¿Cuál pudo haber sido la atroz razón que dio origen a aquellos repulsivos engendros denominados moscas? Estoy seguro que no pudo ser sino un error en la existencia misma, una fisura en la realidad la que permitió la aparición de esas horrorosas formas de vida en nuestro universo.

Hace mucho tiempo que me veo impedido de conciliar el sueño por su presencia. Pululan por todas partes, buscando victimas inocentes a las cuales devoran sin piedad alguna. Nosotros, sin embargo, no parecemos formar parte de su dieta. Nunca he visto ni he oído de algún miembro de mi especie que haya terminado dentro del estómago de una mosca. Pero eso no quiere decir que seamos inmunes a ellas. A las criaturas a las cuales no ingieren, las aplastan sin misericordia.

Nadie se puede salvar de su furia. Incluso los animales más grandes y los más veloces caen sin oportunidad de sobrevivir ante ellas. Por eso preferimos ocultarnos entre las sombras, esperando en momento propicio para recolectar alimento. Por fortuna, poseemos la tecnología suficiente para no estar completamente indefensos. Hemos desarrollado eficaces naves voladoras, cuya especial forma aerodinámica nos permite alcanzar velocidades impresionantes en un tiempo ridículamente corto. Las moscas son rápidas y astutas, pero su propio orgullo las obliga a menospreciarnos, lo cual supone una gran ventaja.

Pero yo sé que solo huyendo y esquivando nunca podremos liberarnos de su yugo. Constantemente he propuesto ante la Junta el inicio de las investigaciones bélicas. Creo que, si consiguiéramos construir un arma lo suficientemente potente para dañarlas, tarde o temprano lograríamos vencerlas. Cierto es que las moscas poseen un tamaño colosal y parecen ser prácticamente invulnerables a todo tipo de ataques. Pero es ilógico pensar que son inmortales... más aún con las leyendas que corren.

Desde mi niñez las he escuchado. Historias fantásticas las cuales narraban la caída y muerte de las moscas. Se decía que sus cuerpos inertes podían ser usados como intrincados hogares, ya que su temperatura y estructura era ideal para la construcción y mantenimiento de una fuerte infraestructura. Incluso hay leyendas que afirman que las moscas están compuestas de material comestible, pero nunca he conocido a alguien capaz de aceptar tal idea.

Yo en verdad creo en esas leyendas. Por eso mañana saldré a probar mi invento. Se que hay grandes probabilidades de que no funcione. La misma Junta lo considera así y por eso negaron ofrecerme algún tipo de ayuda o apoyo. 

Pero no interesa lo que piensen los demás. La más mínima posibilidad es suficiente para que esto valga la pena. Las moscas no son indestructibles. No son demonios ni deidades. Son animales como nosotros. Y, si están vivas, pueden morir. 

Esta es una misión suicida. Lo sé perfectamente y acepto mi destino. Iré con mi nave, mi amada Muscidae, donde ya instalé mi invento. He dejado instrucciones precisas para replicarlo en el laboratorio debajo de mi celda. Si este experimento tiene éxito, conseguiré acabar con la vida de una sola mosca. Pero espero que eso sea suficiente para inspirar a que los demás sigan mis pasos y las enfrenten.

No puedo dudar. Ingresaré al interior del cuerpo de alguna mosca y, una vez dentro, detonaré a la Muscidae para que mi invento inicie el proceso de aniquilación. Eso debería ser suficiente. Moriré al instante en que la nave explote, pero no siento ningún temor por aquel hecho.

De todas formas, mi vida ha sido muy larga. Ya estoy cerca de cumplir los treinta días y aún no siento los estragos de la vejez. Tal vez yo era especial. No es por ser orgulloso, pero desde que era una pequeña y pálida larva supe que algún día lograría algo realmente grandioso.

Y ese día es hoy. Hoy, cuando nosotros, los seres humanos, dejaremos de temer a las moscas. Hoy, cuando por fin encontremos el camino que tanto anhelábamos para acabar con su inmisericorde tiranía. Hoy se inicia la caída de las moscas y comienza el auge de la humanidad.

Antes de partir no puedo evitar observar a mi querida nave. La Muscidae fue construida a mi imagen y semejanza. Sus seis fuertes soportes la mantienen imponente en el suelo, tal como hacen mis propias patas con mi cuerpo. Sus lunas delanteras, tal como mis ojos, están divididas en celdillas de un fuerte tono rojizo. En verdad es un aparato magnífico. No puedo evitar sentirme dichoso de poder morir al interior de ella.

Mi invento tendrá éxito. Las moscas morirán. No podrán defenderse. No podrán hacer nada contra la Miasis.