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7 | El Tentáculo que cayó del Cielo

La noche en la que aquel aterrador brillo verdoso cubrió el cielo de Novorcus, fueron pocos los que imaginaron las insufribles desgracias que llegaría a acarrear. Los novorcianos, personas primitivas y de escasos conocimientos, atribuyeron el hecho a cuestiones mágicas y hasta religiosas. Solo unos cuantos, muy acertadamente, estuvieron de acuerdo con que aquella peculiaridad no traería nada bueno.

Al día siguiente, la población de una pequeña aldea del centro del país fue sorprendida por un hecho aún más impresionante que los brillos nocturnos. Algo había emergido cerca de sus dominios, algo completamente fuera de lo común: un largo y fibroso tentáculo de color morado salía de la tierra y se bamboleaba grácilmente supurando un líquido de aspecto y olor desagradable.

"¡Un demonio!", pensaron los más cuerdos. "¡Una señal de los dioses!", opinó la mayoría para desgracia de la aldea. Poco a poco, la noticia de aquella extraña aparición recorrió todos los pueblos y asentamientos alrededor de todo el territorio nacional, atrayendo a curiosos y figuras religiosas que intentaron darle una explicación coherente.

El tentáculo, al comienzo, parecía ser inofensivo, hasta que un poblador insensato se atrevió a acercarse a tocarlo. Sin darle un segundo, el tentáculo se abalanzó sobre el pobre hombre y lo introdujo a una atroz boca repleta de dientes putrefactos que apareció en su base viscosa. Las demás personas reunidas huyeron despavoridas por aquel cruento hecho, pero el miedo les duró no más de unos días, pasados los cuales volvieron para continuar con su fútil observación.

Los primitivos individuos se percataron, con una mezcla de miedo y maravilla, que el tentáculo parecía haber crecido un par de metros y su contextura era mucho más musculosa que antes. Además, la boca con la que había engullido a su víctima no había desaparecido. La sorpresa de los pobladores se acrecentó hasta el límite de la locura cuando, de manera repentina, aquella horrorosa entidad empezó a gesticular salvajemente con su orificio bucal, emitiendo sonidos guturales, estruendosos e impronunciables.

Aquel espeluznante evento continuó por un par de horas, tras las cuales los sonidos desgarradores del tentáculo comenzaron a parecer menos caóticos, hasta el punto que unos cuantos pobladores creyeron oír palabras sueltas de su propio idioma. Lentamente, más gente opinó lo mismo hasta que todos, sin excepción alguna, fueron capaces de entender a la perfección el mensaje que el demoniaco tentáculo buscaba transmitirles:

"Aliméntenme o sufran las consecuencias de su negativa aceptando la evolución que le ofrezco, repulsivas formas de vida inferior"

La cruel criatura no paró de repetir aquel hórrido mensaje, para total consternación de la gente que la escuchaba. Durante los días siguientes intentaron cumplir con el mandato de aquella cosa, pero todos sus intentos parecían ser inútiles. El tentáculo ni siquiera prestaba atención a las frutas y verduras que le ofrecían como tributo y tampoco parecía tener predilección por los animales, ya que a estos tan solo los insertaba en su boca por unos segundos para luego escupir sus huesos.

Los jefes novorcianos sospechaban que la dieta de aquella inmunda criatura solo podía estar compuesta por una sola clase de ser, y sus sospechas se confirmaron cuando un desafortunado se atrevió a acercarse demasiado al tentáculo para dejarle su tributo. El pobre diablo, al igual que el insensato anterior, no tuvo tiempo de reaccionar y antes de que pudiera siquiera darse cuenta de lo que sucedía, ya estaba dentro del cuerpo de la bestia tentacular. Casi al instante, el tentáculo creció otro par de metros y se recostó en sí mismo, como si estuviera en un estado de reposo.

Tras lo sucedido, los líderes de todo Novorcus se reunieron y acordaron que solo existía una forma de sobrevivir: servir al tentáculo hasta encontrar una forma rápida y segura de deshacerse de su presencia. Estaba claro que ninguno de ellos pretendía sacrificar a su propia gente para aquel cometido, por lo que su atención se centró en los ocasionales viajeros orquianos, maverickanos, polacos, krossianos e granimperiales que se atrevían a ingresar a sus dominios.

Cuando el tentáculo despertó, los novorcianos ya tenían preparado un nutrido grupo de cautivos de diversas nacionalidades listos para su consumo. La apocalíptica entidad se mostró complacida por tal tratamiento y engulló a sus presas sin demora, tras lo que volvió a su estado catatónico. Aquel proceso se repitió por algún tiempo hasta que un par de cosas cambiaron de manera inevitable.

Primero, el tentáculo se había convertido en una colosal monstruosidad más grande que las montañas que lo circundaban, y había producido una serie de tentáculos menores a su alrededor. Esto aterró a todos los novorcianos, los cuales veían cada vez más lejos sus planes de eliminar a aquella cosa.

El otro cambio estuvo relacionado a las visitas de los extranjeros a Novorcus. Al parecer se había dado una alerta a nivel continental, y todos los países cercanos habían prohibido la exploración en tierras novorcianas debido a las constantes desapariciones. Además, algunos de los gobiernos más belicistas habían enviado fuerzas militares al considerar que la desaparición de sus compatriotas no era sino una declaración de guerra.

Los novorcianos habían temido desde siempre cualquier tipo de intervención extranjera en sus pacíficas tierras, pero al analizar la situación general, la ayuda de otros seres humanos era una bendición. No obstante, su esperanza duró poco ya que los invasores no estaban dispuestos a entablar ningún tipo de comunicación y se limitaban a recorrer las costas de Novorcus, eliminando a cualquier poblador que encontraban.

Entonces, al verse abandonados incluso por su propia especie, los líderes de todos los pueblos, aldeas y asentamientos que aún quedaban en pie decidieron unir fuerzas para enfrentar y destruir al maligno tentáculo que los hacía desgraciados. Todos los novorcianos eran conscientes de los inimaginables sacrificios que aquella motivación traería, pero no tenían más opciones si querían proteger, no solo su país, sino al mundo entero.

Cada uno de ellos, desde el más joven hasta el más anciano concluyó que bien valía convertirse en héroes y mártires anónimos por el bien de la humanidad. De todas maneras, su final era inminente ya que incluso de conseguir acabar con el tentáculo, los militares extranjeros los eliminarían a todos sin miramientos. Pero, para los novorcianos, aquello representaba un justo castigo proveniente de la decisión que sus ancestros habían tomado de aislarse por completo del mundo por motivos "ecológicos", aunque nadie recordaba el verdadero significado de aquel concepto.

Fue así como, por primera vez en siglos, cada novorciano dejó de lado sus diferencias y se sintió hermano de sus compatriotas. Formaron un gran ejercito compuesto por hombres y mujeres valientes dispuestos a dar su vida por la causa. No poseían más armas que rudimentarias lanzas y arcos desgastados, pero era su espíritu combativo el que les impulsaba a seguir con la mirada en alto.

Por su parte, las personas que no podían luchar, ya sea por enfermedad o debilidad, formaron una gran comitiva y se dirigieron a las costas del sureste de Novorcus. Allí se encontraron con las fuerzas militares de la Teocracia de Maverick, las cuales diezmaron a una buena parte del grupo.

Toda la comitiva habría sido completamente masacrada de no ser por la presencia de la propia Asamblea de la Inquisición venida directamente de los Estados Papales. Los caballeros inquisidores obligaron al líder del escuadrón maverickano a ordenar un alto al fuego, tras lo que prestaron auxilio a los heridos. Lamentablemente, ninguno pudo comprender qué mensaje intentaban transmitir los aterrados novorcianos en su arcaico lenguaje, y se limitaron a embarcarlos en un crucero que les permitió cruzar el continente.

Todas estas personas se refugiaron en una de las provincias centrales de los Estados Papales a partir de aquel entonces. Muchos de los países vecinos exigieron las cabezas de estos inocentes, aduciendo que estaban en guerra con Novorcus y resultaba sensato eliminarlos a todos. Sin embargo, el Sumo Pontífice en persona les brindó su protección y bendición, de modo que la mayoría de naciones (con excepción de la República Antiteísta de Vojeraza y el Gran Imperio Rojo) dejaron de lado sus vanos esfuerzos por exterminarlos.

Poco después de la llegada de los refugiados novorcianos a tierras papales, los países cercanos a Novorcus coincidieron que, si no podían hacer nada contra la protección del Pontífice, al menos se contentarían erradicando a los insensatos que no habían salido del país. Por ello, todos los escuadrones apostados en las costas de Novorcus recibieron la orden de avanzar hacia el centro, quemando cualquier planta y asesinando a todo animal que encontraran a su paso, con la intención de demostrar su poder y superioridad. Sólo el Gran Vidente Maverick y el Ragnar de Orcus consideraron que aquel acto era más que inmoral y, arrepentidos por sus decisiones pasadas, retiraron todas sus fuerzas militares de la zona de guerra.

Absolutamente ninguno de los soldados que participaron en aquella misión de masacre lograron volver a sus países de origen. Muchas historias fantasiosas corren en relación a aquel misterioso e inesperado suceso. Los gobiernos de las naciones que habían decidido invadir Novorcus no pudieron encontrar ninguna explicación plausible. La población novorciana que se había quedado en su país no podría haber tenido la capacidad bélica suficiente como para enfrentar a siquiera un solo escuadrón militar. Lo peor de todo era que Novorcus parecía tener un campo magnético extraño en todo su territorio, ya que las naciones habían perdido todo contacto y comunicación con sus escuadrones cuando estos abandonaron la costa para adentrarse en aquella inhóspita región.

Luego aquel suceso, en orden de recuperar su orgullo patriótico, las naciones belicistas volvieron a realizar numerosas misiones de guerra en tierras novorcianas, obteniendo como resultado derrotas inexplicables y soldados desaparecidos. Entonces, el Sumo Pontífice volvió a mandar un mensaje dirigido a los gobiernos de todas las naciones que seguían en pie de lucha y los instó a detener su insensatez. Afirmó que los novorcianos que se refugiaban en sus tierras le habían comunicado terribles noticias que no revelaría para no alarmar a la gente común y corriente.

Al comienzo ningún líder nacional pensó obedecer, por lo que el Pontíficie organizó una cumbre e invitó a todos los gobernantes del continente Áurico a participar para tratar aquel tema. Dada la gran repercusión que estaba teniendo el conflicto, incluso el Líder Supremo de Vojeraza decidió asistir a la reunión, pero no fue suficiente como para convencer al Sacro Emperador Rojo.

Nunca se hizo pública la información que se compartió en aquella cumbre, pero tras aquella sesión todas las incursiones militares en Novorcus cesaron por completo. También se implementó una ley internacional que impedía el tráfico comercial aéreo y terrestres en territorio novorciano, y la frontera de Orcus se reforzó con apoyo de todos sus países vecinos.

El Sacro Emperador Rojo, por su parte, ya que su poder no se veía impedido por las banales leyes continentales de Auria, continuó con sus infructuosos ataques a Novorcus por unos años más. Sin embargo, un día funesto sucedió algo que, para aquel punto era completamente inesperado: un sobreviviente consiguió regresar al Gran Imperio Rojo. El Sacro Emperador Rojo lo recibió e interrogó en persona. Cuentan que obligó al desdichado a contar absolutamente todo lo que sabía, posponiendo el tratamiento médico que requería, lo que causó su irremediable deceso.

Tras ello, el Emperador ordenó que se destruyera el uniforme del sobreviviente, así como cualquier material audiovisual que se hubiera guardado en la memoria del casco o la casaca militar, equipados con cámaras de última generación. Ningún general, ministro o noble se atrevió a cuestionar la palabra de su Emperador, y a nadie se le pasó por la cabeza siquiera preguntarle qué le había contado el superviviente.

Son pocos los que saben toda la verdad. Incluso los novorcianos que huyeron de su país y los gobernantes de los países de Auria aun guardan muchas dudas. El Sacro Emperador Rojo fue capaz de hacerse una idea de lo sucedido con todos los escuadrones enviados, pero aun así no pudo imaginarse el verdadero tamaño del problema.

Solo el Gran Vidente Maverick, gracias a uno de sus sueños, consiguió ver aquello que emergía en el centro de Novorcus. Un inmenso, colosal, ciclópeo tentáculo purpureo, repleto de pústulas y púas azabache se elevaba hasta el cielo, meneándose al ritmo de diversos tambores rojos y flautas negras tocados por criaturas repulsivas plagadas de pequeños cilios y ojos alrededor del cuerpo. Aquel horroroso tentáculo, de manera regular, abría la boca para vomitar a una nueva criatura que se unía a sus hermanas para tocar los malignos instrumentos.

El Gran Vidente Maverick decidió no contarle a nadie sobre las atrocidades que había visto. Sin embargo, se aseguró que tanto su país como sus aliados estuvieran siempre lo suficientemente preparados para el día en que tuvieran que enfrentar al Tentáculo que cayó del Cielo.

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