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❪ 星空 つきこ ❫
Tsukiko Hoshizora había vivido la mayor parte de su vida entre mujeres.
Quería creer que su vida no era tan mala como había empezado. Había nacido en el pueblo Ebisu, cerca de la Capital Flor, viendo cómo la gente a su alrededor había caído una por una a causa de la hambruna, la pobreza y las pobres condiciones de vida que tenían. Amigos suyos, vecinos, incluso ciertas personas de su familia habían perecido ante las circunstancias forzadas en todos ellos apenas el Clan Kozuki había sido derrotado y el nuevo shōgun había sido proclamado. Había vivido poco tiempo allí, pero había sido el suficiente tiempo como para que los recuerdos quedarán grabados en su mente por siempre. Había sido la misma experiencia todos los días, con ambos padres apenas pudiendo mantener a hijos y las casas de los alrededores siendo desocupadas todos los días conforme las personas morían, en las mismas condiciones deplorables en las que habían nacido.
Solamente había escuchado cosas de lo que alguna vez fue el Clan Kozuki, los nuevos retenedores y el hombre de los hombres, Kozuki Oden; de las maravillas que había hecho, y aparentemente, de las últimas palabras de Kozuki Toki antes de que el castillo del antiguo daimyo¹ de Kuni fuera quemado hasta los cimientos. Ella no había nacido ni tenido la oportunidad de conocer a los protagonistas de la historia que el nuevo gobierno pintaba, a esa edad tampoco le importaba mucho, prestaba más atención a los susurros de sus padres llenos de preocupación sobre la falta de dinero, y por consecuencia, la falta de comida.
Si se esforzaba lo suficiente, todavía podía recordar la fría brisa entrando por la casucha mal hecha donde vivían mientras intentaba esconderse aún más en el futón² mal armado qué compartía con sus otros dos hermanos en busca de protección contra el frío.
No fue hasta que, un día común y cualquiera, su madre colapsó. Recordaba a su padre y hermanos gritar ansiosamente antes de darse cuenta de que la mujer no iba a levantarse de nuevo, Tsukiko ya sabía cuál sería el final de la historia después de ver a su madre tantas veces ceder la comida a sus hijos, lo había visto incontables veces en el pueblo. Había sido una mujer excepcional, cuidando de sus hijos sin distinción alguna y siempre priorizando su bienestar.
Eso no había bastado, lo entendió años después mientras más crecía. Era obvio que ese amor por sus hijos que su madre tuvo no había existido lo suficientemente fuerte en su padre, o había sido motivado por otras razones.
No sabía que había sucedido con sus otros dos hermanos, ella había sido la primera en irse del hogar Hoshizora.
Su padre la había tomado de la mano, mientras ambos se encaminaron a la Capital Flor, y antes de que supiera que estaba pasando, ya habían llegado a un barrio bien conservado, con letreros y símbolos que no comprendía. Su padre se había detenido justo frente a un establecimiento que parecía más una casa que nada, no se parecía para nada a su propia casa de lo pulcra y bien cuidada qué estaba.
No recordaba la conversación, o tal vez su cerebro había bloqueado el recuerdo al no querer revivir las palabras del hombre que se suponía tenía que cuidar de ella y que, sin embargo, la había vendido de manera indiferente a una Okiya de la Capital Flor. Aun así, recordaba la cara de su padre, soltando su mano y observando como la mujer le tendía a su padre una bolsa que sonó con el tintineo de las monedas chocando la una contra la otra.
La mujer se había presentado ante ella, explicando que crecería para ser una Geisha y que ese sería su hogar, haciéndose llamar a sí misma "okaasan". A esa edad Tsukiko no sabía leer, mucho menos escribir y apenas hablaba más de cinco palabras en una oración por gusto propio, pero ya había sido olvidada y abandonada por su propio padre a cambio de dinero.
El lugar no era malo, tenía que admitir. Era cálido por dentro, tenía tres comidas al día y a pesar de haber empezado con su trabajo como shikomi³, moviéndose de arriba a abajo haciendo tareas del hogar y auxiliando a las geisha y maikos⁴ de la Okiya donde vivía, no podía quejarse. Tenía donde dormir, un futon propio y ropa sin agujeros ni parches. Era un barrio seguro, su vida no corría peligro y su salud poco a poco iba en ascenso.
Hasta ese día, todavía dudaba de si su padre lo había hecho por beneficio propio o si el hombre había sabido con exactitud qué no podría mantener tres bocas y ella estaría mejor resguardada en la Capital Flor. Era una respuesta a una pregunta que jamás tendría oportunidad de hacer.
Como minarai⁵ su vida tampoco había sido mala. Su educación como aspirante de geisha era bastante enriquecedora, se le enseñó a leer y escribir, recitar poemas, bailar, cantar, tocar instrumentos, cultura general, el arte de las fiestas de té y mucho más, todo en favor de convertirla en una mujer culta. Incluso podía decir que había disfrutado asistir a los banquetes y mirar a sus oneesan⁶ moverse entre clientes y entretenerlos en las ochaya⁷.
Había tenido los kimonos más lindos y suaves durante su educación como maiko, con adornos y peinados con los cuales solamente pudo haber soñado con tener cuando era solamente una niña del pobre pueblo de Ebisu. Había sido capaz de danzar en banquetes y había recibido toda clase de halagos en cuanto a sus habilidades y la elocuencia con la que hablaba, la misma que había aprendido desde que había puesto un pie en la Okiya.
Era aún más cómodo vivir como geisha, estudiar durante el día para seguir perfeccionando su arte y asistir a banquetes durante la noche si los había. Se había convertido en una de las geishas más solicitadas del hanamachi en el que vivía, incluso siendo requerida más de un par de veces con el shōgun mismo.
Pero no era lo que quería con su vida.
A pesar de que tan linda y cómoda su vida se había convertido, seguía siendo una jaula.
No importaba cuántas ventanas tuviera, o que estuviera rodeada de seda, adornos de oro con abanicos con los diseños más preciosos de la Capital Flor o que usará nada menos que los kimonos más suaves qué complementaban su belleza. Aunque su jaula fuera de oro, Tsukiko quería algo más.
Incluso cubierta por el edredón de algodón, con la cabeza en la almohada, su mente siempre parecía divagar entre lo que era y lo pudo haber sido. Era incorrecto, lo sabía, darle paso a pensamientos que no hacían nada más que carcomerla durante las noches silenciosas y desoladas en su habitación, rodeada de lo que se había vuelto su vida mientras su mente conjuraba los escenarios más lejanos a la realidad.
Con frecuencia no podía evitar pensar que había sido de su padre y hermanos, ¿habían muerto por la situación en el pueblo Ebisu? La sola idea le enredaba el estómago, pero la parte racional de su cerebro le hacía saber que esa era una posibilidad, una posibilidad latente qué era más una probabilidad que un simple pensamiento oscuro; era un recordatorio, tanto de lo que alguna vez fue como de dónde pudo haber terminado si su padre no la hubiera vendido a la Okiya.
Le había concedido una nueva oportunidad en la vida, menos miserable que cualquier final que hubiera tenido si se hubiera quedado en casa. Pero eso no era consuelo, ni era algo reconfortante.
Pobreza o no, Tsukiko hubiera preferido haber desfallecido tal como lo había hecho su madre, en un tatami desgastado con las paredes del hogar desgastadas y dejando pasar el frío, antes de haber dejado a su familia. Añoraba los años donde había compartido comidas con sus hermanos, compartido el mismo futón mientras intentaban mantenerse tibios entre todos y cuando corrían por las calles del pueblo jugando entre risas.
Pero su padre le había dado la oportunidad de sobrevivir, de tener la vida que tal vez él pensó merecía, un mejor chance para crecer sana y fuerte con una educación y un techo que él no podía proveer. Una nueva vida desde cero para que Tsukiko la moldeara a su antojo, incluso teniendo la opción de libertad una vez su deuda a la Okiya fuera pagada completamente.
Pero los muros del hanamachi eran todo lo que conocía ahora, el mundo de karyūkai⁸ era el lugar que la había alojado y donde había crecido y vivido la mayor parte de su vida, independientemente de si era feliz o no con la situación. Su trabajo era poner una sonrisa suave para los clientes, entretenerlos durante el ozashiki⁹ y seguir estudiando las artes durante el día.
No era malagradecida, para nada, estaba muy consciente de que su destino hubiera sido mucho menos placentero si se hubiera quedado donde había nacido; no hubiera llegado a los diez años ni mucho menos hubiera sobrepasado esa edad, pero muy dentro de sí tenía la certeza de que hubiera sido más feliz con una vida corta pero cerca de su familia y lo que alguna vez había querido.
La Capital Flor le había dado un lugar que ella había labrado para sí misma con su propio esfuerzo, trabajando y practicando hasta que las manos y los pies le dolían. Había tenido que conservar su lugar, ella no tendría la misma oportunidad de quedarse de haber cometido un error o la más mínima ofensa en sus inicios. Ahora no importaba, la gente ya había olvidado que solamente había sido una niña pobre, sucia y escuálida del vertedero que la Capital Flor llamaba Ebisu.
Todos lo habían olvidado menos ella.
Sus orígenes no era algo que fuera a borrarse de su mente, estaba permanentemente grabado en su cerebro y memoria. A los clientes no les importaba, no era algo que preguntarán pues no estaban ahí para preguntar por ella o su historia sino por su capacidad artística y la cara bonita en la que había crecido para convertirse. Era más afortunada que las oiran¹⁰, quienes su mundo y sustento dependía completamente de su apariencia, Tsukiko podría seguir trabajando incluso en su tercera edad siempre y cuando mantuviera sus habilidades y conocimientos artísticos.
Ella no quería ni imaginarse qué tan miserable hubiera sido si se hubiera convertido en una cortesana, mayormente utilizada por favores sexuales. Ya se sentía lo suficientemente utilizada siendo geisha, hubiera terminado en suicidio si ella tuviera que verderse a su misma y su tiempo de esa manera.
Su libertad todavía no estaba cerca, por el contrario, estaba muy lejos de poder terminar de pagar la gran deuda que tenia con la Okiya. La educación de la geisha nunca valdría lo mismo para ninguna, había quienes necesitaban más ayuda qué otras, y, aunado a la vivienda, comida, ropa y accesorios, la deuda solamente crecía tanto para ella como para cualquier otra aspirante a geisha. Una deuda interminable mientras más vivía bajo el mismo techo que la protegía pero que también esperaba que ella fuera de uso.
Para Tsukiko, era como haber dejado el lodo solamente para estar parada en un suelo de manera deshecha. No era completamente bueno, pero comparado con el lodo, la situación era mucho mejor. Comparado con cualquier otro lugar, sabía que la Capital Flor era la mejor opción y oportunidad de una vida decente que tenía. Udon era un desperdicio de las fábricas, Ringo estaba desolado y no había nadie que estuviera cuidando de el, Kibi estaba muy cerca de los vertederos de Udon, Kuri era una tierra prohibida a voces por la relación que esa parte del país había tenido con el Clan Kozuki y Hakumai estaba muy cerca del puerto de los piratas Bestia. Por lo menos en la capital, si bien estaba rodeada de samuráis bajo el mando del actual shōgun, los yakuza¹¹ y la corrupción del gobierno, era mucho más segura de lo que creía que eran las otras regiones de Wano.
Ella solamente quería una vida tranquila sin tener que fingir ser algo que no era. Quería ser vista más allá de lo que podía ofrecer o del valor que los clientes estaban dispuestos a ofrecer por unas horas de su tiempo entreteniendolos. Era consciente de que sus clientes con frecuencia la miraban con otros ojos, miradas qué pedían más de lo que ella podía y quería ofrecer, la oportunidad de compartir lecho con ella. Afortunadamente, las geishas no tenían la misma función de una cortesana y era resguardada por la naturaleza de su profesión, al menos hasta que alguno de sus clientes no decidiera usar su poder contra ella y utilizarlo a favor suyo.
Sin embargo, con la actual situación de Wano, era casi imposible que alguien viera más allá de la fachada qué daba como geisha y mucho menos se atreviera a meterse con una de las mujeres favoritas del shōgun. No podía compararse con la oiran más linda del país, Komurasaki, aquella mujer que a pesar de tener fama por su actitud déspota, seguía siendo la más hermosa del país y por tanto, tenía los ojos del shōgun Orochi en ella todo el tiempo. Tal vez era egoísta y grosero, pero Tsukiko agradecía todas las noches no ser ella quien tuviera la principal atención del shōgun, a pesar de que era constantemente requerida para sus banquetes. El hombre era cruel y ciertamente, no era la clase de persona con la cual ella quisiera convivir diariamente, mucho menos a quien ella quisiera mostrarle la verdadera naturaleza de su existencia y ser. Y ciertamente, tampoco quería ser tomada a la fuerza por un hombre bajo el comando del mismo shōgun.
Sabía que tenía que esconderse, esconder lo que ella veía en su reflejo día con día, tenía que sobrevivir, y la idea de mostrar su vulnerabilidad a alguien que bien podría usarla o venderla en su contra no era una situación que quisiera pensar. Su deuda con la Okiya era un arma de doble filo, la mantenía atada a un lugar donde no era feliz, pero también la protegía de las garras de hombres que querían poner sus manos sobre ella siempre y cuando el precio de la deuda siguiera aumentando, pues se volvía más difícil de pagar.
Si alguna vez conocía a alguien, dispuesto a tomarla con una mano amiga y tal vez aceptarla como posible cónyuge, quería tener la certeza de que ese alguien sería una persona correcta y con valores morales inmóviles qué no se vendería ante la presión del shōgun y su reinado de terror en el país. Pero ese hombre estaba lejos de existir en ese país y la posibilidad de estar con él, aún si existiera, era casi nula considerando que seguía atada a la deuda que tenía con la Okiya; estaría encadenada entre telas de seda y risas tenues entre grupos durante la noche, y muy probablemente sería ella quien enseñaría a otras niñas que algún día tomarían su lugar.
Después de todo, estaba segura de que pronto se le asignaría una pequeña a la cual tendría que instruir y guiar durante su recorrido en el karyūkai, tal como ella había tenido una, y le enseñaría todo lo que había aprendido de alguien más. Una educación a base de una hermandad fundada bajo los mismos términos en los que todas las jovencitas entraban a las Okiyas. Y sentiría pena por quien fuera la niña que tuviera bajo su ala, pues este no era el mundo que ella había querido para sí misma y ciertamente no quería para nadie más mientras fuera bajo la misma premisa en la que ella había entrado al hanamachi, siendo vendidas.
Querer ser geisha no tenía nada de malo, eran las guardianas de las artes y la tradición, evitando que las costumbres se olvidarán mientras las pasaban de madre a hija y de hermana mayor a hermana menor. Pero ser forzada a ser geisha si tenía algo de malo, ser forzada a ser una cortesana era aún peor. Había mujeres con un destino peor al suyo, ¿pero eso era suficiente para invalidar sus propios sentimientos?
Quería pensar, creer, que ella no había nacido para esta clase de vida, pero mentir y actuar como si fuera su destino salía con una naturalidad que ella misma desconocía qué tenía. No había sido instruida en nada más, tal vez ahí recae el problema, ese era el culpable de todo. ¿Cómo podría saber para qué más era buena si jamás se le había permitido hacer nada más? No tenía conocimiento de cómo era su propio país fuera de la Capital Flor y hacía tiempo había desconocido y olvidado lo que era el pueblo donde había nacido, su información se basaba en lo que las palabras de sus clientes que despilfarraban durante la intoxicación por alcohol.
Se preguntaba si Ringo era tan frío como lo hacían sonar, si los árboles en Kuri eran tan altos como los describen, si la tierra en Kibi era tan seca como decían y si el odor de Udon era tan fétido como lo hacían sonar.
Tantas preguntas sin respuestas que siempre llevaban a la misma conclusión, había muchas cosas que no conocía y que no conocería en un buen tiempo, considerando el actual panorama de su situación.
Le gustaba soñar con libertad. Su imaginación era todo lo que tenía para si misma en un mundo pintado de blanco y negro, pero también era peligrosa, brindaba sueños y esperanza, y Tsukiko no tenía los métodos para volver ninguno de los dos en una realidad tangible para ella.
Permanecería atada al mundo que la vio crecer, rezando para que su vida y sus decisiones, tantas como pudiera tener, no le fueran arrebatadas como le había sido arrebatada su libertad.
Esa era su realidad.
Glosario
daimyo: soberano feudal más poderoso, también en ocasiones para referirse a figuras de liderazgo de los clanes
futón: cama tradicional japonesa
shikomi: primera etapa de trabajo de una niña vendida a una Okiya, en esta etapa atienden como sirvientas en su okiya y asistentas de las geishas experimentadas
maiko: aprendiza de geisha
minarai: a finales de su etapa de Shikomi, y justo unas semanas antes de ser aceptadas como Maiko, entran en la fase de Minarai, que significa, literalmente, observar y aprender
karyūkai: elegante y alta cultura en la que viven las geishas
oneesan: hermana mayor
ochaya: casas de té
ozashiki: banquete en el cual las geishas y las maiko o aprendices de geisha entretienen a sus clientes como a la habitación tradicional de tatami donde se realizan dichos banquetes
oiran: cortesana de alto rango en Japón
yakuza: organizaciones de crimen organizado como a sus miembros
Nota de autor:
Gracias Wattpad por seguir arruinando la estética perfecta qué tenía en mente.
Ahora bien, este es el primer capítulo, no es tan largo por que sigue siendo el inicio y de cierto modo, un anexo a la introducción. Sin embargo, los siguientes capítulos si van a ser más largos (esperen más de 3k en palabras).
Me encanta hacer capítulos largos, es tan lindo.
Atentamente: Andy
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