Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

02

















❪ 星空 つきこ ❫

Zoro no sabía a dónde se estaba dirigiendo, solamente sabía que tenía que huir de los pasos apresurados de los samurai qué todavía seguían tras de él, probablemente ya con la información de que él era el criminal buscado por haber asesinado al Magistrado... además de que había tomado a una mujer en brazos como rehén.

Definitivamente, así no debía de ir el plan.

La mujer seguía llorando en sus brazos de manera silenciosa pero ya no estaba intentando escapar como al inicio debido a la amenaza que él le había dado; no la iba a cumplir, por supuesto, no planeaba lastimar a una mujer inocente qué lo único que había querido era defenderse de un extraño que había entrado a su habitación y la había aprisionado contra él, silenciandola antes de que pudiera pedir ayuda. Zoro no podía permitirse ser descubierto y atrapado, podría en peligro todo el plan que él, su tripulación y aliados habían planeado.

Había pasado ya un rato desde que había empezado a correr, y cuando sintió que estaban a salvo, si la posibilidad de ser emboscados, se detuvo finalmente. Simplemente sentó a la mujer en el suelo de tierra, soltandola por primera vez mientras arrastraba una de sus palmas contra su cara al darse cuenta de todo el desastre que había hecho peor con sus acciones. La joven no se movió, todavía temblorosa y derramando lágrimas mientras se quedaba justo donde Zoro la había posicionado, si era por la amenaza que le había soltado antes o por que estaba aterrada, no estaba seguro, tal vez era una mezcla de las dos.

Con pesar, y algo de pena por la muchacha, se agachó frente a ella para mirarla a los ojos, inspeccionandola de manera apropiada por segunda vez antes de suspirar.

— Tu nombre. — No era una pregunta, era una orden, tenía que saber el nombre de la mujer a la cual había arrastrado consigo durante todo este problema que sabía había hecho peor y más grande. La vio temblar aun más, bajando la mirada para ocultar lágrimas y miedo que se mezclaban en su expresión mientras evitaba romper en llanto descontrolado.

— Hoshizora... Hoshizora Tsukiko... — Su voz apenas había sido lo suficientemente fuerte como para haber sido escuchada, pero rodeada de silencio en el lugar abandonado fuera de la Capital Flor, no se escuchaba nada más que la brisa y sus propias respiraciones. Zoro asintió de manera lenta, todavía observandola. Se enderezo de nuevo, poniendo sus manos en sus caderas antes de mirar alrededor, intentando ubicar donde estaba.

No se detuvo a preguntarle a la mujer que se había presentado como "Tsukiko", supuso qué en su estado actual, no le serviría de mucho preguntar dónde estaban si ella seguía llorando. Sacudió la cabeza antes de decidir hacer una fogata para que la joven no muriera de frío, quitándose el haori verde antes de dejarlo caer sobre la muchacha para después girar sobre sus talones y empezar a moverse. Ya le había causado suficientes problemas, enfermarla sería el colmo.

Tsukiko no se atrevió a moverse, aún cuando había sentido la tela tibia caer sobre ella y cubrir parte de su visión, no tuvo el valor ni la fortaleza mental para moverse. Lo que había rezado y pedido desesperadamente a los dioses había sucedido, había sido tomada contra su voluntad y por consecuencia había perdido la habilidad de decisión en su propia vida, ahora atada solamente a las consecuencias del hombre que la había raptado.

Lo había visto con sus propios ojos, el hanamachi donde había crecido volviéndose cada vez más pequeño antes de entrar a las calles de la Capital Flor solamente para luego salir de la misma. El mundo que alguna vez había conocido y formado parte de se había derrumbado en tan solo un par de minutos. Jamás le había parecido algo tan frágil hasta que le fue arrebatado de un momento a otro, destruyendo todo lo que había construido con tiempo y esfuerzo, noches de dudas y un pasado que ya no era parte de su presente.

No tenía idea de quien era él, no recordaba haberlo visto en el hanamachi o en algún banquete de ningún tipo, tampoco recordaba que alguna de sus hermanas geisha lo hubieran mencionado; lo recordaría con claridad si alguien le hubiera descrito a un hombre con tal cicatriz en el ojo. Sin embargo, tal descripción no llegaba a su memoria, y por lo tanto, solamente podía asumir que era alguien fuera de la Capital Flor que se había infiltrado dentro y que de una forma u otra, por cualquier razón, la había raptado. No quería ni pensar en cuales serían las repercusiones en su contra si ella llegará a regresar a la Okiya.

No pudo evitar llorar aún más, la frustración de no poder hacer nada mientras su vida y su esfuerzo se desmoronaban justo frente a ella cuando ella intentaba aferrarse a la misma con todas sus fuerzas, pero toda posibilidad de recuperar lo que había tenido se escapaba fuera de sus manos como si estuviera intentando sostener granos diminutos de arena qué solamente se le escapaban entre los dedos cuanto más intentaba aferrarse a ellos.

No había vuelta atrás, su vida estaba deshecha y no tendría futuro en la Capital Flor nunca más; su única posibilidad era alegar que había sido tomada a la fuerza y raptada, esperaba que eso funcionará, pues ya conocía el lugar donde vivía y la rigidez de la mujer que la alojaba, al igual que su disgusto por las excusas.

Ni siquiera noto cuando el hombre volvió, las lágrimas todavía bajaban por sus mejillas sin permiso mientras su mente continuaba nublandose con sus propios pensamientos pesimistas.

Zoro no sabía si debía sentir pena o intentar consolarla; pero lo que si sabía era que no podía regresarla a dónde la había tomado. El lugar seguramente ya estaría lleno de samurais y no tenía ganas de llamar más la atención de lo que ya lo había hecho con todos los problemas en los que se había metido. Se acercó con pasos lentos pero firmes, como si se estuviera tratando de un animal herido antes de volver a agacharse frente a ella, observando como lloraba. No estaba poniendo atención a sus alrededores, completamente absorta en sus propios pensamientos y emociones que ni siquiera se había dignado en asegurarse de estar segura antes de romper en llanto. No podía culparla del todo, concluyó, no era su culpa haber sido involucrada en algo con lo que ciertamente no tenía nada que ver.

Suspiro nuevamente antes de acercarse a ella, agarrando el haori verde que previamente le lanzó, solo para envolverlo adecuadamente alrededor de sus hombros y protegerla de la brisa fría de la noche. No le importaba si lo quería o no, se lo dejaría para cubrirla incluso si ella no estaba conforme con la situación. La dejó llorar, escuchando sus sollozos mientras procedía a encender la fogata, asegurandose de que estuviera lo suficientemente cerca para mantenerla caliente pero lo suficientemente lejos para no quemarla accidentalmente. No hubo reproches de su parte, ni una sola queja acerca de sus lloriqueos incesantes qué bien podrían haber hartado a cualquier otra persona.

El había causado esto, y por tanto, era responsable de ella hasta que encontrará una manera de resolver toda esta situación.
Incluso si estaba tentado a enviarla lejos, probablemente en un ambiente más tranquilo donde estaría más segura o dejarla a cargo de alguien más, sabía que no era correcto hacer eso cuando él había sido el que la había involucrado.

Con resignación se dejó caer junto a ella después de haber encendido la fogata, dejando que el silencio fuera inundado por los sollozos temblorosos de la joven junto a él. Su vista se quedó clavada en las llamas danzantes de la fogata, totalmente perdido en cuánto a que hacer ahora. No era el tipo de persona que reconfortaba a otros, no sabía cómo hacerlo y sus palabras frecuentemente terminaban siendo demasiado firmes y gelidas como para poder siquiera considerarlas como un intento. No podía prometerle regresarla de donde la tomo, la Capital Flor estaba repleta de samurais, todos bajo el mando del shōgun y todavía tenía que reclutar hombres para el plan de los retenedores del Clan Kozuki, así que no había marcha atrás en cuánto a sus acciones.

Pedir perdón era su último recurso, pero incluso eso se sentía languido a comparación de todo el llanto descontrolado que la muchacha estaba dejando salir, y él no iba a hacer nada más que quedarse callado y aceptarlo.

— Estarás a salvo. — Luego de un buen rato logro encontrar su voz, lo suficientemente firme para hacerle saber que era una promesa que no iba a romper. Era pequeña a comparación de él, alguien que no debía estar fuera de la comodidad a la que estaba acostumbrada, mucho menos ser expuesta al peligro inminente al que en el que la había involucrado. Asegurarse de que estuviera a salvo era, lógicamente, lo único que podía hacer en señal de arrepentimiento.

Pero eso no fue suficiente para alivianar el llanto de Tsukiko. ¿Cómo podría serlo después de haber sido arrojada  en un ambiente que no conocía? Era como empujar a un ciego en una habitación oscura qué jamás había tocado antes; no había forma de ser familiar con el entorno de un momento a otro, y aunado a su propia ignorancia, la oscuridad del mundo parecía pesar aún más en sus hombros conforme los minutos pasaban.

No quería estar allí, quería regresar a la Okiya y al hanamachi, quería sentir la familiaridad de los mismos incluso si ellos habían sido quienes la habían asfixiado incontables veces en el pasado, con sus reglas y expectativas que se volvían más conforme crecía; prefería cualquier cosa antes de estar expuesta a lo desconocido. Era cobarde, siempre lo había sabido, podría considerarse estúpida incluso, ¿cómo pudo alguna vez haber deseado libertad? De haber sabido que se sentiría de esta manera, habría preferido morir ejerciendo su profesión.

No sabía cuánto había llorado o cuándo siquiera se había quedado dormida, pero al despertar, lo único que pudo desear era que todo hubiera sido un mal sueño y ella volvería a su rutina habitual... solamente para darse cuenta de que esa no era la realidad, y que aún estaba rodeada por la desolada área que rodeaba la Capital Flor.

Nuevamente sintió ganas de echar a llorar, era como si su vida entera hubiera sido construida sobre suelo rocoso, que ante la más mínima provocación caería y se derrumbaría sin posibilidades de volver a construirse de la manera en la que fue originalmente.

— ¿Sabes dónde estamos? — Su intención de romper en llanto por segunda vez fue interrumpida ante la voz del mismo hombre que la había involucrado en sus asuntos. Volteó lentamente a mirarlo, como si el más mínimo acto equivocado fuera a desencadenar una reacción violenta, ¿era eso lo que debería de esperar luego de ser raptada? Ciertamente, se sentía justo así, y no era algo placentero.

Negó sacudiendo la cabeza, pero no estaba mintiendo. No tenía ni idea de dónde estaban o a dónde los había llevado.

— Nunca había salido de la Capital Flor. — Fue su contestación, en un tono bajito mientras su mirada se volvía cabizbaja, optando por evitar contacto visual como forma de protección ante cualquier reacción que el hombre fuera a tener.

Estaba bien acostumbrada a los hombres, en lo que podrían convertirse ante la más mínima negativa que pudiera sugerir algún insulto ante ellos o su ego; eran volátiles. En la Capital Flor, especialmente, los hombres de alto rango podían llegar a ser más que crueles, tanto con palabras como con sus acciones, y más de una vez se había visto presa de la misma crueldad. Supuso qué era natural, el depredador siempre prefería presas pequeñas e indefensas antes de intentar herir a alguien de su tamaño que fuera a presentarle un riesgo.

Zoro maldijo mentalmente por vez consecutiva, ya había perdido la cuenta de cuantas veces había maldecido después de darse cuenta de que la situación se había vuelto peor. No podía culparla, él era el único responsable de la situación en la que estaba. Con pesar se levantó de donde estaba sentado, gruñendo maldiciones por lo bajo mientras se acercaba a ella antes de ayudarla a levantarse sin siquiera preguntar. Sus manos tomandola por los brazos para levantarla con facilidad; la miró a los ojos con brevedad antes de soltarla y girarse para tomar sus katanas. No le pidió de vuelta el haori, simplemente señalando con un movimiento de cabeza que empezará a caminar junto a él, sin esperar mucho por una respuesta.

Tsukiko se quedo en su lugar un momento, todavía con el haori verde alrededor de sus hombros mientras miraba hacia atrás, justo en dirección a la Capital Flor. Por un momento, entretuvo la idea de tomar la oportunidad de correr y huir del hombre que la había tomado, sin embargo, dudaba mucho que la posibilidad tuviera un índice de éxito, aunque fuera uno mínimo. Tenía la sospecha, certeza en realidad, de que no llegaría lejos incluso si corría con todas sus fuerzas, sería alcanzada y no llegaría a ningún lado más que devuelta al lado del peliverde.

Supuso entonces, que no había de otra más que seguirlo a donde sea que fuera a dirigirse, pues tampoco estaba segura de que su explicación de su desaparición fuera a ser bien recibida de regreso en la Okiya.

Si realmente quería escapar, tendría que idear un plan que no estuviera principalmente sustentado en la fuerza física, por que en una batalla, ella no sería el vencedor contra el hombre que caminaba frente a ella, o ningún hombre, para variar.

Se resignó a seguirlo por ahora, por lo menos hasta que pudiera encontrar o idear un escape, pero estaba consciente d que sería aún más difícil mientras más se alejara de la Capital, pues su conocimiento fuera de la misma era nulo, no creía que las palabras que había escuchado de otros fueran lo suficiente como para crear una opinión educada y mucho menos un mapa mental para intentar regresar a donde pertenecía. Su única esperanza era el hombre al que estaba siguiendo; y rezaba qué pudiera regresarla a la Capital Flor en algún punto.

No quería preguntar por su nombre, a diferencia de él, ella no tenía el más mínimo deseo de saber quien era quien la mantenía captiva, era información que únicamente contribuiría a torcerle las tripas para asentar un sentimiento de disgusto qué se negaba a sentir en esta situación, incluso si ya existían dejes del mismo.

— Zoro. — Lo escucho decir su nombre mientras caminaban. Lo vio de reojo, todavía sin saber que hacer o como actuar alrededor de él.

En primer lugar, estaba armado; y en segundo lugar, irradiaba un aura intimidate que dejaba claro que no era alguien a quien alguien en su sano juicio le causaría problemas. Tsukiko no quería empezar a imaginar como se vería la ira de este hombre, y mucho menos si era dirigida hacia ella. Jamás había sido alguien victimista, prefería decir que seguía luchando por su lugar en el mundo día con día a sentir que alguien le daba alguna clase de acción u oración condescendiente, pero en esta circunstancia, no podía negar su papel en la obra; era la víctima. Una víctima de una situación que no conocía, yendo a un lugar que también desconocía e ignorante a los deseos o razones que impulsaban al hombre frente a ella; estaba completamente atada a lo que él dijera o decidiera y no había manera de cambiar eso si no conseguía su libertad.

A pesar de su promesa de mantenerla con vida y a salvo, Tsukiko no podía confiar por completo. No se sentía correcto confiar en un desconocido, no de esta manera, y ciertamente no en un entorno completamente desconocido. Sabía perfectamente que no debía dejarse llevar por la curiosidad que empezaba a florecer en su pecho ante el prospecto de conocer el mundo real, descubrir que había debajo de todas y cada una de las piedras del país en el que había nacido y catalogar todo lo desconocido como conocido.

Los colores nuevos ante sus irises eran, justamente, lindos y llamativos, pero la misma luz de ellos podía llegar a cegar al que no estaba preparado para ver lo que estaba detrás de los mismos, y no quería tomar el riesgo a caer en un abismo del cual no sabría como salir.

Tal vez era un pensamiento increíblemente conformista, querer quedarse entre las paredes qué conocía incluso a ciegas independientemente de su antiguo deseo de conocerlo todo, pero la idea de seguir explorando lo desconocido con un extraño era aterradora. No sabía en que se estaba metiendo y mucho menos tenía idea de cuales eran sus intenciones con ella o en general.

No era miedo a lo desconocido, tenía miedo de morir.

Morir de una manera desgarradora, a manos del hombre que caminaba campante frente a ella como si fuera dueño de todo. Morir a manos de alguien que podría ser aún peor que el hombre que se autodenomino como "Zoro", el shōgun y cualquiera de sus hombres sería aún más cruel con ella y de ese ser el caso, su muerte no sería más que una bendición que sabía no llegaría.

A él shōgun y sus hombres les gustaba jugar con su comida, lenta y dolorosamente. Algunos incluso decían que se podían escuchar los sollozos de todas las mujeres que había ido a parar en malas situaciones con hombres de poder entre los pasillos del castillo del shōgun. Más que un lugar donde había regocijo entre fiestas y banquetes, era un lugar tétrico para toda aquella mujer que fuera a captar los ojos del gobernante de Wano.

Entre Zoro, si es que ese era su nombre real, Tsukiko estaba sospechando el hecho, o el shōgun y sus tropas, ella prefería mil veces morir a manos de Zoro.

Tsukiko no quería morir, bajo ninguna circunstancia, incluso si había sido vendida y guardaba ciertas dudas en cuanto a la decisión de su padre de llevarla a la Capital Flor, ella no era una persona malagradecida. Hacia ya tiempo había concluido qué tal vez había sido la mejor decisión en la situación, la única manera de mantenerla con vida. No quería perder esa segunda oportunidad que se le había concedido si ese era el caso, por muy infeliz que fuera durante ciertos días de su vida actual.

Encontraría la manera de huir, escapar ilesa de las garras del hombre con el que caminaba y regresaría a la Capital Flor a como diera lugar, solo para retomar el lugar por el que había trabajado.

Estaba decidida, solamente necesitaba una oportunidad.

Nota de autor:

Bueno, esto es más que nada una aclaración por si acaso.

Las Geishas, a diferencia de las cortesanas (oiran), no ofrecían servicios sexuales. La diferencia es clara incluso en sus obi (el cinturón del kimono/yukata), pues los de las Geishas eran más elaborados y los de las oiran estaban atados al frente justamente para que fueran sencillos de deshacer y volver a hacer.

De manera realista, las Geisha solamente existían para entretener con su conocimiento artístico, etc.

Sin embargo, quiero que tengan en cuenta que, en el contexto general de Wano, y a pesar de que se trata de manera muy leve y no a profundidad, Wano estaba hundido en corrupción, tanto por la mano de Kaido como por el shōgun.

Entonces, claramente, el fanfic va a tratar temas que no a todo el mundo le gusta. Habrá menciones de eso y, aunque no en todo el fanfic, es posible que incluso haya escenas de lo mismo.

Ya fuera de eso, mi nota de autor sirve más como aclaración qué nada.

En otros temas, espero lo disfruten, y si sale bien todo, también voy a subir mi fanfic con Michael Kaiser por que uno nunca puede tener suficientes fanfics publicados.

Atentamente: Andy <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro