracia que él continuase aguijoneándola de esa forma!

—Eres un sucio traidor —espetó, por lo bajo.

Kenneth se acercó, sin poder borrar la risita burlona de sus labios. La borró del todo cuando ella le dedicó una cínica mirada que daba miedo. Devolvió la alita de pollo a la cajita.

—Cómetela tú. Es tuya. Te pertenece.

—¡Ya no la quiero!

—Solo buscaba hacerte rabiar. —Asintió—. Es tuya. Cómetela —repitió—. Por cierto... —Se movió hasta la percha, a la entrada del apartamento, donde había colgado su abrigo. Buscó en un bolsillo. De él, sacó algo. Regresó hasta donde ella estaba mostrándoselo—. Feliz Navidad.

Eleanor abrió los ojos de par en par. En su mano sostenía una menuda cajita envuelta en un papel dorado con chispitas verdes que brillaban con el movimiento. Ella negó.

—No puedo aceptar.

¿Y si allí adentro había un anillo? ¿Y si, su lado descarado había decidido pedirle matrimonio? Un sinfín más de «y si» danzaron en su cabeza, sin dejar de negar.

—¿Por qué?

—Porque yo no te compré nada —puso como excusa, evitando decirle la verdad de lo que realmente estaba pensando que habría allí, adentro.

Kenneth cayó en la cuenta y se rió.

—No es lo que parece. No es lo que crees. Aunque no me desagradería hacerlo —confesó, sin tapujos. Insistió, acercándoselo—. Venga. Ábrelo —repitió, con dulzura. Lo hizo. Adentro, había un pequeño colgante en forma de herradura—. Espero que te traiga suerte. En todo —recalcó, ladeando la cabeza, feliz—. Deja que te lo ponga.

—¡No! Yo... puedo. Gracias.

—No hay de qué.

Tardó un poco en reaccionar. Se sentía mal porque no le había comprado nada.

—Pero yo no tengo ningún regalo para ti.

—Pásatelo bien estas navidades, en Aspen. Ese sería un buen regalo para hacerme. Me gusta verte feliz.

—Juro que me estás haciendo sentir culpable. Me pides que lo pase bien, mientras que tú vas a estar aquí, en Denver, solo. Y desde luego, no vas a lograr convencerme para que te lleve conmigo.

—No es eso lo que busco. Lo digo en serio, Eleanor. Quiero que seas feliz. De verdad. —Tragó saliva, buscando aclarar su voz—. ¡Incluso que por fin encuentres al amor de tu vida!

—¿Ya no te importa tener un competidor?

Soltó una sonora risotada.

—¡Pues claro que me importa! Pero también pienso que eso estaría bien, para ti.

Eleanor entornó la mirada con desconfianza.

—¿Lo dices en serio?

Él asintió.

Se puso el colgante. Lo levantó para mirarlo mejor. A la luz, los pequeños brillantes que llevaba incrustados, chispeaban, atrayentes. Le parecía bonito.

—Gracias Kenneth. Muchas gracias—repitió, hipnotizada, embelesada con el pequeño cachivache.

—No hay de qué —respondió él, asintiendo, feliz—. Lo dicho. Te deseo toda la suerte del mundo.

Como por instinto de algún cariño existente muy en el fondo de su dañado corazoncito, le dio un abrazo. Uno que al principio dejó a Kenneth congelado, pero que al segundo reaccionó, devolviéndoselo.

—Ve con cuidado, en tu viaje. Y si necesitaras algo.

—Lo sé. Lo sé —murmuró, haciéndole cosquillas con la barbilla sobre el hombro al hablar.

                                                                               ~

Kenneth encendió las luces del árbol. Iban a ser unas navidades extrañas. En soledad. Desde que había conocido a Eleanor, la necesitaba para sentirse mejor. Ella no lo dejaba apenas acercarse. Amigos... Amigos sin derecho a roce. Salvo el abrazo que le dio por su regalo. Esbozó una sonrisa. Había conseguido rozar su difícil corazón, aunque no para el fin que él deseaba. «Te deseo suerte. En todo». Incluso se lo había deseado para que encontrara a otro. ¿Cómo podía ser tan estúpido? Solo, porque ella había insistido que entre los dos, no podía haber nada. Se quedó fíjamente mirando aquellas lucecillas parpadeantes. Una lágrima se precipitó al vacío. Continuaba siendo ese personaje solitario, apartado del mundo real, incomprendido, probablemente odiado. Exhaló, aborrecido de todo a su alrededor. De la palabra soledad. La que quería seguir siendo su amiga sin importarle el daño que le causara.

—Feliz Navidad, gilipollas —se murmuró. A una semana de la navidad ya empezaba a deprimirse. Esa era una pésima señal.

                                                                          ~

Sonreía. Eleanor estaba cargada con una energía positiva con la que contagiaba a los clientes.

—Cómo se notan que son fechas especiales.

—¿Dónde las pasará usted?

Caleb sonrió.

—Mi esposa ya está recuperada de su catarro. Así que seguramente podamos celebrar una fiesta, en casa, con la familia. Nuestros hijos quieren venir a visitarnos.

—¡Eso es fantástico!

—Sí. ¿Y tú? ¿Qué harás en Navidad?

—Viajaré hasta Aspen. Lo celebraré con mi familia, al completo.

El señor Smith asintió.

—Eso es exactamente lo que estaba diciendo. Son fechas de paz, amor y familiaridad.

—Sí que lo son.

—Eso me recuerda... —Se marchó hacia la trastienda. ¿Qué estaba tramando? Regresó, cargando una pequeña cesta de comestibles—. Mi esposa y yo queríamos tener un detalle contigo. No es mucho. Pero...

—¡Gracias! Se lo agradezco. A ambos. Dele las gracias a su esposa. Me encantó el detalle.

—Me alegro. —Afirmó, feliz—. Sabes que somos un negocio humilde. Que nuestros ingresos no son grandes...

—No hace falta darme explicaciones. En serio.

—Solo quería darte las gracias porque nos estás ayudando mucho sin poner pegas. Incluso quedándote un poquito más tarde, de ser necesario. Ya queda nada para que mi jubilación haga que la cierre. Tendré que traspasarla.

Traspasarla. ¡Ojalá ella se la pudiera quedar! Pero, ¿y de dónde sacaría el dinero? «Su gozo en un pozo». No era posible realizar su sueño aunque quisiera.

—Haré lo que pueda mientras esté abierta.

—Muchas gracias. Ya le dije a mi mujer que eras una bendición caída del cielo. Haces una tarea tan extraordinaria, como humana. Me alegro de haberte contratado.

—¡Va a conseguir que me sonroje!

—Estoy siendo sincero. —Volvió a asentir—. Y ahora hagamos caja. Quiero cerrar e irme a casa —dijo, frotándose las manos, sintiendo frío, a pesar de que allí adentro continuaba puesta la calefacción.



Colocó la caja en el asiento trasero de su automóvil plateado. Era feliz. Feliz por tener a su alrededor cuanto necesitaba, sin echar por fin en falta a nadie, salvo a su familia; la que tampoco quedaba demasiado lejos teniendo Internet. Pero nada mejor que abrazarla. Kinsley le mandó un mensaje preguntando si ya había llegado a casa.

•«Grace quiere hablar contigo por vídeo llamada. Está loquita contigo»

•«Estoy saliendo del trabajo. Luego os llamo. ¡Mi niña bonita! La adoro. Qué ganas tengo de volver a veros y abrazaros»

•« Nosotros también»

Sí. Exactamente era así como se estaba sintiendo. Con una felicidad inmensa navegando por sus entrañas. Se llevó la mano hasta el colgante. Se le había metido por dentro del jersey de cuello de pico que llevaba, de un color trigo. ¡Ya se había extrañado que nadie le preguntara! Lo apretó, dentro de su mano. Después de haber tenido un buen puñado de riñas con aquel tipo, en el fondo, era más inofensivo de lo que aparentaba. Lo recordó, dando golpecillos sobre la madera del mostrador pidiendo que lo llamara. Ahora, la escena le daba risa, porque en cuanto le exigía distanciarse, lo hacía sin protestar. No es que interpretara a la perfección el papel de chico malo.

Condujo por las calles de Denver, con la emoción y las ganas de llegar a casa y hablar con Grace. ¡Su preciosa rubiales! La niña de sus ojos. ¿Cómo había podido tenerla tan aquellos años concentrándose en ella misma, llorando por los rincones, por alguien que ni lo merecía? Se acusó de estúpida por hacerlo.



La carita de la pequeña seguía brillando con la misma intensidad que la última vez. Mantuvieron una charla entretenida, un poco sin sentido y un mucho, de risas.

—Vas a venir en Navidad, ¿verdad tiíta?

—¡Claro! Desde luego que sí, preciosa.

—Te echo de menos. Te quiero mucho.

—¡Y yo a ti, trasto!

Kinsley observaba la escena, dentro de plano, emocionada. Por fin había recuperado a su hermana de entre las tinieblas. Por fin había conseguido entender que, llevar colgado semejante lastre, negándose a soltarlo, conseguiría destrozarla. Volverían a estar unidas. A mantener largas charlas, aunque también alguna que otra discusión por la diferencia de pensar. Era lo normal entre hermanas; aquello que no debería de haber cesado jamás.

Cuando colgó la vídeo llamada, Eleanor no podía ya ensanchar más su sonrisa. Iban a salirle arrugas extra. No le importaba. No le importaba irradiar tantísima dicha en ella. Recordó que tenía que ir preparando el equipaje. Este sería un pelín mayor porque se llevaría los regalos con ella. No quería dejar nada olvidado en casa. No le importaba hacerla con días de adelanto. Mientras no olvidara nada.

Cenó. Estaba cansada. Se le cerraban los ojos. Pero le debía una llamada a Judith.

—¡Ey tía! ¿Cómo lo llevas?

—¡Genial! Aiden es un cielo. Y yo... Yo...

—Ya veo que estás muy emocionada.

—Muy enamorada, más bien.

Eleanor le contó que había vuelto a hablar con su familia. De hecho, hablaba con ellos todos los días que le era posible para sentirlos cerca. Ya no se encontraba a gusto en aquel mundo donde solo existía ella. Necesitaba cercanía, unas palabras que la hicieran sentir acompañada. Unas risas.

—Eso es genial. Y tu sobrina te adora.

—Sí.

—¿Y qué pasa con Kenay?

—¡Ay Dios! ¡Que no aciertas!

Aquella se carcajeó.

—Kenneth. Pregunto por Kenneth. Buscaba hacerte rabiar.

—No sé si hice bien en aceptar su regalo. No sé qué habrá pensado de ello.

—¿Y tú? ¿Qué piensas tú sobre él, sobre todo?

—No lo sé. Necesito tiempo.

—El tiempo llega a terminarse. La magia desaparece y se baja el telón. ¿Vas a esperar a que la mecha se extinga?

—Tú eres mucho más arriesgada que yo. Yo soy de pensar demasiado antes de actuar.

—No me malinterpretes, Eleanor, pero quien no arriesga, no gana. Si no apuestas, no tienes ese noventa y nueve por ciento de éxito, que en tu caso diría que es un setenta.

—Noventa... Todavía no sé qué es lo que quiero. Sigo confusa. Desconfiada. Guardando las distancias, a la defensiva.

—Lo sé. —Hizo una breve pausa—. Vale. No pasa nada. Trata de pasarlo bien con tu familia. Siento no poder estar contigo para Noche Vieja. No te enfades conmigo, porfa.

—No lo estoy.

—Solo te deseo que te diviertas. Te animes. Te renueves. Que tu vida cambie por completo, para mejor. Solo eso, Eleanor. Porque te quiero, amiga. Porque te deseo lo mejor.

—Yo también, Judith. Espero que Aiden sea el definitivo.

—Mientras lo sea o no, sacaré jugo al tema.

—¡Judith! ¡No cambias!

—¡Lo decía de broma! —Largó, entre risas—. Te prometo sentar cabeza para echar raíces. Siempre que sigas a mi lado, como amiga.

—Siempre.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro